103 | RESEÑAS DE LIBROS | 28 de mayo de 2003

La casita azul

Sandra Comino
Toronto (Canadá), Libros Tigrillo, 2003.

A casinha azul
Sandra Comino
Traducción de Laura Sandroni.
Rio de Janeiro (Brasil), Editora Revan, 2002.

The little blue house
Sandra Comino
Traducción de Beatriz Hausner y Susana Wald.
Toronto (Canadá), Groundwood Books, 2003.

Portada de la edición en castellano Portada de la edición en portugués Portada de la edición en inglés

"La casa abandonada conservaba en su interior un gran secreto, eso era obvio; pero además le ocurría algo maravilloso, algo que nadie en el pueblo conseguía explicar pero que todos esperaban. Ese acontecimiento tan esperado ocurría todos los 28 de noviembre, cuando todos despertaban e iban para comprobarlo, sin desayunar, a ese lugar."

Una propuesta de escritura para jóvenes del Nuevo Milenio

La casita azul (1), esta nueva realización de la prestigiosa autora argentina, permite al lector recorrer senderos que alguna vez estuvieron vedados por las tradicionales construcciones religiosas y culturales, que procuraron dar siempre una visión protectora e idealizada del ámbito familiar. No ocurre esto en La casita azul que desarrolla su acción narrativa en un ámbito de ocultamientos y agresiones sobre el personaje, una niña hostigada por un padre que representa en su comportamiento el estereotipo masculino opresor y violento, como forma de ejercicio de la paternidad. El autoritarismo se afirma en conductas arbitrarias e irracionales que ponen de manifiesto una de las características esenciales del Poder del fuerte sobre el más débil: el placer de oponerse al crecimiento del oprimido con el único objetivo de complacerse en esa dominación.

La novela explora los laberintos de las conductas del dominador desde diferentes ángulos sociales, culturales, ideológicos y económicos, de modo tal, que es posible establecer relaciones entre la vida privada y la vida pública de dos hombres enlazados en formas corruptas de comportamiento social: el padre de la protagonista y el intendente del pueblo. De esta forma el padre de Cintia no sólo resulta ser un adulto golpeador, sino que esta conducta se prolonga en su falta de ética como ciudadano del pueblo. El intendente, caracterizado como el tipo de funcionario inescrupuloso, violador de las normas existentes para la comunidad, es el ordenador natural para esta clase de padres. Esta profunda lectura ética y política que se traslada al seno de la familia, compone un cuadro de apertura a una problemática que hoy ocupa en la investigación y la denuncia, a diferentes profesionales del campo jurídico y de los Organismos de Derechos Humanos.

Desde el primer momento el lector sabe que está frente a una situación de injusticia y de violación de los derechos de la infancia. Esto no es expresado por la autora en términos argumentativos, simplemente emana de los hechos, de los diálogos de los actores de la novela.

El texto despliega las diferentes formas del arte de controlar la vida humana con la intención de apropiarse de lo ajeno. Las prohibiciones establecidas para la niña por su propio padre, armonizan con las órdenes que el intendente ha impartido para toda la comunidad. El espacio prohibido, la casita azul y sus alrededores, se convierte en el centro de lo que debe ser recuperado para lograr el retorno de la justicia y el bienestar. La autora conduce la historia de forma tal que instala el deseo del desenlace, el castigo para los deshonestos, y el triunfo de la niña golpeada.

Este espacio, la casita azul, es también el punto más alto de la ficción, de modo que los hilos de lo mágico atraviesan la historia y se plasman en torno a un hecho inexplicable: una casa se vuelve azul exactamente todos los 28 de noviembre. El develamiento del misterio es un objetivo multiplicado en los diferentes personajes que buscan en el lugar algo que les resulta de incalculable valor. Para la niña, la verdad misma es el valor supremo. Para su padre y el intendente, el objetivo es económico porque suponen la existencia de un tesoro escondido. El concepto "tesoro" tiene pues un significado bivalente, el tesoro del amor, de la identidad, y el sentido de tesoro en términos materiales concretos, como fortuna y riqueza.

La impunidad, tal como ocurre en la realidad, se afirma en el silencio, la ignorancia y el miedo "a decir" lo que se sabe. Las mujeres que habitan la novela están silenciadas por el temor y por un importante paquete de prejuicios históricos que suponen la curiosidad femenina como un pecado grave en lo definido culturalmente como "lo propio de la mujer". Cintia se construye como personaje femenino transgresor, establece una conducta autónoma, regida por sus propias convicciones que la impulsan a resistir la situación y a buscar ciegamente el esclarecimiento de los hechos.

El territorio de la ficción

Un viejo dicho parece consumarse en la novela: "pueblo chico, infierno grande". Todo se sabe, nada se sabe, el rumor camina por las calles, las sospechas, los equívocos, el temor a la opinión ajena. Fuertes imágenes describen el lugar donde transcurren los hechos, y el pueblo Azul es exactamente en este aspecto un pueblo igual a tantos otros pueblos de Latinoamérica. Las viejas costumbres, el espiamiento de la vida privada, el ocuparse malamente de los secretos de los otros. La malignidad asoma en los comentarios mujeriles y marcan la novela con tonos costumbristas que iluminan un escenario con mucha gente que va y viene con sus habladurías. Cintia suele ser objeto de estas maledicencias que no perturban sus decisiones, afirmando así su condición indiscutible de heroína que avanza a pesar de los obstáculos.

Pero también aparecen las pinceladas cálidas, las formas sencillas de la gente de los pueblos, esas vidas apretadas a pequeñas ceremonias que se viven como hechos extraordinarios:

"Afuera los pajaritos parecían contentos y la gente del pueblo no hablaba más que del baile. Es que todos se ocupaban de hacerse su ropa. Las mujeres cosían sus vestidos. El club pintaba las mesas de chapa y las sillas de blanco. Los vecinos decoraban con cal el cordón de la vereda y los troncos de los tilos. Las viejas barrían todas las calles. Don Darwin, el conserje del club, prepararía sandwiches de chorizos para vender y su señora llenaría los fuentones de jugo de naranja que el día indicado serviría a todos con cucharón."

La visión de la autoridad, en este caso el señor intendente, señala también lo que es propio de los pueblitos cuyas gentes tienen una fuerte tendencia a la dependencia del poder de turno, en muchos casos, de dudosa honestidad.

"Como siempre ocurre en estas localidades, la gente no está muy conforme con las decisiones que toman los intendentes; pero también, como en todos los pueblos, es difícil contradecirlos porque el que manda se enriquece y, posteriormente, con el dinero obtenido adquiere más poder, no es fácil rebelarse. Siempre en los pueblos chicos hay quienes dominan injustamente. Pero también están algunos que se resisten."

Las voces del texto

El ingreso a la narración se logra desde la primera página desde dos voces diferenciadas, la del narrador que conducirá la historia frente al lector y otra voz que cuenta leyendas en la radio que escuchan todos los habitantes de Azul. Nos encontramos frente al nacimiento de dos historias que se irán entretejiendo a lo largo de la novela. La historia de Cintia, una niña a quien su madre abandonó sin explicación alguna y por añadidura resulta además cruelmente castigada por su padre, y la historia de Ailín, perteneciente a un grupo de pobladores nativos diezmados por los conquistadores. En ambas historias la ambición, el ejercicio ilegítimo del poder, la violación de los derechos humanos, se despliegan para mostrar lo más oscuro de la condición humana: la violencia hacia el Otro.

La autora nos llevará de esta manera por caminos diferentes hacia un desenlace en el que podremos encontrar el sentido de lo presente y la permanencia de un pasado que se ha instalado exactamente en el lugar prohibido que le da nombre a la novela: "la casita azul" y el misterio que la rodea. Lo enigmático de estas voces que conducen el relato, genera una avidez de lectura casi inmediata, digamos desde las primeras líneas, y se torna imprescindible descifrar ese pasado porque la sospecha de su relación con el presente queda expresado desde la primera página del texto.

La abuela Pina que narra su propia historia personal, es otra emisora que ayuda al lector a organizar los acontecimientos que se van tejiendo e integrando fragmentos de la historia de inmigrantes llegados a América con la esperanza de rearmar sus vidas después de una guerra. Pero sin duda los personajes, los textos que intercambian en los diálogos, se constituyen también en otras voces, con otras miradas sobre el mismo acontecimiento, y este devenir de puntos de vista que a veces se reúnen y otras se confrontan, otorga cierta calidad fílmica a la escritura, porque es posible no sólo escuchar lo que dicen, sino que en buena medida es posible verlos cuando hablan, como en un escenario teatral, desplegando sus palabras y sus gestos.

"—Todavía sigue ahí usted?

—Necesito ver a mi nieta.

—Y yo necesito irme.

—Entonces, déjeme pasar. ¿Por qué le quita a Cintia todo lo que ella más quiere?

Juan se rascó la cabeza. María, secándose las manos en el delantal miró a la abuela y le dijo:

—Ya es de noche, Pina, vuelva a su casa.

—Amaneceré aquí y todo el pueblo se enterará que no me dejan ver a mi nieta, aunque ya lo debe saber medio mundo.

Juan la miró. Se le notaba el enojo más calmado y, abriendo el mosquitero del lado de afuera, dijo:

—Pase, pero yo voy a estar escuchando lo que le dice, así que tenga cuidado. Usted sabe que si quiero, la hago echar de este pueblo."

La presencia del discurso poético

La dureza de la historia se aplaca en las imágenes de intensidad poética que van desmigándose entre los hechos y las discusiones. Y estas imágenes elevan notablemente la escritura hasta aproximarse a una prosa sostenida sólo en palabras, sonidos, colores, olores.

"El sol vino a calentar al menos un poco las bocanadas de aire frío que desparramaba el invierno. Los tilos de la plaza estaban desnudos y los juegos tan solitarios como la casa abandonada."

"El jazmín despedía un olorcito que la abuela inspiraba profundo. Era un combustible para que las agujas de tejer funcionaran".

"Un largo silencio se les metió en el medio. Cintia estaba llena de preguntas. Un silencio que parecía interminable. Luego las dudas se encadenaron como un tren lleno de vagones que pasa lentamente y nunca se llega a divisar el último. Un silencio casi hermético y con incertidumbre donde no entraba ni una briznita de claridad. Pero como todos los silencios, por más fuertes que sean, en algún momento se rompen y, éste se rompió."

La calidez poética se refuerza en los diálogos entre los niños que van armando una historia de amor a medida que la novela se desarrolla. Con extremo cuidado la autora describe las emociones, las sensaciones del enamoramiento. También aquí las palabras juegan un rol independiente de la historia misma, lucen libres, autónomas, y cada frase compone una fotografía que el buen lector descifrará sin dificultades:

"El silencio se prolongó hasta que llegaron a la casa. Escondieron las bicicletas. Caminaron despacio hacia la bomba. Los grillos entonaban sus habituales melodías, cada tanto el relincho de algún caballo los distraía un poco y a lo lejos se oía la música del baile. No tenían miedo pero los dos estaban pegaditos. Bruno pensó que ella nunca se había dado cuenta de que a él se le llenaban los ojos de emoción al verla. Que le temblaban las manos cuando la abrazaba y que se moría por darle un beso."

Pero tal vez la verdadera belleza poética de esta novela de Sandra Comino resida en la jerarquía humana que otorga a la infancia, la fuerza ética de los personajes gestores de la resistencia, la búsqueda de la verdad, en una palabra, la poesía está en la reformulación del valor humano, en el quiebre del aparente orden social de antaño, en la audacia de retirar el telón que cubre creencias y mitos acerca de la bondad de los padres y madres, que bien se sabe hoy, no viene con el ser humano el compromiso y el respeto por la vida de los hijos. La infancia que habla en La casita azul es una infancia en rebeldía, en legítimo ejercicio de su autonomía personal. En gravísimos momentos como los que vivimos como humanidad empujada hacia una guerra cruel e ilegítima, es saludable levantar como bandera la palabra de los niños, que por el solo hecho de serlo, nunca traicionarán la Vida.

Lidia Blanco


Nota

(1) La casita azul ganó, en octubre de 2001, la primera edición del Premio Iberoamericano Para Leer el XXI, evento organizado por las secciones cubana, brasileña y canadiense de IBBY (International Board on Books for Young People) y la Cátedra Iberoamericana "Mirta Aguirre". En esa ocasión, un jurado internacional presidido por Patricia Aldana (Canadá) e integrado por Elizabeth Dángelo Serra (Brasil) y Emilia Gallego Alfonso (Cuba) distinguió a la novela de Sandra Comino y otorgó una Mención Especial a la obra El hijo de los delfines plateados, del escritor cubano Enrique Pérez Díaz (más información sobre este evento en http://www.imaginaria.com.ar/06/3/premiados.htm).

Además de las ediciones ya realizadas, la editorial cubana Gente Nueva también hará la suya en castellano.


Lidia Blanco (gelmanear@yahoo.com.ar) es Profesora de Lengua y Literatura (Universidad Nacional de Buenos Aires) en enseñanza media, normal y especial, y Especialista en Literatura Infantil y Juvenil. Fue Profesora del Seminario de Literatura Infantil en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires, desde 1988 hasta 1996.

Es coautora y compiladora de los libros Los nuevos caminos de la expresión (Ediciones Colihue, 1990), Literatura infantil. Ensayos críticos (Ediciones Colihue, 1992), Cuentos Primer nivel (Ediciones Colihue, 1978) y El puente sobre el río (Ediciones Colihue, 1980. Colección El Pajarito Remendado).

Participó en distintos congresos de Literatura Infantil y Juvenil nacionales e internacionales.

En 1998 recibió el Premio Pregonero, otorgado por la Fundación El Libro, por su trayectoria como Especialista en Literatura Infantil y Juvenil.

Actualmente es Profesora de Teoría de la Comunicación en la Escuela de Arte "Leopoldo Marechal" en La Matanza (provincia de Buenos Aires) y colabora en diversas publicaciones especializadas: Espacios de Lectura, del Fondo de Cultura Económica de México; revistas La Mancha e Imaginaria.


Artículos relacionados: