106 | LECTURAS | 9 de julio de 2003

¿Libros para un mundo sin lectores?

por Jostein Gaarder

"De la luz y la palabra"Texto de la Conferencia Magistral pronunciada durante el 28° Congreso de IBBY (International Board on Books for Young People) en Basilea (Suiza), 29 de septiembre-3 de octubre de 2002, reproducida con autorización de IBBY. Las fotos de esta página aparecen con autorización de los organizadores del certamen fotográfico (créditos al pie).

Damas y caballeros. En primer lugar, quisiera agradecerles la invitación para participar de este importante congreso en Basilea y, al mismo tiempo, felicitar a IBBY en su quincuagésimo aniversario. Es un gran honor tener la oportunidad de dirigirme a tan ilustre auditorio.

Debo expresar también algunas reservas con respecto al tema de esta sesión denominada "¿Libros para un mundo sin lectores?". No soy sociólogo literario ni bibliotecario, editor o promotor de libros para niños o adultos. Debo aclarar también que no sé nada acerca del debate que ha tenido lugar en el seno de IBBY durante las últimas décadas. Dicté clase por última vez hace doce años y mis alumnos tenían diecinueve o veinte años. Estoy aquí simplemente como autor y, en tal sentido, no soy un oráculo confiable con respecto al futuro del libro.

No obstante, terminaré esta conferencia con algunas observaciones acerca de los motivos que me impulsaron a abordar la escritura. Tal vez puedan encontrarse allí algunas claves para el futuro del libro.

En cierto modo, los términos en que está formulado el título elegido resultan contradictorios. Porque es obvio que sin lectores no habrá libros de ninguna clase. En este punto creo conveniente aclarar que, de aquí en adelante, me referiré principalmente a la literatura infantil. Ello no significa que crea que un libro para niños esté destinado solamente al lector infantil y excluya al adulto; no obstante, semejante dictamen resulta prácticamente superfluo hoy en día, en gran medida gracias al trabajo desarrollado por IBBY durante el ultimo medio siglo.

"¿Libros para un mundo sin lectores?" ¿O libros para un mundo sin niños lectores, o sin niños a quienes leérselos? Por fortuna, esta paradójica hipótesis se encuentra encerrada entre signos de interrogación, y se me ocurre que el título de esta conferencia fue elaborado por un adulto preocupado y que los signos de interrogación los agregó un niño disconforme, a quien una estricta censura paterna sólo le permite añadir o suprimir un par de signos de puntuación en el manuscrito de mamá o papá. Porque resulta claro que los niños en etapa de crecimiento seguirán deseando tener libros y sintiendo necesidad de ellos. Incluso es posible predecir que en los tiempos venideros la necesidad del niño por los libros será mayor que nunca.

No todas las culturas necesitan libros en la misma medida. De hecho, muchas culturas se las han arreglado muy bien sin ellos, principalmente debido a la existencia de una abundante tradición narrativa oral. Sin embargo, en el mundo moderno y postmoderno la tradición oral se desmorona, y en algunas sociedades este fenómeno sucede con tanta rapidez que una tradición oral que se desvanece no es reemplazada a tiempo por libros, por relatos escritos; como resultado, muchos niños quedan expuestos a crecer sin el cuento. Y, esencialmente, aquello de lo cual no podemos prescindir es el cuento, sin importar si se encuentra escrito o se transmite oralmente.

Todavía existen culturas en mayor o menor medida ágrafas donde, desde tiempos inmemoriales, los adultos y los niños han tenido acceso a un caudal de cuentos de hadas, mitos y leyendas de transmisión oral, debido a que sus hogares quedan sumidos en la más completa oscuridad a partir de las seis o siete de la tarde. Y aunque, de la noche a la mañana, aparezcan la electricidad y las antenas parabólicas, transcurrirá bastante tiempo antes de que las historias impresas logren desplazar a una tradición oral moribunda. La producción de libros implica un elemento económico. No así la tradición oral. La tradición oral es gratuita.

En mi país, igual que en el resto de Europa, el desarrollo ha seguido un camino algo diferente. En Noruega, los cuentos impresos ya gozaban de reconocimiento en la época en que seguíamos viviendo en una cultura campesina y mucho antes de la llegada de la televisión e Internet, incluso antes de que hicieran su aparición la electricidad y el teléfono. Los cuentos populares de transmisión oral comenzaron a escribirse hacia mediados del siglo XIX mientras la narración popular seguía teniendo amplia vigencia entre los habitantes de zonas rurales. Al mismo tiempo, la novela y el cuento literario comenzaron a compensar la pérdida gradual de la tradición oral. Alrededor de 1900 surgieron los primeros ejemplos de libros "para niños". (En tal sentido, debo aclarar que las leyendas, los mitos y los cuentos populares de transmisión oral no solían dividirse en cuentos "para niños" y cuentos "para adultos". El cuento tenía a todos los miembros de la familia por oyentes, si bien había excepciones. Los cuentos folklóricos eróticos también estaban en circulación y, quizás, se los reservaba para el momento en que los niños ya se habían ido a dormir).

Me atrevería a afirmar que el libro no es necesario en todas las sociedades, pero el cuento sí, especialmente en una sociedad moderna o postmoderna, que en mayor o menor medida suele carecer de tradición oral e incluso de las largas conversaciones familiares que conforman la identidad y con frecuencia abundan en cuentos y elementos épicos. No sólo la tradición oral sufre un proceso de desintegración en una sociedad postmoderna, también gran parte de sus cimientos se ven erosionados: me refiero a la vida familiar tradicional.

El texto escrito no posee valor intrínseco en sí mismo, se publican muchos libros triviales, incluso demasiados. Lo que necesitamos son buenos cuentos que nos nutran y nos ayuden a crecer. Decimos que un cuento nos "afecta". Interpreta nuestra propia existencia bajo una nueva luz y tiene el poder de dar a nuestras vidas una dirección enteramente nueva.

Los mitos indoeuropeos, sólo para citar un ejemplo de un tesoro narrativo de riquísima diversidad, florecieron durante unos cuantos miles de años y sólo a principios del siglo XIII se escribieron las variantes norgermánicas de esta cornucopia. Y aquí aludo a un tema prácticamente universal: todas las culturas nacionales y regionales han sido portadoras durante siglos de una fecunda narrativa de transmisión oral que, en mayor o menor medida, fue preservada por medio de la palabra escrita antes de que se extinguiera por completo la tradición oral.

En términos muy sencillos, puedo distinguir cuatro etapas en la historia del cuento:

1) La cultura total o parcialmente ágrafa. Los cuentos abundan, es la edad de oro de la narración.

2) La cultura literaria pre-moderna. Los restos de las riquezas de la cultura ágrafa se escribieron y preservaron por escrito. Asimismo, se escribieron y publicaron nuevos cuentos, novelas y cuentos de hadas de autor. Aparecen los primeros cuentos "para niños".

3) La cultura nacional moderna con un creciente elemento de cultura extranjera y traducida. Las publicaciones para niños y adolescentes son tan abundantes que se crean instituciones especiales para conservar libros para niños en el nivel nacional. El IBBY se funda a principios de la década de 1950.

4) La civilización postmoderna, globalizada y basada en redes cuyos habitantes son prácticamente inducidos al entretenimiento de fácil acceso y donde la cultura, en gran medida, se ha convertido en un artículo de consumo internacional.

La mayoría de nosotros vive entre las etapas tres y cuatro de este esquema. Sin embargo, aun persisten culturas que debemos descubrir y que pasan casi directamente de la etapa uno a la etapa cuatro, en otras palabras, se precipitan desde la tradición de la narrativa oral propia de la sociedad campesina a la cultura global de masas.

Entonces, ¿qué ocurre con el cuento cuando la literatura —y el libro— entran en competencia con los nuevos medios: televisión, video, computadoras, Internet, etc.? Es demasiado pronto como para predecirlo. Nos encontramos aún en la infancia de esta nueva tecnología de la información. Creo que todavía entendemos muy poco acerca de la manera en que estos nuevos medios modificarán nuestras vidas, nuestras formas de pensar y la civilización humana en su totalidad. Tal vez estemos presenciando un momento crucial de dimensiones copernicanas en la historia de la humanidad. Si de algo estoy seguro es que el cuento sobrevivirá. Mientras nos quede aire para hablar unos con otros, los buenos cuentos seguirán con vida.

La conciencia humana posee una estructura absolutamente épica o narrativa. Así está conformada y ha sido siempre desde la aparición del primer mito o relato de cacería. El cerebro parece ser receptivo a los cuentos, y no tanto a la información digital o enciclopédica. Si alguno de los aquí presentes comenzara a recitar una larga lista de datos importantes acerca de la ciudad de Basilea, indudablemente me resultaría interesante, escucharía sus palabras con atención, pero acabaría por olvidar todo. Si, en cambio, me contaran un cuento fascinante acerca de Basilea, lo recordaría por el resto de mi vida. Esta diferencia ya comienza a darnos prueba de la superioridad del cuento sobre el discurso no ficcional, la enciclopedia y el juego para computadora. El cuento vive en nosotros, vive con nosotros. Somos "cautivos" del cuento.

Más allá de toda división política, cultural e histórica, el cuento proporciona a la humanidad en su conjunto una "lengua materna" común. Los niños incorporan intuitivamente una serie de palabras en su propio idioma y luego, en un abrir y cerrar de ojos, aparece el cuento con su estructura casi universal. No necesitamos aprender a respirar. No necesitamos recordarle a nuestros corazones que deben latir. Tampoco necesitamos aprender a escuchar buenos cuentos y mucho menos a contarlos nosotros mismos. El cuento es una forma de comprensión característica de los seres humanos y, como tal, prevalece por sobre toda diferencia cultural.

No ha habido cultura alguna en la historia del mundo que no haya albergado un conjunto de mitos, cuentos de hadas y leyendas. Y del mismo modo, cada individuo tiene su propia historia de vida porque no vivimos digital o cíclicamente, vivimos de manera lineal y sensual.

La mejor manera de conocer a una persona bien podría ser pedirle que nos cuente su historia de vida; al menos, sería un buen comienzo. Todo el mundo tiene historia y la mayoría está más que predispuesta a compartirla con los demás. En casi todos los casos existe algo para aprender de una historia de vida; en ultima instancia, puede ser motivo para despejar la mente o funcionar como catarsis.

Algunas historias tienen un breve ciclo vital y son las que se escuchan a diario. Pero los buenos cuentos sobreviven. Son éstos los que queremos ver escritos y preservados en libros, con ilustraciones o sin ellas, porque ya no podemos depositar en las tradiciones orales la misma fe que solíamos tener.

Un buen cuento alcanza a ser comprendido por todos. Se lo puede contar una y otra vez. Porque renace cada vez que se lo vuelve a contar o que se lo relee, tanto en voz alta como para uno mismo. De esta manera, un cuento siempre adquiere los colores que le otorgan el narrador, el ámbito en que se cuenta y el receptor.

Con frecuencia existe una interacción única entre el narrador y el receptor. El cuento no es lo único que se desarrolla cuando Charlotte escucha un relato cautivante que le leen o narran su mamá o su abuelo. Incluso el ámbito donde se cuenta el cuento tiene su propia sensualidad. Un ingrediente existencial importante puede ser el sentido de pertenencia e identidad, y ello era también válido cuando se producía la circulación oral de los cuentos. Nacemos dentro de una lengua. Y del mismo modo nacemos dentro de un canon de narraciones. Luego aprendemos a hablar. Y luego, a contar cuentos.

Los buenos cuentos son como los virus: se diseminan con facilidad e incluso pueden ser increíblemente contagiosos. No existen vacunas ni vitaminas eficaces para contrarrestar los efectos de un buen cuento. Ni siquiera la realidad —la televisión o los juegos para computadora— puede reprimirlos. Un cuento original ya ha creado anticuerpos contra cosas semejantes. Por ello decimos que un buen cuento nos "cautiva". Más aún, durante la narración de un cuento, he escuchado exclamar a oyentes entregados, entre risas o con tristeza en la voz: "¡No resisto más!".

"Tarde"

Al perderse la tradición de la narrativa oral, el medio más importante para trasmitir buenos cuentos será el libro o, en todo caso, el texto escrito, es decir, la literatura.

Cuando hablamos de literatura, nos referimos a uno de los fundamentos de la civilización humana. ¿Acaso no resulta extraño que una intrincada mezcla de menos de treinta personajes diferentes pueda hacernos reír o llorar, temblar de emoción o fascinarnos con su encanto? ¿No es extraordinaria la manera en que las letras nos permiten sumergirnos en un relato heroico que tiene miles de años de antigüedad? ¿No existe algo tranquilizador en el hecho de que el alfabeto nos permita compartir nuestras propias historias con las generaciones futuras?

Entonces aparece un termino recurrente cada vez con mayor frecuencia, la palabra interactivo. Esta palabra suena casi como un eufemismo. No olvidemos que, de muchas maneras, contarnos cuentos es un proceso mucho más interactivo que comunicarnos por computadora. Es mucho más lo que sucede en nuestras mentes cuando leemos algo que nos interesa que cuando nos conectamos a Internet. Utilizamos mas megabytes cerebrales cuando leemos una novela que cuando miramos un video o jugamos una partida por computadora. Por ejemplo, puedo seguir con facilidad la trama de una película mientras "dejo vagar mis pensamientos". Cuando estoy leyendo es diferente. El libro tiene una tendencia a monopolizar la atención y si no es así, solemos dejarlo de lado.

Cuando leemos, creamos nuestras propias imágenes y asociaciones. El libro vive dentro de nosotros, se reinventa en nosotros a medida que lo vamos leyendo. No hay nada externo para poder relacionarlo. Detrás del libro existe un autor, pero somos nosotros quienes damos vida al libro al leerlo silenciosamente o en voz alta. Por tanto, leer un libro no puede compararse a insertar un cassette de video o un CD en una máquina y luego dejar que la máquina nos "lea el texto". Leer es un acto más activo, creativo y autosatisfactorio que mirar una película.

Incluso en un país como Japón, la tierra de la electrónica digital por excelencia, las personas siguen leyendo libros, aun cuando para ello se requiere un conocimiento de decenas de miles de caracteres diferentes. Creo que esta paradoja japonesa nos proporciona un dato acerca de la superioridad del libro y el texto escrito por sobre los medios visuales.

Entonces, ¿de qué manera circula el cuento en esta nueva sociedad de los medios y el entretenimiento? Como ya he dicho, no necesitamos aprender a respirar. No obstante, el aire puede estar tan contaminado que la respiración se nos tornará dificultosa. No necesitamos recordar que nuestros corazones deben latir. Sin embargo, existen enfermedades derivadas de nuestro estilo de vida que pueden dañar o debilitar el corazón hasta que, súbitamente, un día deja de latir.

Ya he señalado de qué manera hemos perdido en gran medida el impulso y la vitalidad que alguna vez tuvo la tradición oral. Los cuentos que circulan oralmente, en virtud de su atractivo universal, sobreviven de boca en boca durante muchos cientos e incluso miles de años. El texto escrito también puede sobrevivir durante un período semejante si bien, a diferencia de la narrativa oral, no posee la misma capacidad para adaptarse constantemente a las condiciones sociales imperantes y, en tal sentido, es menos plástico que el mito o el cuento folklórico.

El cuento nos ha brindado acceso a la experiencia humana de la antigüedad. Sin embargo, el péndulo ha oscilado en dirección contraria durante las últimas décadas. En este mundo postmoderno, la mayor parte del contenido de la conciencia humana sólo tiene unas horas o unos pocos días de vida. Un famoso actor de cine se casa, se divorcia, se pone a dieta, toma estimulantes, hace un tratamiento de desintoxicación o se suicida. Se vende un buen futbolista a un club por una x cantidad de millones de dólares o euros, el test antidoping realizado a un esquiador de competición da resultado positivo, una hermosa modelo afirma que su actividad sexual nunca le resulta suficiente o que ha decidido pasar el resto de su vida en celibato. Esta clase de "chismografía" nos envuelve cada vez en mayor medida. No obstante, no sobrevive a la impresión de la edición del tabloide que aparecerá mañana. Y entonces, ¿qué sentido tiene esperar la próxima edición? Encorvados frente a nuestra computadora o consola para juegos de video, podemos disfrutar con impulsos electrónicos que tienen solamente unos pocos microsegundos de antigüedad.

No quedan dudas respecto de que la pantalla de televisión saquea nuestras vidas. O bien, para ser justos, a la vez nos da y nos quita. Y como dijo una vez un alcohólico: "Antes era yo quien dejaba vacía la botella. Ahora la botella me deja vacío a mí". Es indudable que lo mismo se puede decir de la pantalla de televisión, el monitor de la computadora o el teléfono celular. En Noruega, el ochenta por ciento de los jóvenes entre doce y quince años tiene su propio teléfono celular. En cierto modo, los padres se sienten ahora más tranquilos acerca del lugar donde se encuentran sus hijos. La vida familiar se maneja por control remoto. El teléfono celular es el control remoto de la familia.

Michael Ende escribió la novela acerca de Momo y los ladrones de tiempo. Es una novela profética. Hoy en día estamos rodeados por ladrones de atención que forman parte de una industria heterogénea, quizá la más grande que el mundo haya visto jamas. Los ladrones de atención se enriquecen al despojarnos de experiencias de vida auténticas, y lo hacen de manera abierta, desvergonzada, lo hacen sin que nadie intervenga para detenerlos. Los "electroestimuladores" explotan la curiosidad natural y la necesidad de juego de los niños. Los despojan de la imaginación y de la actividad automotivada. Los gigantes de las comunicaciones y el entretenimiento intentan robarnos el cuento y la palabra viva. Pero es poco probable que lleguen a obtener un gran éxito. El cuento es lo suficientemente resistente y tenaz como para hacerles frente. He visto ejemplos de la manera en que incluso los "electroadictos" más recalcitrantes son capaces de abandonar semejante droga con sorprendente facilidad. ¡Démosles un verdadero cuento! ¡Démosles un antídoto contra estos orgasmos perceptivos sin valor alimenticio! ¡Si no hay más remedio, démosles a Harry Potter! "Harry Potter" ha enseñado a leer a millones de analfabetos funcionales, me refiero especialmente a los varones. Y el primer cuento que leemos no suele ser el último. No quedamos automáticamente satisfechos con leer solamente un libro. Es muy probable que sigamos teniendo apetito.

Sin embargo, percibo una nueva subclase, especialmente en los países más avanzados y "esclarecidos", cuya vida transcurre en gran parte o totalmente al margen de los libros, y con ello me refiero a verdaderos cuentos. Por otra parte, cuanto mayor sea el tiempo que los jóvenes dediquen a mirar televisión o a estimularse con juegos para computadora —y menor sea el tiempo que compartan con sus padres y abuelos—, mayor será su necesidad de libros. Y no me parece digno de crédito el concepto de que existe una degeneración general del ser humano en tanto ser espiritual. Si fuera inversor y asignara la mitad de mis acciones a libros y la otra mitad a juegos para computadora, en el largo plazo me causaría mayor preocupación la inversión en juegos para computadora que aquella que destiné a libros, es decir, a cuentos impresos.

Hoy más que nunca necesitamos libros. Son mucho más importantes ahora que hace cincuenta o cien años, cuando todavía mamábamos de la riqueza de la narrativa oral en nuestras lenguas maternas.

La leche materna nunca pasará de moda. Tampoco un buen cuento. Y sin embargo, la televisión por cable de la sociedad del "zapping", los juegos para computadora y la industria del video pueden igualmente ocasionar un gran problema socio-médico que asume la forma de una especie de ruido o contaminación intelectual. Quizá la civilización humana se haya contagiado de una tos seca crónica hace poco tiempo, o al menos de una gripe muy pertinaz. Pero como todos sabemos, la hierba es tan tenaz que puede atravesar el asfalto. En el peor de los casos, podría llegar a surgir una tradición oral completamente nueva dentro de la selva electrónica. En medio de toda esta "globalización" de la cultura, podemos también apreciar muchos ejemplos de revitalización de la cultura local. Codo a codo con tiendas de video, surgen academias de escritura creativa, talleres para escritores, cafés literarios, etc. Todavía no se ha escrito una versión final de la historia, aunque muchas veces parezca lo contrario.

Cuando digo que creo en el futuro del libro, no intento asumir una actitud fatalista en relación con el desarrollo sino todo lo contrario. Me refiero a que todavía es válido luchar por el libro. E incluso me arriesgaría a dar el siguiente consejo: una vez que los padres hayan alimentado y vestido a sus hijos, lo más importante que pueden hacer a continuación es leer para ellos.

En muchas sociedades, y quizá particularmente en las de algunos países occidentales, los seres humanos se ven privados de la experiencia compartida que supera la brecha generacional cada vez con mayor frecuencia. Y ello afecta algo tan fundamental como los sentimientos de identidad y pertenencia de las personas. Los niños, los padres y los abuelos viven cada vez en mayor medida en sus propios mundos. Con frecuencia, los niños estarán mirando una pantalla mientras sus padres se sientan frente a otra en otro cuarto y los abuelos se encuentran en otro lugar del país. ¡Y Dios sabe qué estarán haciendo en este momento, a menos que también estén mirando televisión o jugando con la computadora!

Si me concedieran un deseo, quisiera que en el futuro leer para los niños sea tan indispensable como lavarse los dientes. La importancia de la higiene dental resulta claramente evidente, pero, cada vez en mayor medida, los padres son también responsables de la "higiene vivencial" de sus hijos. No obstante, en muchos países —por ejemplo, el mío— la predisposición es muy escasa. Los libros..., bueno, los libros están al alcance de la mano. Somos tan consentidos que hasta disponemos de libros. Nos rodeamos de los cuentos más maravillosos y sencillamente no nos tomamos la molestia o el tiempo para leerlos. Casi estoy tentado de cambiar el ángulo de discusión del tema que estamos analizando y transformar el título en "¿Libros para niños en un mundo sin padres?"

Imagino la siguiente situación en el entorno de una pequeña familia. Una niña le lleva un libro a su madre y le pide que se lo lea. La madre, que en ese momento está ocupada, sacude la cabeza y dice: "Ahora no, Charlotte". O bien, "En otro momento, querida". Pero la niña insiste. "Por favor, léemelo", dice, "¡tienes que leérmelo!" "No tenemos tiempo", suspira la madre. Entonces, su hija la mira con expresión ofendida y exclama: "¡Yo sí tengo tiempo!". (¿Será acaso esta niña la que agregó furtivamente los signos de interrogación al título de esta conferencia?)

Y hablando de tiempo: Una vez estaba a la entrada de una escuela de recreación conversando con el padre de uno de los niños. Hablábamos de cosas triviales cuando de pronto él miró su reloj, suspiro profundamente y exclamó: "¡Dios mío, cuánto tiempo demandan los niños!". Yo me quedé satisfecho con mi espontánea y ligeramente irónica acotación." Sí", confirmé, "la vida te demanda tiempo". Inclusive he escuchado la siguiente queja, tanto por parte de hombres como de mujeres: ¡vivir en pareja demanda una desmesurada cantidad de tiempo! Es muy cierto, el amor demanda tiempo. No existe algo semejante al "amor instantáneo". Amar a otro ser humano es tan demandante en términos de tiempo que en determinados períodos puede dominar la existencia entera, sin mencionar el hecho de enriquecerla. Lo mismo ocurre con los libros. Enriquecerse por medio de libros demanda mucho tiempo. Enriquecer a los hijos demanda mucho tiempo y suele ser prácticamente incompatible con la propia agenda de actividades.

Nada podrá compensarnos más tarde en la vida si, cuando niños, se nos privó de la oportunidad de leer a los Hermanos Grimm, a Hans Christian Andersen, a A. A. Milne, a C. S. Lewis, a Saint-Exupéry, a Michael Ende, a Roald Dahl, a Astrid Lindgren y a muchos otros. Dejamos atrás la infancia con un niño que vive dentro de nosotros y debemos vivir con ese niño por el resto de la vida. Aquellos que tienen un niño sano dentro de sí, un niño desarrollado en toda su plenitud, suelen ser mucho más sanos como adultos. "El niño es el padre del hombre" o la madre de la mujer.

En nuestro mundo postmoderno más y más niños podrían necesitar acceso a una fuente de contención que, en su prisa, muchos padres ya no están en condiciones de proporcionar. Los libros constituyen esa fuente de contención. El libro es aparentemente un sustituto paternal mas apropiado que la pantalla de computadora o el aparato de televisión. Y no dejaré de tener en cuenta el hecho de que la lectura puede resultar absolutamente saludable. Para muchos, los acontecimientos y las experiencias que se extraen de los libros pueden constituir medidas profilácticas contra estados graves tales como el aburrimiento, la falta de identidad, la impotencia y el nihilismo.

La lectura de libros contribuye a la construcción mental del joven. Los lectores no se limitan a expandir sus horizontes, sino también el núcleo de su identidad.

Leer es amoblar tu propio departamento interior. Este elemento siempre ha sido parte del cuento. En las culturas ágrafas, los mitos y los cuentos de hadas eran vehículos tanto de identidad como de cultura. El mito fue la enciclopedia de la cultura ágrafa. Los libros que leímos cuando éramos niños constituyen un repertorio interior similar, una enciclopedia de fábula y de fantasía. Lo mismo puede afirmarse del cuento que escuchamos sentados en el regazo de nuestra madre o de nuestro padre. Sin embargo, al parecer el libro va ocupando cada vez en mayor medida el lugar de la narración a la hora de dormir. Tal vez se narren menos cuentos a la hora de dormir, pero como contrapartida hay muchos más libros para elegir.

Hemos hablado de la identidad y la pertenencia. En el pasado, la identidad de una persona estaba ligada a su aldea natal. La respuesta a la pregunta "¿Quién eres?" estaba indisolublemente vinculada a una localidad y no era simplemente una cuestión de parentesco. Cada uno tenía, además, cuatro abuelos, hermanas y hermanos, tías y tíos, primos directos y primos en segundo grado. En la actualidad hablamos de la aldea global. Y por ello se torna cada vez más necesario vincular nuestra identidad al conjunto de esta nueva aldea. Pero para llevarlo a cabo necesitamos determinados lugares de encuentro.

Sin títuloNecesitamos puntos de referencia comunes. Creo que tales puntos de referencia comunes se hallarán cada vez en mayor medida en la literatura. Pienso en historias clásicas como los cuentos de hadas "Cenicienta", "La Bella Durmiente" y "Blancanieves", en cuentos de autor como "El traje nuevo del emperador", y en clásicos de la literatura infantil como "Winnie Pooh", "El león, la bruja y el armario", "El principito", "Pippa Mediaslargas", "Charlie y la fábrica de chocolate" y "La historia sin fin". Una pandemia como "Harry Potter" es un ejemplo altamente contemporáneo. ¡Dime lo que lees y te diré quién eres!

"Los caballos nacen", afirmó el humanista del Renacimiento Erasmo de Rotterdam, "los hombres no nacen, se hacen". Y el sabio chino K'ung Fu-tze (Confucio) lo expresó de esta manera: "El aprendizaje sin pensamiento es esfuerzo perdido; el pensamiento sin aprendizaje es peligroso".

Como seres humanos, la naturaleza nos deja inconclusos en ciertos aspectos. Aunque la naturaleza haya hecho su parte, nosotros debemos hacer el resto. El problema consiste en que no tenemos ningún "resto" para agregar si permanecemos incultos, y mucho menos analfabetos. Vivimos entonces en una especie de estado espiritual original, un primitivismo que con el tiempo puede llegar a transformarnos en un serio riesgo para nuestro entorno. Tal estado original suele inducirse con facilidad por medio de una sociedad de masas digitada, o en lo que llamamos la "selva de cemento".

No se trata simplemente de que hayamos abandonado la selva verde. Estamos en el proceso de destruirla por el fuego. Pero la selva de cemento también alberga predadores voraces y serpientes taimadas. El Mowgly moderno, criado no por animales sino por máquinas, necesita refugio y protección contra los peligros de esta selva de cemento. Y también existen las selvas virtuales, de las que Internet es el ejemplo más notorio. Hay niños que viven en estas nuevas selvas y que se encuentran aterradoramente privados de identidad, de la chispa de vida, de confianza y del coraje suficiente como para enfrentarse a su propio futuro. Y nos llaman, nos reclaman alimento intelectual. Esta "llamada de la selva" es quizá el mejor testimonio del hecho de que los libros tienen futuro.

* * *

Me permitiré concluir esta conferencia con algunas reflexiones acerca de los motivos por los que comencé a escribir.

Desde que era muy pequeño, y hasta el día de hoy, he tenido la intensa sensación de vivir en un cuento de hadas, sí, en un imponderable misterio. El hecho de existir y de que el mundo existiera me resultaba infinitamente misterioso. Y entonces, solía dirigirme a un adulto y decirle algo así como "¿No es extraño que estemos vivos?". O "¿No es raro que el mundo exista?". Y el adulto solía responder: "No, ¿por qué piensas eso?". Pero yo no me daba por vencido: "Entonces, ¿crees que el mundo es algo común y corriente?". Y el adulto decía: "Bueno, en realidad así es". O incluso algunos llegaban a expresar casi con preocupación: "Debes dejar de pensar en esas cosas...". Pero nadie logró controlar mi asombro. Sabía que tenía razón y decidí que jamás me transformaría en un adulto que considerara al mundo como algo común y corriente.

Al mismo tiempo, me di cuenta también de que sólo estaba en la Tierra para una breve visita. Estoy aquí por una única vez y no habrá retorno.

Por esa razón comencé a escribir, primero para adultos y luego también para niños. Quería tomarme revancha. En el momento en que estuve en condiciones de expresarme mejor de lo que podría haberlo hecho cuando era niño, sentí deseos de intentar que las personas prestaran atención a esta extraordinaria aventura por la que pasamos demasiado fugazmente: el grandioso misterio de la vida. Para experimentarlo, tal vez necesitemos volver a ser niños. Debemos despojarnos de nuestras costumbres mundanas y actuar como niños.

Nacemos en un cuento de hadas al que ningún cuento de hadas infantil hace justicia, pero gradualmente nos acostumbramos tanto a todo lo que hay aquí que llegamos a tomar la totalidad de la existencia como obvia. Tal vez ni siquiera descubrimos que tras los barrotes de la nueva cuna que compramos en IKEA ocurre algo mágico. Allí, en ese espacio rodeado de barrotes, se forma al mundo.

Porque el mundo nunca envejece. Somos nosotros quienes nos hacemos viejos.

El niño acaba de llegar a este grandioso cuento de hadas e insiste una y otra vez que nos hemos distanciado de él por el simple hecho de denominarlo "realidad".

"Mami, ¿por qué titilan las estrellas?". "¿Cómo vuelan los pájaros?". "¿Por qué tiene el elefante una trompa tan larga?".

"Bueno, no tengo idea. Y ahora debes irte a dormir, Charlotte, o mami se va enojar mucho".

Paradójicamente, el niño pierde esta vibrante sensación de estar vivo justo en el momento en que aprende a hablar. Es por ello que el niño necesita un equipo de defensa expresiva. Es por ello que el niño necesita libros. Es por ello que los adultos también necesitamos libros para niños. Ellos nos ayudan a conservar una experiencia pasada que de otro modo perderíamos.

Un antiguo dicho latino afirma: Mutato nomine, de te fabula narratur. ¡Sólo cambia el nombre y el cuento hablará de ti!

¿A qué se debe que los niños acepten sin objeciones oír acerca de duendes y elfos en un cuento de hadas? Tal vez sea porque tienen la noción latente de que ellos mismos son pequeños elfos de cuento de hadas.

¿Cómo es posible que no opongamos resistencia a una fábula en la que los animales hablan y piensan igual que nosotros? Quizá porque sabemos que, de hecho, somos parientes lejanos del oso y el búho, de Igor y de Tigger.

Nuestro cuento de hadas no esta forjado con palabras. Está tejido con polvo de estrellas, con átomos y moléculas, proteínas y aminoácidos. Somos caballo y cerdo, hombre y mujer. "De te fabula narratur".

¿Por qué despierta tanto entusiasmo leer historias llenas de fantasía, como por ejemplo El león, la bruja y el armario o La historia interminable? Al fin de cuentas, no creemos en lo que leemos. Pero quizá en tales artificios aparezca el eco distante de algo olvidado a medias.

Encuentros cercanos del tercer tipo era el título de una de las creaciones de Spielberg. La idea que subyace a ese título debe ser que alguien que ve un OVNI experimenta un encuentro cercano del primer tipo. Si también consigue ver a los extraños seres del espacio exterior que viajan en la astronave, tiene un encuentro cercano del segundo tipo. Y si se lo introduce en la astronave para conocer e incluso tocar a "los extraterrestres", tiene un encuentro cercano del tercer tipo. Ah, ¿y luego?

O bien, ¿y qué tiene eso de raro?

Tengo experiencia personal sobre un encuentro cercano del cuarto tipo y nada menos que a la tierna edad de diez años: yo mismo soy un "extraterrestre". Soy una de esas misteriosas criaturas provenientes del espacio exterior que habitan un pequeño planeta verde-azul en el universo, y lo siento dentro de mí. Hay un "extraterrestre" en mi cama cuando me despierto de un sueño profundo. Me levanto con él y lo habito. Soy yo quien camina, soy yo el "espectral". Me pongo frente al espejo del baño, me restriego el sueño de los ojos y pregunto: ¿Quién eres? ¿Hay esperanzas para alguien como tú?

Todavía no me he tropezado con un marciano. Pero ciertamente he tropezado conmigo mismo. Y tal vez necesite leer acerca de los marcianos antes de comprender adecuadamente este hecho. Necesito cruzar el arroyo para ir a buscar agua. El cuento realmente habla de mí.

No digamos que el cuento de hadas es mendaz. No digamos que la fábula es inverosímil. Por el hecho de que el mundo exista, ya se han derribado las fronteras de lo verosímil.

¿Será acaso que no necesitamos fábulas o cuentos de hadas? En tanto tengamos la "realidad", claro está. Podemos escribir acerca de ella. No necesitamos historias imaginarias.

¡Por supuesto que sí, las necesitamos porque somos unas obstinadas criaturas de costumbre! Podremos ser capaces de escudriñar el universo, pero no siempre tenemos la misma capacidad para contemplarnos a nosotros mismos.

La fábula y del cuento de hadas reflejan el mundo de los seres humanos. Pero no se limitan a sostener un espejo frente a nosotros. Cuando penetramos en el cuento de hadas, avanzamos por una galería compuesta íntegramente por espejos con cristales cóncavos y convexos en una mezcla grandiosa y falaz. Un espejo me muestra tan delgado como un alfiler, el siguiente me devuelve una imagen de obesidad aplastada. En el tercero, aparezco dividido por la mitad y ya no soy una persona, sino dos o tres o diez.

Y todo el tiempo no hay nadie más que yo frente al espejo. Y los espejos no mienten. "De te fabula narratur".

En la galería de espejos de la ficción literaria nos inspiramos para sacudirle el polvo a la realidad y volver a experimentar el mundo con tanta claridad como cuando éramos niños: mucho antes de volvernos "mundanos", antes de comenzar a desmitificar el sorprendente cuento de hadas en el que vivimos, al llamarlo simplemente "realidad". Y aún quedan esperanzas para todos nosotros. Dentro de todos nosotros vive un niño pequeño, maravillado y curioso. Sin importar cuan triviales podamos sentirnos algunas veces, llevamos dentro una pepita de oro: Una vez fuimos completamente nuevos aquí... (Y tampoco estaremos aquí para siempre. Sólo hemos venido para una visita breve).

La literatura para niños nos mantiene a raya, nos brinda la oportunidad de dar un paso atrás. Entonces, tal vez podamos descubrir que hay un mundo a nuestros pies. Porque en este preciso instante estamos presenciando una creación. Se alza frente a nuestros ojos. A plena luz del día. ¡No tiene precedentes! Todo un mundo surge de la nada...

¡Y sin embargo, algunas personas dicen que se aburren!

¡Démosles libros! ¡Démosles fábulas que los estimulen! ¡Démosles cuentos de hadas!

Con la actitud de un joven inconformista, Sócrates solía recorrer la plaza de mercado de Atenas interrogando a las personas que encontraba a su paso. Sócrates decía: "Atenas es un caballo perezoso. Y yo soy un tábano cuya misión es despertarlo y mantenerlo vivo".

Ojalá los libros para niños y jóvenes zumben como tábanos furiosos en el paisaje literario. ¡Ojalá sus picaduras nos arranquen del monótono sueño de Bella Durmiente en que estamos sumidos y mantengan vivo nuestro sentido de la maravilla frente a la existencia!

Segundo Premio 1992

Traducción de Laura Canteros


Imaginaria agradece a la Comisión Directiva de ALIJA, las facilidades proporcionadas para la reproducción de esta conferencia, que forma parte del fascículo Seis conferencias magistrales, editado por la asociación.


Foto de Jostein GaarderJostein Gaarder nació en la ciudad de Oslo (Noruega) en 1952. Trabajó como profesor de Filosofía y de Historia de las Ideas en un liceo de Bergen durante 11 años, antes de dedicarse exclusivamente a escribir. En 1986 publicó su primer libro, El diagnóstico, al que le siguieron Los chicos de Sukhavati (1987) y El palacio de la rana (1988). Con El misterio del solitario (1990), obtuvo el Premio Nacional de Crítica Literaria en Noruega y el Premio Literario del Ministerio de Asuntos Sociales y Científicos. El mundo de Sofía, publicado en 1991, es el libro de mayor venta en la historia de Noruega y se tradujo a cuarenta y cuatro idiomas. También en 1991, Gaarder fue distinguido con el Premio Europeo de Literatura Juvenil.

La originalidad de la obra de Jostein Gaarder consiste en abordar temas filosóficos y existenciales para niños y jóvenes mediante la combinación de ficción y datos de la realidad. Sus protagonistas suelen ser adolescentes que construyen su identidad y reflexionan acerca del cuerpo y el alma, los sueños y los sentimientos, los recuerdos y el olvido. Entre sus libros se incluyen también: ¿Hay alguien ahí?, La biblioteca mágica de Bibbi Bokken (en coautoría con Klaus Hagerup), Maya, El vendedor de cuentos, Vita brevis y El enigma y el espejo. Su obra en castellano está editada por Ediciones Siruela.


Créditos de las fotografías

  • 1: "De la luz y la palabra", fotografía de Fernando Flores Huecas (Quinto Premio del IV Certamen Fotográfico "El placer de leer", Biblioteca Pública Municipal, Ayuntamiento de Salamanca, España, 1997).

  • 2: "Tarde", fotografía de Charo Dorado (II Certamen Fotográfico "El placer de leer", Biblioteca Pública Municipal, Ayuntamiento de Salamanca, España, 1995).

  • 3: Sin título, fotografía de Leonor Benito de la Lastra (III Certamen Fotográfico "El placer de leer", Biblioteca Pública Municipal, Ayuntamiento de Salamanca, España, 1996).

  • 4: Segundo Premio 1992, fotografía de Leonor Benito de la Lastra (Certamen Fotográfico "El placer de leer", Biblioteca Pública Municipal, Ayuntamiento de Salamanca, España, 1992).


Artículos relacionados:

Publicaciones: "Seis conferencias magistrales", fascículo editado por ALIJA.