176 | RESEÑAS DE LIBROS | 15 de marzo de 2006

Portada del libroEl mar y la serpiente

Paula Bombara
Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2005. Colección Zona libre.
Fotografía de tapa: Andrea Fasani.
Diseño de tapa: Daniela Coduto.

"El dolor reclama justicia. El dolor reclama la verdad.
Para los antiguos griegos el antónimo de olvido
no era memoria, era verdad."
Juan Gelman

La novela de Paula Bombara se inicia indudablemente en la tapa, de cuidadoso diseño, en la que aparece un primer plano de una niña pequeña con un libro abierto, sumamente concentrada en el objetivo de desenmarañar su significado. En el fondo, una biblioteca, y allí el título de esta novela para jóvenes: El mar y la serpiente. Ese título dibujado con la desprolijidad propia de la escritura en una servilleta, en un papelito, es una invitación a descifrar este enigma: una niña, una biblioteca, un mar, una serpiente, elementos que naturalmente no imaginamos relacionados. Se trata tal vez de un rompecabezas, un mapa semántico para descifrar, y ese es el desafío del texto. Como la niña de la tapa el lector abrirá este libro y allí la encontrará con sus frágiles frases infantiles anunciando su historia y proponiéndonos ese trabajo, armar su historia.

La novela se compone de tres partes que definen a través de la construcción discursiva los cambios en el crecimiento de la protagonista desde su primera infancia hasta la adolescencia. Los diferentes niveles del lenguaje han logrado un ajuste admirable con las características propias de estas etapas evolutivas. Es el lenguaje el que va colocando y sacando piezas del mapa semántico hasta llegar al escenario final en el que cada personaje ha encontrado su lugar y su sentido dentro del texto. En este proceso la protagonista va componiendo su identidad, crece desde adentro y cuando logra descifrar quién es en verdad y puede decirlo, encuentra un sentido a su existencia, recupera armonía y se convierte en un sujeto social.

La primera parte se anuncia con el título "La niña" y pone en movimiento su palabra que es a la vez su universo cognitivo, su primer contacto con los enunciados de su madre que responde a sus preguntas que dan comienzo a la historia: la desaparición del padre.

"Digo ¿y papá?
Me dice, no sé.
Papá se fue en bici.
Papá se perdió.
Digo, ¿papá se perdió?
Mamá me mira. No habla. Le cae mucha agua de los ojos."

El llanto de los abuelos, de su madre, escenas familiares que evidencian un duelo, son señales para que el lector comprenda la magnitud de la tragedia. Pero desde la protagonista, sólo es posible transitar por su desconcierto, su imposibilidad de comprender lo que ha ocurrido con un texto definitivo. Las mudanzas que comienzan a sucederse no son traducidas, y se muestran como arbitrariedades que la enojan y la entristecen. La información sobre la muerte de su padre llega a medias: un accidente, se le paró el corazón. La madre amortigua el dolor con una explicación religiosa que intenta sostenerla en la pérdida:

"Mamá dice, cuando te morís, el cuerpo no sirve más. Ahora papá nos mira desde el cielo. Dice, no lo vamos a ver más pero él sí nos ve. Desde el cielo."

Su permanencia en una pequeña casa junto al mar se convierte en una construcción reparadora que se verá interrumpida con un nuevo traslado a Buenos Aires. La fantasía de la niña coloca al mar como el sitio de encuentro con el padre y aquí el lector encuentra una pieza fundamental en el armado de la historia.

La segunda parte titulada "La historia" despliega los detalles que van surgiendo de boca de la madre en la medida que la niña, ahora más grande, le va planteando preguntas más detalladas. La curiosidad se vuelve exigencia, y lentamente el diálogo entre las dos amplifica el texto acotado, los fragmentos se reúnen en un nuevo discurso que contiene al que ya el lector conoce, pero los datos puntuales tienen agregados que permiten conocer las causas y el contexto singular de la desaparición de una persona en una fecha exacta, 1974, y responsables nominados, las bandas parapoliciales de la Triple A.

El relato incluye el pasaje del secuestro que retuvo a la madre durante un período en calidad de detenida-desaparecida en 1976. Con dificultad pero con sencillez brota el paisaje de esa detención: la tortura, las humillaciones, los ojos vendados en el "pozo", como se denominaban las celdas en las que transcurrían los días de los detenidos que luego fueron en su mayoría, desaparecidos.

La niña se entrega a la voz de la madre y el relato la conmueve como si no le perteneciera. La serpiente, un juguete precariamente confeccionado con trozos de tela durante el cautiverio de su mamá, cobra vigor, es símbolo del amor y la esperanza de recuperación de un tiempo perdido.

"—Me dieron los pedazos de tela, una aguja y un hilo rojo. Se me ocurrió hacerte la serpiente porque era lo más fácil: un tubo cosido por las puntas, relleno con alpiste..."

Las formas discursivas cobran tal fuerza de realidad que transforman las palabras en sonidos, y la ficción induce al lector a convertirse en auditor de la conversación, en cierta forma en cómplice de las confesiones de la madre. Esta complicidad se sostiene por la permanente insistencia de que todo lo dicho debe ser ocultado, es decir, ese texto que estamos leyendo no debe ser confiado a nadie. En esta segunda parte se refuerza esta inclusión del que lee, como una invitación a tomar parte en la novela en el rol de un personaje testigo de la historia narrada. En cierta medida, un cómplice del secreto compartido entre madre e hija.

Esta manera singular que ha elegido la autora para producir su novela, nos remite a la reflexión sobre la cuestión de la memoria que formuló Elizabeth Jelin, en agosto del año 2000:

"¿Qué importa de todo esto para pensar sobre la memoria? Primero, importa el tener o no tener palabras para expresar lo vivido, para construir la experiencia y la subjetividad a partir de eventos y acontecimientos que nos chocan. Una de las características de las experiencias traumáticas es la masividad del impacto que provocan, creando un hueco en la capacidad de "ser hablado" o contado. Se provoca un agujero en la capacidad de representación psíquica. Faltan las palabras, faltan los recuerdos. La memoria queda desarticulada y sólo aparecen huellas dolorosas, patologías y silencios" (1)

La tercera parte que se titula "La decisión", presenta a la protagonista provista de un desenfado lingüístico que la impulsan a formular apreciaciones sobre su historia, su madre, y la escuela, en términos que definen el pasaje de la niñez a la adolescencia. El discurso corresponde efectivamente a una adolescente en rebeldía contra el sistema escolar, las formalidades y las exigencias que plantea un adulto:

"¿A quién quiero engañar? ¡Si es un embole! Pero la redacción ¿por qué no eligió a la vaca que es tan bonita? Se me ocurren mil cosas sobre las vacas. Encima hay que leerla en el frente. Está loca la profe bueno ¿ella que sabe? Ni se debe imaginar que tiene a una hija de desaparecidos en la clase pero ¿por qué? ¡ni que fuera la única! seguro que hay otros"

Del balbuceo de la primera parte, llegamos a esta locución compleja, fresca, autónoma y con rasgos paródicos de las típicas producciones escritas en el ámbito escolar. Es posible calcular que el tiempo ha pasado no solamente para la niña de la novela, sino para la sociedad en su conjunto que va armando también en un penoso proceso la reconstrucción de la memoria. Y es en este momento de la novela que el lector puede despejar finalmente todas sus dudas porque habrá un tránsito del silencio a la verdad.

A modo de desenlace aparece la carta, ese trabajo de redacción que una profesora le pide porque es "24 de marzo", fecha clave en la historia de la Argentina. El texto aparece escrito en un papel que tiene renglones como las hojas habituales de una carpeta de estudiante. La escritura vuelve a resignificar la totalidad de la novela, que es finalmente eso, la historia de una escritura que se autoproduce y se va cargando de sentido página a página hasta llegar a la verdad sospechada que ahora es enunciado histórico:

"Hoy nos faltan 30.000 personas con nombre y apellido.
30.000 es un montón de gente."

Ahora es posible comprender la relación mar/serpiente, en un presente que puede contener el pasado, y al mismo tiempo prefigurar lo que vendrá. La función de la escuela como el lugar posible en el que se den cita los hechos históricos posibilita cierta forma de reparación para la protagonista porque se incluye en un acontecer colectivo y deja atrás la clandestinidad y el silencio que la habían definido en un terreno de dolor individual y personalizado. Similar proceso recorrerá el lector adolescente: el conocimiento de la verdad que revela la novela es también su propio recorrido. Emergerá del rompecabezas con un mapa semántico cargado de significados.

Este final coloca la escuela en un rol decisivo: transmitir la verdad histórica, posibilitar el diálogo, el debate, la comunión con los que más padecieron la criminalidad en tiempos de la dictadura militar en Argentina (1976-1983). Sobre esta función educativa de las instituciones educativas opinó el conocido teórico del campo literario Tzvetan Todorov:

"...que la historia se escriba, que las instancias políticas tomen posición sobre estas cuestiones, que los manuales escolares, los sitios oficiales de conmemoración reflejen el pasado reciente: ahí sí creo que hay un buen camino. Un pueblo tiene que poder hacer frente a su pasado" (2)

La novela de Paula Bombara tiene un campo de recepción muy amplio entre los jóvenes que hoy se interesan por encontrar en la literatura testimonios de aquello que fue velado, ocultado. Las voces que la autora logró construir, son eficaces porque apelan a lo más hondo de la condición humana y no intentan traspasar la conciencia del Otro. Una virtud en el texto para ser recuperada es —exactamente— el respeto por el receptor y la prevalencia de lo afectivo y lo ético por encima de las controversias racionales de los hechos históricos.

Lidia Blanco

Notas

(1) Jelin, Elizabeth. "Memorias en Conflicto". Conferencia pronunciada en el Encuentro por la Reconstrucción de la Memoria. La Plata, agosto de 2002.

Elizabeth Jelin es profesora de posgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Buenos Aires, Investigadora Principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Directora del programa de investigación comparativa y formación de investigadores jóvenes sobre "Memoria colectiva y represión". Es miembro del Comité Científico de la UNESCO, que trabaja en la investigación de situaciones de terrorismo de estado y sus consecuencias sociales y culturales.

(2) Todorov, Tzevetan. Entrevista realizada por Gonzalo Garcés y publicada en la Revista Puentes N° 4; La Plata, Comisión Provincial por la Memoria..Argentina, julio de 2001; pag. 22.


Lidia Blanco (gelmanear@yahoo.com.ar) es Profesora de Lengua y Literatura (Universidad Nacional de Buenos Aires) en enseñanza media, normal y especial, y Especialista en Literatura Infantil y Juvenil. Fue Profesora del Seminario de Literatura Infantil en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires, desde 1988 hasta 1996.

Es coautora y compiladora de los libros Los nuevos caminos de la expresión (Ediciones Colihue, 1990), Literatura infantil. Ensayos críticos (Ediciones Colihue, 1992), Cuentos Primer nivel (Ediciones Colihue, 1978) y El puente sobre el río (Ediciones Colihue, 1980. Colección El Pajarito Remendado).

Participó en distintos congresos de Literatura Infantil y Juvenil nacionales e internacionales.

En 1998 recibió el Premio Pregonero, otorgado por la Fundación El Libro, por su trayectoria como Especialista en Literatura Infantil y Juvenil.

Actualmente es Profesora de Teoría de la Comunicación en la Escuela de Arte "Leopoldo Marechal" en La Matanza (provincia de Buenos Aires) y colabora en diversas publicaciones especializadas: Espacios de Lectura, del Fondo de Cultura Económica de México; revistas La Mancha e Imaginaria.


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