115 | Foto de Carlos SilveyraFICCIONES | 12 de noviembre de 2003

El insólito viaje a Singapur de Mardoqueo Gómez, inventor
(fragmento)

por Carlos Silveyra

Sobre el autor:

 

1. Una carta misteriosa y un invento futuro.

Mardoqueo Gómez estaba sentado en el umbral de la puerta de su casa, muy ocupado en sujetar entre sus dedos pulgares y las palmas de las manos un pastito tierno bien estirado para hacerlo sonar con un soplido a todo pulmón.  Y sonó.  Fuerte y dramático como el canto de una cigarra japonesa antes de hacerse el haraquiri.  Terrible por donde se lo escuchara.

Entonces vio venir al cartero.

Se acomodó con los dedos los pelos destartalados de inventor y lo vio agrandarse por la vereda a medida que se acercaba.

Mardoqueo era lo que se dice un inventor convencido.  Su mente nunca descansaba: era inventor de días de semana y también de sábados y domingos.  Siempre estaba pensando en nuevos y más descabellados proyectos.

Y como no podía con su genio -que no era poco, tengo que reconocerlo- al ver venir al cartero se le ocurrió que un día de esos inventaría los sobres engomados para que las estampillas pudieran pegarse sin necesidad de pasarle la lengua a los próceres y a los monumentos por la parte de atrás.

El cartero ya estaba a su lado, azorado.  Mientras se rascaba la cabeza le miraba las manos y el pastito... el pastito y las manos.  Cuando reaccionó, resignado a no entender ni jota, le dijo:

-¿Mardoqueo Gómez?

-El mismo.

-¿Y ésta es la calle Pepirí cinco siete cinco siete?

-Efectivamente.

-Entonces esta carta es para usted, -dijo el cartero y se marchó rumbo a otras puertas del barrio, dejándole un gran sobre marrón, lleno de estampillas raras y de mil sellos.

(Lamento interrumpir este apasionante relato justo en el momento en que nuestro héroe estaba por abrir la carta. Deseo explicarles algo que tal vez les haya llamado la atención. Habrán notado que Mardoqueo no pronunció la palabra sí.

Pues bien:tampoco dirá jamás la palabra no. Ni blanco. Ni negro. Resulta que el juego favorito de su infancia era ese en que no se puede decir ni si, ni, no, ni blanco, ni negro. Su amigo más querido, Felisberto, su compañero del cole, era el campeón del barrio. Y Mardoqueíto, como deseaba ganarle, practicó, practicó y practicó.  Tanto que terminó por eliminar esas cuatro palabras de su vocabulario.

Aún ahora, ya adulto, no puede evitarlo: las esquiva como un futbolista habilidoso esquiva las “planchas" en el área rival.

Pero sigamos con la historia. Habíamos dejado a Mardoqueo abriendo la carta.)

Mardoqueo hizo trizas el sobre, como envoltorio de regalo de cumpleaños.

Leyó apurado las letras temblorosas.

Lo primero que hizo Mardoqueo fue gritar ¡iupppiii!, con tal fuerza que el cartero, ya casi en la esquina, saltó como un resorte y se guareció debajo de un pequeño alero.  Después huyó despavorido.

Lo segundo fue pensar, a mil por hora. ¡Hasta comenzó a salirle un humo blanco de la cabeza!  Algunos testigos sostienen que era de tanto pensar.  Otros aseguran que era el fijador para el pelo que el sol del verano iba secando.  En cambio Doña Catalina, la vecina que el codo empina, que como de costumbre lo vio todo a través de las persianas, opina que el cartero siempre tuvo la cabeza llena de piojos y que en la calle Pepiri se cuenta un caso de piojos que entraron en ebullición... ¡En fin!... ¡Hay cada una ... !


PortadaReproducido, con autorización del autor, de El insólito viaje a Singapur de Mardoqueo Gómez, inventor (novela). Ilustraciones de O´Kif. Buenos Aires, Editorial Santillana, 2001. Colección Leer es genial, Serie Cuidar y querer. (Reedición: Puerto Rico, Santillana, 2002.)

 

 


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