135 | LECTURAS | 18 de agosto de 2004

"Naturaleza, grupo y poética": mucho más que tres palabras con Márgara Averbach

Entrevista realizada por Fabiana Margolis

Foto de Márgara Averbach
Márgara Averbach. Fotografía deVera Rosemberg

La escritora Márgara Averbach, en diálogo con nuestra colaboradora Fabiana Margolis, reflexionó sobre su obra y sobre distintos temas relacionados con la literatura y los libros para chicos y jóvenes.

"Trato de mirar para arriba. Tengo ciertos árboles de la ciudad
que los voy a ver o que cuando pasa el colectivo por ahí miro especialmente.
O tal vez mirás un balcón y te encontrás una historia:
ves un perro encerrado haciendo algo que te llama la atención".
Márgara Averbach

—¿Cómo te gustaría ser recordada?

—¿Cómo escritora? Nunca lo pensé, pero me gustaría que tuviera que ver no sólo con cómo escribo sino también con qué escribo y en eso yo sé que digo algo que la mayor parte de la gente no dice. Pero a mí me interesa mucho el tema, lo que yo quiero decir. El tema ecológico y el político, además de la escritura. Nunca lo he pensado muy profundamente, lo estoy diciendo un poco así como me sale, pero si quisiera que recordaran algo, sería eso.

—¿Cómo llegaste a la literatura para chicos y jóvenes?

Yo escribo desde siempre, desde Primer Grado. Pero siempre pensé en escribir para adultos. En realidad, empecé muy tarde a pensar en escribir para chicos, básicamente cuando tuve hijos; antes no. Sí en los viajes. El asunto fue así: nosotros viajamos lejos en auto, fuimos a Chile, a la Patagonia, y en general leemos un libro en voz alta. Ahora también, cuando hacemos un viajecito de más de quince minutos, yo leo. Hay una novela en el auto y la vamos terminando. Cuando los chicos eran más chicos, no les podía leer lo que le leía a mi marido, porque no entendían, entonces les contaba cuentos. Fue mi marido el que me dijo "son lindos cuentos, ¿por qué no los escribís?". Y yo pensaba que no, hasta que finalmente, él me insistió tanto que lo consiguió. Y así empecé. Ahora en cambio, a la tercera de mi hijos ya casi no le cuento historias. Entiende lo que les cuentos a los otros dos y quiere que le lea el libro, así que mis cuentos actuales son cuentos que ya no hice para mis hijos. En principio, en cambio, eran para ellos.

—Con respecto a esto que contás sobre la lectura en los viajes, recuerdo una de las dedicatorias de tus libros (que suelen ser muy bellas, casi como si fueran poesías). El libro es Solo y su sombra (1) y la dedicatoria dice: "A mamá, por los libros que nos leía en los viajes. Dentro de su voz tranquila, alta, perfecta, el auto se convertía en barco, en bosque, en planeta". Un poco esto que hacía tu mamá lo hacés ahora vos.

—Sí, es cierto. Ella hacía lo mismo, leía en los viajes. En realidad, ella leía más que yo porque no manejaba. Entonces podía leer casi todo el tiempo hasta que se agotaba o no quería más. Yo leo hasta que me toca manejar, por supuesto. Pero les he leído novelas; en general son novelas de adultos para que le interesen a mi marido pero que tengan chicos como protagonistas. A veces hay partes que salteo y le digo a mi marido "después te cuento qué pasa acá" y no hago toda la descripción de algunas cosas. Pero la lectura es parte de los viajes.

—Se crea un lindo clima, ¿no?

—Sí, muy lindo. Han leído libros muy lindos conmigo. Ahora estamos leyendo Middlesex (2), que es una novela muy divertida en partes, por eso la elegí. Yo primero las leo. Y eso lo hacía mi mamá, ella nos leía y le leía a mi papá también. A mí me quedó como algo hermoso de los viajes y entonces lo quise hacer también. Por eso Solo y su sombra está dedicado a ella, cuando todavía podía entenderlo. Mi mamá ahora está enferma, tiene Alzheimer. Pero cuando se publicó el libro podía leer la dedicatoria y entenderla.

—Cuando escribís, ¿cómo es tu día de trabajo?

—Yo escribo literatura sobre todo en verano. Durante el año no tengo tiempo de hacer nada constante, porque yo traduzco. Las clases que doy exigen una preparación, pero por sobre todo uso mi día para traducir. Eso, si tengo trabajo. Durante la crisis de 2001 escribí mucho porque no tenía traducciones. Escribo a mano, yo no puedo escribir la primera versión a máquina. Puedo traducir a máquina, pero no escribir. Tengo un cuaderno y escribo. Generalmente me paso largas horas del día escribiendo. No planifico, yo no sé adónde va a ir el libro cuando empieza, no tengo idea de cuál va a ser el argumento; no soy de las personas, como por ejemplo Perla Suez, que saben adónde van. Me puede pasar que llega un punto en que no sé cómo seguir; entonces dejo eso y empiezo otra cosa, porque algo no está funcionando. Dejo que fluya, después sí lo corrijo mucho. Tiene que ser a mano y voy cambiando de color. Mis cuadernos son pura desprolijidad, soy muy desprolija y además me gusta serlo, me molesta un poco la prolijidad. En invierno, puedo escribir cuentos, cosas cortas. Puedo escribir, si se me ocurre algo corto que pueda hacer en dos días. Pero no una novela, porque la pierdo. Como necesito que fluya, si la dejo una semana, después ya no sé ni dónde estaba ni hacia adónde iba. Ni lo intento, a menos que tenga la necesidad. Como por ejemplo llegar a un concurso, pero entonces tendría que estar bastante adelantada en el trabajo. No tengo una rutina excepto en verano. Enero y febrero son mis meses de escritura, marzo también porque todavía no empiezo con la facultad. Escribo hasta que me canso y cuando me canso, leo. Durante el invierno, si se me ocurren cosas las voy anotando, tengo un archivo de ideas.

—¿Qué pasa si estás escribiendo y de pronto no se te ocurre cómo seguir?

—Cuando lo dejo, me suele pasar que no lo puedo seguir. Me ha pasado también de terminar un libro, sentir que estaba muy bien —yo siempre dejo pasar dos semanas en el medio antes de corregir porque necesito esa distancia— y volver a leerlo y pensar que no va, que no me gusta.

Tengo sólo una experiencia que contar, que fue bastante traumática para mí, de un libro que nunca se publicó y que ahora está en un concurso, en otra versión. Yo lo escribí, lo terminé y se lo di a Sudamericana. El libro tenía dos partes y la editora me dijo muy correctamente, porque era cierto, que eran muy distintas: la primera era para una edad y la segunda para otra. Había un problema. Yo lo miré, era cierto; ella me dijo "a mí me gusta la primera", que es la que siempre quedó. Pero después empezó a ser terrible porque ella me pidió muchos cambios y yo los fui haciendo y llegó un momento en que le perdí el hilo al libro. Se me perdió en la cabeza por completo. Recién pude retomarlo muchos años después, este verano, viniendo desde otro lado. Es la misma historia pero no es la misma historia. Volví a utilizar la primera parte, que me gusta, pero la utilicé como prólogo, la acorté muchísimo.

También en este momento tengo un libro de adultos que empecé y tuve que dejar porque me fui a San Diego, con la beca Fullbright, y allá no la pasé bien. Era una sensación muy fea, en medio de la guerra con Irak. Así que me concentré en estudiar, no en el libro, y ahora creo que está muy perdido. Me tengo que sentar y ver qué pasa, porque ni me acuerdo dónde quedó. Necesito continuidad, por lo menos hasta el primer borrador. Yo no puedo hacer un esquema del argumento, es mi forma de escribir, necesito sentarme y que venga solo. A veces la continuidad se complica; yo no vivo de la escritura, me viene algo de dinero, no digo que no, pero es un extra. No ha llegado el momento en que yo diga: "bueno, podría largar todo". No sé si lo haría tampoco, pero por ahora no tengo esa opción económica.

—¿Quién es el primero al que le mostrás lo que escribís?

—No siempre lo muestro. A veces lo llevo directo a las editoriales. Mis hijos tienen una cosa con los manuscritos que yo entiendo: no les gustan, prefieren leer el libro terminado, con tapa, con ilustraciones, con todo. Entonces a ellos he dejado de mostrárselos en gran parte. Le mostraba a mi marido lo que escribía para adultos, pero tengo también problemas con eso porque su interés en la lectura es muy diferente de lo que yo escribo. A él le gusta que haya acción y yo tengo una escritura más bien lenta, con muchas descripciones, barroca. Me da la impresión de que no le va a gustar. Los cuentos le gustan más que las novelas, así que le muestro los cuentos. Por ejemplo la novela Cuarto menguante (3) no se la mostré hasta que no estuvo publicada. Y le gustó, pero no es el tipo de literatura que lo entusiasma. Sí le encantó El año de la Vaca (4) que yo no le había mostrado. Yo estaba en San Diego, él la leyó y me mandó un email diciéndome que le había gustado muchísimo; a mí me resultó extraño y hermoso saberlo. Yo no se la había mostrado, la verdad es que me sorprendió.

—Tal vez porque en la novela hay suspenso, dan ganas de saber qué está pasando...

—Claro, como hay suspenso le gustó más. He mostrado cosas a Perla Suez, nos mostramos mutuamente, lo que es para adultos en general nos lo mostramos. Nos hacemos críticas y como somos amigas es más fácil. No siempre ella acepta mis ideas ni yo las de ella. Pero esa relación con Perla es nuevo en cierto modo. Hará tres o cuatro años que lo hacemos. Antes yo no mostraba nada. Lo llevaba a la editorial directamente. Ellos me dicen sí o no. El año de la Vaca paseó por cuatro editoriales. Yo pensé que ya no se iba a publicar. Estaba cansada también de corregirlo porque yo hasta que no publico sigo corrigiendo. Se lo llevé a Canela —la editora— pensando que me iba a decir que no, y ella dijo que sí. No se lo había llevado antes porque no pensé que era lo que ella publicaría. Me parecía muy político... bueno, ella me sorprendió y lo politizó aún más. Me pidió que agregara ciertos datos que yo no me animaba a poner, más cosas sobre las Abuelas de Plaza de Mayo. Antes, el libro no era tan específico, se notaba que eran las Abuelas pero no se decía explícitamente. A veces pasa también que las editoriales, sin mala intención ni nada, tardan como dos años en leerte un libro y lo tenés trabado ahí. Se toman su tiempo, a menos que justo por alguna razón necesiten ese tipo de libro. Entonces si buscan un libro de animales y tu manuscrito es de animales te lo van a leer en cinco minutos. Pero si no, van quedando. Y uno no muestra el mismo libro a dos editoriales al mismo tiempo, es algo que no se debe hacer; pero la verdad es que si tardan tanto, se debería poder, el que reaccione primero es el que lo tiene, pero bueno, no es así. No es mala intención, te repito, pero a veces pasa, supongo que por la cantidad de manuscritos que reciben.

—¿Cuál es el libro que más te costó escribir?

—Éste que está ahora en el concurso, sin duda. Además fue muy fea toda la experiencia, porque cuando yo empecé a hacer las modificaciones se suponía que el libro se iba a publicar sí o sí y llegó un punto en que las modificaciones eran tantas que ya no se publicó y fue bastante frustrante. Ahí fue también falta de experiencia. Yo no supe decir "basta, esto se queda así o no quiero publicarlo". Hay momentos en que uno tiene que decir que no. Ése fue un libro que a mí me costó mucho.

El año de la Vaca me costó porque es un libro complicado, tuve que hacerme un esquema de la historia para no perderme, pero llegado un punto lo terminé. No fue un libro al que volví una y otra vez. En cambio, con éste que te cuento... fue peor. Ahora está en un concurso. Para mí en parte los concursos son la mejor manera de llegar a ciertas editoriales. Te leen y aunque no ganes tal vez te publiquen.

—¿Cómo surgió la "Vaca", ese personaje que no tiene voz propia dentro del relato pero marca tan fuertemente la vida de los demás?

—Es el personaje que yo más conozco, por eso me fue más fácil no darle una voz y que quedase claro de todos modos.

—Es, tal vez, el personaje de la novela que más se llega a conocer pero a través del relato de los otros.

—Ese personaje y Laura, la más amiga, son para mí los más autobiográficos. La secundaria fue la peor época de mi vida; la pasé muy mal ahí. Después, en la Universidad, en cambio, la pasé muy bien. Pero en la época del secundario yo era muy diferente de mis amigos; bueno, no eran amigos, de mis compañeros. Estaba muy sola, completamente sola. El día que terminé quinto año todo el mundo lloraba y yo bailaba de contenta pensando que nunca más iba a volver a ese horrible lugar. Siempre fui una persona con mucha vocación, así que era muy buena estudiando, pero odiaba estudiar cosas que sabía que no iba a usar, que no me iban a servir: matemática, física, química. Con mis compañeros ni me hablaba, a las fiestas no iba. Mi primer novio lo tuve fuera de la secundaria, en un club al que iba. Entonces la "Vaca" es un poco como era yo... yo no era gorda, ésa es la única diferencia. Era un palito. A mí me llamaban "pato", pero no "pato" por Patricia, sino porque, según ellos, "caminaba como un pato". Lo que tiene la "Vaca" es que sabe cómo defenderse, yo no tenía cómo defenderme. Además, ella es más inteligente de lo que fui yo, en el sentido de que se busca un grupo. En cambio, yo me aislé, no hice ningún esfuerzo por acercarme a alguien. Me rechazaban pero fue culpa mía también... ella no, ella lo supera.

—Incluso los demás la van a buscar a ella.

—Claro. En realidad, el libro fue una forma de arreglar mi propia historia. A mí me hubiera gustado terminar la secundaria más como parece que la va a terminar la "Vaca". Yo no la terminé así. Por eso, me parecía que si yo dejaba hablar a este personaje, iban a salir mucho mis sentimientos, mi bronca. Cuando le llevé el libro a Canela, ella me dijo "a mí me encanta como está, pero ¿no te parece que ella tendría que hablar?" Y yo le contesté segura: "no, ella no puede hablar, no va a hablar". Además, yo soy muy emocional, tiendo a dejarme ir y no convenía con este personaje. Cuando me dieron el premio de ALIJA (5) dije que el libro juntaba dos cosas: por un lado, el tema de los hijos de desaparecidos y por el otro, para mí exorcizó lo que viví en el secundario, sacó esa experiencia espantosa para afuera.

—¿Cuáles son tus influencias y preferencias literarias?

—Mis influencias son más de literatura de adultos, porque es la que yo estudio. No leo mucha literatura para chicos. Tengo por supuesto una gran influencia norteamericana: a mí Faulkner y el punto de vista me interesan mucho. Y tengo también mucha influencia —eso se está notando cada vez más en mi literatura porque estoy dejando que se note— de lo que yo más estudio, que es la literatura india estadounidense. Por concepción del mundo, por esa visión holística de que todo está relacionado con todo y nada es tan fragmentario como se quiere hacer pensar desde el posmodernismo. Ese tipo de concepción me ha influido mucho. En el libro que apareció en Ediciones SM, que se llama Los Cuatro de Alera (6), ahí sí tengo influencias muy directas de ese tipo de visión del mundo. Es un libro fantástico, un libro de magia, pero nada que ver con Harry Potter, que a mí no me gusta. Graciela Cabal decía que nunca se deprimía tanto como cuando veía un libro que le gustaba mucho y pensaba "yo no lo escribí". Bueno, Harry Potter no es un libro del que yo pudiera decir con pena "qué lástima que no lo escribí" (risas). El libro Los cuatro de Alera pertenece al género fantástico y yo se lo dedico a mis hijos y a dos personas que no conozco: una es Ursula K. Le Guin, a mí la magia de ella me fascina, Un mago de Terramar (7) es un libro que me encanta, es una adicción para mí y mi novela está de ese lado. Y la otra influencia es la de Liliana Bodoc, que también me encanta. Sus libros se los he leído a mi familia en el auto, estamos todos esperando con impaciencia el tercero, para que lo lea en voz alta (8). Cuando me fui a Estados Unidos estábamos terminando el segundo, lo terminé dos días antes de irme y mi marido y mi hijo me dijeron "no te vas si no lo terminás". Y yo se lo dedico a ellas. El género fantástico a mí siempre me gustó, no la ciencia ficción. De ciencia ficción me gustan solamente ciertas cosas. Mi marido es muy entusiasta de la ciencia ficción y yo empecé a leer ese género por él y también porque traduje. Pero me gusta más la fantasía. Nunca me había animado, hasta ahora. Yo siempre tendía más hacia el realismo. Una de las cosas que más me emocionaron fue cuando Susana Aime, de Ediciones SM, me dijo: "se parece a Ursula K. Le Guin". Ése fue un piropo lindo para mí. Tengo otras influencias pero no son tan directas. Leo mucho a José Saramago, pero hay cosas que yo no haría, no podría hacer o no me salen así. En realidad mis influencias son más ideológicas que literarias. No es el caso de Ursula K. Le Guin y Liliana Bodoc: ahí sí yo podría decir que son claramente literarias, aparte de ideológicas porque tenemos una visión parecida. El año de la Vaca tiene una obvia influencia de punto de vista de Faulkner, pero a otro nivel, con chicos más chicos, no es Mientras agonizo ni quiere serlo tampoco. Pero creo que, en general, mis influencias son más ideológicas que literarias.

—Un tema recurrente en tu literatura tiene que ver con el ritmo acelerado que se vive en la ciudad y la imposibilidad de adaptarse a ella. El panadero que busca un lugar donde dejar su pan (9), el picaflor mojado al que hay que llevar al campo (10). En cuentos de adultos tuyos también hay personas que se sienten "incómodas" en la ciudad, mientras que en el campo encuentran su lugar. ¿Por qué es tan difícil para tus personajes permanecer en la ciudad?

—Porque lo fue para mí. A esta altura ya no podría volver al campo porque son muchos años, pero yo viví hasta los seis años en Santa Fe, en el campo, donde no había luz eléctrica ni agua corriente. Un campo verdadero y para mí eso fue el paraíso. Yo no viviría en la Capital ni loca, porque por más que me gusta ir al cine, a una exposición, necesito tener animales cerca. Sin animales no puedo vivir. Mi perra murió en el año 2000 y al mes ya tenía otra. He llegado a tener ocho animales en casa. Ahora estamos con dos nada más y los chicos me dicen "mamá, no tenemos bichos" (risas). A mí me hace mucha falta la relación con el verde. La ciudad me parece un lugar poco saludable. Mi hermano se ha ido a vivir a Sierra de los Padres, en Mar del Plata. Yo no sé si podría irme muy lejos, tampoco querría dejar de dar clases, pero necesito un lugar intermedio. Un lugar como Lomas de Zamora (11), donde pueda tener una casa. En departamento no viviría. Viví cuatro años de mi vida en departamento y fue muy feo para mí. Me iba todos los días a la casa de mi mamá y volvía a la noche a dormir. Disfruto mucho la ciudad, pero me sigue pareciendo un lugar poco agradable para vivir. Yo no soy arquitecta, pero cambiaría esto de una manera enorme. Necesito pájaros, campo, saber las estaciones del año... me parece que la gente en la ciudad no se entera ni si es primavera, verano, invierno. Yo siempre lo sé, más allá del frío, por las hojas de los árboles. Las tipas se quedan verdes en invierno y se le caen las hojas en septiembre, yo lo noto. Creo que viene de ahí: eso es muy autobiográfico.

—¿Qué se descubre "mirando para arriba"?

—Las tipas, por ejemplo... Yo suelo llevarme a todo el mundo por delante por mirar hacia arriba (risas). Los ciclos de los árboles los llegás a saber así. Recuerdo que hay un guinko enorme en la plaza Constitución; yo paso por ahí constantemente. Hay un momento en otoño, fines de mayo, que se pone como se ponen los guinkos: de color oro. No dejo de mirarlo. Y me acuerdo que una vez, cuando bajé del colectivo y dije —yo hablo en voz alta además (risas)— algo así como "qué lindo, qué hermoso que está" y el tipo que estaba atrás mío lo miró, se quedó sorprendido, se dio vuelta y me dijo "gracias", porque no lo había visto, y no lo iba a ver seguramente. Yo siempre hago eso. O mirás un balcón y te encontrás una historia: ves un perro encerrado haciendo algo que te llama la atención. Trato de mirar para arriba. Tengo ciertos árboles de la ciudad que los voy a ver o que cuando pasa el colectivo por ahí miro especialmente. Yo me tropiezo, me caigo en un pozo, me choco con la gente (risas). Soy muy atropellada en la calle, porque trato de no perderme esas.

—En Lo que cuentan los iroqueses (12) aparece esta idea de que contar historias es un acto sagrado, imprescindible, fundamental. ¿Te parece que eso se ha perdido un poco hoy en día?

—Creo que ya se perdió. La concepción de literatura que tienen los escritores para mí más conocidos —de Estados Unidos seguro, de acá también pero no me animo a decirlo tanto porque no leo tanta literatura argentina— después de la década del '70, del '80 para acá es una concepción que no tiene nada que ver con eso. Una concepción en la cual la literatura es un juego, donde todo es algo muy lúdico; y la literatura contemporánea, además, se mira el ombligo, es una literatura sobre literatura, una metaliteratura. A mí no me interesa la literatura así y algunos me han dicho que actualmente es un escándalo decir eso. Yo primero pienso el tema y después se me ocurre qué contar. La literatura que me interesa a mí es más utilitaria. A mucha gente le parece espantoso, porque es poner a la literatura en un rol secundario, de herramienta.

Hubo una vez un concurso de cuentos que organizó Amnesty International. Salieron diez ganadores (entre ellos, creo, no estoy segura, que el primer premio fue de Esteban Valentino); se eligieron diez más y se hizo una antología (13). Ahí había un cuento mío que después de muchos años volví a publicar en Cuentos de la brújula (14), un libro que salió hace poco. Cuando supe del concurso, yo no tenía un cuento escrito. Lo que hice fue pensar "de los derechos del chico, ¿qué quiero decir?". Primero pensé que quería hablar de cómo la sociedad desaprovecha chicos que tienen talentos increíbles porque no los educa, porque no les da de comer o porque se mueren jóvenes. Después se me ocurrió lo de la elefanta y pensé en qué cosa podría darle a la manada que los demás no sabían. O sea, primero pensé el tema y después vino la historia. Yo creo que eso se ha perdido y en general los escritores dicen exactamente lo contrario y se escandalizan con esa opinión pero así escribo yo muchas veces. Me gusta esa idea de los iroqueses, que no es mía. En realidad, el libro de los iroqueses es un libro distinto, porque está basado en investigaciones. Pero la concepción de historia que tienen los indios es una de mis grandes influencias. La historia tiene que ser útil para algo; no es una historia por la historia misma. Hay historias por las historias mismas que me encanta leer, pero yo no escribiría así. Yo escribiría con una idea más sagrada y más utilitaria de la literatura.

—¿Qué tema no tocarías en un libro para chicos, para adolescentes?

—No es un tema: hay dos cosas que no haría para chicos, para jóvenes no sé. Jamás haría un final infeliz. Estoy absoluta y totalmente en contra de eso. Haría muchos finales infelices para adultos, pero no para chicos.

—¿Pensás en chicos de hasta qué edad?

—Hasta la adolescencia. Diez, once años. A mí me lastimaban mucho partes de libros que eran muy tristes. Leí los cuentos de Álvaro Yunque y nunca le perdoné a mi mamá haberme comprado ese libro. Me hizo mucho daño: yo no estoy de acuerdo con eso. No lo hago, nunca vas a encontrar que un libro mío de chicos termine mal. Puede haber cosas malas en el medio, pero no un final. Ésa es una cosa. La otra cosa que no haría sería escribir cuentos de terror para chicos. No me gusta el terror, no lo disfruto ni lo elijo para mis chicos. Me parece que hay demasiado terror en la vida como para buscarlo fuera de ella. No lo digo en un sentido de censura... me pregunto qué haría yo si fuera editora; probablemente no lo editaría. No me parece que haya que prohibir libros de terror o los que terminan mal: simplemente yo no lo haría. Para jóvenes no sé... De todos modos, pienso que si hasta los dieciocho uno recibe libros donde las cosas terminen más o menos bien, es mejor. Es una época demasiado depresiva como para andar deprimiéndola más. O tal vez lo fue para mí. Sé que hay mucha gente que lo hace y que incluso está bien visto, es una novedad. No es tanto que yo no pondría tal o cual cosa... en este libro que mandé al concurso hay una violación. Pero tiene que haber una solución y una superación de eso. Yo soy capaz de ponerte algo así, pero no al final. Si ésas son cosas que le pueden pasar a una chica de quince años, no veo por qué una chica de quince no puede leerlas. No me parece que haya temas prohibidos, pero hay ciertas cosas que no haría. No escribiría un libro donde el protagonista muere. Me parece muy espantoso para un chico. ¿Alguien de alrededor que muera? Sí, puede ser, no es que la muerte no exista. Recuerdo lo que decía el pediatra de mis hijos: en un libro para chicos, a él no le parecía mal que muriera un abuelo, pero sí el chico.

—Si tuvieras que elegir tres palabras con las cuales definir tu obra, ¿cuáles elegirías?

—Por un lado elegiría... naturaleza. Por el otro lado elegiría grupo, a mí me gustan los libros donde hay más de un héroe. También es probable que eligiera la palabra poética, me gustan mucho las descripciones poéticas, darle vueltas a las palabras. Sin eso la literatura no me interesa demasiado.


Fabiana Margolis (fabimargolis@hotmail.com) es Licenciada en Letras, egresada de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Formó parte del GETEA (Grupo de Estudios de Teatro Argentino e Iberoamericano) donde realizó trabajos de crítica e investigación sobre teatro infantil. Próximamente, la editorial Libresa, de Ecuador, publicará su libro Sueños con gusto a frutilla, recomendado por el Jurado del Concurso Internacional de Literatura Infantil "Julio C. Coba".


Notas de Imaginaria

(1) Averbach, Márgara. Solo y su sombra. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1998. Colección Pan Flauta. Ilustraciones de Jimena Tello.

(2) Eugenides, Jeffrey. Middlesex. Barcelona, Editorial Anagrama, 2003.

(3) Averbach, Márgara. Cuarto menguante. Buenos Aires, Editorial Emecé, 2003. Colección Cruz del Sur.

(4) Averbach, Márgara. El año de la Vaca. Ilustraciones de Enrique Ranzoni. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2003. Colección La pluma del gato/Juvenil.

(5) El año de la Vaca fue distinguido con el premio "Destacados de ALIJA" 2004, en la categoría "Novela juvenil".

(6) Averbach, Márgara. Los Cuatro de Alera. Ilustración de tapa: Poly Bernatene. Mapas, planos y viñetas interiores: Tania de Cristóforis. Buenos Aires, Ediciones SM, 2004. Colección El Barco de Vapor, Serie Roja.

En Imaginaria se publicaron dos capítulos de esta novela, en esta dirección.

(7) Le Guin, Ursula. Un mago de Terramar. Barcelona, Ediciones Minotauro, 1984. Las otras novelas de la serie "Los libros de Terramar" son Las tumbas de Atuan, La costa más lejana y Tehanu. El volumen Los cuentos de Terramar (Barcelona, Ediciones Minotauro, 2002) reúne cinco cuentos de Ursula Le Guin que exploran y extienden el mundo de Terramar.

(8) Márgara Averbach se refiere a los tres libros de Liliana Bodoc que componen "La saga de los confines": Los días del Venado (Bogotá, Grupo Editorial Norma, 2000. Colección Otros Mundos), Los días de la Sombra (Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2002. Colección Otros Mundos) y Los días del Fuego (de próxima aparición).

(9) Averbach, Márgara. Panadero en la ciudad. Ilustraciones de Sergio Kern. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1995. Colección Pan Flauta.

(10) Averbach, Márgara. Cuento "El invierno del picaflor", incluido en el libro Los exploradores (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2000; colección Pan Flauta).

(11) Localidad del Gran Buenos Aires.

(12) Averbach, Márgara. Lo que cuentan los iroqueses. Ilustraciones de Alejandro Ravassi. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2001. Colección Cuenta América.

(13) Márgara Averbach se refiere a la antología Te cuento tus derechos (Buenos Aires, Amnesty International Argentina, 1997). En ella se incluye su cuento "Detrás de las lluvias" y el Primer Premio del concurso mencionado fue para Esteban Valentino por el cuento "Pobrechico" (publicado en Imaginaria), incluido en el libro Pahicaplapa (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1996. Colección Pan Flauta).

(14) Averbach, Márgara. Cuentos de la brújula. Ilustraciones de Paula Spritz. Buenos Aires, Editorial Santillana, 2003. Colección Leer es genial; Serie Cuidar y querer.


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