126 | Foto de David WapnerFICCIONES | 14 de abril de 2004

Gatos

por David Wapner

Cuando salimos del departamento que alquilábamos en Buenos Aires, rumbo a la casa de unos familiares que sería nuestra última estación en Argentina, miré por la ventana del taxi en que viajábamos, cada una de las cosas que iba dejando atrás: tachos de basura, el nuevo "estadio" de Argentinos Juniors, árboles plátano, y pensé: "esto no lo voy a ver más; nos vamos del país, que es, casi, como despedirnos del mundo". Yo sabía que esto no era así; en realidad, era un modo de protegerme a mí mismo para no pensar en lo que de veras me dolía: emigrábamos con Chiflón, nuestro perro, pero se quedaban Yeli, la madre, y Caramelito, el hijo, nuestros gatos queridos. En pensión, en lo de buena gente, con otros gatos, con comida, atención veterinaria. Pero sin nosotros, eso es lo que cuenta y eso es lo que cuento. Golpe a la manada, o cómo se quiera llamar a nuestro grupo familiar mixto, humano-animal. No pudimos llevarlos a ellos y, por lo tanto, afrontábamos un futuro en donde el equilibrio logrado se quebraría: ya no habría mayoría de cuadrúpedos en nuestra casa.

Sin embargo, la vida te hace creer que hay compensación. Pampa no, desierto si. ¿Te perdiste la tormenta de Santa Rosa?: tenés para desecarte el viento Sharav. Beer-Sheva, la capital del desierto del Neguev, es decir, de todo el sur de Israel, nos proveyó de un entorno bien surtido de gatos. Organizados en barrios, cuyas unidades habitacionales son contenedores de basura verdes, parecidos a lanchas de desembarco, miles de "jatulim" suben, bajan, se espantan, cruzan las calles, se te acercan, te piden. Ellos fueron los que nos advirtieron antes que nadie, "la vida es dura aquí, piénsenlo dos veces". Son sabios, conocen el mundo y este sitio mejor que nadie. Cuando hace 4.000 años el gato doméstico original emigró desde su patria, Egipto, para desparramarse y multiplicarse por Oriente y Occidente, una de sus primeras paradas habrá sido, sin duda, esta ciudad, o lo que haya sido por aquellos tiempos Beer-Sheva. Si en Beer-Sheva podría rastrearse la simiente de lo que alguna vez se convertiría en el "ala semita" de la civilización occidental, esto es, la cultura judeo-cristiana-musulmana, ¿por qué no buscar aquí el punto de partida de la expansión universal de los gatos? El periplo de Abraham, desde Irak a Canaán, de Canaán a Egipto y de allí otra vez a Canaán, para asentarse en Beer-Sheva, debió de estar acompañado por gatos. Beer-Sheva quiere decir "pozo del pacto" o "pacto de los pozos": Abraham pactó con el rey filisteo Abimelej, la utilización, por su rebaño y su familia, de siete estratégicos pozos de agua que había en la zona. El precio de la transacción: siete ovejas para el jefe local. Y, aventuramos: otros tantos gatos que se habrán colado. Hoy, de esas fuentes de agua, sólo queda un aljibe, más simbólico que real. El agua dulce se evaporó de aquí. Lo peor que nos sucede en ésta, la ciudad actual, donde hasta los cimientos de las edificaciones son regados por goteo, para evitar que se sequen y desplomen, es ver cómo los gatos mueren una y otra vez atropellados por automóviles que se les cruzan, fatales, en su camino. Sufrimos, ante este espectáculo insufrible. ¡Qué destino el del gato, víctima de las calles veloces, que se oponen a las suyas propias, transversales, inesperadas, no compatibles con sus impulsos!

Aún así, el gato prospera aquí. A pesar de la falta de agua —los gatos beben, aunque muchos no tengan muy en claro este aspecto crucial de sus vidas—, todos los días nacen nuevas camadas que, a pesar de las bajas que de seguro las tendrán y diezmarán sus familias, agregan nueva sangre a una población que aumenta y se expande. Siempre habrá un gato dispuesto a ofrecerse a entrar a tu casa, permitir que le des de comer e intentar convencerte de que la vida en contenedores de basura no es vida. Una vez adentro, si es que logró que lo albergues aunque fuere en forma temporaria, te trabajará la moral para que entiendas de una vez por todas la verdad: la vida adentro, protegida por paredes tampoco es vida; deberás dejarlo salir, porque la vida verdadera está del otro lado de la puerta de calle. Cuando creíste comprender bien estas razones, entonces el gato de Beer-Sheva, que es el Gato del Mundo, te hará saber que no entendiste nada: la vida no vale nada sin comida, sin un plato caliente, sin cobijas, y llorará, gemirá, hasta que te rindas y lo hagas entrar, le des refugio tal cual él reclama, y entiendas por fin, y para siempre, que abandonaste a tus gatos en un pensionado, y que nunca jamás debiste hacerlo.

Beer-Sheva, Israel, circa 2000.

Texto publicado originalmente en el suplemento literario del diario El Cordillerano (San Carlos de Bariloche, provincia de Río Negro, Argentina) y reproducido en Imaginaria por gentileza y autorización de su autor.


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