128 | FICCIONES | 12 de mayo de 2004

Foto de Esteban Valentino"Creo que es una obra digna, trato de que sea respetuosa y me gustaría pensar que está bien escrita"
Mucho más que tres palabras con Esteban Valentino

Entrevista realizada por Fabiana Margolis

El escritor Esteban Valentino, en diálogo con nuestra colaboradora Fabiana Margolis, reflexionó sobre su obra y sobre distintos temas relacionados con la literatura y los libros para chicos y jóvenes.

Esteban Valentino , invitado especial en el Foro de Imaginaria y EducaRed, del 12 al 21 de mayo de 2004. Conversación con el autor, abierta a todos los que quieran participar, aquí >

—¿Cómo te gustaría ser recordado?

—Mi sueño es ser recordado como Melville. Me encantaría que en mis libros la gente leyera algo así como "andando el tiempo y sin un centavo en mi faltriquera me encontré en una posada..." o "años después frente al pelotón de fusilamiento el coronel Aureliano Buendía recordó cuando su padre lo llevó a conocer el hielo". Es decir, que alguno de mis libros tuviera un comienzo que marcara la vida de otros, que fuera un comienzo dicho de boca en boca. Como es el de Moby Dick, o "en un lugar de la mancha de cuyo nombre no quiero acordarme...", o el de Cien años de soledad. Recuerdo "sí, pero quién nos salvará del fuego sordo...", el comienzo de Rayuela. Me gustaría que mis libros dejaran marcas indelebles. "Canta, oh musa, la cólera de Aquiles, cólera funesta que precipitó al Hades las almas de tantos varones justos y así se cumpliera la voluntad de Zeus" tiene veintinueve siglos. Eso me gustaría. Yo vi una vez Jesucristo Superstar y dije "uy qué peliculón". La vi diez años después y era un cuentito. Fue una marca, porque no perdura. Todos los soles mienten (1) empieza diciendo: "el Sputnik, el Sputnik, gritaba Rogelio R.", me gustaría que alguna vez un pibe del 3020 diga eso. Así me gustaría ser recordado.

—¿Cómo llegaste a la literatura para chicos?

—Esa pregunta me la hacen mucho los chicos cuando voy a dar charlas. Llegué de la poesía, toda mi vida fui poeta.

—Vos ganaste dos premios de poesía.

—En poesía gané varios.

—Los que salen siempre en tus biografías son dos...

—Claro, el Premio Nacional para Poetas Jóvenes y el Alfonsina Storni. Gané más, en poesía.

—¿Hay alguna obra tuya de poesía editada?

—No, en poesía no. Eso me daba bronca. Esto de ser una voz, si se quiere privilegiada, que había obtenido galardones en distintas instancias, merecía que por lo menos fuera una voz escuchada. Y sin embargo, mis libros, si yo hubiera querido publicarlos hubiera tenido que pagarlos. Pero bueno, ése era mi camino, yo escribía y no iba a dejar de hacerlo porque no se vendiera o no se conociera. Y entonces un día mi amiga Silvia Schujer me llama y me dice "quiero que me escribas un poema para chicos". Y encima el tema, "la bandera", un tema espantoso... Y ella me dice: "vos vas a escribir algo bueno...". Entonces escribí "Si yo hiciera mi bandera", que tuvo un éxito considerable. Y después me llamó otra vez Silvia y me dijo "quiero que me escribas ahora un cuento". Era sobre medios de transporte. Eso es más interesante. Escribí un cuento sobre un chico lisiado que lleva a un amiguito suyo a la escuela y le pone un cartel que dice: "esta unidad dispone de un lugar para una persona no discapacitada". Entonces el nene en su silla de ruedas con motorcito lo lleva a su compañero a la escuela. Y ése tuvo mucho éxito. Incluso lo publicó el Ministerio, salió en todos lados (2). A raíz de esos dos hechos me llamó la editorial Kapelusz y me pidió una novela. Ése era otro de mis sueños, que una editorial me llamara para pedirme un libro. Una vez yo había visto una película sobre un escritor, donde el escritor le decía a un amigo que no podía salir esa noche porque tenía que terminar un libro que su editorial le había pedido. Y ése me pareció el summum del éxito. Y de golpe me estaba pasando algo parecido y escribí El hombre que creía en la luna (3), que no le gustó a Kapelusz.

—¿Pero ellos te habían impuesto algún tema, algo específico?

—Nada, querían un libro mío nada más. Lo que a mí se me ocurriese. Nunca supe por qué no les gustó, porque la verdad es una historia fuerte, poderosa. Entonces lo llevé a Libros del Quirquincho y a Graciela Montes le encantó y me lo publicó (4). Descubrí que yo podía decir las mismas cosas que decía en poesía con otro registro, exactamente lo mismo. La misma melancolía tristona que tienen mis poemas es la misma melancolía tristona que tienen mis cuentos, mis novelas. Será que soy un melancólico tristón... (risas). Descubrí también que lo que yo llamo el compromiso comunicativo, es decir, que lo que el artista hace se conozca se cumplía. Y entonces me dediqué de lleno.

—¿Y ahora seguís escribiendo poesía?

—Menos, mucho menos. Le escribo a ella, sobre todo (señalando al interior de su casa, donde está su mujer).

—Si vos sentías que podías decir las mismas cosas tanto en tus poesías como en tus cuentos y novelas, ¿por qué no escribir también poesía? ¿Te parece que es más difícil para un chico acceder a la poesía?

—Me sale esto. Yo hoy podría publicar poesías para chicos y me las aceptarían sin problema en cualquier editorial. La ventaja que tiene esto es que una vez que te hacés un nombre es todo más fácil. Un original mío no necesita ir por las editoriales, me llaman para pedírmelo. Esto no es una vanagloria, es una realidad. Un original de poesía seguramente también. Pero me sale lo que me sale.

—Te pregunto porque hay muy poca poesía para chicos y para adolescentes en el mercado...

—Hay poca poesía para chicos, sí. Yo la conozco a María Cristina [Ramos], a Laura [Devetach], de las importantes, ¿no? Las conozco a ellas dos, nada más. Porque Luis María [Pescetti], que escribe canciones, no sé si las tiene publicadas. Nunca las vi publicadas. Sus canciones son muy divertidas. Yo tengo varias poesías publicadas en antologías, pero un volumen propio no. Sí tengo varias, por ejemplo: "Las buenas brujas", o "Si yo hiciera mi bandera" (5).

—¿Escribís para adultos?

—No. Bueno, poesía. Pero novelas, cuentos no. No quiero ser el clásico escritor frustrado de adultos que se dedica a los chicos porque es lo que puede hacer... Creo que hay como una especie de creencia de que la literatura juvenil es una subliteratura. A la que no se le da categoría de literatura, sino de subliteratura. Siguiendo este razonamiento, yo no sería un escritor, sería un escritor para chicos.

—Hay que aclararlo...

—Sí. Y no es cierto, yo soy escritor. Que mi universo de recepción sea diferente... el marqués de Sade, por ejemplo, tiene un universo de recepción también limitado. Es decir, yo no le regalaría a mi hijo de 9 años un libro del marqués de Sade. No sé si se lo regalaría a una persona adulta muy cerrada o muy metida en sí misma. No lo sé. Hay un escritor belga, Pierre Louÿs, fantástico escritor, que tiene por ejemplo un decálogo del buen comportamiento. Pero es pornográfico. A una señorita a la cual recién conozco no le regalaría ese libro, porque sería demasiado obvio (carcajadas). Pero a la vez, nadie le discute a Pierre Louÿs su categoría de literatura. Él es un escritor. Ahora, Graciela Montes, ¿qué es? Según esto, ella no sería una escritora, sería una escritora para chicos.

—¿Y por qué creés que esto es así?

—¿No decía Chomsky que así como hay categorías marcadas de oraciones, activa, afirmativa, también hay categorías marcadas de individuo, blanco, adulto, masculino? Bueno, los blancos adultos masculinos han establecido criterios predominantes. Así como cuando yo digo hombre vos pensás en un varón, blanco, adulto, del mismo modo cuando yo digo escritor, casi sin ninguna duda vos no pensás en Emily Dickinson. Si yo te pregunto "decime un escritor", vos me decís Cortázar, Borges, Shakespeare. Y no me decís Emily Dickinson. No me decís Graciela Montes, no me decís Gustavo Roldán, no me decís Esteban Valentino. Las ideas dominantes... (medita) son dominantes (risas).

—Pero igual eso poco a poco esto está cambiando, me parece. Hay un auge de la literatura para chicos.

—Hay un auge, sí. Digamos, la presencia de la escuela es importante. La escuela como mediadora a los que escribimos para jóvenes y para niños es sin duda un elemento fundamental. Si un escritor para adultos vende dos mil ejemplares salta en una pata. Si yo vendo dos mil ejemplares me tiro abajo de un tren. La diferencia es muy grande, en términos de éxito, entre un escritor promedio para adultos y un escritor promedio para chicos. Mis libros venden, en general, más de dos ediciones. Pero esto en cuanto a su repercusión comercial, en cuanto a su repercusión de prestigio creo que sigue siendo más o menos lo mismo. Yo no creo que Gustavo Roldán sea considerado un escritor todavía. Yo creo que lo es, pero cuando surge la pregunta "¿de qué trabaja Gustavo Roldán?" seguramente la respuesta será "de escritor para chicos". En este caso el receptor origina una marca que el escritor para adultos pornográfico, como Pierre Louÿs, no origina. Pierre Louÿs es claramente un escritor. Aún cuando sea de un subgénero. Chandler, por ejemplo, que viene también de un subgénero con cierto desprestigio, de todas maneras es escritor.

—También están los autores de bestsellers.

—Claro, vos lo agarrás a Arthur Hailey y la ponés a Graciela Montes o, para buscar algo internacional, lo ponés a Michael Ende, y no tiene ni para limpiarle los zapatos. No puede ni siquiera sentarse en el mismo lugar donde se sentó Ende. Y sin embargo, está posicionado mejor. Yo no leí nada de Danielle Steel. Por el nombre creo que es una mujer. Siempre hay una muchacha de escote pronunciado en la tapa y un joven con la camisa abierta, de profusa musculatura, abrazándola (risas). No leí nada de ella, pero debe ser terrible. Él 34, ella 19, él fuerte, rico o pobre, depende. Ella muy frágil y delicada. Y sin embargo son escritores. Por eso yo me resisto a mi categoría de escritor para chicos. Yo soy un escritor. Y tomo en cuenta a mi universo de recepción. Pero el tomar en cuenta mi espacio de recepción a mí me quita un prestigio que al marqués de Sade no le quitaba. No creo que esto cambie mucho en lo inmediato.

—¿Influyó la docencia en tu escritura?

—Influyeron mis alumnos. Yo trabajo en general en zonas marginales, me encuentro con espacios de marginalidad muy fuertes y esto le da a mi literatura una marca de preocupación por ese tema, por lo social, por lo que nos pasa, por qué estos pibes son estos pibes y no otros pibes que deberían ser. Chiquilines que no me roban porque me quieren, cuando deberían no robarme por el hecho de que el que está parado adelante es otro tipo. Me lo han dicho. Hay pibes que van armados, una tremenda incidencia de embarazo adolescente, chiquilinas que tienen pibes como un juego. Eso sale en mi literatura.

—¿Tus hijos leen lo que vos escribís?

—No... éstos no leen nada. Ni siquiera por una cuestión de astucia. Aunque sea para poder ir a bailar el sábado... nada (risas). Mi hija mayor sí, es más respetuosa.

—¿Cuáles son tus influencias y preferencias literarias?

—Mis autores preferidos son infinitos. Todos nosotros, la gente de mi generación, hemos sido terriblemente influenciados por Cortázar, aunque lo neguemos. Y en menor medida por Borges. Pero mucho esto de escribir como se habla lo sacamos de Cortázar. Así que este es un nombre obligatorio. A mí los libros que me armaron de pibe fueron todos libros de aventuras: Stevenson y, sobre todo, London. Y de London creo que saqué esta cosa de la tristeza melancólica, que invade todo, incluso hasta mi humor. Mi humor es un humor triste, un humor de derrotados. Me gustan mucho los derrotados, les tengo mucho cariño. Hay un poema de Almafuerte que habla en contra de los vencedores, de los ganadores, de los exitosos: yo lo suscribo absolutamente. Me gustan mucho más los perdedores. Lo cual marca una actitud, ¿no? Una forma de escribir y una forma de ser. Recuerdo por ejemplo un cuento donde el pibe se deja vencer por otro que había perdido al viejo y ésas me parecen actitudes dignas. En general los derrotados siempre me parecen más dignos que los vencedores. Y esto de estar parado frente al mundo es una cosa que está permanentemente en mis historias. Creo que eso lo saco de London. El autor que más me agrada releer es Tolkien, me gusta muchísimo y siempre que me hacen un regalo tiene que ver con él, pero no veo influencias de Tolkien en mi literatura. Veo más de Graciela Montes, por ejemplo. Graciela es de alguna manera mi mamá literaria, me llevó de la mano en los primeros años. Me dijo un día que yo era un escritor inquietante. No sé bien qué quiso decir pero me gustó.

—¿Qué libro te hubiera gustado escribir?

—Moby Dick (responde sin dudar). Yo creo que cuando escribís un libro así... Yo escribí el libro que quería escribir. Todos los soles mienten es en buena medida el libro que yo quería escribir; si yo muero mañana, chillaré por lo breve, pero la verdad, no tendría mucho de qué quejarme. Hasta pude escribir el libro que yo quería escribir. No sé si alguna vez será Moby Dick, me encantaría que lo fuera. Pero si vos me decís "podemos borrar de la historia de la literatura un libro y que mañana aparezca con tu nombre", elegiría Moby Dick. Creo que es un libro perfecto. Cuando yo terminé de escribir Todos los soles mienten, fueron cuatro años de trabajo, me quedó un vacío enorme y eso es bueno, porque quiere decir que había algo fuerte atrás, ¿no? Y la sensación de que había llegado. Durante mucho tiempo no pude escribir nada, me sentía saciado.

—¿Escribiste Todos los soles mienten porque te lo pidió alguna editorial?

—No, no. Mi último libro, El mono que piensa (6) es casi un libro por encargo. Porque había un cuento histórico que les gustó mucho y me llamaron para ver qué me parecía armar un proyecto para escribir un libro de los grandes momentos históricos con humor. Me gustó la idea y entonces lo encaramos. Pero Todos los soles mienten no. En ese tiempo escribí también Pahicaplapa, Caperucita Roja II y A veces la sombra (7). Todos los soles mienten es un libro que fue girando del humor inicial: si leés el primer parágrafo, que sería el primer sueño relacionado con el Sputnik, sugiere una cierta perspectiva del absurdo que termina siendo parte del mundo onírico. Originalmente no iba a ser el mundo onírico, iba a ser el mundo real. Y se me fue girando, se fue oscureciendo hasta terminar de manera trágica y oscura. A mí me pasa muy a menudo esto. Hace muchos años yo escribí una parodia del Polifemo y la Galatea y la primera estrofa era así: "Clarísimo Alfonsín que a la Argentea república conduces con voz cana, cual la hábil de ardides dura rea, al burlar con engaño y suave lana de Cronos la confianza, y luego sea, de Creta Zeus, del padre Roca Vana. Sosiega la labor, ten la ponzoña y disponte a escuchar la mi zampoña". Era una joda, Alfonsín era Alfonzo de Raulo, marqués de Castle Rose, por la Casa Rosada (risas). Tenía notas al pie, había explicaciones. Era un divertimento y se me fue girando y terminó siendo una descripción terrible de la dictadura. Las intenciones iniciales no siempre son las que terminan imponiéndose. Rápidamente Todos los soles mienten encara para ese lado, fueron cuatro años de buena compañía. Y cuando la terminé quedé muy satisfecho.

—¿Después estuviste mucho tiempo sin escribir?

—Como siete, ocho meses. Nada, no me sentaba a la máquina.

—¿Cómo es tu día de trabajo?

—Depende, en general es a la mañana cuando estoy solo. Me siento en la máquina y largo una idea. Y después esa idea se va agrandando. Ya aprendí a escribir con los enanos dando vueltas por la casa. Depende también qué es lo que estoy escribiendo. Acabo de terminar una novela, de la cual tenía tan clara la idea, que no me costaba nada sentarme a escribirla. No siempre es así.

—¿Y cuando no se te ocurre nada?

—En general me siento en la máquina y escribo. Y algo sale. Siempre es mágico. A mí me cae muy simpática esta cosa romántica de la inspiración, como de Dios que te dicta, pero yo siempre sospecho que algo de eso hay. Porque yo termino de escribir, me leo y digo "¿quién escribió esto?". Este extrañamiento de lo propio nunca deja de maravillarme. Es raro, porque después trato de reproducir la génesis, como se dice en medicina, la etiología de esta enfermedad que es el libro y digo "¿cómo fue?". No me queda claro. Por eso debe ser que yo no escribo capítulos largos, porque necesito el control del espacio pequeño; que puede formar parte de un todo, pero igual en sí es pequeño. Yo creo que hubiera sido un buen autor de folletines. En Todos los soles mienten cada capítulo de alguna manera presupone el siguiente. Pero igual me sigue pareciendo extraño, no termino de comprender cómo es la mecánica total; así como tampoco me queda claro cómo hace mi hígado para digerir lo que como, una cosa parecida me pasa con el libro.

—Vos tocás siempre temas fuertes en tu literatura: la muerte, la dictadura militar, chicos que tienen y usan armas. ¿Alguna vez te cuestionaron por tocar esos temas?

—No, para nada. No sé si implícitamente, cuando me rechazaron aquel primer libro, por ejemplo. Un desierto lleno de gente (8) fue mi libro de más dificultosa publicación. Lo publicó Sudamericana, yo tengo gente amiga dentro de la editorial, que ni la misma gente que trabaja allí lo entiende.

—¿Hay algún tema que no tocarías en un libro para chicos?

—El terror sin salida no lo tocaría. El terror estilo Stephen King, que me gusta, no lo tocaría para chicos.

—¿Y para adolescentes tampoco?

—No sé para adolescentes. Ahí lo pensaría más.

—En muchos de tus libros aparece el tema del rechazo, de la distancia hacia el que es diferente. La persona que no "encaja" en la sociedad.

—Claro, es que ese paradigma a mí me encanta. Ese es el perdedor.

—Por ejemplo, en tu último libro, El mono que piensa, está el mono que empieza a pensar y debe abandonar el hogar porque no lo comprenden.

—Bueno, sí, dentro de su esquema, dentro de su manada, pierde. Es un exiliado. Nosotros perdimos, nosotros como generación fuimos derrotados. La dictadura nos ganó. El tema es también cómo se pierde. Dice Dolina, uno de sus personajes en realidad, que, para formar un equipo, prefería elegir los más cercanos a su corazón aunque no fueran los mejores. Porque prefería perder con sus amigos que ganar con los otros. Eso me parece fascinante, ese tipo de derrota. El tipo que dice "perdimos pero peleamos": ése es mi personaje arquetípico. Pelear contra Moby Dick hasta el final y uno sabe que va a perder pero no importa. Frodo gana porque gana, pero tendría que haber perdido: un chiquitín contra el poder de Sauron. No tiene ninguna posibilidad de triunfo, como si me pusieras a mí contra Tyson. Lo más que puedo hacer es perder con dignidad, perder peleando.

—Volviendo al tema de ser diferente, pensando por ejemplo en el monstruo deforme de A veces la sombra, ¿por qué te parece que siempre es tan difícil aceptar lo diferente?

—Creo que es lo mismo, creo que nuestra sociedad exonera al derrotado.

—Siempre es el hombre blanco, adulto, masculino.

—Claro. Fijate cómo se dice el pronóstico del tiempo. Hoy tenemos un mal día, pero mañana va a mejorar. ¿Qué quiere decir? Que hoy llueve o está nublado y mañana habrá un sol espectacular. Esa es la ideología llevada al pronóstico. ¿Por qué es un mal día que llueva? ¿Quién estableció que los días de lluvia son malos días y que los días soleados son buenos días? A mí me encanta estar en mi casa y sentir cómo cae la lluvia sobre mi techo de chapa. Es intensamente placentero. Pero me están diciendo que eso es un mal día. Me gustan los malos días, lo cual es contradictorio, porque si es un mal día no debería gustarme. El programa de Tinelli, por ejemplo, está a las once de la noche. Una hora que yo elegiría para el reposo, la reflexión. Obviamente no Tinelli, que lo que me está diciendo es "¡Sé feliz!". Si yo lo que quiero es disfrutar mi noche en paz, tranquilamente. ¿Por qué nos obligan a ser felices hasta las once de la noche? ¿No podemos estar tristes a esa hora? Como le decía Felipe a Mafalda, "tenía que hacer los deberes y estuve leyendo las historietas y sabiendo que tenía que hacer los deberes ni siquiera disfruté las historietas y ahora tengo que hacer los deberes y me agarra la angustia". Entonces Mafalda le pregunta "¿por qué no vas a hacer los deberes?" y él le contesta "esperá, si no disfruté las historietas por lo menos dejame disfrutar mi angustia" (risas). Hasta a las once de la noche tenemos que ser felices. ¿Quién dijo que la melancolía, la nostalgia son sentimientos negativos?

—A veces es bueno estar triste.

—Sí, tiene que ver con cosas que le pasan a uno. La vida son setenta, ochenta años, es bastante poquito, cuando te querés acordar ya estuvo todo, pero todo consiste en llenarla con estos momentos, ¿no? Así me gustaría que se me recordara, volviendo a tu pregunta inicial. Como un tipo que trató de llenar la vida con esos momentos y que su literatura reflejara esos momentos.

—En la contratapa de Un desierto lleno de gente decís que si hablaras de temas más agradables tal vez venderías más. ¿Sobre qué temas tendrías que hablar para vender más?

—De los de Paulo Coelho (risas).

—Que es un escritor.

—Que es un escritor, sí. O tal vez escribir Harry Potter, no me desagradaría (risas). Pero eso tampoco te garantiza nada, porque Liliana Bodoc escribió Los días del Venado y uno se pregunta por qué El Señor de los Anillos vendió veinte millones de ejemplares y Los días del Venado vendió quince mil ejemplares. Escribís en castellano, esto es un punto en contra. Harry Potter no es mal libro, tiene más mala fama de la que se merece y más buena fama de la que se merece también. Las dos cosas. Pero El Señor de los Anillos, que para mí es un libro fantástico, Liliana escribió un libro que es equivalente, un libro maravilloso. El éxito (concluye Esteban) es un bicho raro. Una vez le prometí a una amiga que si yo escribía El Principito le iba a comprar una casa. Ella está con muchos problemas. Y yo creo que Todos los soles mienten podría haber sido El Principito. Pero bueno, no fue.

—¿En Argentina hubo algún libro para chicos que se vendiera como El Principito?

—No sé si en Latinoamérica. ¿Qué libro para chicos latinoamericano vendió tanto? Bueno, ahora está el último de Isabel Allende, esta saga que está escribiendo (9).

—Pero es Isabel Allende...

—Claro, primero fue Isabel Allende. Y ahora escribe un libro para chicos que casi lógicamente sigue su línea de éxito. Ella es un éxito. Si ella escribe un libro para cocina se va a vender mucho también. Ana María Machado vende como vendemos todos, más o menos. Pero no escribió El Principito, ni Harry Potter. Desde estos idiomas marginales es difícil. El idioma es el inglés. Recuerdo una nota que sacó el diario Clarín sobre una mujer negra que fue premio Nobel, no me acuerdo ahora el nombre, decía que era una escritora muy interesante, pero que sus primeros libros habían sido todos fracasos, porque ninguno había vendido más de setenta mil ejemplares. Yo llego a vender sesenta mil ejemplares y no te saludo, ni siquiera te hablo...

—Menos mal que vine ahora a hacerte la entrevista...

—Claro (risas). Son otros números. Yo debo haber vendido en total, entre mis doce libros, ciento veinte mil o ciento treinta mil ejemplares, más o menos. Los números que se manejan acá son sin duda otros números.

—¿Cómo imaginás que será la literatura infantil en el futuro?

—Es una pregunta para Todos los soles mienten. Me da la sensación que se debe estar gestando una especie de combate entre la imbecilidad y las ganas de pensar. No me parece que se dé solamente en la literatura infantil, sino en todos los ámbitos y no me parece la literatura infantil ajena a esto. Yo creo que libros como Juan Salvador Gaviota, Ami, son precursores de esto por ser grandes defensores de la imbecilidad... (risas). Madonna con su libro, Las rosas inglesas. Grave, de un grado de estupidez que a mí me llama la atención, obviamente no lo escribió ella, eso no me cabe la menor duda. A mí me gusta mucho Madonna como cantante, me encantaría que siguiera cantando (risas). No tenía ninguna necesidad de meterse en esto. Pero si yo fuera Madonna y tuviera que escribir algo, elegiría a Stephen King, que seguramente escribiría algo bueno, o a Norman Mailer... Es muy malo el libro. Eso me llamó la atención, pero creo que está enclavado dentro de este combate que estoy previendo entre la estupidez y las ganas de unos seres humanos un poco más insolentes, no tan "sí, señor". Creo que esto se va a seguir dando, tienen todas las de ganar, pero me parece que, como dije al principio, hay que dar la pelea. Creo que hay que pelearla. Hay una mala película, Querido Profesor, una película muy tramposa, que está hecha para llorar. En un momento, el nuevo director lo llama al profesor de música para decirle que ha cesado en su cargo porque el consejo administrativo decide que la música no vende y el profesor le dice "la señora Richarson (que era la vieja directora) hubiera peleado". Y el nuevo director le contesta "sí, y hubiera perdido". Y el maestro le dice "sí, pero hubiera peleado". Creo que ése es el futuro de la literatura infantil: una gran preeminencia del mercado, con grandes estudios sobre gustos, de modo tal que el producto sea lo más adecuado a esos gustos, por lo tanto lo más previsible posible, y libros que salgan de ese molde. Habrá algunos que digan "yo no entro en esta" y tendrán su pequeño mercado también.

—¿Qué te hubiera gustado ser de no haber sido escritor?

—Fui periodista toda mi vida. Eso me divertía. De vez en cuando sigo, en alguna revista que me llama para escribir algo. Jugador de fútbol, era bueno. Era un buen jugador de básquet; en general para los deportes era bueno y me gustaban. Pero tuve siempre mala vista y eso atentó contra mi desarrollo deportivo (y Esteban muestra con orgullo el aro de básquet que está en el jardín, regalo del día del padre).

—¿Cuáles son tus futuros proyectos?

—Descansar... Fue un año bastante prolífico, acabo de terminar dos novelas. Una se llama Dios no sabe hacer tortillas, que es una novela para adolescentes. De la otra no te puedo dar muchos detalles porque está en vías de edición.

—Y para terminar... si tuvieras que elegir tres palabras con las cuales definir tu obra, ¿cuáles elegirías?

Mmm... (Esteban piensa un poco antes de responder) Yo creo que es una obra digna, en el sentido de lo que trata y de cómo está trabajada. Trato de que sea respetuosa y me gustaría pensar que está bien escrita.


Fabiana Margolis (fabimargolis@hotmail.com) es Licenciada en Letras, egresada de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Formó parte del GETEA (Grupo de Estudios de Teatro Argentino e Iberoamericano) donde realizó trabajos de crítica e investigación sobre teatro infantil. Próximamente, la editorial Libresa, de Ecuador, publicará su libro Sueños con gusto a frutilla, recomendado por el Jurado del Concurso Internacional de Literatura Infantil "Julio C. Coba".


Notas de Imaginaria

(1) Valentino, Esteban. Todos los soles mienten. Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 1999. Colección Alfaguara Juvenil, Serie Roja. Ilustraciones de Edgardo Carosia.

(2) Valentino se refiere al libro Sobre ruedas (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1993; colección Libros del Bolsillo; con ilustraciones de Leonardo Arias. Reeditado en 2003, en la misma editorial y colección.)

(3) Valentino, Esteban. El hombre que creía en la luna. Buenos Aires, Editorial Libros del Quirquincho, 1990. Colección Serie Negra. Ilustraciones de Elena Torres. Reeditado en Grupo Editorial Norma (Bogotá, 2000; colección Torre de Papel, serie Torre Azul; con ilustraciones de Pez).

(4) Graciela Montes fue cofundadora y directora de publicaciones de la editorial Libros del Quirquincho, Coquena Grupo Editor, entre diciembre de 1985 y diciembre de 1992.

(5) "Las buenas brujas"; poema incluido en 15 de brujas (Buenos Aires, Sudamericana, 2000; colección Antologías); "Si yo hiciera mi bandera", poema incluido en Mensajero 4 (Buenos Aires, Editorial Kapelusz, 1987).

(6) Valentino, Esteban. El mono que piensa. La Historia Universal da risa. Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2003. Colección Próxima Parada Alfaguara, Serie Azul. Ilustraciones de Tabaré.

(7) Valentino, Esteban. Pahicaplapa (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1996; colección Pan Flauta; ilustraciones de O’Kif); Caperucita Roja II (Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1995; colección Libros del Malabarista); A veces la Sombra. Historia de un monstruo solitario (Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 1997; colección Infantil-Juvenil, Serie Azul; ilustraciones de Sandra Lavandeira).

(8) Valentino, Esteban. Un desierto lleno de gente. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2002. Colección La pluma del gato, Serie Juvenil. Ilustraciones de Feliciano G. Zecchin.

(9) Valentino se refiere a la saga del joven Alenxander Cold, protagonista de La ciudad de las bestias (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2003; colección Sudamericana Joven Novela), el primer libro de la trilogía de Isabel Allende. La segunda entrega es El Reino del Dragón de Oro (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2004; colección Sudamericana Joven Novela).


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