219 | EVENTOS | 7 de noviembre de 2007

"Cuando leo algo y me apasiona, ese escritor es para mí como un hermano lejano."

Entrevista con Fernando Sorrentino

por Fabiana Margolis

Foto de Fernando Sorrentino"Me gusta cuando en las historias hay imaginación y pasan cosas. Cuando leo algo y me apasiona, ese escritor, aunque él no lo sospeche, es para mí como un hermano lejano."

El escritor Fernando Sorrentino —sobre quien también publicamos en este número un informe biográfico y bibliográfico—, en diálogo con nuestra colaboradora Fabiana Margolis, reflexionó sobre su obra y sobre distintos temas relacionados con la literatura y los libros para chicos y jóvenes.

Fernando Sorrentino nació en Buenos Aires en 1942. Es profesor en Letras y ejerció muchos años la docencia. Reconocido por su amplia trayectoria como escritor, entre sus obras figuran libros para niños, adultos y también dos volúmenes de entrevistas a Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.

Sostiene que le gustaría ser recordado como un hombre que contaba historias que no aburrían y que muchas veces tenían sentido del humor. "Mi propósito es no aburrir, porque yo me veo siempre como lector y como tal nunca he podido digerir un libro que me aburriera. Mucho menos ese tipo de narrativa experimental, donde no se cuenta ninguna historia. No me gusta como lector, mucho menos podría escribirla y muchísimo menos, como diría Borges, «inferirla al desprevenido lector»".

Para Sorrentino, el humor —como el amor, la tragedia, las pasiones— es un elemento más de nuestra existencia. Y por eso no se abstiene de él al escribir, sobre todo en "la literatura destinada a seres sin duda más alegres —por ahora— que nosotros".

Asegura que nunca escribe como si fuera un trabajo y que, si empieza a hacerlo y el texto se le subleva, lo abandona. "Escribo cuando veo que tengo fluidez y me gusta lo que está saliendo. Ése sería mi método de trabajo: dejarme llevar por la facilidad, porque cuando encuentro obstáculos, como dicen los políticos «doy un paso al costado», y lo dejo".

—¿Cuál fue el primer libro que escribiste para chicos?

PortadaCuentos del Mentiroso (1), que es del año '78. Después se produjo un larguísimo paréntesis, hasta que en el '95 publiqué La recompensa del príncipe en la colección Alta Mar, de la Editorial Stella.

—En una entrevista dijiste que empezaste a escribir para chicos debido a "una especie de ataque de soberbia". ¿Cómo eran aquellas historias de literatura infantil escritas por señoras "muy infatuadas" de las que vos querías diferenciarte?

—No era que "quisiera diferenciarme": lo que ocurre es que me inspiran sonrisas las personas que se toman a sí mismas demasiado en serio. Por aquellos años (1977/1978) yo era empleado de la editorial Plus Ultra y ostentaba allí el pomposo cargo de Jefe de Prensa, aunque mi salario se hallaba posiblemente varios puntos por debajo de la línea de indigencia de aquella época. Se habían publicado muchos libros infantiles en varias colecciones dirigidas por María Hortensia Lacau (una persona, ya fallecida, a la que le guardo gran agradecimiento y afecto). Algunos libros (o todos) serían buenos, no digo que no, pero, cierta vez en que se realizó una especie de reunión social, me causó gracia que llegaran casi todas las autoras peinadas de peluquería y dándose grandes aires. Yo tengo cierto espíritu satírico y, al escucharlas hablar entre ellas, parecía que en un lugar estuvieran conversando Dante Alighieri con Cervantes y, un poco más lejos, Shakespeare con Goethe, etcétera. En fin, hojeé algunos de esos libros y pensé que también yo podía llegar a escribir ese tipo de relatos. Así nació Cuentos del Mentiroso .

—Cuando escribís, ¿cómo es tu día de trabajo?

—Mi método es el de la reescritura: escribo la primera vez a toda velocidad, porque lo que quiero es tener material tangible. Mientras avanzo voy tergiversando mi idea primitiva —modifico los lugares e inclusive los personajes van cambiando de nombre—; jamás logro escribir lo que yo quería escribir: mi propio texto me gobierna y me da órdenes. Cuando llego al final, tengo la idea mucho más clara porque la puedo leer en el papel. Entonces empiezo de nuevo, pisando terreno más seguro. Una vez que tengo la primera redacción la dejo "en remojo" ocho, diez días, para olvidarla un poco, y la vuelvo a leer, la corrijo y la reescribo de punta a punta. Ese trabajo lo hago unas cuantas veces. La tarea agradable es la de la reescritura, y la desagradable, la de la primera redacción. Cuando tengo la suerte de que se produzcan reediciones, siempre algo modifico: como ocurre con el Diccionario de la Real Academia, cada nueva versión anula a las anteriores.

—¿Quién es el primero al que le mostrás lo que escribís?

—Nadie. Ni siquiera en mi época paleolítica. Me doy cuenta de que, si muestro mi escrito, es para que los demás opinen. Y esas opiniones me van a confundir. Prefiero razonar yo solo y no ser influido por nadie. Digamos que me pongo un balde en la cabeza y no miro a ningún lado: busco la solución por mí mismo. Sin embargo, en mis primeros años de profesor del secundario, recurría a un pequeño ardid: les leía a los chicos un cuento mío y, mientras leía, con el rabillo del ojo miraba las reacciones. Si yo había escrito algo que consideraba gracioso y nadie se reía, pensaba "Aquí fracasé". O, si les veía caras de aburridos, me daba cuenta de que debía agilizar un poco.

—¿Cuáles son tus preferencias e influencias literarias?

—Partamos de la base de que la literatura narrativa no es otra cosa que "el arte de contar mentiras". Ahora bien: hay mentiras aburridas y mentiras interesantes; a mí me atraen estas últimas.

Por tal motivo, me gusta cualquier narración que no sea "realista" en el mal sentido de la palabra, lo que no significa que necesariamente tenga que ser "fantástica". Por ejemplo, hace muy poco releí David Copperfield; entonces, y a pesar de los deslices típicos del siglo XIX (casualidades, melodramatismo, cierta sensiblería), estoy por completo convencido de que Dickens era un genio. Si bien David Copperfield no es una historia fantástica sino más bien "realista", ocurren en ella tantas peripecias tan creíbles, con tanta riqueza de detalles y de pormenores, y la trama entera es tan interesante, que es imposible no fascinarse con la lectura de esas mentiras.

Otro que me influye y me apasiona es Kafka, al que releo continuamente porque aprendo y me deslumbro: ahora mismo estoy a punto de terminar la enésima lectura de El proceso . Que yo sepa, Kafka es el mejor narrador de todos los tiempos y de todos los países.

Me gustan todos los autores que han hecho uso de la imaginación: Poe, Wilde, Stevenson; incluso esos autores que se consideran menores como Rider Haggard o Conan Doyle. De los argentinos admiro a Borges, a Cortázar, a Marco Denevi (éste, injustamente postergado por la temerosa "crítica oficial").

No me interesa la literatura de carácter social o de protesta o costumbrista. Esas páginas plúmbeas me cansan, me aburren mucho, se parecen más o menos a las noticias del diario o de los informativos de la televisión. Me gusta cuando en las historias hay imaginación y pasan cosas. Cuando leo algo y me apasiona, ese escritor, aunque él no lo sospeche, es para mí como un hermano lejano.

—Publicaste cuentos y novelas, tanto para adultos como para chicos. ¿Cuál pensás que es la diferencia (si es que hay alguna) entre escribir para chicos y para grandes? ¿Hay algún tema que no tocarías en un libro para chicos?

—Para empezar, escriba lo que escribiere, aunque sea un mail, trato de hacerlo del mejor modo posible. Trato de escribir de la mejor manera tanto para chicos como para adultos —que me salga bien es otra cosa—. La diferencia es la limitación: para adultos escribo lo que me da la gana y para niños tengo más restricciones. No puedo emplear una sintaxis demasiado compleja, con muchas subordinadas, con incisos, porque eso cansa y no siempre se lee de una mirada. Con respecto a los temas, hay cosas que no son adecuadas para chicos. No voy a poner —tampoco lo hago en mis textos para adultos porque no es mi veta— escenas sexuales, por ejemplo. Cuando escribo para adultos tengo libertad total; en cambio, cuando escribo para chicos tengo que mirar al costado del camino para no meterme en terrenos peligrosos.

Sí creo que la literatura —tanto para adultos como para chicos— debe ser literaria: no ética, ni social, ni metalúrgica, ni gastronómica, ni ningún otro atributo que le quieras agregar. No me gusta la literatura con "mensaje", ni ético ni no ético.

—Varios de tus libros, como Cuentos de don Jorge Sahlame y El Viejo que Todo lo Sabe, retoman historias tradicionales. ¿Cómo es el proceso de escritura de este tipo de relatos, donde hay una selección y una investigación previa?

Portada—Los dos casos son distintos. Cuentos de don Jorge Sahlame (2) estaba prácticamente servido porque son las historias de Las mil y una noches , que son excelentes. Lo que hice fue situarlas en la Argentina y hacer mención a personajes nuestros: don Bachicha, el Rulo, el Bocha. Pero El Viejo que Todo lo Sabe (3) es, en parte, una mistificación mía, porque yo inventé muchos de esos cuentos. Para documentarme, empecé a leer supersticiones y leyendas y mitologías, etcétera, y, como no tenía paciencia ni tiempo para llegar hasta el final y a veces esas informaciones eran muy aburridas, leía sólo un poco, como para tener una idea, Portaday después escribía los cuentos a mi manera. Algunos sí son reelaboraciones, como por ejemplo "El adivino y el político", basado en el ejemplo de "El deán de Santiago y don Illán de Toledo", de El conde Lucanor.

—¿Cómo surgió la idea de la nouvelle Costumbres de los muertos?

—Aquí podemos tocar el tema de cuando uno tiene la idea de un relato y no logra concretarla. Muy remotamente, allá por los años '63 ó '64, yo tendría veintiuno, veintidós años, y salía con una chica de Martínez. En una de las calles de esa localidad había una construcción curiosa: primero venía un enorme terreno inculto, con sólo algunos árboles y muchos yuyos, y al fondo de ese páramo estaba una casita diminuta con una lucecita. Había gran desproporción entre el tamaño descomunal del terreno y la pequeñez de la casita. Y, si la casita hubiera estado por completo a oscuras, no habría sido tan lúgubre como sí lo era a causa de la lamparita. PortadaEsta muchacha me dijo que un día había querido comprar nísperos a esa gente y ellos —según parece, personas de pésimo carácter— se ofendieron y la sacaron de allí poco menos que al trote. Pensé que podía haber peligro en trasponer la puerta de entrada. El hecho es que empezó a crecer en mí una idea: "¿Qué pasaría si yo entro ahí y la gente de la casita me toma prisionero y no me permite abandonarla más?". Esa idea —la de que alguien se metiera en una casa donde ocurrieran episodios extraños— estuvo dando vueltas mucho tiempo en mi cabeza. Finalmente, más o menos por 1990 (o sea unos treinta años más tarde), se me ocurrió largarme de otra manera y empecé con mis recuerdos del colegio, el asado de fin de año entre los profesores, y situé la historia en el mismo lugar, Martínez. Ese libro se publicó dos veces con títulos distintos; el que le puse originalmente, Crónica costumbrista, era el más adecuado, porque yo no quería brindarle al lector cierta información. Pero en la editorial Colihue consideraron que el título era poco atractivo y lo cambiamos por Costumbres de los muertos (4).

—Decís que lo que más te gusta de la literatura infantil es el contacto con el mundo de la fantasía y la libertad para delirar un poco. Yo pensaba en algunas de tus historias, como Cuentos del Mentiroso o Aventuras del capitán Bancalari donde el humor es generado a través de exageraciones, sorpresas o malentendidos. ¿A partir de qué elemento o situación surgen los argumentos para estas historias?

Portada—Creo que uno empieza a escribir y se le van ocurriendo cosas. Aventuras del capitán Bancalari (5) tiene un origen remoto: cuando yo tenía diez, doce años, enfrente de mi casa vivía un hombre al que le decían, por motivos obvios, "el Gordo Panceta". Era muy mentiroso y trabajaba de ordenanza en la Casa de Gobierno. Como, en aquella época feliz, los chicos pasábamos gran cantidad de horas en la calle y al aire libre, el Gordo Panceta era una atracción más de nuestro parque de diversiones callejero, y él, sentado en una silla que sacaba a la vereda, se sentía (y era) el centro de la atención al contarnos esas mentiras. Sin duda, tenía la alegría de fabular y, a su modo, era un artista de la palabra. Entonces, y según la versión de Panceta, cuando se produjo el golpe de septiembre del '55, Perón, ansioso, le pidió un consejo salvador: "¿Qué hacemos, González, ¿qué hacemos?". Imagino que, de todos modos, el Gordo Panceta no logró aportar la solución requerida por el presidente… En fin, Bancalari se originó en el recuerdo del Gordo Panceta, unos cuarenta y cinco años más tarde.

—¿Qué consejos le darías a un escritor que recién se inicia?

—Sobre todo, que lea muchísimo. Y que escriba y reescriba. Algunos ingenuos creen que una redacción es empezar en la primera palabra y terminar en la última. Eso es apenas el germen. Lo que digo es que, en términos futbolísticos, para escribir hay que transpirar la camiseta.

—¿Cuáles son tus futuros proyectos?

—Siempre estoy haciendo algo, pero no de una manera orgánica y metódica. Lo urgente y el azar me van manejando. Tengo la suerte de que últimamente me están traduciendo mucho a otras lenguas y, como en este aspecto soy bastante obsesivo, quiero revisar todas las traducciones. Eso me lleva muchísimo tiempo. Lo que ha tenido de bueno es que de esta manera advierto errores míos. A veces también alguna editorial me pide un cuento para una antología o para un libro de texto, y le doy un cuento ya escrito: no puedo escribir "a pedido". Pero lo cierto es que no estoy escribiendo algo de manera metódica.

—Si tuvieras que elegir tres palabras para caracterizar tu obra, ¿cuáles elegirías?

—Deseo que sea humorística, espero que sea divertida y espero también que sea imaginativa. Y lo que más deseo es que no aburra.


Notas de Imaginaria

Portada(1) Sorrentino, Fernando. Cuentos del Mentiroso. Ilustraciones de Viviana Barletta. Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1978. Colección Tejados Rojos, El Altillo; Serie para leer y contar. Reeditado por el Grupo Editorial Norma (Buenos Aires, 2002; colección Torre de Papel, serie Torre Amarilla), con ilustraciones de Istvansch.

(2) Sorrentino, Fernando. Cuentos de don Jorge Sahlame. Reelaboración libre de cuentos de Las mil y una noches. Ilustraciones de Tabaré. Buenos Aires, Ediciones Santillana, 2001. Colección Leer es genial, Serie Ayer y siempre.

(3) Sorrentino, Fernando. El Viejo que Todo lo Sabe. Reelaboración libre de cuentos tradicionales. Ilustraciones de Andrés Martínez Ricci. Buenos Aires, Ediciones Santillana, 2001. Colección Leer es genial, Serie Ayer y siempre.

(4) Sorrentino, Fernando. Crónica costumbrista. Buenos Aires, Ediciones Pluma Alta, 1992. Reeditada con el título de Costumbres de los muertos, con ilustraciones de Gustavo Damiani. Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1996. Colección La Movida.

(5) Sorrentino, Fernando. Aventuras del capitán Bancalari. Ilustraciones de Pablo Zweig. Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 1999. Colección Infantil Alfaguara, Serie Naranja.


Foto de Fabiana MargolisFabiana Margolis (fabimargolis@hotmail.com) es Profesora y Licenciada en Letras, egresada de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Formó parte del GETEA (Grupo de Estudios de Teatro Argentino e Iberoamericano) donde realizó trabajos de crítica e investigación sobre teatro infantil. Es autora de Sueños con gusto a frutilla (Quito, Libresa, 2004), novela recomendada por el Jurado del Concurso Internacional de Literatura Infantil "Julio C. Coba" y, con el cuento "Te espero abajo, tiburón", obtuvo el Segundo Premio en el Concurso Internacional de Cuentos para Niños de Imaginaria y EducaRed. Por su cuento "Piedra libre para la sombra" recibió una mención en el Concurso de Literatura Infantil organizado por la Biblioteca Pajarita de Papel. Actualmente colabora con Imaginaria, escribiendo reseñas y entrevistando a reconocidos autores del campo de la literatura infantil y juvenil. Además, realiza críticas y comentarios literarios para la revista española Educación y Biblioteca.


Artículos relacionados: