115 | LECTURAS / FORO | 12 de noviembre de 2003

Foto de Luis María PescettiConversación abierta con Luis María Pescetti
Invitado especial del foro de Imaginaria y EducaRed

 

Curiosidad femenina

Isabel: Tanto en El ciudadano de mis zapatos como en Frin, el protagonista empieza a registrar que la mujer de sus sueños no es tan indiferente a su amor como él creía al principio, cuando ella, Carla, toma la mano de Santiago, o Alma toma la mano de Frin, aparentemente como al descuido. Esta pequeña coincidencia me hace sospechar que detrás de estas escenas hay algún recuerdo personal. Si es así, y si no lo es también, pregunto a Luis escritor: los recuerdos, ¿disparan tu escritura, aparecen así como fueron, se mezclan con otras cosas al ser escritos? Las dos novelas me gustaron y emocionaron mucho.


Luis María Pescetti: Para empezar dejame decirte que es muy bueno el título de tu mensaje, porque "curiosidad femenina" siempre será motivo de curiosidad masculina. Luego: no había advertido eso que señalás, y al recibir tu idea se convierte en un disparador de preguntas y textos, sinceramente.

Los recuerdos disparan la escritura, ya veces uno dispara de los recuerdos mediante la escritura. Lo cierto es que eso que se piensa como recuerdos no es necesariamente una anécdota, un hecho, puede ser una emoción que quedó profundamente grabada, y que uno cuenta y expresa con la plasticidad de una nueva imagen, de una nueva anécdota, pero moldeada por aquella emoción. También puede ser el sentido que hoy se capta sobre una experiencia del  pasado, es decir no la experiencia en sí, realmente, sino la luz que sobre ella tenemos hoy. Como también ocurre que el mismo proceso de escritura es una mezcla de catarsis y darle sentido a una experiencia. Por eso si bien uno participa con la propia vida, esta participación es muy compleja y más profunda que la mera fotocopia de una anécdota personal.

Pero si junto tu pregunta al título de tu mensaje y me hago el espía y deduzco que me preguntás si a mí me ocurrió eso de conseguir el amor de la mujer de mis sueños, a lo mejor me equivoco.


I.: Me gusta la imagen de la escritura que se va moldeando, pareciera en continuo movimiento, una mezcla de pedazos del pasado con dedos del presente.

Y no sé si te ocurrió, pero qué mejor que en los sueños conseguir el amor. Por lo menos, más interesante que conseguirlo en una fotocopiadora.


L.M.P.: ... bueno, en una fotocopiadora también se puede conocer gente, no te creas.

Sí, la escritura se va moldeando, pero con ella nuestra propia experiencia, nuestro pasado y, sobre todo, nuestra conciencia sobre lo vivido, el sentido que le asignamos a las experiencias. Pero conviene recordar que "la palabra" es un arma de doble filo: ayuda, expresa, y también miente y oculta como una máscara.

Pero vuelvo a tu correo, y al final tiene un aire romántico (lo digo sin ironía), es cierto que los sueños son una fuente motora, pero ¿mejor que la realidad? Y sin embargo debo darte la razón, hay muchas veces en la que los sueños (y una fuga de la realidad) son la verdadera resistencia, al menos cuando la acción es imposible.


Isabel: ¿Y lo que hacés en teatro de alguna manera marca tu escritura? Ya sé que escribís muchos diálogos, que son muy graciosos, pero además, ¿se mezclan otras cosas?

Y hablando de la palabra, la mentira y el ocultamiento pueden ser buenas sales para la escritura (no así para la vida). Y los sueños, ¿no son parte de la realidad? ¿Y en la realidad no hay una enorme cuota de ficción? Si no lo crees, metete en algún foro.

Dentro de un ratito salgo para la fotocopiadora, antes de que cierren (todavía almuerzan).


Eduardo Abel Gimenez (Argentina): Quiero aprovechar que Isabel nombró "El ciudadano de mis zapatos" para decir que me parece una novela excelente, muy intensa.

También me dio la impresión de ser bastante autobiográfica. De hecho, Luis, hay algunos elementos que coinciden con tu vida (profesión, emigración).

La pregunta del millón: ¿hasta que punto "El ciudadano de mis zapatos" es una novela autobiográfica?

No es que importe literariamente hablando (la "verdad" y la "ficción" en literatura pasan probablemente por lugares distintos que en la vida "real"). Más bien lo pregunto de chusma.


I.: Eduardo, lo preguntás porque estás lleno de curiosidad femenina. Cuando leí El ciudadano... yo también me preguntaba lo mismo. Y me encantaría saberlo.


L.M.P.: Gracias, Isabel, por responder con tanta hombría de bien a una pregunta femenina hecha por un hombre.

De alguna manera lo respondí antes, no recuerdo si en este tema o en otro, hay varias maneras de ser "autobiográfico", una es contar una anécdota propia, otra es referir anécdotas que nos han dicho, cercanas, etc. Otra es inventar una anécdota para expresar una emoción propia, un sentimiento que nos acompaña, o para transmitir un sentido nuevo sobre algo que vivimos. En "El ciudadano..." hay de todo, incluso ficción.

Esta es una pregunta siempre compleja de responder públicamente, porque ¿a qué le respondo cuándo lo hago? Al escribirla no quise hacer pública mi vida, como lo haría con la publicación de un diario. ¿Es "autobiográfico" el cuadro de "el cuarto" de Van Gogh? ¿Qué le agrega y qué le quita que lo sea? ¿Es autobiográfica "La vida exagerada de Martín Romaña", de Bryce Echenique? He leído la carta al padre, de Kafka, y lo que menos sentí es que me enteraba de algo personal de él, sino más bien una reflexión de una enorme lucidez, que nace sobre su propia vida, empujado por sus propias heridas, pero de un gigantesco alcance universal. Sin embargo, hay otro plano: la lectura de algo que se nos vuelve entrañable nos da ciertos derechos de amigo en relación con el autor, y muchas veces uno quisiera transportar la conversación a otro plano, o prolongarla en otro plano, y así también entiendo sus preguntas, como gestos de amistad y cercanía. Por eso aclaré que esta pregunta no es fácil de responder públicamente, "en corto" es mucho más fácil.


I.: Es verdad, no le agrega ni le quita, uno es un curioso incorregible. Lo que sí creo que le agrega mucho condimento al lector cuando lee El ciudadano... es esa intriga por saber si la novela es autobiográfica o no, y creo que eso se da por la manera tan íntima de contar del narrador. O sea, en este caso, el único responsable es el narrador de El ciudadano de mis zapatos.


E.A.G.: Está bien, Luis. Entendí.

Entonces, ¿cuándo nos juntamos para tomar un café?


Starosta: Perdón, pero ¿hablan en serio?

A riesgo de ser impertinente, pregunto: ¿vale la digresión de querer saber "más" de lo que se sabe?

Verdad, realidad, fantasía, mentira... ¿historias?

No soy niño, pero me dejo llevar y me gustan tus historias. Y me gustan como yo las imagino.

Y las cuento a niños que imaginan otras cosas que las que yo imagino.

Obvio. Obvio. Obvio.

Te mando un abrazo y que nos sigas sorprendiendo (a mí y a los niños)


L.M.P.: A mí también me pasó que las veces en que sentí que la ficción se acercaba mucho o, mejor dicho, nacía de la vida del autor (en el caso de J. D. Salinger, por ejemplo) nunca me dio por querer saber de la biografía del autor. No lo digo como mejor ni peor, sólo que es así. Y esto siendo alguien a quien le gusta leer biografías, pero no es lo mismo. No las leo para corroborar lo que hay de cierto en la escritura, sino (me di cuenta con el tiempo) interesado en ver cómo armó su vida de creador, cómo era su día a día, si viajaba o no viajaba. Cómo se organizaba. Incluso para encontrar aliento en sus propios fracasos, y en su lucha. Esta parte, la vida cotidiana y el oficio de la creación es algo que se escamotea mucho, y lo más lamentable es que las más de las veces lo hacen los propios autores, que prefieren quedar en una nube secreta con su musa. Mi incomodidad con eso se deriva de que así levantan un muro entre "los autores" y "el resto de la gente", cosa que además de no ser cierta es entre ingenua y mezquina.

A quien me preguntó la relación entre la vida escénica y la escritura, es mucha. No en contenidos y anécdotas, pero sí en el ritmo del discurso y en cómo imagino a quien me lee. La presencia en la sala, más cuando uno hace humor, es muy fuerte y es imposible sustraerse a ella, porque no sólo hay aplausos al final de una canción, además tiene que haber risas en el medio, o sea que es implacable, y de gran impacto "adrenalínico". Uno de los riesgos es acostumbrarse a esa intensidad y luego depender de ella. Eso es malo para la escritura de largo aliento, las novelas, por ejemplo, en las que desde el tiempo de escritura hasta la respuesta de los lectores pueden pasar años. En el escenario es inmediato. Bien, eso es algo de lo que debo "cuidarme", por decirlo de una manera exagerada tal vez, pero cierta. En el escenario me permito una explosión de energía, y en la escritura una intimidad absoluta y demorar todo. Ahora intento mezclar más esos dos mundos: que en los escritos haya más explosión, ya sea por el lado del humor y la irreverencia, o un lirismo desatado; y que en la escena haya intimidad, delicadeza y momentos frágiles y pequeños.


I.: Por supuesto que hablo en serio, Starosta, qué pregunta, ¿cuándo no hablé en serio, yo, en mi larga vida? Siempre quiero saber "más","más", "más" (con comillas y todo). Por favor, Eduardo Abel, todo lo que puedas averiguar contámelo.

Eso es lo que me gusta de tu escritura, Luis, esos ritmos locos que a veces aparecen, mezclados con la intimidad del narrador (al que ya le habíamos echado la culpa por la curiosidad que despertaba en el lector por saber sobre las coincidencias con tu propia vida, Starosta no estuvo atento). En el escenario te vi solo una vez, ¡y muero por verte de nuevo!

Y Parichempre, chiche bombón.


L.M.P.: No está mal querer saber, y toda la conversación se hace más difícil si se vuelve abstracta. No necesité conocer al padre de Kafka, creo que ni necesité "conocer" a Kafka y que me dijera más, ya lo había dicho todo (o tanto). No necesité conocer a Martín Romaña (personaje de Bryce Echenique), pero creo que me hubiera quedado charlando más con Durrell, el de Mi familia y otros animales (o bichos, no recuerdo, pero sí su tono de humor constante, suave, sereno). No por hablar con él, sino  por seguir oyendo sus historias tan parecidas a la vida real. Hubiera querido que Darío Fo contara más historias de misterio bufo. U oír hablar a Calvino, leer sus Cosmicómicas, su caballero inexistente, pero también sus seis propuestas para el próximo milenio (éste, por cierto). Quiero decir, mi curiosidad pasó más no por saber de sus vidas reales, sino por seguir oyéndolos ¡Cuánto me hubiera gustado que esos relatos no acabaran todavía!


S.: Queridísima Isabel, siento haber pasado por impertinente...

Me dejé llevar. vos lo dijiste. Soy desatento. Inconstante. Impulsivo a veces. Y no siempre hablo en serio. (Es más, podría hacer una apología del "no hablar en serio" y convertirla en tema de este foro.) Bueno, no hablo en serio... no hace falta que te lo tomes "en serio".

Digo: Me dejé llevar por la curiosidad masculina apenas leí dos o tres líneas magníficas de ese diálogo originado en tu curiosidad femenina.

Y, para concluir, sólo apuntaba a que en el plano oyente-lector-receptor, lo que recibimos excede el plano personal (biográfico) para situarse en un contexto donde convencionalmente admitimos ser engañados, sorprendidos y embaucados sin culpa (ya que es lo menos  que esperamos recibir).


I.: Starosta, yo también hablaba en broma cuando te decía que hablaba en serio, más vale que lo aclare porque estoy quedando como la cholula del foro, y eso ya, hablando en serio, no sé si me gusta tanto. Me encanta ser engañada, seguimos hablando de literatura, por supuesto.


L.M.P.: "Parichempre", al igual que "Natacha" surgió como texto unitario, pero luego el eco en los chicos me animó a continuarlo, y aunque no parece que se lleguen a convertir en personajes como tales, sí escribí uno nuevo que saldrá en el próximo libro, se llama: "Uh, qué lino", es para que los chicos lo lean en voz alta, y aquí va un adelanto:

-¿Mo me quelé?

-Chi.

-A mer... ¿cuánto?

-Muto.

-¿'Muto' o 'muto muto'?

-Mutísimo... ¡Achí!

-Uh, qué lino.

-¿Y mó? ¿Me quelé?

-¡Uh! Maquel chol.

-¿El chol nomá?

-El chol, la luna, lasteyas, la tiela... toro. Toro, toro, toro. Achí, má que toro nel nivercho.

-Uh, qué lino... Amél, namun mechito.

-Tomá... muá.


Yolanda Noriega (México): ¡Ay qué lina iyea pala un libo! ¿Cuano chale? Le va a encantai a mis ninoch, ya che losh quieyo leei....

Aparte, qué interesante lo que mencionas acerca de la visualización del autor sobre sus lectores... Uno como lector siempre imagina y fantasea sobre el autor (o será mera curiosidad femenina como dice Isabel), pero no se me había ocurrido que el autor visualice a sus lectores en el maravilloso momento del disfrute de un libro, yo por mi parte tengo mi sillón preferido.



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Autores: Luis María Pescetti

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