97 | LECTURAS | 5 de marzo de 2003

Horacio Quiroga. De los devaneos juveniles a la profesionalización del escritor

por Ezequiel Adamovsky y Gustavo Bombini

Foto de Horacio QuirogaEl presente texto es una adaptación de la "banda" de la antología Para noche de insomnio. Textos de Horacio Quiroga (Buenos Aires, Libros del Quirquincho, 1991. Colección Libros para nada), realizada por los autores.

Bastó con ver su aspecto para que la andaluza que se había acercado a la casa de Vicente López, en busca de empleo, huyera despavorida. Al abrirse la puerta, había visto a un hombre descalzo, vestido con un overol manchado de grasa, con abundante barba y cabellera negras, ojos celestes e inquietantes, muy flaco y de baja estatura. Contra lo que la andaluza y nosotros mismos pudiésemos pensar, contra la imagen habitual del "escritor prestigioso", quien apareció allí era Horacio Quiroga. Es que la vida del leidísimo cuentista pareciera haber sido pergeñada para destruir todos los posibles lugares comunes que recorren habitualmente las biografías literarias.

¿Puede alguien imaginarse a Gustavo Adolfo Bécquer inventando un aparato para matar hormigas; o a Lugones domesticando un oso hormiguero; o a Borges con mameluco, arreglando su Ford a bigotes? Quiroga no sólo hizo esas cosas: también fue capaz de inventar una maceta putrescible para el transplante de la yerba mate, de destilar naranjas, de fabricar maíz quebrado, mosaicos de bleck y arena ferruginosa, resina de incienso por destilación seca, carbón, cáscaras abrillantadas de apepí, tintura de lapacho y de otros vegetales, de extraer caucho, de regar flores de fibra textil de abajo hacia arriba para aprovechar el efecto de capilaridad, de construir canoas, chalanas y botes, de confeccionar su propia ropa y de apasionarse con la lectura de catálogos de herramientas de la "Ferretería Francesa". Pero Quiroga nunca obtuvo un centavo por sus impredecibles invenciones. No siempre el más ingenioso creador es su mejor promotor. Sus pobres ingresos vendrían de otra parte.

De profesión, escritor

Los manuales de literatura suelen proponer una imagen del escritor como un sujeto que realiza una actividad que en ningún momento es considerada redituable. El escritor debe soportar durante toda la vida su destino de pobreza y su tarea no contribuirá a modificar la situación. Si, en cambio, ha nacido en una familia adinerada, esta posición ventajosa le permitirá dedicarse a la literatura como un hobby.

La historia de la literatura muestra que las cosas pueden ser contadas de otra manera. Basta pensar en la figura de Sarmiento escritor, para comprobar que, en su momento, y hasta entrado el siglo XX, esta actividad no podía pensarse en forma autónoma. Es decir: se era escritor, además de ser ministro, diputado, presidente o porque se pertenecía a la oligarquía y entonces la literatura se constituía en un hobby, un pasatiempo, una actividad de "gentlemen-escritores", como Miguel Cané, Eduardo Wilde o Lucio V. Mansilla. Los escritores pertenecían, entonces, a una clase social privilegiada.

La década del '10, la ley de sufragio universal (1912), el advenimiento de Yrigoyen al poder (1916), es decir el acceso de las capas medias al poder, supone el desplazamiento de los escritores de apellidos tradicionales por escritores que pertenecen a la clase media, y que son, a veces, hijos de inmigrantes. Sin ser hijo de italianos como José Ingenieros, Roberto Giusti o Roberto Arlt, Quiroga se constituye como la figura más representativa de lo que se ha dado a llamar la profesionalización de la tarea del escritor. Escribir ya no es un privilegio de clase, sino que se convierte en oficio.

La literatura es un producto regulado por el mercado editorial, es algo que se compra y se vende, se publicita, y que, según sea éxito o fracaso, dará ganancias o pérdidas a editores, libreros y escritores. Ser escritor profesional es publicar libros regularmente sin pagar del propio bolsillo las ediciones, colaborar habitualmente en diarios y revistas y recibir una remuneración por ello.

Las casi dos décadas que van desde el ascenso del radicalismo hasta el golpe de Estado de Uriburu contra el segundo gobierno constitucional de Yrigoyen, se caracterizarán por una inmensa producción: grandes empresas editoriales ofrecen a bajos costos grandes obras de la literatura y el pensamiento universal, proliferan las revistas de todo tipo y se leen masivamente los grandes periódicos nacionales. En el centro de este proceso se halla Quiroga y el año 1925 es el de la cúspide de su popularidad. Publica habitualmente en La Nación, La Prensa, Plus Ultra, Caras y Caretas y La Novela Semanal y por esta época ya había publicado o estaba por publicar sus mejores colecciones de cuentos. Quiroga no escribe en medios exclusivamente literarios: su público es masivo, es un escritor popular.

Ser escritor profesional supone, además, pertenecer a un espacio de luchas donde se decide quiénes son los "buenos" y quiénes los "malos" escritores y, por lo tanto, quienes tienen acceso a publicar. Escritores, críticos, lectores, diarios, revistas y otros medios, premios, editores conforman este campo en el que también se negocian cuestiones gremiales: cuánto ganará un escritor por su trabajo, qué parte le corresponde al editor, qué a los herederos, etc.

Quiroga no es ajeno a todos estos problemas y en numerosas cartas y artículos manifiesta sus preocupaciones por la opinión de la crítica y el problema de los derechos de autor y la legislación correspondiente, por las "cotizaciones" de una colaboración en un diario o una revista y, privadamente, llevaba una estricta contabilidad de sus ganancias como escritor.

Entre la bicicleta y el modernismo

En realidad, nadie podría haber pensado que ese adolescente caprichoso y desconcertante iba a terminar siendo un escritor. Y el mismo Quiroga, menos que nadie. Sus primeras aficiones estaban muy lejos de corresponder a los influjos de alguna musa inspiradora. Nada más lejos de la escritura que su primera pasión: el ciclismo.

A los quince años tuvo una bicicleta en sus manos y, entre los inevitables porrazos, decidió dedicarse por completo al, por entonces, nuevo deporte. Se compró cuanto libro y revista existiera sobre el tema y pronto las paredes de su habitación estuvieron cubiertas con posters de los ídolos del ciclismo. Su afición era tal que llegó a fundar la primera asociación de ciclismo de su ciudad natal, Salto. Además obtuvo el dinero necesario para construir allí el primer velódromo.

Su objetivo era llegar a competir profesionalmente a nivel internacional, objetivo que debió abandonar al darse cuenta de que, por más duro que entrenara, no llegaría ni siquiera a igualar los tiempos de cualquier aficionado. Porrazo final.

Su siguiente vocación iba a ser igualmente lejana a lo literario, aunque no con menos sorpresas: el químico Quiroga solía despertar a toda su familia con explosiones e incendios en su habitación. De la química pasó a la fotografía, actividad en la que fue igualmente inconstante, mientras matizaba sus tardes armando y desarmando maquinarias en un taller vecino.

Terminado el secundario en el Politécnico de Salto, no siguió estudios universitarios regulares: iba cuando quería a los cursos que le interesaban. Su familia, harta de sus devaneos juveniles, lo intimó a tomar una decisión definitiva. Puesto a elegir, Quiroga sorprendió con una vocación oculta: ser marino. La familia aceptó entusiasmada la opción: un poco de disciplina militar vendría bien al joven díscolo. Pero pronto Quiroga abandonó la idea.

Los inicios literarios fueron casi como un juego. Con su amigo (y años después biógrafo) Alberto Brignole, pasaban sus tardes de ocio discutiendo sobre filosofía y literatura y leyendo poemas. Una tarde, Brignole se animó a mostrar a Quiroga un poema suyo. Horacio se entusiasmó y algunas tardes después mostró a su amigo sus versos. El intercambio continuó y pronto se sumaron al dúo Julio Jaureche y José Hasda, fundando el grupo de "mosqueteros". Los cuatro se reunían en una casa abandonada en las afueras de Salto, donde recitaban sus poesías frente a una pared elegida por su especial resonancia. Las veladas literarias del grupo continuaron hasta que Brignole se trasladó a Montevideo a comenzar sus estudios. Quiroga lo siguió. Fue a dar a la casa de unos parientes quienes le ofrecieron la azotea: habían sido prevenidos sobre los experimentos del joven químico.

Las primeras colaboraciones de Quiroga son de fines de 1897 en revistas salteñas. Por esta época Brignole descubre casualmente un libro de un poeta desconocido que maravilla a los mosqueteros: un tal Leopoldo Lugones. En 1898 viajan todos a Buenos Aires para visitarlo y entablan una perdurable amistad. Bajo la influencia de este nuevo "maestro" de la poesía modernista, Quiroga funda en Salto su propia Revista de Literatura y Ciencias Sociales, que desaparece en el número 20. Allí escribe artículos, notas sociales, alguno que otro cuento, ensayos y, sobre todo, poesía. En el número 15 aparece "Noche de amor", un típico poema de su época modernista. Muchos años después, en 1924, en una reunión literaria, alguien lee en voz alta algunos versos de este poema, y propone a los presentes adivinar su autoría. Baldomero Fernández Moreno arriesga: deben ser de Lugones en un mal momento.

"Tiene razón", responde Quiroga. "Debe ser un momento muy malo para un gran poeta cuando sus versos se confunden con los de sus imitadores. Esos versos son míos y los publiqué hace mucho más de veinte años. El que no tenga un libro de que arrepentirse, que levante un dedo".

Quiroga, ya consagrado cuentista, mira con distancia su primera producción: han pasado muchos años desde sus primeros devaneos modernistas.


Ezequiel Adamovsky es Licenciado en Historia y docente de la Cátedra de Historia de Rusia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires.

Gustavo Bombini es Doctor en Letras, titular de la cátedra de Didáctica en Letras de la Universidad Nacional de La Plata; docente investigador de la misma cátedra en la Universidad Nacional de Buenos Aires y coordinador del Postítulo Docente "Literatura Infantil y Juvenil" en la Escuela de Capacitación (CePA) de la Secretaría de Educación de la Ciudad de Buenos Aires. Es autor de los libros La trama de los textos, Otras tramas y El nuevo Escriturón y director de la editorial El Hacedor.

Portada de La Mancha N° 8

Artículo extraído, con autorización de los editores, de la revista La Mancha. Papeles de Literatura Infantil y Juvenil Nº 8 (Buenos Aires, marzo de 1999).


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