Alrededor de Javier Villafañe
Presentamos una selección de textos de Javier Villafañe, de sus libros Circulen, caballeros, circulen e Historiacuentopoema, que acompañamos con dos escritos sobre su figura: el prólogo que preparó Laura Devetach para el libro Don Juan el Zorro y el artículo-homenaje que escribió Gustavo Roldán en la revista Para la Libertad al fallecer el escritor.
La selección de los textos estuvo a cargo de Laura Roldán, quien también preparó un informe bibliográfico sobre Villafañe para esta edición de Imaginaria.
Textos de Javier Villafañe:
Textos sobre Javier Villafañe:
- Don Juan el Zorro. Prólogo por Laura Devetach
- Algunos creen que los titiriteros también mueren, por Gustavo Roldán
Circulen, caballeros, circulen
por Javier Villafañe
La Pared
En una ciudad, en la costa del Pacífico, hay una pared que está por caerse. Son los restos de una muralla que hace siglos piedra sobre piedra levantaron los indios.
Cuidado decían los habitantes de la ciudad cuando algún turista iba a pasar al lado de la pared, cruce la calle. Esa pared puede caerse.
Era un peligro esa pared. Podía caerse de un momento a otro.
Sobre la pared dormían la siesta los gatos en invierno.
Había lagartijas al pie de la pared.
Había una enredadera.
Había hormigas que subían y bajaban por la pared.
Había ratas debajo de la pared.
En un hueco de la pared había un nido de pájaros. Había arañas.
Un día hubo un terremoto. Todo se derrumbó en la ciudad: la iglesia, el hotel, la cárcel, los árboles. Sólo quedó la pared de pie, inclinada, a punto de caerse.
La Selva
Sembró demás en el fondo de la casa.
Una tarde, después de haber regado, no pudo salir. Gritó: ¡Auxilio! ¡Socorro!
Nadie podía oír. Estaba en la selva. Una víbora la manguera lo había enroscado hasta ahogarlo. El gato daba vueltas a su alrededor. Caminaba con el andar felpudo de los pumas.
Textos extraídos, con autorización de los editores, del libro Circulen, caballeros, circulen. Buenos Aires, Ediciones del Cronopio Azul, 1995, Colección Libros de Fondo Blanco.
Historiacuentopoema
por Javier Villafañe
El día y la noche
Hay que tener mucho cuidado
cuando se cierran los ojos
y sobre todo de noche
El día es la luz
el apogeo que despierta el gallo
La noche el primer miedo del hombre
la que borró el espejo de las rocas
donde el bisonte iba a caer atrapado
la que inventó el radar de los murciélagos
el rocío que envuelve las uvas
esas gotas de vino
que bebe la tierra
Todas las noches no sabemos
si será el día siguiente.
Fue en Montemar
El cazador
apuntó
disparó
y sangró el gallo de la veleta.
En Montemar Silvia se preguntaba
Cuando se mira
un espejo
en otro espejo
¿cuál es el espejo
que se mira
y qué ve un espejo
en el espejo
cuando el otro espejo
también lo está mirando?
Los grandes negocios
Cambiar un monte por un caballo
Una red por una barca
La H por la J
Un cuchillo por una lámpara
Una plegaria por una golondrina
Un perfume por un olor
Una pared por una enredadera
Un círculo por un punto
Un recuerdo por una veleta*
Una tijera por un alfiler.
Hemos perdido mucho tiempo caminando
Somos viejos ahora, pero todavía
quedan grandes negocios por hacer
cambiar, por ejemplo
un resorte por una incubadora
o un árbol por las alas de un buitre.
*Léase: Una veleta por un recuerdo.
Textos extraídos, con autorización de los editores, del libro Historiacuentopoema. Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1992.
Don Juan el Zorro
Prólogo
por Laura Devetach
Javier
Tomé el teléfono y llamé al más Javier de todos los Javieres. Hola, Javier le dije. Tengo que hacer tu biografía. ¿Cuándo querés nacer?
Hace 100 años me contestó. Luego corrigió, dudoso: No, mirá, mejor poné que nací en 1909... Aunque también podría ser en 1910.
También podría ser hoy comenté. ¿Y si hacemos una fiesta?
Bueno dijo. Con asado y vino. Pero haceme una linda biografía y decí que mi cumpleaños es el 24 de junio, día de San Juan, día de Brujas, y que nací en 1909.
Javier Villafañe vive en el barrio de Almagro, en Buenos Aires, donde nace todos los días. Y le gusta festejarlo.
Realizó sus primeros estudios en la escuela de la vida, de los amigos, de los cuentos contados y las poesías compartidas. Un buen día ingresó a la Universidad de los Títeres. Una Universidad ambulante, creada por él mismo y que era una carreta. Se llamaba "La Andariega". En esa carreta hacía funciones de títeres con su amigo Juan Pedro. Viajaron mucho. Mientras viajaban escribió poesías, cuentos, obras de títeres y también escuchó cuentos populares que le contaban los chicos y grandes para después volver a contarlos.
Ahora cuenta sus experiencias a los titiriteros del Teatro San Martín y a todos los amigos que se le acercan. Dice que hay que vivir sin odios (si se puede), amar mucho, entenderse con los perros, tirar cosas al mar (relojes, por ejemplo) para enloquecer a las sirenas, caminar bajo la lluvia, tener plantas y otras cosas por el estilo. Con un aro de madera y algunas telas, él mismo se convierte en teatro. "El teatro que camina", lo llama. Y allí trabajan Maese Trotamundos, Juancito, María, el Diablo y otros muñecos.
Luz Marina es la mujer de Javier y contribuye a que toda la compañía esté organizada. Los títeres la ayudan cuando nadie los ve. Por eso, si pasan a la madrugada por la casa de Almagro, van a ver al Diablo de las tres colas barriendo la vereda. A esa hora Javier sueña con la primera historia que va a contar apenas se levante.
Texto extraído, con autorización de los editores, del libro Don Juan el Zorro, de Javier Villafañe. Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1989.
Algunos creen que los titiriteros también mueren
por Gustavo Roldán
Nadie puede creer que los títeres mueran, y si los títeres no mueren tampoco pueden morir los titiriteros. Simplemente las obras se terminan cuando baja el telón para seguir mañana en otro teatro, en otro pueblo, en otro país.
En qué país estará Javier Villafañe, tanto que le gustaba viajar. En qué esquina de la tierra se asomarán sus títeres y sus cuentos para seguir peleando por un mundo mejor, para resistir con la poesía de sus manos de mago y de sus palabras de fuego.
No es igual este país sin Javier Villafañe. Algo está faltando, alguna lenta palabra pronunciada a medianoche para espantar la furia, algún poema que se ría de las tonteras de este mundo, alguna manera de saber vivir a contrapelo. Pero todos estamos acostumbrados a sus viajes, todos los amigos sabemos que al preguntar por Javier siempre alguien nos dice: está en Colombia, está en España, está en Grecia o en Hungría. Siempre en algún lugar diferente porque nunca nadie acaba de conocer el mundo. Porque el mundo es grande, aunque ahora parece más chico si no está por aquí Javier Villafañe.
Pero seguiremos esperando, o lo encontraremos en algún viaje, y seguiremos hablando de él, viejo mentiroso que no dudaba en contarnos de manera distinta la misma historia, porque si decía lo mismo era para él demasiado aburrido.
Tal vez no tenía derecho a dejarnos solos, pero un viajero siempre deja solos a los demás. También los titiriteros nos dejan solos cada vez que cierran su tablado y se van. Nos dejan una obra y un recuerdo y un algo que se ha movido dentro nuestro que nos hace más ricos, pero se van.
Toman el tren bajo la lluvia y saludan levantando la mano como diciendo adiós. Y sonríen. De qué sonríen si nos dejan solos y ya no podemos preguntar. Entonces las palabras nos quedan apretadas en la garganta, inútiles palabras que no dijimos a tiempo y que seguirán doliendo para siempre.
Los titiriteros y los poetas siempre mienten.
Siempre toman el tren bajo la lluvia.
Siempre sonríen.
Siempre nos dejan solos.
Yo me miento también y digo que pronto volverá. O que nos encontraremos en Cuba, porque Cuba es un hermoso lugar para encontrar a los amigos. Y porque Cuba es un país donde todos quieren a Javier Villafañe.
Artículo extraído, con autorización del autor, de la revista Para la Libertad, Nº 8. Buenos Aires, mayo-junio 1996.
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