131 | Foto de Marcelo BirmajerLECTURAS | 23 de junio de 2004

"No me olviden"
Mucho más que tres palabras con Marcelo Birmajer

Entrevista realizada por Fabiana Margolis

El escritor Marcelo Birmajer, en diálogo con nuestra colaboradora Fabiana Margolis, reflexionó sobre su obra y sobre distintos temas relacionados con la literatura y los libros para chicos y jóvenes.

—¿Cómo te gustaría ser recordado?

—Como un buen contador de historias. Hablamos siempre en el plano literario, ¿no? Después, en las cosas privadas, personales de cada uno, uno quiere ser recordado de muchas maneras distintas por personas distintas. Uno quiere entrar en distintos casilleros de la memoria de cada persona. Pero en el caso de los lectores, me gustaría ser recordado como un buen contador de historias inventadas por mí. Como un buen inventor y contador de historias.

—¿En qué creés?

—Creo en un mandato extracultural, suprahumano, de respeto por la vida y la libertad del otro y en la obligación del otro a respetar mi libertad y mi vida. Y creo que eso no es una conquista de los seres humanos en el sentido de que se haya evolucionado o que sea una decisión democrática o cultural. Creo que es un mandato que nos trasciende y que tenemos que respetar. Eso es para mí lo que conforma la idea de Dios.

—¿Creés en Dios?

—En ese aspecto sí. Creo que hay un mandato extrahumano. Ahora ¿qué es Dios? ¿quién define Dios? Para mí una definición de Dios es saber que la libertad y la vida del otro son sagradas. Que es más importante que exista una entidad. Porque una entidad te puede dar cualquier orden; de hecho los fundamentalistas islámicos creen que Dios ordena tal o cual cosa. Pero lo importante no es la entidad sino el mandato. El problema no es la autoridad sino qué dice esa autoridad. Y para mí los dichos son sagrados. Y los dichos son respetar la vida y la libertad del otro. En eso creo.

—¿Cómo llegaste a la literatura para jóvenes?

—Yo trabajaba en la revista Fierro y era compañero de Pablo de Santis. Cuando Pablo ideó la colección La Movida de editorial Colihue, por mi tipo de escritura, por mis inquietudes, creyó que yo podía ser un buen escritor y que podía escribir buenas historias para jóvenes. Ahí escribí Un crimen secundario (1), que se convirtió en uno de los libros más vendidos de la literatura juvenil argentina.

—Ése fue el primero que escribiste para jóvenes...

—Sí, fue el primero. En el año '92. Lo publiqué en el '92; lo escribí a lo largo del '91. Ese libro vendió más de cien mil ejemplares.

—Escribís de todo: cuentos, novelas, ensayos, guiones de cine, de teatro, artículos periodísticos. ¿En qué género te sentís más cómodo?

—Sin duda en el cuento. Porque es el que más me permite acercarme a la imagen del narrador que alrededor del fuego le cuenta a su tribu una historia. Esa es mi posición y el cuento es la que mejor me la permite.

—¿Cómo influyó el hecho de ser periodista en tu literatura juvenil?

—Yo trabajé en muchos medios distintos, en Clarín, en Página/12, en Página/30, en la revista Fierro y el contacto obligado con la realidad me devolvía materia prima para contar historias. Por ejemplo me acuerdo cuando trabajé como investigador periodístico para el programa de televisión El otro lado, un programa que conducía Fabián Polosecki, y cuando entrevisté a un lanzador de cuchillos tomé parte de materia prima para inventar una historia en mi novela Un veneno saludable (2). El contacto con la realidad estimulaba nuevas fantasías. El periodismo me obligaba a tomar contacto con realidades que de otro modo yo nunca hubiera percibido.

—Como lector, ¿cuáles son las historias que más te apasionaron?

—El otro día justo estaba pensando... los cuentos que a mí más me gustan son de amor y de guerra. Y las novelas también. Pero siempre está relacionado con puntos de vista, ¿no? Quién lo cuenta. Porque si uno se pregunta qué historias le gustan, en realidad son escritores que a uno le gustan. Hay casos especiales, historias míticas, que no tienen un autor preciso y uno las recuerda. Como La Odisea o La Ilíada han acompañado mi vida al punto que les dediqué un libro entero, Mitos y recuerdos (3), y que están más cercanas a los mitos que a un autor. Pero después yo te puedo decir que las historias de amor contadas por Somerset Maugham, Adolfo Bioy Casares, Isaac Bashevis Singer. Esos son los escritores que para mí han contado mejor que la mayoría de los que conozco del siglo XX las historias de amor y de guerra que a mí me fascinan.

—Con respecto a esto que decías sobre las historias clásicas y teniendo en cuenta libros tuyos como Mitos y recuerdos, Los Caballeros de la Rama o Fábulas salvajes, donde tomás cuentos tradicionales o historias de la mitología y creás nuevas historias, a veces incluso adaptándolas a la época actual. ¿Lo hacés como una especie de homenaje hacia esas historias clásicas?

—Yo creo que el mejor homenaje que uno puede hacer a las historias que lo impactaron y emocionaron es inventar historias nuevas. Yo aprendí de mis maestros, que tienen la suerte de no saber que soy su alumno (risas). Pero no hubiera escrito si no hubiera encontrado mi propia voz. Sin ellos, no podría haber encontrado mi propia voz. Pero sin encontrar mi propia voz no tendría sentido escribir. Con las fábulas de Esopo, La Fontaine, Samaniego, si uno lee mis Fábulas salvajes (4) son una vuelta de tuerca que hace que sean fábulas de Birmajer y que no hay otras fábulas que sean como las mías. Lo mismo con Mitos y recuerdos. Lo que yo hago no es adaptar el mito y decir "qué interesante era Ulises o qué divertido era Aquiles" sino que narro el mito con respeto y posteriormente cuento una historia de la actualidad que pueda tener que ver con ese conflicto, respetando en cada caso la voz de cada uno de los personajes. Y en Los Caballeros de la Rama (5)... a mí, por ejemplo, no me interesa transgredir, ni decir "la Cenicienta era un cuento que beneficiaba a tal" o hablar de clases sociales. Eso me parece una estupidez. Lo que yo hago es narrar una nueva historia a partir de esa historia. Que sorprenda y emocione como la anterior. Y ojalá que perdure con la misma intensidad. Pero no es que yo cuestione los cuentos clásicos... porque en algunos casos veo que me dicen "claro, vos descubrís lo que estaba oculto". No; yo invento algo nuevo, arbitrariamente, pero no porque considere que falta algo en esos cuentos.

—Vos que también escribís para adultos, ¿cuál pensás que es la diferencia entre escribir para chicos y para grandes? ¿Qué tema no tocarías en un libro para chicos o para jóvenes?

—Yo ahora acabo de ganar el Premio La sonrisa vertical (y Marcelo muestra su nueva novela titulada Eso no). No publicaría eso para chicos, ni para adolescentes. Creo que es muy difícil definir cuál es la diferencia. De lo que sí estoy convencido es de que mis libros para adolescentes han sido leídos por muchos adultos y les han gustado. Pero novelas mías como Tres mosqueteros (6) o Nuevas historias de hombres casados (7) son muy pocos los adolescentes que las han leído, aunque hay algunos que sí. Yo creo que en la literatura juvenil tengo un lenguaje más llano, menos disgresivo, voy mucho más al centro de la historia, sin permitirme otras reflexiones o cavilaciones y establezco un contacto más directo con el lector. Pero esto se ve mucho en la práctica, es muy intuitivo. Es muy difícil descubrir parámetros o paradigmas. Pienso que hay un talento para llegar a ese lector y el talento no se puede definir. Pero yo creo que la literatura juvenil existe antes de que sea pensada como tal. Uno recorta determinadas historias, determinados estilos, tomás de la literatura universal algunos temas y estilos, unos tal vez te interesen más que otros en determinado momento de tu vida. A mí a los quince años me resultaba imposible leer El Quijote y a partir de los dieciocho se transformó en mi libro favorito. A los quince años leía Sidharta, Demian, Sirio o Crónicas marcianas y me encandilaba. Eran novelas que tenían esa marca que era justo lo que yo buscaba en aquella época. El trabajo del narrador de literatura juvenil consiste en encontrar esa marca. Pero se escriben cosas mediocres tanto en literatura juvenil como para adultos. Por ejemplo en la literatura juvenil no existe la autoayuda y es un milagro (risas). En la literatura para adultos lo que más vende es la autoayuda. El gran libro de la literatura juvenil es un libro de literatura, Harry Potter. Yo no lo leí, pero ayer miraba la película una vez más y aunque no es mi película favorita, veía que era una película muy digna, con un montón de elementos de creación y de fantasía que superan en mucho a mucho de lo que se escribe para adultos.

—Cuando te sentás a escribir en la máquina, ¿tenés pensado si va a ser un libro para chicos o para adultos o lo vas descubriendo sobre la marcha?

—En general, digamos en un ochenta por ciento, lo tengo pensado. Y en menor medida, son cuentos que adapto para un lado o para el otro. Muchos cuentos que en un principio pensé para jóvenes los adapté para adultos y viceversa también. Hay un cuento, por ejemplo, que se llama "La escondida" que es una versión erótica en mi libro Nuevas historias de hombres casados y una versión no erótica en Hechizos de amor (8). La misma trama narrada de dos maneras distintas.

—¿Tus hijos leen lo que vos escribís?

—No, son muy chicos todavía. Simón tiene siete años y Sabrina tres.

—¿Cómo es tu día de trabajo?

—Llego a mi estudio; si dejo a mis hijos en la escuela vengo caminado y llego a eso de las nueve. Prendo la máquina, leo algunas cosas en Internet, los diarios, el mail, corrijo y a las doce, más o menos, trato de ponerme a escribir algo. Si estoy de buen humor puedo escribir cuatro horas seguidas. Si no, doy muchas vueltas hasta que logro concentrarme. La verdad es que yo tengo la sensación de que paso gran parte del tiempo sin hacer nada, pero supongo que en algún momento debo escribir porque tengo muchos libros publicados.

—¿Qué pasa si no se te ocurre nada?

—Salgo a dar vueltas, fumo... Una vez leí una reflexión de un muy buen escritor que se llama Amos Oz. Él trabajaba en un kibutz y cuando se fue de allí y se dedicó a la escritura se sentía muy mal cuando no se le ocurría nada, pensando que en el kibutz todos trabajaban muchísimo y se levantaban a las seis de la mañana, mientras que él estaba sin hacer nada, igual que yo (risas). Entonces se imaginó como un comerciante y las ideas como si fueran clientes. A veces vienen y a veces no. Cuando no vienen uno está igual en el negocio, esperando, y cuando vienen trabajás. Bueno, yo hago más o menos lo mismo. Espero a que vengan. Ahora me pasa también que tengo muchos encargos, me llaman de todas las editoriales, pero estoy tratando de no aceptarlos. Me puedo dar el lujo de dedicarme a escribir sólo lo que tengo ganas.

—¿Cuál es el libro que más te costó escribir?

—El que menos me gusta: Derrotado por un muerto (9). No sé... me parece que es un libro donde no se mantiene el suspenso de igual manera a lo largo de la historia. Me gustó mucho continuar las historias de los protagonistas, Aslamim y Tognini, que haya una saga. Pero la historia no me termina de convencer. Si me hubiera desagradado no la hubiera publicado. Cuando la publiqué estaba convencido pero después, a lo largo de las lecturas, nunca me pareció que estuviera al nivel de Un crimen secundario, donde me parece que no podés parar de leer. Pero acá si podés parar. Yo en ese momento vivía acá y no sé... los personajes venían, no me dejaban abandonarlos pero al mismo tiempo tampoco me terminaban de meter en la historia. No podía abandonar la historia, pero tampoco me podía casar con ella. Pero bueno, a mucha gente le gustó y piensan que el libro es mejor que yo, eso es una gran fortuna (risas).

—¿Y cuál es el libro al que le tenés más cariño?

—Hay más de uno. Yo diría que El alma al diablo (10) es casi el que más me gusta. Nuevas historias de hombres casados, Tres mosqueteros. Esos tres, que forman un núcleo importante dentro de mi literatura.

—Hay una frase en "Los Caballeros de la Rama" que me gustó mucho: "Uno puede dar la vida por cualquier cosa y sentirse un héroe, pero los verdaderos héroes son los que nos ayudan a vivir. Labrar la tierra, construir una casa, formar una familia, es una tarea harto más difícil que morir por cualquiera de esas cosas" (11). Esta idea, la de los verdaderos héroes, aparece también en la película El abrazo partido (12), cuando el hijo le reprocha al padre haberse ido a combatir a Israel cuando lo verdaderamente difícil era quedarse junto a su familia...

—Fijáte cómo la ficción no es exactamente lo que uno piensa, es más lo que uno inventa... Creo que la sabiduría que uno puede rescatar de un libro o de una película sirve para explicar o para pensar distintos eventos históricos sin que necesariamente uno piense que hubiera hecho en esas circunstancias lo mismo que hace el personaje. Yo estoy convencido de que en un país como Argentina la pulsión por dar la vida siempre fue negativa; nunca sirvió dar la vida por algo. En Israel era inevitable dar la vida, porque Israel era atacado por un invasor extranjero. En el caso de la Guerra de Yom Kipur fue invadido por Egipto y Siria al mismo tiempo. Ahí me parecía inevitable dar la vida, porque si no, te mataban sin que te defiendas. Era la obligación de defenderte y yo creo que uno está obligado a defenderse, porque la propia vida es sagrada. Aún si para defenderla hay que cometer el pecado de matar a otro. Sigue siendo algo malo, pero es menos malo que dejarse matar. Y en ese aspecto creo que un judío que decidía pelear en Yom Kipur no estaba malgastando su vida o abandonando la construcción de su vida, sino defendiendo a su familia. Sin Israel los judíos del mundo no iban a poder seguir viviendo, no podrían ser libres. Entonces en el caso particular de este personaje yo defiendo su decisión, aunque su hijo obviamente no.

—Me pareció fuerte que a lo largo de toda la película el hijo no se lo pudiera perdonar.

—Él no se lo perdona y me parece lógico que un hijo no perdone eso. Pero bueno, yo no soy el hijo, soy el autor. Y sin embargo mi dogma sigue siendo que uno no debe entregar su vida, debe defenderla. Pero en el sesenta por ciento de los casos la gente va a las guerras no para defenderse sino para huir de la vida. Como si necesitara una circunstancia emotiva e intensa que lo aparte de la vida cotidiana. Para mí el verdadero héroe es el que soporta lo gris de la vida cotidiana, el que construye desde la vida cotidiana.

—La religión judía, su humor y sus personajes están presentes en la mayoría de tus historias. ¿Lo hacés como una manera de acercar la tradición judía a los jóvenes?

—Yo no uso mi literatura para acercar lo judío, uso lo judío para contar de una manera singular mis propias historias. El judaísmo es más que una religión. De hecho yo no cumplo con ningún rito pero soy judío. Es una identidad y también es una fe. La fe de creer que la vida y la libertad del otro son sagradas, como rezan los diez mandamientos. Sin que esto necesariamente te lleve a cumplir con las 613 mitzvot que señalan los ortodoxos.

—Bueno, en El alma al diablo el protagonista finalmente decide, contra la voluntad de sus padres, no hacer su baarmitzvá.

—Con lo cual también estoy en desacuerdo. Yo hice mi baarmitzvá y recomiendo a cualquier joven judío que lo haga. Pero en mi vida personal yo no cumplo los rituales, sin embargo sigo siendo judío, lo cual quiere decir que se trata de algo más que una religión. En muchas circunstancias el judaísmo es también una nación, una fe, una identidad. Entonces vos podés no cumplir los mandatos de la religión y sin embargo seguir siendo judío. Pero no es que yo quiera preservar el judaísmo en mi literatura. Yo utilizo mi singularidad judía para contar historias más interesantes. Me parece que un país como Argentina, donde venimos de Italia, de España, de Corea, de Perú, de la sangre judía, es un desperdicio abandonar nuestro pasado, nuestros abuelos, nuestras historias y convertirnos en algo indistinto. Se puede ser argentino judío, argentino italiano, argentino español y utilizar esas raíces para contar historias singulares. Yo lo utilicé para singularizarme y lo seguiré utilizando. Sería imperdonable que yo olvide el Monte Sinaí, la salida de Egipto, la historia de mi abuelo y me convierta en un escritor sin ningún tipo de marca personal. Mi literatura está circuncidada... (risas).

—Y sobre todo en estos casos, ¿trabajás con experiencias personales?

—Siempre hay experiencias personales en mi literatura, en mis guiones. Siempre hay elementos de mi vida, pero transformados de tal manera que se conviertan en la vida de un personaje. Nunca es exactamente lo que me pasó a mí. Además nada de lo que me pasó a mí es tan interesante...

—¿Pensás en un lector cuando escribís?

—Pienso que quiero que me lea todo el mundo. Pienso que al lector le gusta que le cuenten buenas historias, que lo entretengan, que lo emocionen, que lo mantengan en suspenso. Ése es mi lector. No me detengo a pensar si transgredí o no el lenguaje.

—¿Es cierto que te perdiste en Mar del Plata cuando eras chico? Porque es algo que se repite en varias de tus historias.

—Sí, es cierto. Aparece en Tres mosqueteros, en Mitos y recuerdos (13), en Hechizos de amor, en Los Caballeros de la Rama, en El abrazo partido.

—¿Te imaginás haciendo alguna otra cosa además de escribir?

—No... bueno, jugador de fútbol, maratonista. Salvo viajar y escribir y viajar en función de escribir, no. Además todo lo que veo, por ejemplo una cara, labios, manos, siempre me convoca a escribir, a contar una historia.

—¿Cuáles son tus futuros proyectos?

—Ahora estoy escribiendo un libro sobre el barrio del Once, entre narrativo y periodístico, una obra de teatro y también un guión de cine contratado por una productora israelí sobre una familia argentina que viaja a Israel.

—Y para terminar, si tuvieras que elegir tres palabras con las cuales definir tu obra, ¿cuáles elegirías?

(Piensa unos minutos)

—No me olviden. Sí, elegiría "No me olviden".


Fabiana Margolis (fabimargolis@hotmail.com) es Licenciada en Letras, egresada de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Formó parte del GETEA (Grupo de Estudios de Teatro Argentino e Iberoamericano) donde realizó trabajos de crítica e investigación sobre teatro infantil. Próximamente, la editorial Libresa, de Ecuador, publicará su libro Sueños con gusto a frutilla, recomendado por el Jurado del Concurso Internacional de Literatura Infantil "Julio C. Coba".


Notas de Imaginaria

(1) Birmajer, Marcelo. Un crimen secundario. Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1992. Colección La Movida. Ilustraciones (historietas) de Rafael Segura.

(2) Birmajer, Marcelo. Un veneno saludable. Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1995. Colección La Movida. Ilustraciones (historietas) de Rafael Segura.

(3) Birmajer, Marcelo. Mitos y recuerdos. Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 1999. Colección Cuenta conmigo. Ilustraciones de Augusto Costanzo. En Imaginaria publicamos dos cuentos de este libro.

(4) Birmajer, Marcelo. Fábulas salvajes. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1996. Colección Sudamericana Joven. Ilustraciones de María Gabriela Forcadell.

(5) Birmajer, Marcelo. Los Caballeros de la Rama. Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2003; colección Próxima Parada Alfaguara, Serie Azul.Ilustraciones de Pablo Bernasconi. En Imaginaria publicamos dos cuentos de este libro.

(6) Birmajer, Marcelo. Tres mosqueteros. Madrid, Debate, 2001.

(7) Birmajer, Marcelo. Nuevas historias de hombres casados. Buenos Aires-Madrid, Editorial Alfaguara, 1999. Colección Literaturas.

(8) Birmajer, Marcelo. Hechizos de amor. Buenos Aires, Ediciones Santillana, 2001. Colección Leer es genial; Serie Unos y Otros. Ilustraciones de Mariano Lucano.

(9) Birmajer, Marcelo. Derrotado por un muerto. Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1993. Colección La Movida. Ilustraciones (historietas) de Patricia Breccia.

(10) Birmajer, Marcelo. El alma al diablo. Bogotá, Grupo Editorial Norma, 1995. Colección Zona Libre.

(11) Fabiana Margolis cita una frase del cuento "Los Caballeros de la Rama", incluido en el libro del mismo nombre y publicado en Imaginaria.

(12) Birmajer es coautor del guión de El abrazo partido.

(13) Ver el cuento "La vuelta" del libro Mitos y recuerdos, publicado en Imaginaria.


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