25 | BOLETÍN DE A.L.I.J.A. (Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina) | 17 de mayo de 2000

Crónicas del Taller del Discutidor en la Feria del Libro de Buenos Aires

(Eduardo González —coordinador del Taller— cuenta, con mucho humor, cómo fueron esos encuentros con los escritores que lo visitaron en su Taller del Discutidor durante la pasada Feria del Libro en Buenos Aires. Transcribimos sus crónicas y, de paso, le recordamos que nos debe las correspondientes a los dos últimos encuentros.)

Primera semana del Discutidor en la Feria
Y se armó la discusión por culpa de una pollera...

El Discutidor no se rinde y sigue haciendo ruido en la Feria. La semana arrancó movida: Ana María Shua apareció montada en su Azabache y nos contó un montón de cosas y de su pasión por los libros y los prospectos de los remedios y los nombres raros de las máquinas de la fábrica de su viejo y del miedo que le daba un libro de Rodolfo Walsh.

Después siguió el Germán Cáceres que arremetió con Superman y el Eternauta y nos contó un cuento de su Soñar el paraíso y nos terminó convenciendo que al final, después de tanta bamboya y envase cibernético, a los pibes les gustan las mismas cosas que le gustaban a él cuando gurí: el terror, la ciencia ficción y las aventuras.

Terminamos la semana con la Laura Devetach que se nos vino afiladísima y trajo un montón de revistas y libros y recetas de cocina y hasta una poesía en una propaganda de medias y su libro de la primera comunión. Y nos habló de su textoteca y de cuando era chica y llevaba esquelitas a las vecinas del pueblo y hablaban de literatura... Y la Laura terminó diciendo que esto del e-mail es como una especie de esquelita que uno escribe así nomás pero que al final de cuentas es palabra escrita. ¡Un lujazo!

Pero no termina acá la cosa. Somos medio cabezaduras y no escarmentamos así nomás. La semana próxima se viene con todo: Treinta y tres de mano y "El Tata" de espada. Arrancamos el martes con el Gustavo Roldán que viene del monte con cuentos de los indios. Sigue el jueves don Pablo de Santis que va a caer con unos cuantos libros bajo el brazo y el sábado terminamos la semana con el Jorge Dubatti, que, avivao el hombre, se viene con la prienda, la Nora Lía y van a hacer un desparramo y se van a meter con las cosas que leían los escritores cuando gurises.

La seguimos...

Segunda Semana del Discutidor

La segunda semana del Discutidor arrancó con todo. Era martes, para colmo era martes que ni te cases ni te embarques y según parece el abuelo del Gustavo Roldán se embarcó un martes y naufragó por el Bermejo y se casó con una india. Así nos contó el sapo.

Decía que el martes vino cargado y amenazando tormenta. El Tata Roldán se me vino al humo con una patota de animales: piojos, pulgas, sapos, pumas, elefantes y hasta un dragón que me quemó los pelitos del brazo cuando estornudó. El Tata nos contó que en el monte, cuando el monte era una fiesta y él andaba caminando despacio, casi sin pisar las hojas, como si el ruido pudiera molestar; nos contó que en el monte leyó una pila inmensa de no libros: historias de domadores, de corredores del monte, gente digna, como el piojo del cuento que se le animó al puma. Y el Tata nos confesó que a él le hubiera gustado ser domador, porque, entre otras cosas, las mujeres andaban como locas tras ellos.

Después vino la librería de Don Molina y Los Tres Mosqueteros y Sandokán y Las Mil y una noches. Y, sé que no me lo van a creer, cuando empezó a hablar de esas cosas, del bolsillo le saltó una salamandra. Casi le pido que me pegue una bofetada para no olvidarme de ese momento.

Pero lo peor de lo peor fue cuando nos largó el falta envido y truco con un sapucai que hizo callar la Feria. El Tata dijo así, muy suelto de cuerpo, que los dragones, los sapos y los piojos son todos la misma cosa.

Y terminó con un cuento hermoso, un cuento de esos que cuentan los indios; el de la paloma blanca, no era la que estaba sentada en el verde limón, era la paloma de Metzgoshé. Si quieren saber de esa historia, pregúntenle al Tata o busquen el libro.

A la reunión del Pablo de Santis no pude ir por razones de fuerza mayor (en realidad de fuerza menor porque era el cumpleaños de mi hija más chica); pero estuvo Alicia Salvi que de libros sabe un montón y me va a mandar a Picasso, su palomo mensajero, con la esquelita del taller. Se ve que con la tormenta todavía no llegó.

El Jorge Dubatti se vino bien acompañado y con la biblioteca a cuestas. La Nora Lía lo presentó como corresponde y ahí nomás encaró la cosa.

Hombre de radio, sabedor de climas y silencios, nos hizo pasar uno de esos momentos que no se olvidan así nomás.

Nos contó que esto de la escritura es un misterio, que no se sabe bien por qué a un chico le da por empezar a contar cosas y escribirlas.

Habló de don Manucho Mujica Lainez, del Ricardo Pigglia, uno que le gusta andar quemando billetes, y que no leyó mucho de chico, como Tizón que empezó a leer tarde. (Tarde pero seguro.) Parece que Abelardo Castillo quería ser cura y empezó leyendo la vida de los santos.

De don Bioy Casares, uno que hasta por las iniciales ya estaba predestinado a las letras, contó que desde gurí, la familia lo empujó a que escribiera. Como para ponerse envidioso, lo único que hacía don Bioy era nadar, jugar al tenis, leer y escribir.

Sería muy largo hablar de todo lo que este sabio hombre, don Jorge, nos contó. En sus palabras desfilaron Sartre, Canela, Borges, Liliana Hecker y otros tantos.

Contó que Marcel Proust, uno que escribió En busca del tiempo perdido, contó cómo había sido su relación con los libros. Lo que me llamó la atención que, este Marcel, además de copiarme el nombre del taller, dijo que el pasado no existe, que en realidad es una construcción y que cada uno escribe su propia historia como una novela. ¡Raros son los escritores, gente sesuda!

Y se fue nomás don Jorge y nos dejó con ganas de seguirlo escuchando. Por suerte está en la radio.

La semana que viene es la última. ¡Vayan preparando los pañuelos!

Dos invitadas de lujo y uno de Chivilcoy: La estaremos esperando a Ana María Bovo con las orejas lavadas, como el lobo de Caperucita, para escucharla mejor, a Don Ricardo Mariño con sus hermosas historias y a la Graciela Cabal que parece que usaba los libros como conjuros.

La seguimos.

Tercera semana del Discutidor

A pesar del Love letter y todos esos virus que andan dando vuelta por ahí, el Discutidor no se rinde.

La última semana arrancó con un cuento. Una historia hermosa, la historia de la niña sapo, la que se volvió monstruo por no ir a la escuela y a mí me dieron ganas de no ir más a la escuela, ni a trabajar, ni nada, y quedarme ahí escuchando a Ana María Bovo, que lo contó tan lindo que hasta vi cuando la nena cantaba en ese escenario de circo pobre.

Y me quedé duro, como los cosos de piedra de la Isla de Pascua, escuchando esa historia maravillosa y confieso que me costaba preguntarle cosas para no interrumpir el clima. Y nos contó que ella con los libros entabla una relación especial, que le cuesta dejarlos cuando terminan y empezar uno nuevo. Nos dijo que cuando gurisa escuchaba las historias que contaban los grandes.

Contó un cuento para chicos y los grandes nos quedamos pavotes, como para demostrar que no son tantas las diferencias y nos habló de sus secretos narrativos, del cine y el maní con chocolate y de unas calas que le echaban agua jabonosa para crecer y ahí me acordé de mi abuela que hacía eso y casi se me pianta un lagrimón. Y los lagrimones ya se me están cayendo por los cachetes porque quedan nada más que Ricardo Mariño y la Graciela Cabal, que a lo mejor hace un conjuro con los libros para que la próxima vez que vengan los escritores y narradores y periodistas a trabajar, no tengan que hacerlo ad honnoren, mejor dicho, en crestiano, de arriba. Que habiendo tanto funcionario que cobra por no hacer nada, sería bueno que el trabajo en serio sea reconocido de una vez por todas.

Gracias por su fina atención.

Eduardo González


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