199 | LECTURAS | 31 de enero de 2007
Títeres: origen, historia y misterio

por Javier Villafañe

Foto de Javier Villafañe

Vamos a correr el telón y asomarnos por unos instantes al mundo de los títeres, a ese maravilloso y complicado mundo, tan antiguo como la misma humanidad. Los títeres vienen de muy lejos. Es perderse en el misterio pretender buscar su origen. Nacieron con la imaginación, y pertenecen a todos los tiempos y a todos los lugares de la tierra. Charles Nodier —quien fue un ferviente admirador de los títeres— se ha ocupado de ellos en varios artículos. Acerca de su origen escribió en la Revue de Paris: "Al no poder fijarse la época precisa de su nacimiento, puede decirse que el títere más antiguo es la primera muñeca puesta en las manos de un niño, y que el primer drama nace del monólogo, mejor dicho del diálogo que sostiene el niño y su muñeco. Yo quisiera —continúa—poder dar a los comediantes un origen más ilustre, pero está perfectamente demostrado que descienden en línea recta de los títeres y confesaremos que, varios entre ellos, los que más admiramos en los grandes teatros, han conservado un aire de familia"

En Egipto se han encontrado estatuas con resortes que usaban en las ceremonias religiosas y entre los juguetes destinados a los niños. En Marionnettes et Guignols, Ernest Maidron asegura que estos muñecos eran animados por movimientos de cabeza y de brazos. También se halló en Egipto, en la tumba de una bailarina de nombre Jelmis, al lado de la momia, un barco pequeño tripulado por varias figuras de marfil. Una de ellas, articulada, podía ponerse en movimiento mediante unos hilos. En el centro de este barco, había una casita con puertas de marfil, que al abrirse dejaba ver toda la escena de un teatro de títeres. Quizás esta bailarina ofrecía con sus muñecos representaciones por el estilo de las que años más tarde se dieron en Grecia y en Roma y, más adelante, aplaudieron las muchedumbres de París, Londres y Viena.

Los chinos conocen a los títeres desde tiempos remotos. Hacen su aparición en los ritos religiosos y en las calles, entre las gentes del pueblo. De China —según las crónicas—, los llevan los músicos andariegos al Japón, atravesando Corea. Allí llegaron a una perfección extraordinaria. Están modelados en madera y mueven las cejas, los ojos, la boca y articulan los dedos de las manos. Algunos son muy grandes y de un mecanismo tan complicado que para manejar una sola marioneta hacen falta tres titiriteros.

En Grecia se han encontrado títeres. Dice Charles Magnin en su famosa Histoire des marionnettes, que los títeres eran recibidos en las moradas aristocráticas de Atenas; Xenofonte, en el relato del banquete de Callais, nos cuenta que entre las diversiones que el hotelero había preparado para sus invitados figuraba un titiritero de Siracusa. Photeinos, de oficio titiritero, tenía en Grecia un permiso especial para dar representaciones públicas en el Teatro de Baco. Aristóteles y Apuleyo hacen referencia a los títeres. Lo atestigua Magnin, "el sabio historiador de las marionetas", como lo llamó Anatole France. Estos títeres eran bastante complicados. Así los describe Aristóteles: "El Soberano dueño del Universo no tiene necesidad de numerosos ministros, ni de resortes para dirigir todas las partes de su inmenso imperio. Le basta un acto de su voluntad: de la misma manera, esos que manejan los títeres no tienen más que tirar de un hilo, para poner en movimiento la cabeza o la mano de esos pequeños seres, después sus hombros, sus ojos, y algunas veces todas las partes de su persona, que obedecen pronto con gracia y medida".

Personajes de las farsas primitivas

Petronio, Horacio, Aulus Gelio mencionan en sus escritos espectáculos de títeres en Roma. Los personajes más característicos de las farsas primitivas de títeres en Roma fueron tomados de la realidad, de tipos populares que más tarde influenciaron notablemente a la commedia dell'arte —que a su vez influye sobre el teatro de títeres— para dar nacimiento a Brighella, el Capitán, Colombina, Cassandro, Pantalón. "Lamia el vampiro africano y Manducus el otro antiguo —escribe Pierre Louis Ducharte en La comédie italienne— han nacido de marionetas y el último ha evolucionado en Capitán." Y más adelante agrega: "Al lado de la commedia dell'arte existió siempre el teatro de marionetas. El uno y el otro, sin duda, se ha hecho sin interrupción préstamos de escenarios y de máscaras."

Hay quien afirma que en la India existían los títeres varios siglos antes de Cristo. En la literatura hindú, en cuentos, leyendas y libros sagrados, hallamos referencias a estos remotos personajes movidos por la mano del hombre. En el Mahabarata —donde la historia está mezclada con la mitología— nos encontramos con este pasaje: "Cuando el hijo del poderoso Arjun salió al frente de una expedición guerrera, su novia, la princesa Uttara, le pidió al despedirse que le trajera lindas y transparentes telas de colores para vestir a sus títeres." Y dice un viejo relato hindú: "Parvati, la mujer del Dios Shiva, hizo un hermoso títere que escondía a los ojos de su esposo para que éste no lo viera y se enamorara. Llevó la muñeca a la montaña, y todos los días iba a visitarla y a adorarla. Pero el Dios Shiva, una vez, la descubrió mientras buscaba una flor. Se enamoró del títere, le dio vida y huyeron juntos".

Enrique Vesely, distinguido escritor checoslovaco que se ha dedicado al estudio de los títeres, en un libro editado en Praga en 1910 — Desde los primitivos títeres hasta los títeres checos—, escribe refiriéndose al origen de las marionetas: "La cuna del teatro de muñecos fue la India y desde allí se divulgó por el mundo." Y más adelante traza un caprichoso itinerario: de la India, lugar preciso del nacimiento, pasaron a Persia, de allí a Arabia, y de Arabia los gitanos los llevaron a Europa atravesando Grecia e Italia. Dice también en el libro mencionado que Vidushaka, el personaje más popular y más viejo del teatro de títeres hindú, es el bisabuelo de todos los fantoches. Y por ser Vidushaka un enano con joroba, con dientes largos asomándose por entre los labios gruesos, la cabeza pelada, el rostro deformado, todos sus descendientes directos o indirectos —Polichinela, Kasparek, Guignol, Punch— han heredado la joroba u otra deformidad del desgraciado progenitor.

Los títeres hieráticos

¿Cómo puede precisarse un determinado lugar geográfico para ubicar el nacimiento y la infancia del títere? ¿En qué lugar preciso puede fijarse el nacimiento del hombre? Y el títere —es mejor divagar sobre su origen— nació cuando el hombre, el primer hombre, bajó la cabeza por primera vez, en el deslumbramiento del primer amanecer y vio a su sombra proyectarse en el suelo, cuando los ríos y las tierras no tenían nombre todavía. Y el día que modeló el primer muñeco tuvo que pensar en su sombra. Lo hizo a su semejanza, y nació el títere, sin vida propia, como la sombra del hombre, que necesita de él para moverse y vivir.

En los escritores antiguos hay referencias a los títeres hieráticos. Los citan Herodoto y Luciano. Es conocida la Venus de madera, atribuida a Dédalos, que se movía por medio de mercurio. También se movía y predecía el futuro la estatua de Júpiter Ammon. Ochenta sacerdotes, en las procesiones, la cargaban sobre sus hombros y ella, con movimientos de cabeza, les indicaba el camino. Charles Magnin y Ernest Maidron, en los libros ya citados, nos dan detalles sobre estas curiosas imágenes y del conocimiento que se tenía entonces sobre las propiedades del imán sobre el hierro. Los títeres hieráticos —anota Vesely— tomaron parte original en los misterios religiosos, cuando el hombre no se animaba a representar a sus dioses.

De generación en generación

Las marionetas jamás llegarán a envejecer. No sienten el lento rodar de los siglos, Viven y sonríen por encima el tiempo. Hoy gozamos delante de un teatro de títeres igual, exactamente igual como gozaban los niños y los viejos, hace siglos, cuando rodeaban a los juglares y saltimbanquis, cuando éstos hacían aparecer a los fantoches que llevaban ocultos debajo de sus capas.

En Europa, los títeres fueron usados al principio por la Iglesia para hacer representaciones de pasajes bíblicos y leyendas de santos. Después comenzaron a popularizarse, y se llevaron a escena cuentos, historias de caballería y de bandoleros. Las obras eran de carácter cómico o dramático, tomadas sobre relatos que se iban transmitiendo verbalmente, de generación en generación. Muy rara vez aparecían en escena más de dos personajes. El público solía intervenir casi siempre en las representaciones, y el titiritero se veía obligado a improvisar y a apartarse del argumento.

En el siglo XVI, los músicos andariegos atraen la atención con una novedad en materia de títeres que los franceses llaman marionnettes à la planchette. El músico, después de congregar al público, mueve al compás de su instrumento dos figurillas sostenidas por un hilo que sujeta a su pierna. De esta manera las hace danzar, mientras suena alegremente la gaita, la pipa o el tambor. Shakespeare y Ben Jonson suelen recordar con frecuencia a estos remotos personajes movidos por hilos. Milton se inspiró, para crear su Paraíso perdido, mientras asistía a una función de marionetas que representaban la Historia de Adán y Eva. Goethe fue también un enamorado de los títeres. El Fausto le fue revelado por unos titiriteros de la feria de Francfort. Y Lord Byron llegó a decir: el que no ama a los títeres no es digno de vivir.

Polleras, cortinas y batidores

El titiritero ambulante ruso del siglo XVII usaba una pollera muy ancha que le servía de escenario. Al comenzar la representación levantaba la pollera y pasaba el ruedo por un arco, se calzaba un muñeco en cada mano —eran siempre títeres de guante— y realizaba el espectáculo. Lógicamente, sólo podían intervenir nada más que dos personajes en escena. Más tarde, suprimieron el uso de la pollera por tres cortinas extendidas sobre bastidores, livianas para el transporte y que se armaban muy fácilmente.

En Francia, en el siglo XVII, los títeres llegaron a alcanzar un éxito tan extraordinario que les quitaban el público a los actores humanos. Estaban en pleno apogeo los muñecos de mano de Brioché, que actuaban en el Puente Nuevo, y los de hilo, de La Grille, en el Marais. Se entabló una lucha entre los personajes de madera y los de carne y hueso. Estos últimos se vieron obligados a hacer una protesta. Exigieron que se les cobrara un impuesto que fue demasiado elevado para que los guiñoles pudieran resistirlo y, además, se obligó a todos los titiriteros de París a volver nuevamente a las ferias.

Hay épocas en que los hombres parece que se hubieran olvidado de las marionetas. Quedan los muñecos callados, inmóviles, dormidos. Apenas si alguien, muy de tarde en tarde, los recuerda como algo lejano, perdido en el tiempo y la distancia. Y un día, otra vez, vuelven a surgir. Despiertan del largo silencio. Las calles y las plazas se pueblan de música y de voces titiritescas.

Muñecos alrededor del mundo

Las distintas clases de muñecos tienen en Italia nombres diversos. Se llama burattini a los títeres sin pies, en cuyo vestido se introduce la mano para mover la cabeza y los brazos. Según Magnin, han recibido el nombre de burattini de un actor llamado Burattino, célebre máscara viviente de origen florentino o romano, que vivía todavía en el año 1622. Y se denominaba fantoccini o fantoccio al títere movido por hilos. Los italianos se han entregado con amor a este arte maravilloso y han llegado a ser verdaderos maestros. Ellos los desparramaron por Europa, llevándolos primero a Francia y luego a Inglaterra, Alemania y Checoslovaquia. Pero estos títeres fueron olvidando paulatinamente el lugar de su procedencia para tomar las costumbres y las modalidades de los pueblos donde se radicaban. Cambiaron de traje, de espíritu y de nombre, y fueron Punch en Londres, Guignol en Lyon, Kasparek en Praga.

Podrecca con su teatro nos mostró un mundo de magia. Paseó por los cinco continentes sus mil doscientos muñecos de madera, de una perfección extraordinaria. Los piccoli de Prodecca. Color, técnica, música y poesía; sueño de sueños.

Guignol es en Francia el más popular de los títeres. Le siguen Lafleur, Gnaffron. Laurent Mourguet fundó en Lyon, en 1795, un teatrito de títeres donde nació el popular Guignol. ¿De dónde viene este Guignol? Muchas y graciosas discusiones tuvieron italianos y franceses disputándose la paternidad del títere lionés. Los italianos decían que Mourguet había tomado al principio como personaje central de su teatro a Polichinela, y que un vecino del barrio de Saint Paul —operario de una sedería e infaltable en las representaciones—, cada vez que le agradaba una escena, la aplaudía gritando: "¡C'est guignolant!" (exclamación que podría traducirse como "qué gracioso es"). La expresión guignolant —terminan sosteniendo los italianos— pasó al repertorio del titiritero y, más tarde, abreviada, se usó para designar a un personaje que llegó a ser popularísimo con el andar del tiempo.

Los franceses, en cambio, afirmaban que era oriundo de Francia. Y Víctor Bresse escribía acerca de Guignol en 1908: "Recuerdo que en cierta ocasión en que hojeaba el Archivo Departamental, en las listas de los lioneses inscriptos en las Compañías del Batallón de Rhone y el Loire, en 1792, hallé el enganche de un tal Jean Guignol, de veinticuatro años de edad, tintorero. Yo opino —continúa Bresse— que el nombre de Guignol es muy viejo en Lyon y me lo prueba la mención siguiente: hallé el nombre de Guignol en un testamento de 1267."

Franceses e italianos siguen disputándose la paternidad de Guignol, el popular personaje que muestra algunos defectos físicos, herencia de su progenitor, Polichinela, y los vicios y virtudes el pueblo que le dio vida.

Un tal Maese Pedro

En España tenemos referencia de titiriteros a fines del siglo XII. Gerardo Riquier de Narvana, en la Súplica al Rey de Castilla, Alfonso X (en 1274), nos da noticias de títeres y titiriteros que recorren los caminos de la península.

En el Quijote hace Cervantes una descripción del titiritero que en el Siglo de Oro viajaba en una carreta con su mono, su tablado y su trujamán. Y así lo presenta a Ginés de Pasamonte, cuando llega a la venta a pedir posada: "Todo vestido de gamuza, medias, gregüescos y jubón". Y más adelante agrega: "Olvidábame de decir cómo el tal Maese Pedro traía cubierto el ojo izquierdo y casi medio carrillo con un parche de tafetán verde". Después cuando Don Quijote pregunta quién era ese tal Maese Pedro, así le responde el ventero: "Éste es un famoso titiritero que ha muchos días que anda por esta Mancha de Aragón, enseñando un retablo de la libertad de Melisendra, dada por el famoso Don Gaiferos, que es una de las mejores y más representadas historias que de muchos años a esta parte en este reino se han visto. Trae asimismo consigo un mono de la más rara habilidad que se vio entre monos (...) Se cree que el tal Maese Pedro está riquísimo y es hombre galante (como dicen en Italia) y bon compaño, y dase la mejor vida del mundo; habla más que seis y bebe más que doce, todo a costa de su lengua, de su mono y de su retablo."

Ofrece Maese Perdro sus títeres y, en lo mejor de la representación, Don Quijote desenvaina la espada para salir en defensa del enamorado Don Gaiferos, y a golpes de acero decapita toda la titirería y por milagro salvan su vida el titiritero y el trujamán. Y termina la aventura del Quijote y Maese Pedro, cobrándole éste al Caballero de la Triste Figura, por sus destrozos, cuarenta reales y tres cuartillos.

El gorjear de las aves

¿De dónde viene la palabra títere? Es muy vieja y muy usada en España; Sebastián de Covarrubias, en el Tesoro de la Lengua Castellana, dice: "Ciertas figurillas que suelen traer extranjeros en unos retablos que, mostrando tan solamente el cuerpo de ellos, los gobiernan como si ellos mesmos se moviesen y los maestros que están dentro, detrás de un repostero y de un castillo que tienen de madera, están silbando con unos pitos que parece hablar las mismas figuras, y porque el pito suena ti-ti, se llamaron títeres, y puede ser griego, del verbo tytise, que indica el gorjear de las aves. Hay otra manera de títeres, que con ciertas ruedas como de reloj, tirándoles las cuerdas van haciendo sobre una mesa ciertos movimientos que parecen personas animadas, y el maestro los trae tan ajustados que en llegando al borde de la mesa dan la vuelta, caminando hasta el lugar de done salieron. Algunos van tañendo un laúd, moviendo la cabeza y meneando las niñas de los ojos, y todo esto lo hace con la ruedas y la cuerdas." Y termina diciendo "que fue una invención de Joanelo, gran matemático y segundo de Arquímedes; sin embargo hubo en los pasados siglos esa invención, como lo atestigua Horacio en el libro II".

Punch: un libertino de siete suelas

Old Vice —el viejo vicio— vivió varios años en los primitivos tablados ingleses. Representaba al vicio bajo todas sus formas. En las postrimerías del siglo XV, otro personaje vino a suplantarlo definitivamente. Llegó Punch, con su joroba abultada y su larga nariz ganchuda. Aún continúa recibiendo aplausos. Siempre viste un traje a rayas y usa un bonete en forma de cono. Se casó con Judy para no separarse jamás. Y a pesar de las infidelidades, aparecen siempre juntos.

Con el nacimiento de Punch, los títeres desacreditados por Old Vice se rehabilitaron y comenzaron a ganarse los teatros confortables. El público fue haciéndose cada vez más selecto. Aumentaron los tablados y también los precios de las entradas. Los titiriteros se esmeraron en la presentación de las obras. Una de ellas se hizo famosa. Se estrenó al comenzar el siglo XVI, y se llamaba La creación el mundo o El diluvio de Noé. En esta obra, el agua corría por el escenario. Se veían al Arca y a Noé con su familia y a todos los animales con sus respectivas parejas. Los pájaros volaban por el aire. Aparecían, también el Mal saliendo del infierno, Lázaro resucitado y varias figuras danzando en torno de ellos.

Punch vino al mundo con un carácter alegre y jovial. Con el correr de los días se va transformando hasta llega a convertirse en un cínico cruel, un libertino de siete suelas. El libro de Ernest Maidron, Las locuras del señor Punch —muy en boga en la primera mitad del siglo XVIII—, muestra al personaje como un sujeto alegre, pero violento y sanguinario: "¡Oídme un momento, nada más que un momento! Voy a contaros una historia, la historia del señor Punch, que fue un vil tunante, sin fe y con muchas muertes encima. Tenía una mujer y un niño, los dos de una belleza sin igual. Punch no era hermoso. Tenía una nariz de elefante. Sobre su espalda se elevaba un cono que se alzaba a la altura de su cabeza, pero dicen que esto no le impedía tener la voz tan seductora como la de una sirena. Era cruel como un turco y, como tal, no podía contentarse con una sola mujer. Es, en efecto, muy aburrido tener una sola mujer y, sin embargo, la ley le prohibía tener dos y también veintidós... aunque él hubiera podido contentarlas a todas. El malvado sedujo a una dama. Después, porque empezaba a molestarle, mató a la mujer, al hijo de ambos y también a sus suegros. Y se echó a rodar por el mundo. Visitó muchos países, y era tan seductor que sólo tres mujeres se negaron a seguir sus locuras: una joven campesina, una piadosa abadesa y la tercera, yo no puedo decir lo que era pero sí asegurar que era la más impura de las mujeres. En Italia encontró las mujeres de la peor especie; en Francia comprobó que tenían la voz muy alta; en Inglaterra, tímidas y recatadas al principio, se convertían luego en las más amorosas del mundo; en España las halló orgullosas como infantas (aunque frágiles como infantas); y en Alemania las encontró de hielo. No tenía ningún escrúpulo en jugar con la vida de los hombres. Padres y hermanos pasaban por sus manos. Uno tiembla de sólo pensar en el horrible reguero de sangre que ha vertido a sus pies. Aunque él tenía una joroba sobre la espalda, las mujeres no podían resistirle. Se decía que en su viaje había firmado un pacto con el diablo. Un día volvió a Inglaterra. La policía lo detuvo y fue condenado a muerte. Pero esa vez engañó al verdugo y salió con vida de la horca. Entonces vino a buscarlo el diablo. Pelearon, el diablo con una horquilla y Punch con un bastón. Armado sólo con un bastón venció al diablo, matándolo."

La conciencia de un pueblo

Cuando Bohemia vivía bajo la dominación de los Habsburgos, un titiritero, Matej Kopecky, se sirvió de los títeres para despertar la conciencia de su pueblo. Hacía representaciones en checo, lengua que apenas entendían los opresores de su patria. Episodios de años felices, cuando Bohemia era libre y tenía sus reyes. Este titiritero —a quien llamaron el patriarca de los títeres— es hoy una gloria nacional. Murió en 1847 y dejó veinte hijos que continuaron divulgando el arte de su padre. Más tarde, los muñecos de Juan Lastovka fueron, en 1848, portavoces de la revolución. Y más tarde José Skupa y su teatro de marionetas colaboraron en la guerra de 1914. Representaba la obra Cómo Kasparek de Pilsen entierra a los austríacos. Una vez terminada la guerra colocaron una placa en la casa donde nació el titiritero.

José Skupa sostuvo con los ingresos de su teatro de títeres un sanatorio para niños convalecientes. En el año 1920 creó un muñeco hoy muy popular, no sólo en Checoslovaquia sino también en toda Europa y Norteamérica. Se llama Spejbl y, desde 1926, le acompaña su hijo Hurvinek, otra creación de Skupa.

Kasparek es el más popular de los títeres checoslovacos. A veces aparece acompañado de su novia o esposa, Kulapinka, y de una yegua blanca que se llama Rozarka. A Kasparek se le conoce desde el siglo XV. Es pequeño, jorobado, lleva el traje y un sombrero de tres picos adornado con cascabeles. Es generoso, está siempre de buen humor y ríe con todas las ganas.

De nuevo vamos a correr el telón. Nos apartamos otra vez del maravilloso y complicado mundo de los títeres. Ellos seguirán viviendo al lado del hombre, como su sombra. Es el destino del títere. Nació con el hombre y morirá con él.

PortadaArtículo extraído de la revista Teatro, Año 4, N° 13, Buenos Aires, julio de 1983. Teatro es una publicación periódica del Teatro San Martín, perteneciente al Complejo Teatral de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


Foto de Javier VillafañeJavier Villafañe nació en Buenos Aires el 24 de junio de 1909. Fue poeta, escritor y, desde muy pequeño, titiritero. Con su carreta La Andariega viajó por Argentina y varios países americanos realizando funciones de títeres. Fue autor, entre muchos otros libros, de Los sueños del sapo (Colihue), Historias de pájaros (Emecé), Circulen, caballeros, circulen (Hachette), Cuentos y títeres (Colihue), El caballo celoso (Espasa-Calpe), El hombre que quería adivinarle la edad al diablo (Sudamericana), El Gallo Pinto (Colihue) y Maese Trotamundos por el camino de Don Quijote (Seix Barral). El primer día de abril 1996, a los 86 años, falleció en Buenos Aires.

Consultando los "Artículos relacionados", los lectores encontrarán más información acerca de la vida y la obra de Javier Villafañe, junto con algunos de sus textos y comentarios sobre sus libros.


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