35 | AUTORES/FICCIONES | 4 de octubre de 2000

Portada de "Las visitas"Silvia Schujer

 

Las visitas

Texto extraído, con autorización de la autora y los editores, del libro Las visitas, de Silvia Schujer. Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 1991. Colección Alfaguara Infantil-Juvenil, Serie Azul.

I

¡Qué estúpido, Dios mío! ¡Qué estúpido! ¡¿Cómo pude no darme cuenta durante tanto tiempo?! Casi dos años y yo, sin la más mínima sospecha. Sospechar... ¡Qué iba a sospechar!

No. De nada ni de nadie. Ni de los preparativos de los sábados, ni de las salidas del domingo que mi mamá hacía con los paquetes y con mi hermana mientras yo me quedaba en lo de Tati.

Tatiana... A ella sí que no la vi más. Era la hija de una vecina que ahora no me acuerdo cómo se llama. Me llevaba tres años y me tenía de hijo. "Me cuidaba." Ella decía que me cuidaba pero la verdad es que yo era su juguete preferido. También... Me obligaba a jugar a la maestra, entonces me usaba de alumno y me ponía en la misma fila que a unos cuantos muñecos. ¡Lindo papel el mío! Pero bueno. Para esa época yo tenía cuatro años ¡Cuatro años! Quién va a dudar de lo que le dicen a los cuatro años. Porque cuando uno es chico no piensa. Bueno, sí piensa, está bien. Pero derechito, para un solo lado. Uno no se imagina que una cosa puede ser y no ser al mismo tiempo.

En serio. Si a uno de chico le dicen que algo es blanco, lo toma por blanco y punto. Quiero decir: yo era muy pendejo como para no creerme la historia de que mi papá se había ido de viaje y que algún día iba a volver. ¿Por qué no? Después de todo no era tan descabellada. Por lo menos era una buena explicación para entender por qué no estaba.

Es que la cosa fue así. Un jueves. De eso no me voy a olvidar nunca.

El jueves era el día que mi mamá amasaba pizza. Para nosotros y para vender en la panadería de Cosme. A mi papá le encantaba la pizza. Pero que ella trabajara, no. Ni siquiera en casa preparando bollos. De eso también me acuerdo. De lo que mi mamá le decía: que quería juntar plata; y de lo que mi papá le contestaba: que para eso estaba él.

Yo estaba en lo de Tati, para variar. Tomando la leche en la casa de ella como todos los jueves. Era lindo tomar la leche ahí porque Tati me hacía jugar al hijo. Pero al hijo querido. No sé por qué los jueves. Me sentaba, me ponía una servilleta en el cuello (eso me reventaba) y no me dejaba mover de la silla hasta que traía todo lo que encontraba en la cocina. Cortaba el pan en rodajas y las untaba con manteca y miel. Excelente. Sólo que me hacía comer hasta que el pan me salía por las orejas. Pero era lindo. La mamá de Tatiana era maestra.

A eso de las seis y media me llevó a mi casa peinado y perfumado con una colonia asquerosa que su papá usaba para después de afeitarse.

En casa estaba mi mamá terminando los bollos para las pizzas y mi hermana haciendo los deberes. La televisión hablaba sola. Me acuerdo. Me acuerdo lo de la tele porque ese día cuando llegué me puse a mirarla pensando cómo harían las personas para metese en un cuadrado tan chico. Me acuerdo que le pregunté a Patricia y me contestó con voz de saberlo todo que las imágenes venían por el cable. Sí. Y que yo sin decir nada empecé a tocarlo así, así, así, hasta que llegué al enchufe. Y desenchufé y me puse a mirar las dos patitas y los agujeros en la pared y no vi nada, por supuesto. Y que no sé qué iba a hacer, cuando apareció mi mamá y pegó un grito que casi rompe los vidrios.

Y mirá vos. Ese jueves ella me dijo que cuando llegara mi papá "ya iba a ver" (tal cual, esas palabras) porque yo sabía que eso no había que tocarlo y bla bla bla. Cuando llegara mi papá...

El asunto es que yo me quedé con una amargura terrible pensando en cuando llegara mi viejo.

Como se hizo un poco tarde, nos sentamos a cenar: Patricia, mi mamá y yo, solos. Y me acuerdo que a cada rato ella se asomaba por la ventana, se volvía a sentar, miraba la hora, se volvía a parar, metía en el horno las prepizzas para llevar a la panadería, miraba fijo por la ventana, ponía la radio más fuerte cuando daban las noticias. Hasta que se hizo muy tarde y la mandó a mi hermana a hablar por teléfono desde lo de Tati. Y a mí, me acostó medio vestido.

Sí. Creo que yo quería preguntar por él, pero como me esperaba la paliza por lo del enchufe, no dije nada, me dejé acostar y cerré bien fuerte los ojos. ¿Nunca se te ocurrió que cerrando bien fuerte los ojos te podés dormir más rápido? Bueno. Yo creía eso. Entonces los cerré con todo, y aunque no me fue tan fácil, terminé durmiéndome como un angelito.

Y sí. Antes de dormirme... O no... En realidad no pensé nada raro. Salvo que dormido me salvaba de la paliza. Porque en mi casa era bastante común que de un día para otro las cosas pasaran al olvido. ¿O eso lo pienso ahora? No sé...

A la mañana, cuando me desperté, en mi casa no había nadie. Nadie. Pero enseguida llegó mi hermana y me gritó desde el comedor que me levantara porque iba a venir a buscarnos mi tía Negra.

Cuando le pregunté dónde estaba mi mamá, ella me contestó que había ido a la panadería. Y cuando le pregunté por el viejo me dijo que se había ido de viaje y me había dejado un beso. Asi nomás. Que se había ido de viaje y que iba a volver pronto. Lo mismo que después me dijo mi tía Negra. Y a los dos días, mi mamá. Y la mamá de Tati cuando me vio.

Mirá vos. Ahora tengo una duda. Me pregunto si Tati sabría la verdad o a ella también le habían hecho tragar el sapo del viaje. Porque cuando dos años después yo me enteré que lo del viaje era mentira, que mi papá estaba en la cárcel desde la noche que me salvé de la paliza, fui y se lo dije a ella. Y Tati se me quedó mirando. Y no dijo nada, che, nada. Como si le hubieran cosido la boca.

II

Yo hubiera preferido saber la verdad de entrada. Y si no, no saberla nunca. Para qué.

Y es que una cosa es pensar que tu papá de buenas a primeras se tomó el buque para ir a trabajar a otro país. Y otra, muy diferente, enterarte que una noche no volvió a tu casa porque lo metieron preso. Preso, ¿entendés? Y todo mientras vos, muy tranquilo, te hacés drama pensando que él se fue sin una mísera despedida. Es distinto. Y no me preguntés qué es mejor porque se trata de elegir entre dos ausencias y además el resultado está bastante lejos de ser una cuestión de gustos.

No sé si me jodió que me dijeran que estaba preso. No sé qué me jodió más, mejor dicho. Me dejó helado. Me confundió. ¡Me dio una bronca...! Pero no lo de la cárcel, porque creo que muy bien no podía imaginarme esa situación, sino lo del viaje. No entendía nada. Y para colmo en ese momento. Era domingo y, al otro día, yo empezaba el colegio primario.

Era mi primer día de clase, ¿te das cuenta? Hacía como dos meses que estaba esperando estrenarme el delantal. Tati y mi hermana me habían dado toda la manija del mundo con eso de empezar el colegio, aprender a leer y yo qué sé.

Me arruinaron el pastel con semejante noticia. Porque esa noche yo quería acostarme temprano y pensar en la cartuchera que me había regalado mi tía Negra. Siempre me gustó reservarme para la noche los pensamientos interesantes... Me acuerdo patente: la cartuchera era una especie de caja que se cerraba por la atracción de un imán. Muchos lápices no entraban, pero era fabulosa porque por fuera era medio brillante. Tenía dibujados unos bichos prehistóricos que parecían moverse cuando la cambiabas de posición. Buenísima.

Y yo quería pensar en eso y en cómo iba a ser la cara de mis compañeros, la de la maestra; y que no tenía que olvidarme de poner un pañuelo en el bolsillo del delantal. También...

Pero se me cruzaba lo del viaje y... ¿Viste? Viaje y viejo tienen las mismas consonantes. No. Nada que ver, pero se me ocurrió ahora. En qué pensaba... en qué pensaba... Ahora no estoy muy seguro, pero sentía que algo me molestaba. Porque si no estaba de viaje, como me habían dicho, ¿por qué no volvía a casa de una vez por todas? ¿Cuánto tiempo se podía estar preso? Supongo que lo extrañaba.

De la cárcel no sabía mucho que digamos. Tenía alguna idea por lo que había visto en televisión, como todos; tiros, policías, guardias, barrotes, hombres barbudos, trajes rayados... qué se yo. Hasta ahí me daba la imaginación. Y por eso no podía entender qué tenía que ver mi papá con esas cosas. Es difícil acordarme bien qué se cruzó por mi mente esa noche... Si mal no recuerdo recién en ese momento pude relacionar el que mi viejo no estuviera en casa, con los preparativos del sábado y las salidas del domingo de mi mamá y mi hermana. A lo mejor eso lo pienso ahora, pero lo que nunca me voy a olvidar es que ni cerrar bien fuerte los ojos me dio resultado esa vez para dormir.

Fue duro. El asunto es que en algún momento me debo haber dormido porque cuando al otro día mi mamá me despertó sentí un alivio terrible. Sí, alivio: a pesar de lo que me habían contado la tarde anterior, en mi casa nada había cambiado y yo iba a empezar el colegio como estaba previsto. Y claro que había dudado. Tenía un miedo... Al final, ¿para qué me contaban la historia verdadera si todo iba a seguir igual?

¡Más bien! Como mil preguntas por minuto me hacía. Después de todo era chico. Y las cosas que tenía que bancarme...

Porque el primer día de clase no es ninguna gloria. Mientras estás con tu mamá y tu hermana, todo muy lindo. Pero cuando toca el timbre y tenés que ir con tanto desconocido junto... te la regalo. Yo no lloré. Por vergüenza, supongo. Pero ganas no me faltaron.

No, por lo de mi viejo no. ¡Bah! No sé. No me acuerdo. Pero tampoco había muchos padres que digamos. Madres, sí. Así que como yo, había varios. Que estaban solos con la mamá, digo.

Y debo haber tenido que prestarle atención a muchas cosas esa mañana porque creo que el tema de la cárcel no se me volvió a cruzar por la cabeza. Además mi hermana me venía a controlar en todos los recreos. Había decidido jugar bien su papel de hermana mayor y se aparecía a cada rato con un montón de compañeras que me hablaban como a un taradito y me retorcían el cachete.

Patricia le había dicho a todos que mis padres estaban separados. Sí, y también lo del viaje. A mí no me preguntaron nada el primer día. Mejor.

La joda fue después. A la noche. Como si se hubieran ensañado conmigo. Porque en la cena no sólo que fue mi estúpida hermana la que se pasó contando cosas de su nueva maestra sino que, en eso, antes de que yo pudiera meter un bocadillo, mi mamá se puso a pelar una manzana y me dijo que tenía que decidir si el domingo quería ir con ellas a visitar a mi papá. Tal cual: a la cárcel.


Artículos relacionados:

Reseñas de libros: Lucas duerme en un jardín, de Silvia Schujer

Reseñas de libros: Las visitas, de Silvia Schujer