176 | LECTURAS | 15 de marzo de 2006

Portada de la edición de 1973Una torre de cubos para armar en libertad

 

La torre de cubos (1) de Laura Devetach salió al encuentro de los lectores en 1966. Publicado por Eudecor, la Editorial Universitaria de Córdoba, el libro contaba con un estímulo del Fondo Nacional de las Artes y los cuentos que lo integraban ya habían recibido distinciones en concursos literarios. Desde su aparición hasta 1976 la obra cosechó las mejores opiniones de la crítica en diarios provinciales y nacionales (Clarín, El Diario de Mendoza y La Prensa, entre otros). Pero a partir de ese año, la dictadura instalada en nuestro país fue cubriendo con un manto de censura y represión toda la vida cultural. Y los libros infantiles no iban a ser la excepción.

Como sostiene la periodista Judith Gociol (2) en el fascículo Un golpe a los libros (1976-1983): "Si bien las prohibiciones se instalaron en todos los frentes, hubo un espacio que el ojo del censor vigiló con firmeza: el de la literatura infantil. Los militares se sentían en la obligación moral de preservar a la niñez de aquellos libros que —a su entender— ponían en cuestión valores sagrados como la familia, la religión o la patria. Gran parte de ese control era ejercido a través de la escuela, tal como demuestran las instrucciones de la ‘Operación Claridad’ (firmadas por el jefe del Estado Mayor del Ejército, Roberto Viola), ideadas para detectar y secuestrar bibliografía marxista e identificar a los docentes que aconsejaban libros subversivos."

En el mismo fascículo, Laura Devetach recuerda esos tiempos oscuros: "La torre de cubos se prohibió primero en la provincia de Santa Fe, después siguió la provincia de Buenos Aires, Mendoza y la zona del Sur, hasta que se hizo decreto nacional. A partir de ahí la pasé bastante mal. Porque no se trataba de una cuestión de prestigio académico o de que el libro estuviera o no en las librerías. Uno tenía un Falcon verde en la puerta. Yo vivía en Córdoba y más de una vez tuve que dormir afuera. Finalmente nos vinimos con mi marido a Buenos Aires en busca de trabajo y anonimato. Durante todo ese período quise publicar y no pude."

Cercanos al trigésimo aniversario del golpe de estado del 24 de marzo de 1976, en Imaginaria quisimos armar nuestra propia torre de cubos con pequeños retazos —artículos, testimonios y otros fragmentos de esta historia—, dispersos en la memoria colectiva. Los cubos que ofrecemos para armar esta torre son las voces de los protagonistas. Voces cálidas, como la de la escritora que reflexiona sobre su obra, como la de la crítica que comenta el libro en un periódico, o como la del maestro que cuenta cómo se las ingeniaba para sortear la prohibición y así poder leer los cuentos a sus alumnos. Y también las otras voces, frías como el metal de los represores, muertas como la letra del decreto de prohibición. El juego consiste en que cada lector arme su propia torre con todos los cubos, con todas las voces. Una torre para la libertad, para la memoria, para el nunca más...

Roberto Sotelo


Primer cubo: algunas ideas sobre La torre de cubos

 

por Laura Devetach

Puedo dar ejemplos concretos de aspectos valorados y denigrados en La torre de cubos, a partir de 1965 (aún antes de que fuera publicado, ya que sus cuentos circularon y fueron considerados y premiados en concursos varios) y durante diez años, antes del Proceso Militar, que fue otra cosa. No quiero hablar sólo del poder y de la ideología militar ya que sus desgraciados mecanismos son hoy muy conocidos. A veces es bueno no perder de vista la presencia de un macarthismo solapado dentro de parte de la ciudadanía. Macarthismo que, en épocas del proceso, convivió con la resistencia, claridad de pensamiento y valentía de algunos sectores de la cultura, educación y de la sociedad toda.

Por eso cuando La torre de cubos se publicó nuevamente en 1984, encabecé el libro con un epígrafe que hoy recuerdo especialmente porque con el paso de los años tiene más significados. Y no dejo pasar ninguna oportunidad para reiterar mi agradecimiento y orgullo frente al mundo docente y de la comunidad que se apropió del libro y lo hizo circular en hojas de mimeógrafo. Destaco esto porque no eran épocas de fáciles fotocopias. El epígrafe decía: "A todas las maestras y todos los maestros que hicieron rodar estos cuentos cuando no se podía, ¡muchas gracias!"

En el siglo XXl las prohibiciones de los 60-70 pueden parecer anacrónicas, incomprensibles, faltas de vigencia. Me pregunto si en el mundo de la Literatura Infantil y Juvenil será totalmente así. Todos los días los autores nos enteramos de escamoteos y prohibiciones en escuelas y bibliotecas por personajes de turno que "defienden" a los niños.

Veníamos, tradicionalmente, con una literatura para los chicos de voz maternal, que respaldaba un paternalismo reglado desde afuera por valores de óptica adulta, estereotipados y previsibles. Cuando irrumpen voces distintas, hay reacciones. Muchos autores vivimos lo que aquí describo.

Luego: una vez más en el mundo, lo prohibido o peligroso fue lo diferente, lo que no entraba en el listado oficial de lo aceptado para decir a los niños, aunque en la vida real todo eso existiera.

No se aceptaban (¿aceptaban?) las libertades que propone el texto literario.

En La torre de cubos —entre otros libros— empieza a despuntar la óptica del niño, sus deseos, sus críticas, su participación. Aparecen también otras hablas: el uso del vos, o de palabras de la región como cascote.

Muchas veces quisieron corregir palabras o giros. Una vez que debía leer un cuento en Radio Nacional de Córdoba, me preguntaron:

"¿Usted se inscribe en la corriente de los deformadores del lenguaje?"

Cuando pregunté a qué corriente se referían, me dijeron que había mucha gente en eso. Entre otros, María Elena Walsh. Era el año 1967, unos cuantos antes del golpe.

Me consta que, en mi caso, inquietaron de entrada ideas como la de la mujer gris que va lagañosamente a la iglesia todas las mañanas, en "El monigote de carbón". O el hecho de expresar que una niña roza con el vértice de las piernas la torre que armó con cubos, para saltar por sobre ella, en el cuento "La torre de cubos". O la descripción de la realidad de otra niña que duerme en la cocina y hace tareas en su casa mientras los padres salen a trabajar en "El pueblo dibujado".

Eran ideas incómodas para los medios educativos y la iglesia. Sin embargo no eran esos los argumentos que luego se esgrimirían para la prohibición. La doble moral de siempre impulsó las argumentaciones por caminos más generales y casi surrealistas. Les fue útil "La planta de Bartolo" y su conflicto ancestral entre los que tienen y los que no tienen. Es quizás lo más visible, pero no fue el único detonante de una prohibición que venía pautada de antes por mentes "civiles" que trabajaban en educación y en cultura, que denunciaron y construyeron los argumentos para el decreto final, de orden nacional. Porque hubo muchos decretos por provincias, ciudades o regiones.

La prohibición empezó en Santa Fe, en 1976, y estuvo un tiempo sotto voce; siguió en Mendoza, luego en provincia de Buenos Aires y otras, hasta que se "nacionalizó" en 1979.

Creo que incomodaba sobremanera (y sigue incomodando en algunos medios) que los chicos vieran claro, que tuvieran como deseo cambiar su realidad y, por lo tanto, esperasen que el adulto también cambiara.

Todo eso es historia antigua pero hubo que soportarlo y saber, que "ese libro" no debía leerse, y que la seguridad personal y familiar estaban en riesgo por este hecho. Y que trastabillaban las fuentes de trabajo. Ya sabemos cómo fueron las cosas luego. Ante la magnitud de lo que nos pasó, esto es sólo una anécdota. Rescato con emoción cívica la solidaridad de la que fui acreedora, en el trabajo, en el medio educativo, entre los amigos, algunos colegas y la familia. Ni qué decir de los lectores y divulgadores de hojitas que a veces, todavía, me traen de los lugares más insólitos, con el relato de las trampas realizadas para poder leer los cuentos, anónimos en ese entonces.

Resumiendo, me interesa señalar que estamos mejor, que se abrieron grandes puertas, pero que no han dejado de existir en el seno de la comunidad educativa ni de la sociedad prejuicios y tabúes en relación a lo diferente en líneas generales y también en la lectura.

Sigue impactando lo que se presenta como diferente. El lenguaje poético inquieta tanto como la ampliación del lenguaje que incluye ritmos y expresiones de otras clases sociales o de otras etnias. Incomoda la ampliación del enfoque de los vínculos familiares y entre las personas. Hay mucho más.

Pero también está la realidad promisoria de la presencia de textos que hacen bellamente otras propuestas.

Cuando hay libros es cuando se ven las aceptaciones y los rechazos. No hay todos los libros que quisiéramos ni llegan a todos los niños. Pero apostemos a cruzar del otro lado de una torre donde las cosas vayan siendo cada vez más acordes a la realidad deseada: más justa, con dignidad para todos. Eso es lo que leyeron tanto los lectores que accedieron a La torre de cubos, como los militares que ni siquiera lo leyeron porque se valían de denuncias y listas negras. Hoy La torre cumplió 40 años de presencia dentro del campo cultural, gracias a los lectores.

Ilustración de Víctor Viano


Segundo cubo: reseña crítica sobre La torre de cubos

por María Hortensia Lacau

La ilusión, la fantasía, la irrealidad se conjugan con lo real en este libro de cuentos para chicos (que los grandes también leen con placer), y no eluden un trasfondo que revela la visión del mundo de la autora, como tiene que darse en la auténtica literatura infantil, que no puede limitarse a ser un jugueteo sólo rítmico o donde únicamente campee el absurdo —si es poesía—, o a hilvanar cosas puerilmente tiernas o simplemente reales o pedestres o irreales, si es prosa. Aquí todo se conjuga en una unidad que en lo fundamental es narrativa, porque cada cuento interesa en sí mismo por el tema que desarrolla y plantea sobre la base de motivaciones infantiles, a través de un bien graduado clímax, y con su desenlace gozosamente esperado por el niño.

A la vez el lenguaje, dúctil y bien manejado, se mueve desde las formas coloquiales comunes a los argentinos, hasta algunas metáforas y comparaciones poéticas que el lectorcito asimilará como se asimila la belleza, sin necesidad de explicaciones, y que además juegan en el contexto total.

Muchas cosas positivas y profundas para la formación estético-moral del niño ofrece la lectura de este libro: el don de suscitar lo maravilloso —o la belleza— que surgen desde cualquier lugar en donde están, si se sabe buscarlos, como en "La torre de cubos", "Nochero", "El pueblo dibujado", etcétera; la solidaridad humana, el valor de la comprensión hacia los demás, la colaboración, en el mismo cuento inicialmente nombrado y en "La planta de Bartolo", el original jardinero de cuadernos, a la vez que en éste se da un toque de atención hacia la realidad hostil, utilitaria, de los que todo quieren negociar, y cómo también mediante el humor, el ridículo, pude ser derrotada la maldad. La poética, real y porteña evocación de "El deshollinador que no tenía trabajo", en donde se roza el problema del hombre alienado en la gran ciudad ruidosa, pero que es asistido por la solidaridad de un niño, el único que todavía ve cuando mira, entre el tráfago de los demás; la sugerente imagen de los ruidos objetivados en sonidos y colores, alojados dentro del alto obelisco, con sus voces expresivas y onomatopéyicas. Y el plano real e irreal se confunden, pues la autora aparece en el cuento y encuentra un trabajo para ese deshollinador sin trabajo; precisamente ser personaje de ese cuento. La sugestión poética alcanza su grado máximo en "Nochero", modelo de lo poético puro, que aquí brota en un ambiente natural de campo, donde lo maravilloso está dado con la naturalidad de lo real, y donde poesía y vivencia coloquial se funden, y conforman el alma y el cuerpo del breve cuento. El humor, pirueteando en "Mauricio y su silbido", y a la vez la valoración de la vida en el campo (aquella que viene del "Beatus ille...") y de alguna criatura vagabunda que por él circula. Y el mundo de las cosas sin alma aquí investidas de animismo, expediente cordial para la vida e imaginación del niño, en "El monigote de carbón", "El pueblo dibujado", "Bumble y los marineros de papel"; las posibilidades de crear, inventar, imaginar, dar vida.

El libro encierra un pequeño mundo, un microcosmos que solo es pequeño en tanto medida humana del niño que lo leerá, pero que trasciende más allá de sí mismo y de su estatura, con la necesaria profundidad de las obras trascendentes, esa que deben conformar la genuina literatura infantil.

Es hora ya de que dejen de proliferar los pseudo-autores de literatura para niños, moralistas imbuidos de buenas intenciones utilitarias, o críticos provistos de recetas teóricas; es hora de que los auténticos creadores indaguen en sus posibilidades de escribir para la infancia, es hora de que se estimen y aprecien libros como éste, demostrativo —junto a otros— de que en la Argentina ya existe una auténtica literatura infantil, y por eso celebramos esta tercera edición de La torre de cubos, de Laura Devetach.

Artículo publicado en el diario La Prensa (Buenos Aires, 9 de junio de 1975).

Ilustración de Víctor Viano


Tercer cubo: el decreto de prohibición

Boletín N° 142 – julio 1979 – Ministerio de Cultura y Educación (3)

NIVEL PRIMARIO

Prohibición de una obra

La Provincia de Santa Fe ha dado a conocer la Resolución N° 480 con fecha 23-5-79.

Buenos Aires, 23 de mayo de 1979.

VISTO:

Que se halla en circulación la obra "La Torre de Cubos" de la autora Laura Devetach destinada a los niños, cuya lectura resulta objetable; y

CONSIDERANDO:

Que toda obra literaria para niños debe reunir las condiciones básicas del estilo;

Que en ello está comprometida no sólo la sintaxis sino fundamentalmente la respuesta a los verdaderos requerimientos de la infancia;

Que estos requerimientos reclaman respeto por un mundo de imágenes, sensaciones, fantasía, recreación, vivencias;

Que inserto en el texto debe estar comprendido el mensaje que satisfaga dicho mundo;

Que del análisis de la obra "La Torre de Cubos", se desprenden graves falencias tales como simbología confusa, cuestionamientos ideológicos-sociales, objetivos no adecuados al hecho estético, ilimitada fantasía (4), carencia de estímulos espirituales y trascendentes;

Que algunos de los cuentos-narraciones incluidos en el mencionado libro, atentan directamente al hecho formativo que debe presidir todo intento de comunicación, centrando su temática en los aspectos sociales como crítica a la organización del trabajo, la propiedad privada y al principio de autoridad enfrentando grupos sociales, raciales o económicos con base completamente materialista, como también cuestionando la vida familiar, distorsas y giros de mal gusto, la cual en vez de ayudar a construir, lleva a la destrucción de los valores tradicionales de nuestra cultura;

Que es deber del Ministerio de Educación y Cultura, en sus actos y decisiones, velar por la protección y formación de una clara conciencia del niño;

Que ello implica prevenir sobre el uso, como medio de formación de cualquier instrumento que atente contra el fin y objetivos de la Educación Argentina, como asimismo velar por los bienes de transmisión de la Cultura Nacional;

Por todo ello

EL MINISTRO DE EDUCACIÓN Y CULTURA RESUELVE:

1°) Prohibir el uso de la obra "La Torre de Cubos" de Laura Devetach en todos los establecimientos educacionales dependientes de este Ministerio.

2°) De forma.

Ilustración de Víctor Viano


Cuarto cubo: ¡Bartolo está vivito y coleando!

 

por Paulino Guarido

Siempre me gustó ser maestro de Primer Grado, bueno, en general trabajar con los más chicos. Así como también me gusta narrarles o leerles buena literatura.

Cuando comencé a trabajar como maestro ya se había producido el golpe militar y no era sencillo transitar por la vida cuando se tenían ideas muy pero muy diferentes a las de ese gobierno que, dicho sea de paso, nadie había elegido. La escuela, por supuesto, no escapaba de esta situación.

Me acuerdo que entre los maestros —en los recreos o arriba del colectivo— intercambiábamos ideas, textos para leer nosotros como adultos y para leerle a los chicos. Lógicamente no con todos los maestros; pero no por egoístas, sino porque había maestros —como otras tantas personas— que pensaban que lo que estaba pasando estaba bien, que era necesario.

Bueno, lo cierto es que yo me había enamorado de dos cuentos: "La planta de Bartolo" de Laura Devetach y "Un elefante ocupa mucho espacio" de Elsa Bornemann. Un día comenzó a correr de boca en boca, en las escuelas, en el sindicato y en algunas librerías, que había una lista de libros prohibidos. Después, con el tiempo, nos enteramos que la lista estaba escrita, que amenazaban a los autores, que se quemaban los libros. Sin embargo, mientras tanto, yo quería que mis pibes disfrutaran de esta literatura; que conocieran a Bartolo, ese pibe tan pero tan solidario.

Entonces, para no meterme en problemas, lo que hacía era escribir en un cuaderno —en el cual lo maestros teníamos que escribir lo que íbamos a enseñar día por día— nombres de otros cuentos, o cambiarle el autor o modificar el título. Había que tratar, además, que no quedara nada escrito, ni siquiera dibujos. Los que lo hacíamos —porque con el tiempo también nos enteramos que muchos compañeros hacían cosas parecidas— era intentar que eso quedara en la memoria y en el corazón de nuestros pibes. Fue la forma que muchos encontramos para no traicionar nuestros ideales y, a la vez, cuidarnos entre todos.

¡Cómo me gustaría que alguno de esos pibes que ahora son padres leyeran esto! Solamente para que sepan que a pesar del miedo nosotros manteníamos nuestros ideales. Y que gracias a poder vencer algunos miedos hoy Bartolo se encuentra vivito y coleando.

Paulino Guarido es maestro y, actualmente, es el Secretario General de la Seccional La Matanza del Sindicato Unificado de Trabajadores de la Educación de la Provincia de Buenos Aires (SUTEBA). Su testimonio forma parte de la Propuesta Didáctica "Libros: Memoria con futuro", elaborada por Claudia Rodríguez Paoletti y publicada en la revista La Educación en nuestras manos N° 75 (Buenos Aires, SUTEBA, marzo de 2006).

Ilustración de Víctor Viano


Notas

(1) Devetach, Laura. La torre de cubos. Ilustraciones de Víctor Viano. Córdoba, Editorial Eudecor, 1966. Reedición: Buenos Aires, Editorial Luis Fariña, 1969; Buenos Aires, Librería Huemul, 1973; Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1985, colección Libros del Malabarista. Traducido al checoslovaco: Bratislava, Editorial Mladé Letá, 1984; ilustraciones de Kamila Stanclová.

En la sección Ficciones publicamos "La planta de Bartolo", cuento perteneciente a este libro.

(2) Gociol, Judith. Un golpe a los libros (1976-1983). Buenos Aires, Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, 2001.

(3) Texto de la resolución extraído del libro Oficio de palabrera. Literatura para chicos y vida cotidiana (Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1991), de Laura Devetach.

(4) La escritora Graciela Montes, en su libro El corral de la infancia (México, Fondo de Cultura Económica, 2001), se refiere a la construcción "ilimitada fantasía", utilizada por los represores en la resolución ministerial: "En fin, la fantasía es peligrosa, la fantasía está bajo sospecha: en eso parecen coincidir todos. Y podríamos agregar: la fantasía es peligrosa porque está fuera de control, nunca se sabe bien adónde lleva.

Pero ¿de qué se acusa en realidad a la literatura infantil cuando se la acusa de fantasía? ¿Por qué tanta pasión en la condena? ¿En nombre de qué valores se lanza el ataque? ¿Qué es lo que se quiere proteger con ese gesto?

Estoy convencida de que, en esta aparente oposición entre realidad y fantasía, se esconden ciertos mecanismos ideológicos de revelación/ocultamiento que les sirven a los adultos para domesticar y someter (para colonizar) a los chicos."


Las imágenes que acompañan este artículo son ilustraciones originales de Víctor Viano y fueron realizadas para la primera edición de La torre de cubos.

Imaginaria agradece a Laura Devetach la autorización y las facilidades proporcionadas para su publicación.


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