87 | RESEÑAS DE LIBROS | 9 de octubre de 2002

Un desierto lleno de gente

Esteban Valentino
Ilustraciones de Feliciano G. Zecchin
Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2002. Colección La pluma del gato.

Portada de "Un desierto lleno de gente"

Escribió Rodolfo Walsh en el prólogo a Operación Masacre:

"¿Puedo volver al ajedrez?

"Puedo. Al ajedrez y a la literatura fantástica que leo, a los cuentos policiales que escribo, a la novela 'seria' que planeo para dentro de algunos años, y a otras cosas que hago para ganarme la vida y que llamo periodismo, aunque no es periodismo." (1)

Pero no. Finalmente no pudo.

Y así como Rodolfo Walsh no pudo volver al ajedrez y a la literatura fantástica porque había una realidad que lo desbordaba, que lo llamaba, que necesitaba de una voz para ser contada, así tampoco puede Esteban Valentino escribir sobre "temas más agradables", como él mismo los llama, y no puede, no quiere, no le sale, pasar por alto la pobreza, la desocupación, las desapariciones, las guerras sin sentido.

Los protagonistas-jóvenes de Un desierto lleno de gente son chicos y chicas a los que las circunstancias obligan a crecer de golpe, a aprender de golpe. Como Emilio Carreaga que, entre los bombardeos ingleses en Malvinas, recuerda la noche en que conoció a Mercedes Padierna. Y allí, atrincherado, se pregunta:

"'¿Así que esto es la guerra?' (...) Una forma de estar solo. Una manera de dejar de tener dieciocho años y meses y pasar a tener yo qué sé cuántos."

Como Nueve, al que expulsan de la escuela por haber escrito una palabra equivocada en el lugar equivocado en el momento equivocado. A Nueve no le queda más remedio que empezar a trabajar en la calle, descargando camiones, ayudando a arreglar algún jardín. Y, de vez en cuando, ¿por qué no?, también robando. Como Gastón Albiolea —alias el Físico— y Lucía Nievas, dispuestos a defender su amor a toda costa, incluso dentro de un centro de detención clandestino. Como Toshi, una muchacha japonesa, que está dispuesta a luchar por su verdadero amor y enfrenta a su padre cuando éste quiere casarla con un hombre al que ella no ama. Como el joven Vincent Van Gogh, que sufre frente a un padre autoritario y decide refugiarse en la pintura como una forma de sobrevivir.

A veces la realidad no pregunta, sólo se impone, ordena, condena. Estos cuentos hablan de eso. Como en "La buena sangre", último de los relatos, que habla de un amor que no pudo ser, de un exilio obligado, de una vida que se pasó casi sin que los protagonistas se dieran cuenta:

"(...) lloraron un llanto enorme que habían esperado llorar durante veinticinco años, lloraron porque el doctor Sebastián Valverde y la secretaria Alcira Miglio fueron alguna vez dos chicos de quince años que se amaron en medio del fuego y un país lleno de dolor les ordenó la distancia y les ordenó el olvido."

Estos cuentos también hablan de una lucha, de la necesidad de enfrentarse a un orden injusto, impuesto por otros. Cada uno de los personajes luchará a su manera: peleando en el frente para salvar a los compañeros caídos, resistiendo cuando parecería que todas las esperanzas han desaparecido, creando a través del arte. Y, por sobre todas las cosas, recordando, que es la única forma de luchar contra el olvido.

La historia que da título al libro también habla de una lucha. Habla del enfrentamiento entre el hombre blanco, ávido de conquista, y los mapuches, dueños de las tierras del sur. La intensidad que posee el relato, la fuerza que emana de la vida del cacique Inacayal es tanta que pide, implora, busca desesperadamente una voz para ser contada, para ser rescatada del olvido:

"La vida del cacique Inacayal me fue narrada por primera vez en una reunión entre amigos con un cordero haciéndose a la cruz en una hermosa noche en la ciudad de Neuquén. Su historia, de jefe mapuche a portero del Museo de Ciencias Naturales de La Plata, rescatado por el Perito Moreno de la prisión luego de la Campaña al Desierto de 1879, me pidió que la contara casi desde que la escuché."

El relato comienza con un sueño, el sueño del cacique Inacayal:

"El sueño se le repetía como una maldición. Se soñaba a sí mismo durmiendo en la misma cama en la que estaba soñando. (...) El cielo estaba todo blanco, como si alguien lo hubiera pintado con cal. Y no había estrellas. Ni débil luz. Había todo blanco. Y nada más. (...) Así siempre. Noche tras noche. Sueño tras sueño".

Sueño que vuelve una y otra vez a poblar las noches inciertas del cacique y que conlleva en sí una doble amenaza: la del hombre, blanco al igual que el sueño, y la de la imposibilidad de ver más allá de esa blancura infinita. Sólo hacia el final del relato el sueño cobrará sentido e Inacayal entenderá, por fin, qué significaba aquel presagio soñado noche tras noche.

Dice el autor: "Escribí estos cuentos simplemente porque no puedo escribir sobre otras cosas. Si hablara de temas más agradables tal vez vendería más, pero no puedo. Me siento a la máquina y me sale la pobreza, la soledad del adolescente frente a una realidad sin futuro, nuestra historia de desapariciones y guerras ridículas." Un desierto lleno de gente se anima a abordar estos temas que tanto tienen que ver con nuestra historia pasada y también con nuestro presente. Nos cuenta historias comprometidas, fuertes, pero bellas al mismo tiempo, sin descuidar en ningún momento un lenguaje poético de gran atractivo literario.

Recomendado a partir de 14 años.

Fabiana Margolis


Nota

(1) Walsh, Rodolfo. Operación masacre. Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1994.


Fabiana Margolis (fmargolis1976@hotmail.com) es Licenciada en Letras, egresada de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Actualmente integra el GETEA (Grupo de Estudios de Teatro Argentino e Iberoamericano) donde realiza trabajos de crítica e investigación sobre teatro infantil.


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