202 | RESEÑAS DE LIBROS | 14 de marzo de 2007
También las estatuas tienen miedo

PortadaAndrea Ferrari
Ilustraciones de Pablo Bernasconi
Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2006. Colección Alfaguara Juvenil.

Una niña de doce años narra las peripecias por las que atraviesan ella y su familia desde el momento en que su padre abandona la casa sin dar noticias hasta mucho después. Con voz pareja y verosímil, de tono coloquial, lejos de centrarse en el hecho del abandono, el eje de la narración pasa por sus experiencias como trabajadora.

La ausencia paterna ha generado dificultades económicas en la familia. Florencia decide buscar trabajo y después de algunas cavilaciones, se "asocia" con un actor adulto que se gana la vida como estatua viviente en un parque. La elección de esta actividad es el resultado de la evaluación de un listado que la niña confecciona con aquellas cosas que mejor sabe hacer. En su criterio, las estatuas no hacen nada y no hacer nada, a Florencia le "sale perfecto".

Aunque el texto no sea explícito en este sentido, a lo largo de la lectura pueden establecerse asociaciones entre el trabajo elegido y los sentimientos por los que transita la protagonista. Cierta inmovilidad o indiferencia fingida que sólo abandonará cuando el visitante (su padre) deje su moneda (intente varios acercamientos).

La relación que va tejiendo con El Rey (su socio y maestro en el parque) parece sugerir la idea de una sustitución provisoria de la figura paterna, aunque de manera sutil, nunca dicha. Los diálogos que mantienen se circunscriben a una relación amistosa pero entre un adulto y un niño la amistad adquiere otros sentidos.

Todo es así en la novela de Andrea Ferrari; estrictamente sujeta a la voz narrativa, la historia se cuenta de manera sencilla y va permitiendo espacios amplios a la lectura. Sólo se hacen explícitos los hechos.

Florencia trabaja porque lo considera necesario. Los adultos del entorno se resisten: su madre en el momento de enterarse, su tía, la maestra, su padre. El trabajo infantil es tema del relato pero Ferrari deja que hablen los personajes. No hay una clara reivindicación ni oposición. La niña entra en contacto con un limpiavidrios. Comparten las peculiaridades de sus actividades como verdaderos colegas. Hacia el final, cuando Florencia decida abandonar su "carrera" de estatua, el pequeño ocupará de algún modo su lugar. Parece no tener las mismas opciones que ella.

El universo de la protagonista es el esperable para una niña de su edad. Una madre atareada y sinuosa en la marcación de límites, un hermano menor percibido como una presencia molesta, amistades y enemistades que le proveé la escuela y alguien con quien conocerá la sensación del primer beso. El juego de seducción con Daniel estará presente a lo largo de todo el texto y es ella y no él quien haga los primeros movimientos de acercamiento. El Rey actuará como consejero. Este costado de la historia transpira ternura y demuestra la destreza de la autora para describir los vaivenes propios del proceso: las inseguridades, las comparaciones, la competencia, las especulaciones con respecto al sentimiento del otro. En cierto momento, Florencia, que aún no se ha desarrollado como mujer, asegura que los varones las prefieren desarrolladas, lo que le resta posibilidades.

La voz de la protagonista se sostiene en el borde de la verosimilitud. Si por momentos se escuchan las resonancias de la infancia, en otros es posible percibir los ecos de un adulto. Interesante frontera, toda vez que se trata de una etapa de la vida en la que las voces no se terminan de definir; hay una mente infantil que cede a medias al tironeo del crecimiento. Los recursos con que la voz narrativa se va construyendo a lo largo del texto tienen que ver con esto. La permanente presencia de breves disgresiones o paréntesis, permiten deslindar lo que la niña piensa de aquello que es aprendido y que pertenece a un mundo al cual apenas se está asomando. En este sentido es interesante la alusión constante a los consejos de su tío materno, por quien Florencia, sin dudas, siente afecto y respeto. Antonio parece adicto a los refranes y las frases hechas, los que la niña recuerda, aplica y cuestiona permanentemente (1).

Otro de los recursos es tal vez más notorio puesto que tiene su correspondencia gráfica. Se trata de los listados que la protagonista confecciona toda vez que se encuentra frente a una decisión. Los mismos son presentados como ilustraciones de una agenda de notas o libreta y son racionalizaciones que le permiten reflexionar y especular acerca de una acción a seguir o de un estado de ánimo o deseo propios (2).

La historia se va cerrando en la medida que Florencia y su padre, aunque muy precariamente, recomponen su relación. Si bien éste olvida sus promesas y hasta la fecha de cumpleaños de su hija, es él quien le sugiere tomar clases de actuación, lo que, al final del relato, ya es una decisión adoptada por la niña. Aún sin reconocerlo o sin ser del todo conciente de ello, en esta decisión le ha vuelto a dar credibilidad a la palabra del padre; ha vuelto a confiar en él.

Niños y adultos conviven en un universo sin estereotipos; los personajes no cumplen funciones prefijadas dentro de la narración sino que evolucionan y muestran sus bondades y maldades. Todo contado por la voz de una niña que, afortunadamente, no ha permitido la intromisión de la autora.

Raúl Tamargo


Notas

(1) "«Para arrepentirse está la eternidad», dice mi tío Antonio. No me pregunten qué quiere decir porque no tengo ni la más mínima idea, ..." También las estatuas tienen miedo, pág. 74.

(2) Ob. cit, pág. 18:

Argumentos para convencer a una estatua

1) Es imprescindible y urgente que yo trabaje.

2) Soy muy buena actriz.

3)En cuarto grado hice de árbol en una obra de teatro de la escuela y todos me aplaudieron mucho por lo quieta que me quedé.

4) Aprendo rápido y molesto poco.

Nota de Imaginaria: Acompañando un informe biográfico y bibliográfico sobre Andrea Ferrari, en el N° 190 de la revista publicamos los tres primeros capítulos de la novela También las estatuas tienen miedo.


Foto de Raúl TamargoRaúl Tamargo (tamargora@hotmail.com) es poeta y narrador. Publicó un libro de poemas, Los otros cómo juegan (Buenos Aires, Ediciones A Capella, 1995) y colaboró en un ensayo sobre experiencias de talleres de escritura (Las palabras son de todos, de Silvia Alvarez. Buenos Aires, Ediciones Juntos, 1991) dirigido a docentes de nivel primario. Fue redactor de la revista Una de C.A.L. y coordinó talleres de escritura para niños y adultos en Lobos, Carlos Casares y Buenos Aires. Integró el grupo de estudio La Nuez, en el área de la literatura infantil y juvenil. Con su novela Por la ventana de Sol, ganó el Concurso Internacional de Literatura Infantil "Julio C. Coba" 2001, que organiza la editorial Libresa, de Ecuador.


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