14 | LECTURAS | 15 de diciembre de 1999

La vida es un dibujo
Cómo les fue de grandes a los verdaderos Felipe, Guille y Manolito

por Andrea Rodríguez

(Artículo extraído, con autorización de los editores, de la revista Veintidós, Año 2, N° 71; Buenos Aires, 18 de noviembre de 1999.)

Sólo tres de los personajes de Mafalda estuvieron inspirados en la vida real. Guille es hoy flautista de la Orquesta Sinfónica de Chile. Felipe adhirió a la revolución cubana y es funcionario del gobierno de Fidel. Manolito vendió la panadería poco antes de morir. Su hijo es uno de los 82 periodistas desaparecidos durante la dictadura. Por primera vez hablan los verdaderos personajes que Quino inmortalizó en la tira más célebre que dio la Argentina. A Manolito, lo cuentan sus familiares.

"Confiesa", era todo lo que decía la tarjeta que Jorge Timossi le envió a Quino en 1970. A vuelta de correo. Timossi recibió el dibujo en el que Felipito se hacía la famosa pregunta: "¿Justo a mí me toca ser como yo?". Con esa sutileza, el humorista le confirmó la sospecha: Timossi era Felipito, el amigo soñador de Mafalda, el de los dos simpáticos dientitos de conejo y el flequillo como un toldo.

La primera vez que Guille apareció en la tira berreó: "Uuááá...". Fue para dar pie a una de las ácidas reflexiones de la niña terrible: "¡Si los pueblos supieran usar los pulmones como vos, los dictadores se las verían realmente en figurillas!", decía Mafalda, mientras le devolvía el chupete al hermano recién nacido para que se callara la boca. Guille era y sigue siendo Guillermo Lavado, sobrino de Quino. Aquel día de su debut en la tira, en junio de 1968, tenía cinco años. Ahora, a los 36, Guille es músico. Compone, toca la flauta y vive en Santiago de Chile.

"¡Crece de una maldita vez, raquítico condenado!", le grita Don Manolo a un malvón. Un cuadro antes, Manolito le cuenta a Mafalda que a su padre no le funciona bien eso de hablarles a las plantas para que crezcan. En esa tira, Julián Delgado reconoce a su abuelo Anastasio, que no era almacenero, como los Manolos de la historieta, sino panadero. Anastasio leía Mafalda en Primera Plana, la revista que la hizo famosa. Se divertía con la historieta. Murió hace diez años, sin enterarse que él era quien había inspirado a Quino para el personaje de Manolito. O de Don Manolo, porque padre e hijo eran idénticos.

Sólo tres de los protagonistas de la historieta que marcó los años 60 y 70 —y que todavía hoy mantiene vigencia— están inspirados en personas reales, según admitió su autor, Joaquín Lavado, Quino. Por primera vez, hablan los verdaderos Felipe y Guille. A Manolito lo recuerdan su nieto y su nuera.

Felipe

Cuando Timossi inspiró a Quino para su personaje de Mafalda, tenía apenas 18 años y trabajaba en un laboratorio. Según se recuerda a sí mismo, "era un técnico químico al que le gustaba cocinar espaguetis en los vasos de precipitados y mis experimentos eran más bien estéticos: me quedaba extasiado por el amarillo Van Gogh del precipitado de sulfato de sodio y me escapaba de los formularios para escribir poemas".

Igual que Felipe en la historieta, Timossi andaba por aquel entonces dudando sobre su destino, que resultó lejano a los tubos de ensayo: se convirtió en periodista, recorrió el mundo como corresponsal de la agencia Prensa Latina y terminó echando raíces en La Habana revolucionaria de Fidel Castro. Adoptó la ciudadanía cubana. Y es hoy funcionario, vicepresidente del Instituto del Libro.

Quino y Timossi se habían conocido en 1956, cuando los dos frecuentaban un grupo de escritores, poetas y periodistas que se reunía un par de veces a la semana "para intercambiar textos, ideas, proyectos de país, dibujos y amores".

Ellos eran los más jóvenes en aquellas noches de encendido debate en las que aportaban lo suyo Paco Urondo, Rodolfo Walsh, Juan Fresán, Marcelo Pichon Rivière, David Viñas, Pirí Lugones y Miguel Brascó.

Quino recuerda al Timossi de esa época como "un tipo pálido, vestido de negro y con una rosa en la mano". Y Timossi dice que "no nos dimos cuenta entonces que él nos observaba, que iba componiendo con nosotros sus 'muñecos', su profundo y particular enfoque de la vida y el mundo, una manera de ver y decir que permite a generaciones distintas, de las antípodas del planeta, sensibilizarse con los personajes de la historieta y hacerlos suyos".

Dejaron de verse en el 58, el año en que Timossi se largó, mochila al hombro, a recorrer América latina. Antes de irse, Walsh le dijo: "Si triunfa la revolución en Cuba, vamos a hacer una agencia de noticias. Se va a llamar Prensa Latina. Mandá notas". Y le dio una dirección en Río de Janeiro adonde enviarlas. Dice Timossi que sucedió lo que ellos esperaban "cuando yo estaba cruzando hacia Perú por el lago Titicaca y pensé: '¿Vivo una aventura o voy al centro de mi interés?'". Como Felipe, Timossi siempre en la duda.

Se instaló en Cuba en 1962 para fundar Prensa Latina y su "primera cobertura seria" para la agencia fue la invasión norteamericana a Santo Domingo. Trabajó como corresponsal en Argelia durante tres años (entre el 68 y el 70), y desde allí cubrió sucesos como la toma de poder de Khadafi en Libia, y del Numeiry en Sudán. Cuando Salvador Allende ganó las elecciones en Chile, viajó a Santiago, donde se quedó hasta un día después del golpe de Estado de 1973. Vivió también en Sri Lanka y conoció la India, Hong Kong y Japón. Cuando el ayatola Khomeini salió de París para derrocar al sha, él iba detrás, persiguiéndolo en un avión, para no perderse la primicia. También fue testigo de la revolución sandinista en Nicaragua. Dice que su destino itinerante "me llevó a perder tres grandes bibliotecas a lo largo de mi vida". Pero no se arrepiente, porque así, en esas circunstancias, se gestaron los catorce libros que tiene publicados: ensayos, poesía, crónicas, cuentos y novelas.

A Mafalda la descubrió en Argelia. "Ya no recuerdo cómo, en 1968 cayó en mis manos un libro de la historieta. Desde el primer momento noté algo que me era familiar, sobre todo en el personaje de Felipito." Timossi tuvo que convivir dos años con la duda, porque le había perdido el rastro a Quino, hasta que consiguió su dirección para enviarle aquella tarjeta con la exigencia de una aclaración.

"De chico yo era un poco Felipe, muy dudoso y tímido. Jugaba a muchas cosas, pero sobre todo a los cowboys, como Felipe. Me enamoraba de todas las mujeres habidas y por haber. Y en general tenía una cierta tendencia al retiro y la lectura", cuenta desde Cuba.

Como Felipe, Timossi era enemigo a muerte de las tareas escolares, admirador del Llanero Solitario.

"Felipe envejeció, tuvo que controlar sus cualidades y defectos. Por ejemplo, la timidez, que no compaginaba bien con su destino de corresponsal. Pudo haberse endurecido, pero sin perder jamás la capacidad de ternura. Sigue pateando la bola del mundo, feliz de su vida, y dispuesto a revivir la misma película si fuera necesario. Felipe tiene 63 años y todavía piensa por qué me toca ser como yo", dice Timossi de sí mismo.

Guille

Guillermo Lavado es el hijo menor de César, el hermano mayor de Quino. Aun hoy no sabe muy bien por qué Quino lo eligió a él, entre todos sus sobrinos, como fuente de inspiración. Pero arriesga una hipótesis: el tío también es el menor de tres hermanos varones y supone que "eso inclinó sus simpatías por el más chiquitín de nosotros". Tampoco tiene un registro preciso sobre cómo fue que se enteró de su ingreso en la historieta: "Sólo me acuerdo que siempre me decían que yo era el Guille de la Mafalda".

Guillermo se reconoce en el Guille. Por ejemplo, el gusto por la televisión. Hay una tira con una imagen infinitamente tierna del hermanito de Mafalda: está embobado mirando la caja boba, una pareja que se besa en la pantalla, y cuando él se aleja, ella llora; entonces Guille le ofrece su chupete para consolarla. Y en otra tira, cuando la madre le desenchufa el televisor, él gatea hasta la pared e intenta ver por los agujeritos del enchufe. Guillermo dice que "sí, lo de la tele en ese tiempo era un acontecimiento". La polémica sobre si la televisión era perniciosa o no para los niños estaba en pleno auge y Quino usaba al Guille personaje para reflejarla. "Yo veía El avispón verde, El fugitivo y Los invasores, mi favorita", recuerda ahora Guillermo.

Guille, el personaje, llegó a la tira para destronar a la Mafalda hija única, que se desmayó el día en que sus padres le dieron la noticia sobre el hermanito en camino. Al principio apenas balbuceaba: "Gapu, Mñsbi, ¿íti?", pero sobre el final de la historieta era casi tan terrible como el resto de la pandilla: "Nos tienen rodeados", decía, después de que Mafalda le explicaba que todos esos señores que él veía en afiches callejeros eran candidatos a presidentes de la Nación. El Guille verdadero heredó algunos de aquellos síntomas de rebeldía: actualmente es solista de flauta de la Orquesta Sinfónica de Chile, profesor de la Universidad Católica, pero "lo más sentido" es su pertenencia a la Compañía Pilcomayo, un grupo de intérpretes que se dedican a la composición experimental en la Universidad de Valparaíso, lejos de las exigencias del mercado: acaban de editar un libro-disco de distribución gratuita para compartir lo que hacen con la familia y los amigos.

"No practico la competencia", dice Guillermo, que además es crítico del mensaje de "éxito económico" que dejó la dictadura chilena. Desde hace un año comparte con Karina, su esposa, también flautista, "eso de llevar a cabo todas las utopías".

Llegó hasta lo que es hoy después de haber dejado su Mendoza natal (como Quino), detrás de su vocación. En 1986, y tras dos años en Buenos Aires, partió rumbo a Suiza con una beca de la Fundación Teatro Colón, para estudiar en la Academia de Música de Basilea. "En esa época fui —adoptado— por los Quino, que eran mi única familia en Europa. Como ellos viven gran parte del año en Milán, compartíamos años nuevos, navidades y otras ocasiones en su departamento de Vía Ariberto. El Quino y la Alicia, su esposa, fueron muy importantes en mi educación cívica, cinéfila y etílica. Largas cenas con Carcassone, por supuesto. Y mucho cine: Mijalkov, Fellini, Lina Wertmüller. Y Mastroianni, cada vez que hacía teatro en Milán. Para mí fue un tiempo muy lindo, la época en la que finalmente se fijan las vocaciones y la pertenencia a un dominio: los Quino estuvieron ahí."

En una tira, el hermanito de Mafalda señala a una rubia en una revista. "¡Ete mamá! ¡Tí! ¡Mamá!, dice. "¡Pero no, Guille! ¡Esa no es mamá! ¡Es Brigitte Bardot!", le aclara Mafalda. Entonces va hasta la cocina, mira a su madre y se larga a llorar: "¡Buááá!". Guille dice que "sí, a mí también la Bardot llegó a revolucionarme las hormonas".

Manolito

El auténtico Manolo había llegado de España en la década del 20, solo, sin parientes ni conocidos en la Argentina. En Soria, su pueblo natal de Castilla, era pastor de ovejas. La primera noche en Buenos Aires se alojó en el Hotel de Inmigrantes y al día siguiente salió a buscar trabajo: lo encontró como ayudante en una panadería. Cinco años después tenía su propio negocio, un despacho de pan. Como repartidor conoció a Mercedes, la empleada doméstica gallega de una de las tantas casas adonde llevaba su mercadería en canasta, como Manolito. Se casaron. Tuvieron varios despachos, cada uno más grande que el anterior, hasta que por fin pudieron comprar una panadería. Ya eran dueños de una importante —la Panadería y Confitería Delgado, en Defensa y Cochabamba, que antes había sido de la familia Canale, los de las galletitas— cuando Quino los conoció.

La vinculación con Mafalda es doble: Julián Delgado, el hijo menor de Anastasio y Mercedes, era amigo del humorista desde la época de Tía Vicenta, a fines de los cincuenta. Como jefe de redacción de Primera Plana, fue quien le pidió a Quino la tira, que apareció por primera vez el 29 de septiembre de 1964. Julián está desaparecido desde 1978. Un grupo de tareas militar lo secuestró cuando dirigía la revista Mercado.

Anastasio era, y no era, parecido a Manolito, coinciden su nieto Alejandro, y su nuera, María Ignacia, la esposa de Julián.

Al nieto, los gritos al raquítico malvón le recuerdan una anécdota del abuelo, cuando ya había vendido la panadería y cada fin de año preparaba pan dulce en su casa. "Una vuelta se le quemaron todos y entonces decretó que nunca más hacía pan dulce. Porque no, porque coño y joder: esa cosa básica del ser español. Brutito es la palabra que lo define bien", dice y se ríe con los recuerdos.

Manolito, el amigo de Mafalda, andaba siempre sacando cuentas. Como no le alcanzaban los dedos de las manos para sacarlas, usaba sandalias para disponer de diez más: decía que sus pies eran una IBM. Pretendía convertirse en Rockefeller, tener una cadena de supermercados. Y era bruto en serio. Anastasio no.

"El abuelo se mataba por estudiar. Cuando hace diez años no enteramos que él era Manolito, en un reportaje que le hicieron a Quino en la tele, nos matábamos de risa, porque para nosotros era el abuelo sabio, que nos daba consejos. Hablaba siempre de su maestro en el pueblo, con quien se carteaba. Y estudiaba por correspondencia: cuando tuvo su primer despacho de pan, hizo un curso de contabilidad, para aprender a llevar los libros", cuenta el nieto.

Anastasio hasta comenzó a escribir un libro, algo improbable en los Manolos de Mafalda. Iba a llamarse Pantalón de pana, porque era la historia de un inmigrante. Pero no supo cómo hacerlo. Eso sí: con el seudónimo de Aniceto Gordillo escribía para una publicación de los panaderos. Por eso estaba orgulloso de su hijo periodista, aunque cuando Julián recién se iniciaba en Tía Vicenta libró la misma batalla que Don Manolo con Manolito: quería que su hijo continuara con el negocio familiar. No tuvo suerte.

El panadero tenía, como Don Manolo, una pelusa en la cara, "porque se afeitaba siempre de noche y entonces a la mañana ya le había crecido un poco la barba. También usaba el pelo cortado al ras sobre la nuca". Hay otra anécdota familiar en la que Anastasio aparece como Manolito: "Quiso aprender relojería, también por correspondencia, pero contaba que no lo logró porque no podía ponerse el monóculo, se le caía. Eso parece bien un cuento de gallegos".

Después de haber trabajado duro toda la vida, Anastasio perdió casi todo: vendió la panadería para retirarse a descansar, pero lo estafaron en la compra. Murió a los setenta y cuatro.

Dice su nieto que Anastasio "no era tan terrible con la plata como Manolito". El amigo de Mafalda vendía manteca rancia con tal de no perder un peso. "Es manteca con alcurnia", se justificaba. Dice Alejandro Delgado que su abuelo Anastasio no llegaba a tanto: "A lo sumo, una masita del día anterior".

Agradecimientos: Diario El Mercurio, de Chile, y familia Delgado.


Andrea Rodríguez es periodista. Formó parte del equipo del programa Sin Anestesia, en Radio Belgrano. Fue redactora del diario Tiempo Argentino, colaboró en la revista El Porteño e integró el grupo fundador del periódico Página/12. Es autora del libro "Nacidos en la sombra" (Sudamericana), sobre la historia de un caso de niños desaparecidos durante la dictadura militar.

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