218 | RESEÑAS DE LIBROS | 24 de osctubre de 2007
El reloj mecánico

PortadaPhilip Pullman
Ilustraciones de Peter Bailey.
Traducción de Carmen Netzel.
Barcelona, Ediciones B, 1998. Colección La escritura desatada.

por Raúl Tamargo

La fabricación de una criatura que puede cobrar vida es un tema que tiene una larga tradición: el Gólem de la literatura judía, el Frankenstein de Mary Shelley, el Pinocho de Carlo Collodi, el hombre bicentenario, de Isaac Asimov... (*).

El reloj mecánico es una novela dirigida a un público infantil inscripta en esa tradición. Lo interesante del texto es que, sostenido por un ritmo argumental intenso (como en el caso de sus antecesores), nos habla de muchas otras cosas.

La primera parte está ambientada en una posada, en la ciudad de Glockeheim. Hay dos personajes centrales: Karl, aprendiz de relojero y Fritz, joven escritor que acostumbra a narrar historias a los visitantes de la posada. Es tradición en Glockeheim que cuando un aprendiz concluye su etapa de servicio agregue una nueva pieza al reloj de la plaza. Hay allí más de cien figuras que giran lentamente. Karl debía presentar su figura mecánica la mañana siguiente pero no había trabajado para ello. "Tenía miedo de fallar, de manera que nunca lo intentó de verdad", nos dirá Pullman en uno de los apartados o recuadros de los que se vale a lo largo del libro para consignar sus digresiones.

Fritz ha escrito parte de la historia que contará esa noche, dejando librado el final a sus dotes de improvisador. La historia lleva el mismo título del libro de Pullman y cuenta que el príncipe Otto y su hijo Florian regresaron de un viaje de caza de un modo muy extraño. El padre muerto condujo el trineo que los trajo de regreso gracias a un mecanismo de relojería injertado en el lugar del corazón; artilugio que le permitió subir y bajar un brazo, de modo que pudo azotar a los caballos con la pértiga. El niño llegó sano. El médico real que realizó la autopsia sospecha de un famoso relojero llamado Kalmenius. En este punto del relato oral que Fritz ofrece a los parroquianos, entra a la posada un hombre que se presenta como el Doctor Kalmenius. Su imagen se corresponde exactamente con la descripción de Fritz. Éste huye, aterrorizado. Poco a poco, los asistentes a la tertulia se van y quedan solos el joven Karl y el doctor, quien le ofrece una pieza que trae consigo para que la suba a la torre de la plaza. Se trata del caballero Alma de Hierro, una figura magnífica pero que inspira terror y que se pone en movimiento cuando alguien pronuncia la palabra "demonio". Cuando esto ocurre, se dirige hacia la voz apuntándole con su espada. Sólo se detendrá si escucha cierta melodía. Karl acepta el ofrecimiento y se va a preparar el sitio para su figura. Entretanto, Gretl, la hija del posadero, impresionada por la historia de Fritz, no puede dormir y decide bajar a la sala en la que está Alma de Hierro. Pronuncia accidentalmente la palabra maldita y la figura de metal se activa, levanta la espada, y avanza hacia ella...

Generada la tensión y llevada al punto máximo, el autor nos deja aquí y pasa a otra cosa. La segunda parte tiene ya a un narrador más tradicional, a la manera de los de los cuentos maravillosos. Nos relata la historia que comenzara Fritz. Revela los detalles. El príncipe Florian es también una creación de Kalmenius. Lo fabricó a pedido de Otto, ya que el niño verdadero había muerto poco después del parto y la corona quedaría sin descendencia. Para que pudiera sobrevivir debía recibir el implante de un corazón humano. Otto ofreció su vida y el relojero dispuso el mecanismo que le permitió conducir el trineo de regreso al palacio. El niño estuvo sano por un tiempo pero luego comenzó a deteriorarse a causa de una extraña enfermedad y el autor lo abandona en el bosque, para retomarlo en la tercera parte.

Esta última parte de la novela comienza cuando Gretl, amenazada por Alma de Hierro, vuelve a escena. El príncipe Florian, que aparece en la posada, silba la melodía y la salva. En un juego de escenas habitual en el teatro, Pullman saca de la posada a Gretl, quien sale en busca de Fritz (con el objetivo de oligarlo a concluir la historia que comenzó a contar) y hace entrar en ella al aprendiz Karl, de modo que ambos tienen contacto con las figuras mecánicas pero no simultáneamente.

El aprendiz, cuando descubre a Florian, se arrebata de ambición. Pretende instalar a éste en la torre y usar como arma a Alma de Hierro. El autor entonces, decide matarlo. Y se lo cuenta al lector en uno de los recuadros: "No hay manera de evitarlo. Si pudiera, salvaría al infeliz, pero se le ha dado cuerda a la historia y todo debe salir a la luz. Me temo que Karl se merecía acabar mal...".

Es interesante destacar una vez más el uso de los recuadros. Toda vez que la voz narrativa le impide al autor decir aquello que quiere decir, se vale de estas notas al margen, llenas de vigor ideológico o moral. Es en ellas donde nos hace saber lo que opina de sus personajes: "Fritz es así: inútil, como puedes ver. Bastante irresponsable...". Es en ellas donde se permite opinar sobre las razones de la belleza de las princesas; sobre los medios para conseguir lo que se desea y la aceptación del fracaso como posibilidad; sobre la ignorancia de los médicos. También en las viñetas, Pullman desliza cierto didactismo cuando explica las antiguas discusiones sobre la ubicación del alma; cierta apelación ética cuando dice "Siempre vale la pena comportarse con educación, incluso con las criaturas brutas.". Por último, los recuadros son también el espacio destinado a las únicas ilustraciones del libro. Construidas a la manera de los grabados alemanes, las mismas no hacen más que poner en imágenes escenas o personajes del texto.

Página del libro
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En más de una ocasión, es posible encontrar referencias a los procedimientos para la construcción de historias (sobre el suspenso y el miedo, por ejemplo); al concepto de verosimilitud, así como a la idea de que una vez creada una historia, es necesario respetar sus propias leyes. Por eso resulta interesante el modo que el autor encuentra para entrometer su voz, sin que la línea general de la narración se vea entorpecida o contaminada.

El suspenso, la crudeza, y cierta atmósfera siniestra condimentan una historia que por momentos parece reflejarse a sí misma como en un espejo. Las intromisiones de la voz, ya no del narrador sino del autor (o de un narrador que hace las veces de autor) y un final que podríamos llamar "feliz" ofrecen contención o amparo a un destinatario infantil que, si no los necesita, podrá utilizarlos para preguntarse sobre las diferencias entre ficción y realidad.


(*) Nota de Imaginaria: Para complemetar lo mencionado por el autor de la reseña, ofrecemos una bibliografía orientadora sobre los personajes y autores citados:

  • Bashevis Singer, Isaac. Gólem, el coloso de barro. Ilustraciones de Constantino Gatagán. Traducción de María Luisa Balseiro. Prólogo de Leopoldo Azancot. Barcelona, Editorial Noguer, 1983. Colección Cuatro Vientos.

  • Shelley, Mary W. Frankenstein. Traducción y prólogo de Antonio Tulián. Buenos Aires, Editorial Longseller, 2004. Colección Clásicos de Siempre.

  • Shelley, Mary. Frankenstein. Traducción de José Javier Maristany. Póslogo, notas y propuestas de trabajo: Laura Cilento y Paula Labeur. Buenos Aires, Ediciones Colihue, 2001. Colección Literaria LyC (Leer y Crear).

  • Collodi, Carlo. Las aventuras de Pinocho. Ilustraciones de Carlo Chiostri. Traducción de Guillermo Piro. Buenos Aires, Emecé Editores, 2002.

  • Collodi, Carlo. Las aventuras de Pinocho. Ilustraciones de Roberto Innocenti. Traducción de Augusto Martínez Torres. Madrid, Ediciones Altea, 1988. Colección Los álbumes de Altea.

  • Asimov, Isaac. El hombre bicentenario y otros cuentos. Traducción de Carlos Gardini. Barcelona, Ediciones B, 1994. Existe también edición de Clarín (Buenos Aires, 1997).


Foto de Raúl TamargoRaúl Tamargo (tamargora@hotmail.com) es poeta y narrador. Publicó un libro de poemas, Los otros cómo juegan (Buenos Aires, Ediciones A Capella, 1995) y colaboró en un ensayo sobre experiencias de talleres de escritura ( Las palabras son de todos, de Silvia Alvarez. Buenos Aires, Ediciones Juntos, 1991) dirigido a docentes de nivel primario. Fue redactor de la revista Una de C.A.L. y coordinó talleres de escritura para niños y adultos en Lobos, Carlos Casares y Buenos Aires. Integró el grupo de estudio La Nuez, en el área de la literatura infantil y juvenil. Con su novela Por la ventana de Sol, ganó el Concurso Internacional de Literatura Infantil "Julio C. Coba" 2001, que organiza la editorial Libresa, de Ecuador.


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