Los primeros capítulos de Posición adelantada, novela de María Florencia Gattari
Reproducimos los primeros capítulos de la novela Posición adelantada de María Florencia Gattari, obra ganadora del 6º Premio de Literatura Infantil "El Barco de Vapor" 2007 de Argentina publicada por Ediciones SM en la Serie Roja de su colección El Barco de Vapor (Buenos Aires, 2007).
Imaginaria agradece a Laura Leibiker y a Susana Aime, de Ediciones SM de Argentina, la autorización y las facilidades proporcionadas para la reproducción de estos textos.
Posición adelantada
1. Lo que odio
Tengo mal carácter, soy antipático y fácilmente irritable. No me gusta que me molesten.
Entre las cosas que detesto —y son muchas— están las peras, mirar partidos de fútbol rodeado de mujeres, los colores pastel (el verde agua realmente me fastidia), la gente que habla mucho y dice poco y, en ese rubro, particularmente la tutora de mi curso. Más que Méndez, incluso. Porque Méndez es turra, pero solamente quiere disciplinarme: la alegraría que deje de contestarle mal, pero no pretende que sea bueno. En cambio esa…
Y que no se diga que el mío es un enojo improvisado. La detesto exhaustiva, milimétricamente; y con fundamentos. Sobre todo porque cree que "hablando se entiende la gente", y porque está dispuesta a sacar "lo mejor de nosotros", y porque quiere lograr "la unidad del curso", y porque nos habla de "la adolescencia"… GRRRR. La detesto. Tanto afecto me provoca un profundo malestar estomacal, me pone de un malhumor decidido y duradero. Esa mujer no tiene remedio.
De más está decir que, como soy el que tiene peor humor de todo el curso, Belén (así se llama la tipa, hasta el nombre es meloso…) decidió que ella tenía que recuperarme para que fuera por el buen camino, llenar mis días de alegría y optimismo, reconciliarme con mis compañeros y muchas otras ridiculeces que —por supuesto— yo no pedí ni estoy dispuesto a recibir. Qué necesidad hay de tanto amor cuando uno tiene abuela y madre y hermana, que ya lo aman a uno tanto que es un dolor de huevos.
2.
Llegaban las vacaciones, pero esta vez era distinto. Cada año, para esa fecha, Mora estaba a la espera de las primeras pistas del verano y, sobre todo, de poder nadar. De ir al río, que estaba ahí todo el año, es cierto, pero que cuando terminaba la escuela se volvía más grande. O más profundo. O era el centro del pueblo. Ni Internet, ni el colegio, ni la plaza: el río era el lugar donde pasaban todas las cosas que importaban.
También es verdad que de golpe había que compartirlo con un montón de turistas, pero aun así. El río era lo mejor del pueblo. Y Mora lo iba a extrañar. Tanto. Dolor, tristeza. Otra vez iba a llorar. "Qué porquería la sensibilidad", pensó.
Hacía tiempo que el papá de Mora esperaba conseguir un trabajo importante en la Capital y se había esforzado mucho para eso. Mora sabía. También sabía que sus papás andaban queriendo volver a Buenos Aires para estar cerca del resto de la familia. "Además —decía su mamá— los chicos también están grandes ('¿Sí? Por lo que cuesta pelear un permiso, no parece'), van a querer estudiar; Fabián ya termina este año… y acá no hay universidades ('Mami, ¡hay a 200 kilómetros!' 'No es lo mismo, linda, allá están todas')."
Peor no podía ser. No había cómo remontarlo. Un verdadero desastre.
Mora ya ni se acordaba de cuando vivían en la Capital. Había nacido allá, pero cuando ella y su hermano todavía eran chicos, los papás habían decidido mudarse al pueblo para estar más tranquilos. Y tranquilos habían estado todos estos años... Tanto, que Mora se sentía de este pueblo, de estas sierras y de estos ríos. De estos amigos y de esta escuela. Y no podía imaginarse otra cosa.
3. Mi nombre
"Agustín" tiene siete letras, que finalmente no son tantas. Y si hay algo que odio es que intenten hacer economía: si alguien está tan ajustado de letras que no las puede pronunciar todas, que ahorre en otra cosa. En saludos, por ejemplo. Pero a mí, que me llamen como me llamo.
El primer problema que tiene "Agus" es que no es seguro que tengamos tanta confianza. Porque hay gente que cree que así, simplemente porque se le ocurre, puede acortar el nombre de cualquiera. Y no es cierto. Les pasa sobre todo a las mujeres si son viejas y tienen rulos, o si son jóvenes y se creen lindas.
La otra cuestión es que "Agus" son también todas las Agustinas.
Por supuesto que, en el curso, esto los pibes ya lo saben y con los profesores no hay riesgo, porque te llaman por el apellido. Pero queda, obviamente, el caso de esa, que a la semana de clases ya sabía todos los nombres de memoria sin errar uno solo, y que le dice a cada uno por su apodo (no el apodo de cada uno, sino su apodo: el que ella considera que te corresponde).
A mí, evidentemente, me dice "Agus", y yo siempre tengo la fantasía de que la estrangulo con una media sucia hasta que pide clemencia con ojos suplicantes, y yo se la niego, y entonces ella muere, pero antes se convence de que yo era realmente desagradable y no escondía ningún ser maravilloso que aparecería mágicamente si alguien (si ella) me daba una oportunidad.
Los únicos que me dicen "Agus" con mi permiso son Nicolás y Gloria. Con Gloria ni lo intento: es una batalla perdida desde el principio. Y Nico es Nico.
Mi hermana varía entre "tarado" e "idiota"; nunca "boludo", que sería casi una expresión de afecto.
4. X
A X lo encontré en Córdoba. Me había peleado con mi hermana por alguna cosa que ya no recuerdo (me acuerdo claramente de que yo tenía razón) y, por otra cosa igual de estúpida, eso había terminado en una discusión con mi mamá, y cuando ya todo era un tremendo despelote decidí que me iba a caminar.
Arranqué para el lado del río porque no quería encontrarme con los pibes, no era buen momento.
Cuando me cansé de andar, me senté en una piedra grande de por ahí a pensar que era una lástima que la teoría del repollo hubiera caducado; que tendríamos que ser arrojados al medio de la Tierra por naves intergalácticas y ahí empezar a vivir, cosa que nadie pudiera reclamarte nada.
En eso noté que algo se movía detrás de unos espinillos. Después se movía y ladraba fuerte. Me acerqué a mirar, furioso porque ni siquiera en ese camino ridículo en medio de cualquier lado me podía enojar en paz, y cuando lo vi me agarró un ataque de risa.
El muy tarado ladraba mirando un espinillo y lo arañaba con las patas de adelante. Más lo arañaba, más se lastimaba y más fuerte ladraba. Estaba como desquiciado, parecía un perro mafioso. Cuando al final terminó de armar bardo —yo me había vuelto a sentar en mi piedra— vino hasta donde yo estaba, se sentó él también, me miró y empezó a llorar.
Se merecía el dolor por idiota, pero —para qué negarlo— yo también encaré algún espinillo en la infancia, así que le saqué de a una las espinas de las patas de adelante. Me siguió hasta casa.
Yo quería llamarlo "Cero", pero no hubo quórum: "'Cero' es nada", me dijeron. No es cierto, pero bueh. Mi segunda opción fue "X", que por supuesto tampoco les gustó. Querían que se llamara "Manchita" o cosas así. Un perro tan malhumorado y tan feo… "Manchita". Por favor, lo que es no entender nada de psicología animal…
Me puse firme con "X". Las mujeres de mi casa subestiman el valor de la incógnita.
5.
Mora se tiró al agua. De cabeza. Como estrenando la temporada y diciéndole a quien quisiera escuchar "no me importa nada, voy a aprovechar hasta la última gota de agua de este verano". Solo que su decisión (su cabeza) chocó con algo imprevisto y duro.
Imposible que fuera un error de cálculo: para ella las piedras del río eran como los muebles de su casa. Salvo que hubiera habido crecida, pero no había llovido ni en el pueblo ni en la sierra. Muy raro.
La cosa se aclaró rápidamente cuando salió a la superficie y escuchó que le decían:
—Correte, flaca, casi me dejás sin cabeza.
"Porteño tenías que ser —pensó Mora, reconociendo la tonada—. Típico. Bicho de ciudad, veraneador de costa. Más vale que me vaya acostumbrando: así deben ser todos. Brutos, insensibles, desubicados… ¿lindos? Sí, también, pero qué idiota."
Miró a Magui, que se mataba de risa sobre las piedras:
—Qué galán, Mora, ¿eh?
—Mmm, sem… Seguro que en un rato aparece con flotadores con forma de pato… Típico bicho de mar. Mejor hacé el mate.
—Bueno, dale. Yo lo hago, y vos vas a convidarle uno al delfín y a hacer las paces…
—Más que delfín, camarón. Se ve que se le acabó el protector solar… Y mate ni loca le llevo: capaz que sopla en la bombilla y hace burbujas.
"El mate con Magui… Esa es otra cosa que voy a extrañar. Seguro que no ceban así en Buenos Aires… no debe haber peperina. Aunque los mates de la abuela me gustan, pero eso debe ser porque es mi abuela. Y la peperina, ¿podré llevármela? ¿Cómo se lleva una planta? ¿Lo tomarán dulce? ¿Cómo es el mate de los porteños?"
En eso andaba Mora, cuando lo vio acercarse medio a regañadientes, casi arrastrado por otro, seguramente amigo, que parecía tener mejor humor o por lo menos sabía sonreír.
Se presentaron (Nicolás los presentó). Pidieron mate (Nicolás pidió mate). No hicieron burbujas con la bombilla ("Se ve que sí: toman mate").
Nicolás preguntaba que si ustedes son de acá, que si se puede escalar en la sierra, que si en el río hay pesca, que dónde se juega al fútbol… Magui respondía, encantada de tener público para su sabiduría de local. Mora se asomaba a la conversación de a ratos, intermitente. Agustín tomaba mate en silencio.
"Habría que corregir la pregunta: ¿hacen algo más que tomar mate los porteños? Este chico es un ente…"
Cayó el sol, llegó la tardecita. Se despidieron —"gracias por el mate"—, se despidieron —"si están mañana acá, nos vemos"—, se despidieron —"chau"—. Y Agustín hizo una leve inclinación de cabeza y, como tocándose un chichón, esbozó una media sonrisa.
"Un ente con cierto sentido del humor", concedió Mora.
6. Gloria
Gloria es mi mamá.
No está mal del todo. Hace lo que puede.
El problema principal es que repite las cosas. O sea: si alguien dice algo y el otro no es sordo, lo escucha. Funciona así. Pero me da la impresión de que Gloria no lo sabe. Entonces, te dice quince veces que comas… y no se da cuenta de que, o bien vas a comer, o bien no tenés ganas y, luego, no vas a comer aunque ella te siga taladrando la cabeza a intervalos periódicos.
Lo que también pasa es que como sé que me va a repetir las cosas muchas veces, cada tanto me desconecto y no la escucho. Y al final, cuando quiero acordarme, no sé qué me dijo. Entonces, la vez siguiente, en lugar de quince veces me lo repite veinte. Pero pasa lo mismo. Si seguimos así, dentro de poco va a tener que dejar de trabajar para tener tiempo de repetirme las cosas.
El otro problema es que sea tan afectuosa. Cada vez que no la dejo tocarme, dice "sos un cactus, te volviste pinchudo, de chiquito eras tan amoroso". Etcétera. Un incordio.
Fuera de eso, no es tan grave.
7. Los olores
Se supone que a alguien de mi edad y de mi sexo no deberían importarle los olores. Se supone mal.
Yo seré un desastre, pero con la mugre no me entiendo. El tema ese del adolescente fatal que se saca una zapatilla y desmaya a toda la familia no tiene nada que ver conmigo.
A mí me gusta el olor a lluvia y a cuando cortan el pasto. Y hay otro que me encanta, aunque es menos elegante: el olor a pancho. También algunos perfumes.
Además, soy ordenado. Creo que las cosas tienen un lugar, no sé si en el universo, pero en mi pieza seguro. Y también creo que mi hermana Paula es una enviada de las Fuerzas del Caos para sembrar la confusión en mi microcosmos.
El que no está muy claro para quién juega es X: con el orden no tiene problema, pero no comparte mucho el asunto de la limpieza. De hecho, estoy pensando si no será un doble agente, porque ha desarrollado una técnica sumamente sofisticada para afanarme las medias sucias, que son sus favoritas. Las esconde y, por más que busco, no sé dónde las mete. Cada vez me cuesta más tener un par de medias iguales.
Posición adelantada © María Florencia Gattari, Ediciones SM, Buenos Aires, octubre de 2007.
María Florencia Gattari nació en la ciudad de Buenos Aires en 1976. Es licenciada en Psicología por la Universidad de Buenos Aires y se dedica al trabajo clínico, especialmente con niños y adolescentes. En la actualidad, cursa el profesorado de Literatura en el Instituto Superior del Profesorado "Dr. Joaquín V. González". Posición adelantada es su primera novela publicada.
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