134 | FICCIONES | 4 de agosto de 2004

Un cuento en tren de Laura Devetach

PortadaEl relato "Cuento un cuento" pertenece al libro Cuentos en tren (Buenos Aires, Astralib Cooperativa Editora, 2004. Colección Huellas del caracol), de Laura Devetach, y se reproduce con autorización de la autora y los editores. Las ilustraciones que lo acompañan son de Roberto Cubillas.

Imaginaria agradece a Mariana López Aramburu, de Astralib Cooperativa Editora, y a Laura Roldán las facilidades proporcionadas para la reproducción de este texto.


Cuento un cuento

por Laura Devetach

Hace muchos años, cuando yo vivía en Reconquista, allá por el norte de Santa Fe, había llovido muchísimo.

Tanto había llovido que los caminos de tierra parecían flanes, gelatinas, cintas de sopa negra.

Nosotros teníamos que ir a otro pueblo y, como los colectivos se empantanaban en los flanes, las gelatinas y las sopas negras, había que viajar en tren. Aquellos trenes comían paladas de carbón, soltaban un humo negro que hacía bellos dibujos.

Empezaban las ruedas a traquetear sobre las vías

chu–cu–chú
chu–cuchú
chu–cuchú
chucuchú
cuchichú
chucuchú
chucuchú...

y un silbido largo acompañaba al humo que se desflecaba como una cabellera PFUIIiiii PFUiiii...

Dibujo de Roberto Cubillas

Primero era lindo, novedoso, vertiginoso. Pero después...

Venían largas paradas misteriosas. El tren se empacaba en medio del campo, como si obedeciera al capricho de algún Dios.

Las vacas de los campitos se cansaban de mirarnos y el guarda contestaba "¿Quién sabe?" a cualquier pregunta que se le hiciera.

Después de un montón de tiempo el frío era más frío y empezaba a faltar el agua y la comida. Y eso que siempre llevábamos una caja de zapatos con pollo, pan y manzanas. O milanesas y dulce de membrillo. Pero había que convidar y éramos muchas personas.

Los grandes comentaban sobre el estado de los caminos, la creciente del Paraná y si habría o no cosecha de algodón.

Después rezongaban, qué barbaridad, el gobierno.

Después se iban quedando callados.

Y a mí empezaba a darme sueño, tristeza y una rabia...

De pronto el tren caminaba de nuevo.

Dibujo de Roberto Cubillas

La gente se miraba sonriendo, acomodándose, menos mal.

Y yo escuchaba el lenguaje de las ruedas.

A veces decían:

Che–qué–chica
che–qué–chica
chequechica
chequechica
chequechi...

Otras veces decían:

Cinco pesos
poca plata
cinco pesos
poca plata
cincopesos
pocaplata
cincopesos
pocapla...

Pero un día espantoso y embarradísimo las ruedas no dijeron nada a pesar de ir rodando, la lluvia entraba por las ventanillas y yo pensaba que nunca más iba a salir el sol.

Entonces, una viejita de pañoleta que venía con una canasta me dijo, como leyéndome el pensamiento:

—¿Sabés lo que dice el tren hoy? dice:

Tres–pre–gun–tas
tres–pre–gun–tas
tres–pre–gun–tas...

A ver, a ver, preguntemos tres preguntas de ésas que no se preguntan nunca.

Y yo:

—¿Los perros quieren decir que no, cuando mueven la cola?

Y ella:

—¿Quién habrá inventado el agujero del mate?

Y yo:

—Cuando los trenes silban, ¿quién les contesta?

Entre las dos hicimos más de tres preguntas.

Dibujo de Roberto CubillasDespués escuchamos de nuevo las ruedas del tren, y decían:

Cuento un cuento
cuentouncuento
cuentoun...

También decían:

Mecontaron y te cuento
mecontaronytecuento
mecontarony...

Y ella me contó más de un cuento y yo le conté los cuentos que sabía.

Y salió el sol.

Por suerte conocí muchas viejas preguntonas, muchos trenes, hice viajes, y resultó lindo eso de escuchar y a veces callar, sólo callar para que las voces de algunas cosas llegaran.

Ahora, como mi vieja de pañoleta, cuando viajo, escucho qué cosas dicen las ruedas, la gente. Y si se da la ocasión cuentouncuento, cuentouncuento, cuentoun...


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