120 | LECTURAS | 21 de enero de 2004

Buenos espectáculos para los chicos

por Nora Lía Sormani

Dentro del Primer Festival de Teatro Nacional e Internacional para Niños y Adolescentes ATINA 2003 que se desarrolló en la ciudad de Buenos Aires y Gran Buenos Aires del 4 al 9 de noviembre de 2003, se realizaron 36 funciones de Teatro para Niños y Adolescentes, a cargo de grupos de todo el país y del exterior, se organizaron tres talleres de perfeccionamiento para profesionales y estudiantes de la actividad, y se organizaron dos mesas redondas con el objetivo de reflexionar acerca de la realidad del Teatro para Niños.

El siguiente artículo fue presentado por la autora en la mesa "Relatos del Festival", donde el jurado de selección de espectáculos (Nora Lía Sormani, Juan Garff y Silvina Reinaudi) hizo una devolución a los elencos sobre los espectáculos que integraron el Festival. Se reproduce con autorización de la autora y de la Asociación de Teatristas Independientes para Niños y Adolescentes (ATINA). Imaginaria agradece a María Inés Falconi, de ATINA, las facilidades proporcionadas para su publicación.

En el Congreso Internacional de Literatura Infantil y Juvenil, organizado por el IBBY, que se celebró el año pasado en Basilea, Suiza, pude escuchar a Jostein Gaarder, el autor de El mundo de Sofía. En su conferencia "¿Libros para un mundo sin lectores?", Gaarder dijo que "la leche materna nunca pasará de moda. Tampoco un buen cuento". Poco después agregó: "Los buenos cuentos son como los virus: se diseminan con facilidad e incluso pueden ser increíblemente contagiosos. No existen vacunas ni vitaminas eficaces para contrarrestar los efectos de un buen cuento. Ni siquiera la realidad —la televisión o los juegos para computadora— puede reprimirlos". Jostein Gaarder tiene razón. Lo mismo pienso del teatro para chicos. El problema es que en la misma conferencia no aclara un aspecto fundamental: qué debe entenderse por "un buen cuento". Por extensión, qué es la buena literatura. Yo me pregunto ¿qué es un buen espectáculo? ¿Cuál es el buen teatro para niños?

En mi tarea como espectadora y crítica, vuelve una y otra vez la misma inquietud: qué son los buenos espectáculos para los chicos, qué criterios seguir para elegirlos, como diferenciarlos de los regulares, mediocres o incluso los malos. Todos sabemos que un buen espectáculo es aquel que nos produce admiración y deseo de volver a verlo; todos también sabemos qué sentimos cuando estamos ante un espectáculo pobre o insignificante. El problema es llevar ese conocimiento a la formulación de una metodología de criterios de selección.

Teatro vivo, teatro mortal

Peter Brook distingue entre un teatro vivo y un teatro mortal. El primero es el que emociona, hace pensar, divierte, estimula, mueve a la acción al espectador y ensancha su experiencia del arte y del mundo. El teatro mortal, por el contrario, es el que sumerge al espectador en el aburrimiento, en una parálisis emocional e intelectual de su espíritu y que, para colmo, lo obliga a negar esa situación y a atribuirle virtudes. El teatro mortal —dice Brook— es el que nos aburre irremediablemente pero nos han enseñado a respetar porque "eso" es ir al teatro. Pero ¿cómo distinguirlos?

Aclaraciones

Para elaborar una propuesta debo dejar planteadas previamente algunas salvedades:

  1. Hablar de espectáculo vivos y espectáculos mortales implica una teoría del gusto y una teoría del valor. Ambas están atravesadas por la subjetividad (las normas de gusto y de valor que impone cada individuo) y la por intersubjetividad (las normas establecidas colectivamente por la cultura, la historia, la política).

  2. No hay espectáculo que no tenga algo bueno, por lo tanto, de entrada, hay que relativizar la rotundez de las delimitaciones. Porque los espectáculos son objetos complejos y múltiples, que tratan permanentemente con la incertidumbre. Como afirma Graciela Montes (1) pero refiriéndose a la literatura. "La literatura —el arte en general— ha estado siempre del lado de la diversidad. Ha cumplido su papel en la exploración de los bordes del enigma, construyendo pequeños universos de sentido. No explicaciones: universos, o más sencillamente, juegos. Frente a lo incomprensible, pero denso y deseable en su presencia —"lo otro", el bosque, los enigmas—, el arte no se ocupó de señalar certezas sino que más bien jugó con la incertidumbre. Esta ha sido su tarea, la continuación del juego. La literatura para niños también ha desempeñado ese papel, siempre que se atuvo a las reglas del arte".

  3. No hay nada tan útil para descubrir qué es un gran espectáculo como asistir a espectáculos mediocres. En ellos palpamos la ausencia de lo que convierte al teatro en un acontecimiento y, en consecuencia, también espectar espectáculos malos nos hace más sabios.

Seleccionar, una necesidad

Pero, hechas estas salvedades, reconozcamos por qué debemos privilegiar los buenos espectáculos, por qué no podemos soslayar los criterios de selección, ni tampoco podemos delegarlos ni en las máquinas, ni en las instituciones, ni en los partidos, sino que dependen estrechamente de nuestra opinión y experiencia como espectadores:

  1. Porque son tantos, tan intensos y atrapantes que es una pena perdérselos.

  2. Porque no tenemos todo el tiempo del mundo y es justo aprovecharlo.

  3. Porque generalmente nos vemos obligados a recomendar y a poner en contacto a los niños con el teatro, y una obra mediocre puede ser la causa de un futuro adulto no espectador.

  4. Michèle Petit (refiriéndose a la literatura y yo lo hago extensivo al teatro), afirma que los buenos libros ayudan a construir la subjetividad. Parafraseando sus ideas, yo digo que el teatro puede ser un atajo privilegiado para elaborar o mantener un espacio propio, íntimo, privado, para dar sentido a la experiencia de alguien, para darle las palabras a sus esperanzas y a sus deseos. El teatro —siguiendo a Petit— puede ser también "un auxiliar decisivo para repararse y encontrar la fuerza necesaria para salir de algo; y finalmente, otro elemento fundamental, el teatro es una apertura hacia el otro, puede ser el soporte para los intercambios". (2)

Bases epistemológicas

Ofreceremos a continuación aquellos criterios que seguimos personalmente a la hora de definir un buen espectáculo. Dichos criterios dependen de dos principios epistemológicos (el análisis del conocimiento científico, la conciencia del sujeto que conoce de cómo conoce):

  1. Desplazar los caprichos del gusto y la circunstancia por el pensamiento crítico, es decir, cada afirmación debe ser acompañada por la correspondiente argumentación.

  2. El reconocimiento debe adecuarse al reconocimiento de los territorios de cada poética y no pedirle a una poética lo que corresponde a otra. De la misma manera que, como dice Peter Brook no puede reclamársele a un vodevil que sea una tragedia. La inadecuación crítica puede producir efectos de interpretación muy valiosos, pero no nos sirve para nuestro objetivo porque por supuesto siempre un excelente vodevil sería una pésima tragedia. No valorar un espectáculo de títeres para chiquitos como si fuera una obra de Héctor Presa, destinada a otro público y con otra poética.

Criterios de selección

Nuestros criterios de valoración de los libros son los siguientes:

  1. Criterio técnico: un buen espectáculo debe estar técnicamente bien realizado, la técnica depende de la poética de que se trate. Cada género discursivo impone las reglas de su técnica, e incluso los espectáculos más bizarros o que trabajan con cruces acaban elaborando una técnica específica. Para ello hay que preguntarle al espectáculo cómo está compuesto en sus diferentes niveles: fonológico, léxico, morfológico, sintáctico, tematológico y semántico. Es decir, preguntarle al texto por sus sonidos, sus palabras, sus procedimientos formales, sus estructuras profundas (sintaxis, estructura narrativa abstracta que se diseña a partir de seis grandes universales: sujeto, objeto, ayudante, etc.), sus inscripciones temáticas, su sentido, etc.

  2. El segundo criterio es el del acuerdo entre el proyecto creador y el espectáculo resultante: muchas veces un espectáculo puede estar animado por objetivos dignos de aplauso, procesos de creación fascinantes, ideas, y materiales compositivos de primer orden y, sin embargo, el resultado es decepcionante. Una metáfora culinaria tal vez ayude a comprender este segundo criterio: la del souflé, que hemos preparado con los mejores materiales, todo el cariño y de acuerdo con la receta infalible, y sin embargo, no levó.

  3. El criterio ideológico: el buen teatro es el que hace bien, el malo, es el que hace mal. Hace mal por ejemplo, aquel teatro que estupidiza a los chicos, aquel que los vuelve grises ovejas del rebaño, aquel que disfraza trivialidad como sabiduría, aquel que infunde autoritarismo, aquel que inculca intolerancia y racismo, aquel que no respeta los derechos humanos, aquel que se burla del más débil, aquel que enseña el solipsismo, el arribismo o la corrupción, aquel que se aleja de las bases del humanismo, aquel que no colabora con la formación de seres humanos más nobles y sensibles. El mal teatro para los chicos es aquel que hace mal porque contribuye a afianzar un mundo del que los hombres deberían avergonzarse. Tenemos derecho a tomar posiciones ideológicas frente al teatro que trabaja a favor de la guerra o del fundamentalismo o del mero comercio, de la injusticia o la desigualdad.

  4. El criterio de la relevancia: otra cosa imperdonable al teatro es que sea aburrido, que invite al sopor antes que a la emoción, a la pasividad antes que al dinamismo, a la sensación de vacío y a la estupidez, al olvido antes que al reencuentro. Bruno Bettelheim y Karen Zelan en el libro Aprender a leer (3) dedican todo un capítulo al tema del peligro del aburrimiento en los libros para chicos analizando detalladamente los textos de los libros de lectura. El capítulo se titula "Textos vacíos; niños aburridos" y consideran que este aspecto es determinante para espantar a los niños de la lectura.

  5. Un criterio propio y específico del teatro infantil es el de la adecuación a la competencia del espectador. Aspecto que atañe tanto al aspecto técnico (qué capacidad tiene un niño de decodificar y comprender un espectáculo) y que atañe también al campo de los intereses propios de cada etapa de la infancia. Por ejemplo, Animales, de Pablo Vergne. Se trata de que los espectáculos puedan enseñar a ser espectador acogiendo a los niños en su estadio actual y motivándolos a avanzar en la complejidad y riqueza de los espectáculos.

En consecuencia, sostenemos que un espectáculo lo es por la confluencia, la aportación conjunta de su técnica, su adecuación entre el proyecto creador y resultado, su ideología y su relevancia. Ninguno de estos criterios funciona autónomamente: conocemos espectáculos de técnica impecable y sin embargo, repudiables ideológicamente, sabemos de espectáculos de ideología intachable y bienintencionada pero mediocres por su técnica, su resultado y su falta de relevancia.

La selección, una práctica intransferible

Pensar en criterios de selección es una tarea indispensable, con la que lidiamos día a día, ya sea para nuestros propios hábitos de espectadores, o como mediadores entre los niños y las obras. No podemos delegar esta tarea, no por desconfianza, sino porque la selección requiere de nuestro ejercicio de argumentación crítica. La selección es una práctica por necesidad y es intransferible. Si seleccionamos espectáculos para los chicos es para orientarlos en el camino de elaboración de sus propios criterios de selección. Ya llegará el día en que podremos confrontar con ellos nuestras respectivas argumentaciones críticas, nuestras respectivas elecciones.


Notas

(1) Graciela Montes, "El bosque y el lobo. Construyendo sentido en tiempos de industria cultural y globalización forzada". En Memorias. El Nuevo Mundo para un nuevo mundo, Actas 27° Congreso IBBY, Cartagena de Indias, septiembre de 2000. Véase también, de la misma autora, La frontera indómita. En torno a la construcción y defensa del espacio poético (México, Fondo de Cultura Económica, 1999).

(2) Libros más importantes de Michèle Petit: Lecturas: del espacio íntimo al espacio público (México, Fondo de Cultura Económica, 2000) y Nuevos acercamientos a los jóvenes y a la lectura (México: Fondo de Cultura Económica, 1999).

(3) Bruno Bettelheim y Karen Zelan. Aprender a leer (Barcelona, Crítica, 1983).


Nora Lía Sormani (norayjorge@fibertel.com.ar) nació en Buenos Aires en 1965. Es Licenciada en Letras, egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Se especializa en estudios sobre teatro, literatura y cultura para niños y jóvenes. Recibió el Premio Pregonero de la Fundación El Libro 1994-1995 por su labor en periodismo gráfico sobre literatura infantil. Integra el Consejo de Redacción de la revista La Mancha. Papeles de Literatura Infantil y Juvenil y es coconductora del Programa País Cultura (Radio Nacional, AM870). Actualmente realiza una investigación sobre la literatura infantil en el Río de la Plata, coordinada por la escritora Graciela Montes. Es reseñadora permanente de libros para chicos y jóvenes en el Suplemento "Cultura" del diario La Nación. Es autora de la compilación ¿Sólo los chicos? Cuentos argentinos de todos los tiempos (Buenos Aires, Ediciones Desde La Gente, 2002).


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