118 | FICCIONES | 24 de diciembre de 2003

Dos cuentos de amor, de mar y de viento

por Ángeles Durini

 

Textos extraídos, con autorización de la autora, de su libro inédito Cuentos de amor sin fin.


Por un secreto

1

Tornado se quedaba quieto en el muelle, tranquilo, dejando que el viento le susurrara en los obenques, clang, otra vez, clang, mientras el marinero se acostaba boca arriba en la cubierta del barco y se concentraba en los sonidos, pero no entendía nada.

—Contame tu secreto —le decía el marinero al viento.

La respuesta del viento era la de los barcos. Clang clang.

Entonces el marinero le hablaba a Tornado, su barco del alma:

—Traducime el secreto del viento.

El barco seguía mezclando el sonido de sus obenques con el de los otros barcos, formaban un coro moderato cantabile en el medio de la noche.

El marinero estaba seguro de que el viento le contaba un secreto a los barcos. Si por eso se había hecho marinero y había construido a Tornado, para que Tornado se hiciera amigo del viento y le descubriera el secreto. Tornado se había hecho amigo del viento y había descubierto el secreto, y ahora el marinero no le perdonaba que no le tradujera todas aquellas palabras.

Como le pareció que no iba a obtener nada en puerto, al día siguiente, el marinero decidió zarpar. Y no pensaba volver hasta no haber conseguido el secreto.

Llevó a Tornado muy lejos, mar adentro. Casi se perdió dando vueltas en vano. Esperaba que el viento se pusiera muy fuerte, lo dejaba gritar en las velas, escoraba el barco para que golpeara en el casco, pero ni así podía encontrar lo que tanto andaba buscando.

Otras veces, cuando el viento se calmaba, ponía atenta la oreja para escuchar el susurro del agua. Aunque era inútil, hiciera lo que hiciera, no obtenía respuesta, ni del barco ni del viento.

Hasta que un día, cuando el marinero ya había perdido la noción del paso de las horas, escuchó una voz muy profunda que le hablaba.

—Te diré mi secreto con una condición.

El corazón del marinero se aceleró, casi se le salía del pecho. Por fin le hablaba el viento. Quiso contestarle y al principio no le salían las palabras, juntó saliva, abrió la boca y con un hilo de voz le dijo:

—¿Con qué condición?

El marinero estaba muy intrigado y hasta orgulloso de que el viento quisiera algo de él, y seguro de que cualquier condición iba a ser buena con tal de saber el secreto. Había preguntado para poder cumplirla lo antes posible.

Entonces el viento le contestó:

—Que apenas te diga mi secreto, me entregues tu voz.

"¿Mi voz?", se preguntó el marinero, "¿para qué querrá mi voz? ¿tendrá miedo de que apenas sepa su secreto lo esté diciendo por ahí? Yo no soy de esa clase de personas, pero si el viento quiere mi voz, aunque me parezca una exageración, se la daré".

—Tendrás mi voz —contestó el marinero, esta vez pudiendo sacar para afuera toda su voz.

Entonces, el viento le pidió que acercara su oreja a los obenques de Tornado. Y cuando el marinero tenía la oreja pegada a los obenques, le dijo su secreto.

Apenas los obenques dejaron de sonar, el marinero sintió un dolor muy fuerte en la garganta. Se llevó las manos al cuello y quiso gritar. Pero no salió ningún grito.

 

2

Del otro lado del mar había una isla.

En la isla vivía una pescadora.

Pescaba voces, las pescaba en el mar.

Todos los días entraba a la orilla y tiraba las redes. Cuando pescaba las voces, las voces le hablaban y ella se las quedaba escuchando. Luego las devolvía al mar y se iba a dormir contenta.

Un día pescó una voz muy grande. Tan grande era que parecía todas las voces juntas. La voz, apenas pescada, no dejaba de hablar: "Soy la voz de un marinero que me abandonó en medio del mar. No sé por qué me entregó al viento, creo que por algún secreto. Un secreto del viento. El marinero me entregó pero el viento ni siquiera se agachó a recogerme. Dejó que me hundiera en el agua, que me perdiera de mi marinero. Y a pesar de que mi marinero me abandonó, quiero volver a él, no puedo seguir así. Me abandonaron el viento y el marinero, no sé por qué". Toda la tarde la voz pescada estuvo lamentándose y contando. Entonces la pescadora decidió no devolverla al mar y guardársela. Y al día siguiente, invitó a la voz a subir con ella a una barca. La voz aceptó y se fueron a buscar al marinero.

Varios días estuvieron dando vueltas con la barca mar adentro. La voz le describía el lugar a dónde la habían entregado, de golpe gritaba: "¡Creo que es allí!". Entonces la pescadora remaba y remaba hasta donde había señalado la voz, pero siempre se encontraban con el agua y el cielo.

Siguió pasando el tiempo. La pescadora con la voz en la barca.

Hasta que por fin distinguieron la vela de un barco. La pescadora empezó a remar con todas sus fuerzas, y la voz se puso a gritar como nunca había gritado antes. Fueron avanzando, avanzando, cuando la voz se dio cuenta de que era Tornado.

Tornado estaba quieto, a duras penas hamacado por la brisa. Apoyada en la baranda de la cubierta, se veía la cabeza del marinero. Si la voz hubiera tenido garganta, se la hubiera desgañitado. La pescadora le pidió al viento que acelerara su barca.

En eso, el marinero levantó la cabeza, había escuchado a su propia voz que lo llamaba. Se dio vuelta en dirección a donde venía la voz. Y allí la vio. Se la quedó mirando, y la reconoció.

La voz se calló. Había mucho silencio.

La barca se encontraba a pocos pasos, la pescadora remaba con los ojos clavados en el marinero. Ella también lo había reconocido.

El marinero estiró los brazos, las manos, las puntas de los dedos. Ya casi llegaba la barca. No podía dejar de mirarla. Empujada por la brisa, venía hacia él. El secreto del viento.


Lorenzo Horizonte

Lorenzo Horizonte tenía el pelo enrulado como si llevara víboras en la cabeza. Es que era un gran matemático. Le gustaban los cálculos: treintaydosmillonescuatrocientosmilveinticuatro por ochocientos veintemillones trecientostreintayocho más cuarentamiluno dividido... y así podía seguir llenando pizarrones.

Pero no era feliz.

Un gong de tristeza le golpeaba el alma por las mañanas: "no soy feliz no soy feliz".

Luego el gong se sumó también a las noches y a las tardes, hasta dejar el alma de Lorenzo convertida en fracciones. Y cuando empezó a recibir ese golpe constantemente, decidió consultarlo con su médico para descubrir la raíz.

—Mire doctor —dijo Lorenzo— tengo un golpe continuo en el alma y me da miedo que se me rompa.

—Ajá —contestó el médico— ¿y cómo suena ese golpe?

—Hace un ruido amargo, doctor —replicó Lorenzo con tristeza.

—¿Lo probó?

—No, no puedo probarlo doctor, pero me hace sentir muy pesado.

—Pero usted es flaco.

—Sí, pero me siento gordo.

—Mjm, no ha probado el golpe y dice que es amargo, se siente gordo pero es flaco. Dígame —el doctor escribía en una hoja blanca la historia clínica de Lorenzo— ¿qué cosas de las que mira lo ponen contento?

—¡Un pizarrón lleno de números todos hechos por mí! Se lo voy a explicar de forma simple: escribir uno más uno y saber que es dos, dos más dos y sumar cuatro, cuatro por tres y ...

—Está bien, está bien. Evidentemente hay algo que anda mal. Urgente, le indico unas vacaciones con mucho paisaje.

—¡Pero no puedo! ¡mi trabajo, mis números!

—Bórrelos, señor Lorenzo. Y por favor, hágame caso.

Como el gong seguía y ya no sólo golpeaba su alma, sino también su cabeza, sus miembros, en fin, todo el cuerpo, Lorenzo decidió obedecer al médico.

Entonces, además de los números, se le empezaron a multiplicar otros sueños.

¿En qué se parece el mar a un pizarrón lleno de números? En que el mar se mueve y los números también.

Y se fue al mar.

Alquiló una casa junto a la playa y pasó el primer día mirando las olas. Pero al segundo día no le fue suficiente con mirarlas: se las puso a contar.

—Una ola más otra ola más otra ola por cinco olas que vienen desde el horizonte menos tres que desaparecieron en la orilla...

Y empezó a escribir cuentas en la arena. Se sentía un creador de tanto paisaje de número, mientras calculaba los movimientos del mar.

Pero el gong de tristeza le seguía poceando el alma.

Probó entonces contar noctilucas en el mar nocturno. En las noches sin luna, era difícil sumar los brillos sobre el borde de las olas, aunque era interesante; pero después, restarle las olas opacas de noches con luna, era más difícil todavía; por lo tanto, para Lorenzo, interesante al cuadrado. Aunque no para ese momento, no había cuenta ni bisectriz que le lograra tapar el pozo que se le iba produciendo por el golpe.

Observaba los ángulos de las estrellas, llegó a calcular la superficie del sol. Ni los caracoles con sus circunferencias, ni las piedras paralelepípedas lograron siquiera medir el peso específico de una tristeza que iba creciendo cada vez más. Llegó al colmo de discutir ecuaciones matemáticas con los berberechos, llamar a una roca "señorita Monomio" (era la roca donde se sentaba por las tardes, a tomar mate y a contar el tiempo).

Toda la arena era un pizarrón gigante que el viento se encargaba de borrar.

Esa mañana soplaba fuerte. Lorenzo había bajado a la playa con campera. Mientras dibujaba los números, ella apareció de lejos, con un vestido azul.

(Ella también fue un encargo del viento).

A Lorenzo se le empezaron a mezclar las curvas de los cosenos apenas la vio. El gong dentro del alma se le paralizó al instante.

Ella, todavía lejos, se sentó sobre "señorita Monomio" y sacó una flauta de su bolso. Se puso a tocar. Las tangentes de Lorenzo se hicieron trizas. Aquel sonido le destruyó el gong definitivamente. Estaba sin cuentas pendientes en la cabeza.

Y poco a poco, poco a poco, como un reptil enamorado, se le fue acercando.


Foto de Ángeles DuriniÁngeles Durini (angelesdurini@hotmail.com) es Profesora de Lengua y Literatura, con especialidad en Literatura Infantil, egresada del Instituto Summa. Durante varios años coordinó Tintenkuli, taller literario para chicos. Trabajó como redactora y pertenece al grupo de creación de Periplos, publicación artesanal de literatura infantil. Su obra de teatro Los cinco caramelos ganó el Segundo Premio en la categoría "Obra de Teatro para Chicos" del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en el bienio 96/97, y fue representada por el grupo de teatro ambulante Vandor Munka. Publicó cuentos para chicos en antologías y revistas, y la novela ¿Quién le tiene miedo a Demetrio Latov? (Buenos, Aires, Ediciones SM, 2002). Próximamente publicará Sopa de gallina (Buenos Aires, Arupa!), con ilustraciones de Horacio Gatto.


Artículos relacionados:

Links