35 | RESEÑAS DE LIBROS | 4 de octubre de 2000

Las visitas

Silvia Schujer
Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 1991.
Colección Infantil-Juvenil, Serie Azul.

Portada de "Las visitas"

No es fácil adentrarse en la conciencia y el corazón de un adolescente y narrar desde su perspectiva con la verosimilitud que se requiere. Sin embargo, en su novela Las visitas la autora argentina Silvia Schujer (Buenos Aires, 1956) logra con gran acierto apropiarse de la voz y la conciencia narrativa de un muchacho de 12 años, quien le cuenta a su novia lo que significó para él crecer con un padre ausente y descubrir, después de los años, que éste no estaba de viaje como le habían hecho creer, sino preso.

El día que el niño va a entrar al colegio por primera vez, se entera de la verdad. Desde ese momento comienza su pesadilla, tanto frente a sus compañeros de estudios, a quienes les mantiene la ficción del viaje, como frente a su hermana, su madre y su tía, a las que no les perdona que le hayan mentido durante tanto tiempo.

A medida que van transcurriendo los días y los años y el joven se va acercando al momento presente de la escritura del libro, el tono, la mirada y las reflexiones van perdiendo la inocencia de la niñez y se van cargando de la complejidad de la perspectiva adolescente. Aparecen, además, el dolor y el resentimiento acumulados durante su infancia.

En este relato no importa tanto cómo sucedieron las cosas realmente, sino la manera como el joven va tejiendo su recuerdo. Con la capacidad selectiva de la memoria y con la parcialidad que da el afecto, el joven-narrador va creando una ficción que es su realidad. Es probable que la madre, la hermana o la tía hubieran contado la historia de una manera diferente. Aquí se siente el dolor y el trauma causados por un hecho tan difícil y por la incomunicación y las relaciones conflictivas con su familia.

La historia nos va siendo entregada poco a poco, pero no con la lógica objetiva de la sucesión de los hechos, sino como retazos, a medida que el niño recuerda, a la medida de la huella de sus traumas. Este es uno de los logros de la novela: el personaje se construye a través de su propia mirada. Y no sólo configura su propia conciencia, sino que reconstruye una realidad externa a partir de su más profunda interioridad. Por ejemplo, ese padre que conocemos en la narración no es un padre creado a priori por la autora, tampoco hay un narrador omnisciente que nos de más datos sobre él: es el padre que el niño conoció: casi un espejismo. Es la imagen paterna construida a pedazos a través de unos barrotes, de unas esporádicas visitas a la cárcel y, lo que es peor aún, de un silencio que oculta, de un velo que su madre, su tía y su hermana le han puesto a la verdad.

A través de la palabra del joven, en una aparente linealidad del relato, se estructuran varios planos: el primero está relacionado con el sentimiento y el resentimiento del niño y todas las reacciones contradictorias que tiene frente a situaciones que evidencian su interioridad perturbada: el miedo a ser descubierto por sus compañeros de colegio y ser tratado como hijo de un preso; la dificultad de manifestarle afecto a un padre de quien no sabe nada y quien conlleva la condición de delincuente; la rabia de ser compadecido por los vecinos; la necesidad de saber la verdad de la causa del encarcelamiento del padre, en fin, todos los tormentos internos acumulados durante más de seis años. El otro plano tiene que ver con la vida en casa: la madre, obligada a hacer pizzetas para vender y así poder sobrevivir; la tía solidaria que aporta comida y acompaña a la madre en su situación; Ernesto, quien poco a poco se va introduciendo en el hogar, intentando reemplazar al padre ausente; los conflictos de la hermana adolescente. Finalmente, un tercer plano que es el de la cárcel: las requisas para entrar, la relación con los demás presos, el estado anímico del padre. Es en este último nivel en el que, como un pincelazo, se aborda la situación política en Argentina a través de referencias a presos políticos, el hacinamiento de las cárceles por el aumento de éstos. Aunque la novela no ubica una época determinada, se deduce que transcurre en un período de dictadura militar.

Las visitas (Lista de Honor de IBBY 1994) es una novela que sugiere, que bosqueja situaciones, dejándole al lector la posibilidad de completarlas, de imaginarlas. De esta manera son presentados los personajes. ¿Qué sabemos del padre? Sólo lo que el niño logra descubrir o lo que inventa a través de la borrosa realidad del recuerdo. ¿Qué sabemos de la madre? Unos cuantos datos externos que nos permiten imaginar su situación frente al problema, pero también tenemos a la mano unos cuantos trazos que nos hablan de su silencio, de su dignidad frente a los vecinos, de sus sentimientos ambiguos frente al esposo, de su relación clandestina con Ernesto y, finalmente, de su desmoronamiento y frustración frente al regreso del padre. Pero estas son apenas frases entrecortadas que se tejen a lo largo de la escritura del joven.

Es indudable que estamos ante lo que Umberto Eco ha denominado un texto abierto, lo cual es otro acierto del libro. Muchas obras de literatura infantil son textos cerrados, textos que lo dan todo, que prefiguran demasiado a su lector virtual, quizás por temor a que ese destinatario infantil no comprenda la estrucutra compleja o se rinda frente a la dificultad. Las visitas nos permite no solamente interactuar con el texto imaginando lo sucedido, sino que, además, permite la confluencia de diversos lectores. Es probable que para un adolescente la lectura de este libro sea una experiencia cercana a su realidad interior, a sus odios, sus miedos, sus afectos ocultos. Es problable que comprenda las reacciones del protagonista mucho mejor que un lector adulto.

Quizá el único tropiezo frente a esta novela, para un joven lector de habla hispana, sean los modismos argentinos propios de la oralidad de un muchacho de hoy.

Este no es el primer libro de Silvia Schujer. Recordemos Oliverio junta preguntas, Lucas duerme en un jardín y Abrapalabra. Y aunque su obra Cuentos y chinventos ganó el premio Casa de las Américas para literatura infantil y juvenil en 1986, Las visitas es indudablemente su trabajo más personal.

Beatriz Helena Robledo

Beatriz Helena Robledo es profesora e investigadora literaria colombiana. Es Magister en Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, centro donde se desempeña como profesora de literatura infantil. En 1996 obtuvo una de las becas de Colcultura con el proyecto de investigación Literatura infantil colombiana: medio siglo de olvido. Es autora de Literatura juvenil, o una manera joven de leer literatura y de la Antología del relato infantil colombiano, obra incluida en la colección Biblioteca Familiar de la Presidencia de la República. En coautoría con Antonio Orlando Rodríguez publicó los libros Por una escuela que lea y escriba y Al encuentro del lector. Bibiblioteca y promoción de lectura. Es Directora General de la Asociación Taller de Talleres, de Colombia.

Reseña crítica extraída, con autorización de la autora y los editores, de la Revista Latinoamericana de Literatura Infantil y Juvenil, N° 5; Bogotá, Fundalectura (Sección Colombiana de IBBY), enero-junio de 1997.


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