149 | RESEÑAS DE LIBROS | 2 de marzo de 2005

La mirada de Pablo

PortadaAntonio Ventura
Ilustraciones de Judit Morales y Adrià Gòdia.
Madrid, Ediciones Siruela, 2002. Colección Las Tres Edades.

Novela de carácter intimista, construida sobre la base de contrastes: un presente sombrío y desdichado, marcado por la ausencia del padre, y un pasado luminoso, poblado de las escenas felices de su primera infancia.

El relato presenta dos espacios: el paisaje exterior o el "afuera", y el interior (la casa y su mundo interno), en cuya alternancia, se va tejiendo parte de la vida de Pablo, narrada con sus ojos de niño.

En esta polaridad, que es una constante en la novela, los lugares adquieren un peso simbólico: por un lado, los ámbitos de su casa a media luz, las nubes de vaho y los vidrios empañados; por otro, un paisaje exterior de días grises y lluviosos, de bosques umbríos. Tanto unos como otros reflejan el estado de ánimo del protagonista a lo largo de la historia.

El mundo-refugio de la cocina, su álbum de cromos (figuritas), el cuarto en penumbras de su hermana enferma, el puzzle, la pena de su madre y las siluetas al trasluz, contrastan con la escalera que lleva a Pablo al mundo de la calle madrileña, la escuela, los árboles, el bloque de piedra del que desea saltar y huir de la melancolía.

La playa soleada de ayer (un paisaje de arena blanca y palmeras, en una costa africana) y el recuerdo de Lucía, su amiga añorada, se oponen a la luz mortecina de un tiempo vacío, inmerso en el silencio y la tristeza. Una realidad de la que busca escapar a través de la fantasía y que aparece en las evocaciones de los compañeros perdidos, en sus dibujos de color azul y amarillo, o en los sueños con barcos en alta mar, donde el capitán tiene el rostro de su padre.

El autor crea, a través de las imágenes, un clima de intimidad en el que predomina el claroscuro: "Sólo dos puntos de luz brillan en la oscuridad"; "una luz mortecina que no aumenta la claridad"; "la negra silueta de la vecina en el contraluz del portal", a lo que se agrega cierto tono dramático cuando describe la llegada de su papá: "De espaldas, su figura se recorta contra la blanca luz de invierno"; "parece una sombra de pie".

No obstante, a medida que avanza el relato, los paisajes blanquinegros van incorporando cielos menos nublados, vacas de colores, barcos con capitán sobre azules profundos y una niña que mira desde la playa.

Los ojos de Lucía, su amiga del pasado, se diluyen frente a los pómulos y el cabello de Inés, con quien se inicia otra etapa en el mundo de los afectos. Pablo muestra su extrañamiento de niño frente a los nuevos sentimientos que va descubriendo y no puede explicar lo que le sucede.

Antonio Ventura emplea un discurso sencillo, pero de gran riqueza poética. Sus descripciones minuciosas ralentizan el tempo narrativo, en coincidencia con la morosidad de las acciones. El autor combina el relato en tercera persona con el monólogo introspectivo. Es así como el punto de vista del narrador (omnisciente) se funde sutilmente con el de Pablo y la doble mirada que atraviesa la novela suma al lector en su recorrida. A esta única mirada se une también la de Manolo, el ciego de los cupones (juego de lotería), cuyos ojos —al igual que Max Estrella, en Luces de Bohemia, de Valle-Inclán— pueden percibir con claridad situaciones que no advierten los demás.

El autor rescata el sentimiento trágico español y lo transmite en su obra. La ceguera, la oscuridad de la noche, las sombras, adquieren aquí dimensión semántica. En la prosa de Ventura aflora tanto la profundidad de los personajes de Unamuno, como el detalle en el realismo de Pérez Galdós.

La frescura de los diálogos reflejan con acierto el universo infantil, en contraposición a la realidad desencantada del adulto.

Las ilustraciones de estética realista —en distintas gamas de grises— acompañan adecuadamente el texto.

La mirada de Pablo es una historia mínima, sin estridencias, pero trabajada con hondura y fuerza dramática. Esta mirada refleja el interior de un chico que logra reparar y llenar los huecos de su vida, a medida que reconstruye los vínculos, del mismo modo que va completando los espacios vacíos de su álbum de cromos.

Recomendada a partir de los 12 años, debido a la profundidad del tema.

Claudia Sánchez


Foto de Claudia SánchezClaudia Sánchez (claudiahsanchez@fibertel.com.ar) es Profesora en Letras, egresada de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Se especilizó en Literatura Infantil y Juvenil y se capacitó en Coordinación de Talleres de Lectura y Escritura para adolescentes y adultos. Coordinó talleres de escritura para niños a través de editoriales y dictó seminarios de capacitación docente en el nivel terciario. Desde 1992 hasta 1995 colaboró en la sección "Libritos" del suplemento cultural del diario El Cronista, en crítica de libros para niños y jóvenes. También realizó colaboraciones para la revista Ludo del Instituto SUMMA y publicó cuentos en antologías.

Actualmente se desempeña como profesora de Lengua y Literatura, y Literatura Hispanoamericana y Argentina en el nivel secundario y es redactora de la revista Buzz, Marqueting & Comunicación (especializada en publicidad y medios).

Es vicepresidenta de ALIJA (Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina).

Es autora de Re-Divertido con Letras (selección de cuentos y propuestas de taller interdisciplinario para el tercer nivel) (Buenos Aires, La Colmena), y de varios libros de ficción para niños y adolescentes: El cuidador de pájaros y otras leyendas (Buenos Aires, El Ateneo), La isla del sol (México, Editora del Gobierno del Estado de Veracruz), Días de margaritas —novela recomendada por el Jurado del Concurso Internacional de Literatura Infantil "Julio C. Coba"— (Quito, Ecuador, Libresa) y Un mar para Crispín, (Córdoba, Argentina, Editorial ComunicArte).


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