85 | LECTURAS | 11 de setiembre de 2002

Entrevista con Katherine Paterson
"Creo que si uno escribe para niños, el primer lector es el niño que uno solía ser, es el niño que uno lleva consigo siempre."

Foto de Katherine PatersonEn el marco del Congreso "Para leer el XXI" que tuvo lugar en La Habana (Cuba) entre el 16 y 20 de octubre de 2001, se realizó en el Hall del Hotel Habana Libre Tryp Sol Meliá una entrevista colectiva a la escritora Katherine Paterson (foto).

Los periodistas presentes: Sandra Comino (Argentina), Javier Flor Rebanal (España), Ignacio Martínez (Uruguay), Laura Martos Argentina), Olga Marta Pérez (Cuba) y Enrique Pérez Díaz (Cuba) —con la colaboración de Gloria Rivas (Cuba) como traductora—, tuvieron el honor de conversar con la autora de El maestro de las marionetas, quien bucea en su interior con una riqueza que sólo poseen los grandes talentos...

Sandra Comino: —En la revista La Mancha, tenemos una sección que se llama "la iniciación" y preguntamos a personajes vinculados con la literatura qué lecturas disfrutaron en la infancia. Me gustaría saber cuáles fueron sus lecturas de niña.

—Yo fui muy afortunada porque, aunque vivía en China, mis padres amaban los libros y teníamos una biblioteca en inglés en la casa. Así que desde que yo era una niñita me leían de esos libros. Desde muy temprana edad me leyeron a Robert Louis Stevenson, a Beatrix Potter o a A.A. Milne, todos escritores ingleses: los norteamericanos somos colonialistas. Cuando comencé a leer por mí misma me gustó mucho El jardín secreto de Frances H. Burnett, que es norteamericano pero vivía en Inglaterra. Cuando tenía ocho años la guerra entre Japón y China había comenzado y parecía inminente la guerra entre Japón y Estados Unidos, así que nos vimos obligados a regresar a los Estados Unidos.

Por primera vez descubrí las bibliotecas; era como una exploradora española descubriendo El Dorado; fue una experiencia maravillosa ver que había tantos libros allí. Comencé a leer autores norteamericanos en ese momento. Leía mucho. A mi familia le gustaban mucho los libros, pero yo no tenía libros que fueran sólo míos, porque eran de todos en la familia; no teníamos tanto dinero. Eramos cinco hermanos y teníamos que compartir todo los cinco, incluidos los libros. Pero a los once años mi madre me regaló un libro que era sólo para mí The Yearling, de Marjorie Kinnan Rawlings; era un libro para adultos, que gano el premio Pulitzer de 1938. De alguna forma mi madre, que lo había leído, pensó que ese libro me iba a gustar; y ella tuvo razón totalmente. Para mí fue como entrar en otro mundo; yo quería parecerme a los personajes, jugaba a ser ellos. Durante muchos años yo no lo había vuelto a leer y alguien me pidió que escribiera un artículo para una revista sobre un libro que me hubiera impactado de niña; volví a leerlo años después y lo que me asombró es cómo me había afectado este libro a la forma en que yo escribía. Era casi vergonzoso. Espero que nadie se haya dado cuenta.

Enrique Pérez Díaz: —¿Leyó alguna vez Pippa Mediaslargas de Astrid Lindgren?

—Sí, lo leí porque decían que era una niña que se parecía a Gilly Hopkins, aunque en un contexto diferente. Ésta es una niña héroe en una ciudad moderna, en una urbe demoledora, y Pippa es una niña triunfadora, la niña más fuerte del mundo. Pero Gilly Hopkins tiene algo del temperamento, del espíritu, del aire de libertad. Es una cosa que pocas veces se encuentra en los libros para niños y me parece admirable por el contexto en que se desarrolla, de orfanato.

Sandra Comino: —El libro que más me gustó es El maestro de las marionetas. Pregunto: ¿sintió el hambre que pasa el protagonista? ¿Es algo que usted vivió de cerca? Digo por lo bien que está plasmado allí. Me pareció una novela de corte realista, impresionante, que gusta mucho a los jóvenes lectores, un público juvenil mayor de doce años. Me gustaría saber en qué se inspiro para escribir la historia.

—Otro tipo de hambre padecí...

Inicialmente yo había escrito dos libros y no tenía más ideas. Yo no soy como otros tantos escritores que tienen muchas ideas. Tengo cuatro hijos a los que suelo preguntar que es lo que debo escribir y, lamentablemente, querían que escribiera una novela de misterio. A mí me encantan los cuentos de misterio pero no tengo el tipo de cerebro que hace falta para escribir un cuento de misterio; tengo una mente muy simple, no compleja. Entonces les dije que su hermana me había estado ganando en el juego de ajedrez desde que ella tenía seis años y ¿ustedes creen que una mujer que se deja ganar por una jovencita de seis años en el juego del ajedrez puede escribir un cuento de misterio? "Bueno", me dijeron, "quizás sea duro y difícil para ti, pero vas a ganar más dinero". (Risas) Así que de aquí aprendí que uno no debe preguntarle nunca a los hijos.

Yo viví en Japón, y en esos momentos en que les hablo estaba viviendo en Washington D.C., abrí el periódico y había una foto anunciando el teatro japonés, un teatro de marionetas. Recordé que yo había visitado varias veces este teatro cuando estuve en Japón, poco después de la Segunda Guerra Mundial, y era un lugar misterioso. El Gran Teatro había sido bombardeado y los actores se reunían en un espacio relativamente pequeño, todo el mundo se sentaba sobre el piso en esteras; parecía pobre, pero era muy acogedor. Se abrían las cortinas y aparecían marionetas enormes casi de tamaño natural. Eran manipuladas por hombres y la función requería a tres de ellos para su funcionamiento. Llevaban puestas unas capuchas negras y todo daba un aire de misterio tanto a los actores como a las marionetas: estas casi estaban vivas, pero no llegaban a estarlo del todo. Y me dije a mí misma: si alguien puede escribir un cuento de misterio ésta sería la ubicación perfecta. Entonces les dije a mis hijos: les voy a escribir una historia de suspenso; realmente no será de misterio, pero vamos a tratar de hacerlo con el mayor suspenso posible. La ironía es que la organización que se llama Mistery Writers of America (Escritores de Misterio de América) me dió un premio especial por esta obra (Katherine ríe). Así que la editora me dijo: "Yo no sabía que habías escrito un cuento de misterio. De verdad que no lo sabía". Yo tampoco lo sabía. Y esa es la respuesta. Pero creo que debo decirte también que lo situé en ese momento tan especial de la historia, cuando había grandes levantamientos en las calles y, en ese mismo momento, en Washington D.C. también había levantamientos y manifestaciones. Creo que cuando alguien escribe una historia ubicada en el pasado uno realmente está haciendo el cuento de su propia vida.

Sandra Comino: —Es una historia muy conmovedora.

—Gracias. Gracias.

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De izquierda a derecha: Gloria Rivas, Laura Martos, Enrique Pérez Díaz, Katherine Paterson, Olga Marta Pérez, Sandra Comino, Ignacio Martínez, Javier Flor Rebanal

Javier Flor Rebanal: —En gran parte de tus libros tienen mucha importancia los sentimientos, tus personajes son tiernos, cariñosos... ¿qué quieres transmitir con estos personajes?

—Yo estoy tratando de hacer un cuento y creo que si uno escribe para niños el primer lector es el niño que uno solía ser, es el niño que uno lleva consigo siempre.

Como niña yo tenía sentimientos muy profundos, especialmente cuando tuvimos que mudarnos a Estados Unidos; yo me sentía fuera de las cosas; mis compañeros de aula me consideraban extranjera y extraña; así que me vi obligada a ser una observadora. Ahora ya no soy una observadora en ese sentido. Alguien me preguntó recientemente si yo llevaba una pequeña libreta conmigo para anotar y yo le dije: "Yo no quiero ser una observadora. Yo quiero vivir". Quizás yo no sea tan buena escritora como pudiera ser si estuviera observando, tomando notas. Mi primera alegría es estar viva y ser una persona real. Conservo el recuerdo de los sentimientos tan fuertes que tenía de niña; entiendo que los niños tienen sentimientos muy profundos y creo que si escribo para los niños, esa parte interna de niña es la parte más importante, la parte que muchos adultos dejan de lado y piensan que un niño no puede tener sentimientos. Y están totalmente equivocados.

Javier Flor Rebanal: —Ayer hablaste de un libro, La Gran Gilly Hopkins, y tengo curiosidad por conocer si existió alguna vez esa niña, si eras tú de pequeña, si aparte de tierna eres provocadora como Gilly Hopkins?

—La persona que uno siempre va metiendo en los libros es uno mismo. La gente siempre dice que el escritor introduce personajes reales en sus libros. No se puede hacer esto. Uno siempre tiene que poner gente creíble en los libros y la gente real no es creíble, somos demasiado complejos. La única persona cuyos sentimientos realmente uno conoce es uno mismo; uno siempre se pone a sí mismo. Los sentimientos son siempre mucho más reveladores que los acontecimientos. Yo siempre estoy dándome a conocer. Una vez alguien me dijo: "Es maravilloso que seas una persona tan abierta"; así eso me sorprendió y me dije: "...éste no entiende para nada". Los escritores son personas muy privadas que van corriendo desnudos delante del público, por eso cuando uno entra en una habitación en la que hay un escritor y ha leído sus libros dice "Ay, ay".

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De izquierda a derecha: Gloria Rivas, Katherine Paterson, Sandra Comino

Enrique Pérez Díaz: —¿Ha cambiado Katherine Paterson después del premio Andersen? ¿Eres consciente de que te leen muchos más niños que antes, que te leen en más lenguas, en más países que antes?

—Es muy emocionante saber que hay niños en todas las partes del mundo que me han leído. Me hacen sentir muy humilde, porque cuando uno escribe para ese niño que está dentro de uno, ese niño malentendido, ese niño que no fue amado. Luego, uno entiende que hay niños en otros países que están leyendo ese libro y están amando a ese niño. Eso es maravilloso.

Laura Martos: —¿Cuándo o cómo empezó a escribir? y ¿qué influencia fue importante en su vocación?

—Cuando finalicé la Universidad tuve un profesor que me dijo que debía pensar en ser escritora y eso me horrorizó. Porque yo leo, yo sé lo que es escribir bien y le dije: "No, yo no puedo hacer eso de ninguna forma, porque yo no quisiera darle ningún otro escritor mediocre al mundo." Y él me dijo que quizás estar pensando en eso ya suponía que estaba pensando en ser escritora. Eso me llevó otros cinco años; me di cuenta que si uno no se atreve a ser mediocre, entonces nunca será nada. No me importaba ser un fracaso, simplemente no quería ser mediocre (risas).

Enrique Pérez Díaz: —¿Cuál de sus libros siente más cercano, cual de sus personajes siente más suyo, en relación con eso que decía que uno va dejando en cada personaje algo de uno mismo y uno se desviste para el lector. Por ejemplo, ya habíamos hablado de Gilly Hopkins, pero también está Jimmy Joe, los niños de Un puente a Terabithia o están los propios niños del Japón como Muna el protagonista de El signo del crisantemo o el de El maestro de las marionetas, cuál siente más cercano?

—Todos (risas). Tengo un personaje que yo amo mucho y es Gilly Hopkins, porque ella quiere tanto que mi mayor anhelo, mi aspiración, sería ser como ella. Así que aunque no me identifico con ella, yo también sueño ser como ella.

Enrique Pérez Díaz: —Usted hizo estudios de religión, de filosofía y creo que en su obra ha incorporado numerosos pasajes bíblicos. Me gustaría que hablase de esta parte de su obra que no se conoce en castellano.

—Por supuesto que para mí es muy importante, pues en la mayoría de esos libros se me pidió que los escribiera con algún propósito. No son ficción, son propaganda y espero que sea una buena propaganda. Desde el punto de vista de la iglesia cristiana, desde el punto de vista del público, son muy importantes para mí. Mis lectores alrededor del mundo serían muy diferentes. Estos libros se leen y se traducen en el extranjero. Tengo dos libros que son ficción, pero ambos con el tema de la Navidad que ocasionalmente han sido traducidos, pero siguen siendo ficción. A mí se me conoce más por la ficción que por la no ficción.

Enrique Pérez Díaz: —Además de El signo del crisantemo y El maestro de las marionetas, ¿has escrito otros libros que estén ubicados en China o Japón?

—Si, mi segundo libro, que no ha sido tan traducido como éstos pero que mi esposo piensa que es mi mejor libro, y que se titula Of Nightingales that Weep (Sobre los ruiseñores que lloran). Siempre me decía que ese era mi mejor libro hasta que yo le dije: "Bueno. ¿Entonces a partir de ese segundo libro siempre los he hecho peores?". Desde entonces, dejó de decirlo.

Ignacio Martínez: —Todos sufrimos eso de alguna manera. Olga es escritora, Sandra y Enrique también... ésta es una entrevista cómplice. (Risas) Después que usted ha escrito los libros ¿ sus hijos los leen?

—Sí, sí. Cuando eran chiquitos yo se los leía en voz alta, así que no tenían escapatoria. Desde que ellos nacieron, he estado escribiendo, pero yo no he tenido éxito con ellos durante toda mi vida, porque durante muchos años nadie publicó lo que escribía. Así que, finalmente, cuando se me dio algún reconocimiento, fue un triunfo para toda mi familia que había sido muy paciente. El primer premio que gané fue el National Book Award (Premio Nacional del Libro); yo, simplemente, estaba fuera de mí. Me sentía como un ratón que va a donde hay una jaula de leones, y se mete adentro. Había cinco ganadores y todos era muy famosos. Cuando mis hijos se enteraron de que me habían dado el premio, mi esposo no estaba en la ciudad cuando recibí la noticia y mis hijos me dijeron: "Tenemos que salir a celebrarlo". Así que, bueno, yo estuve de acuerdo. No teníamos dinero, pero dije "es momento de celebrar, sí". Si son pacientes y me dejan escribir el discurso que tengo que decir mañana, los saco a pasear y ustedes escogen el lugar. Escogieron un lugar terrible, donde había mesas por donde iban los camareros cantando y había globos, un lugar muy ruidoso. De repente, por el sonido del restaurante escuché: "En nuestro restaurante tenemos esta noche a la mejor escritora de cuentos para niños". Y todos los camareros llegaron a nuestra mesa cantando "Felicidades". Por supuesto, que mis hijos habían llamado y habían pedido una pequeña celebración. Pero yo me sentí muy avergonzada. Por otra parte, cómo puede uno enfadarse con sus hijos cuando hacen esto, no puede. Desde entonces ellos son los que tienen las responsabilidades de mis éxitos. Ellos van a las librerías y abusan de los libreros, porque si el nombre de uno es Paterson los libros están en el estante de abajo y entonces mis hijos los suben a un lugar más visible.

Enrique Pérez Díaz: —¿Existe la posibilidad de editar un compact multimedia de su obra? (Enrique aclara que sería oportuno publicar el libro que su esposo dice que es el mejor.)

(Risas)


Durante la entrevista

Sandra Comino: —Me gustaría saber cuál es el proceso de escritura, cómo escribe, si parte de una idea, si tiene toda la historia en la mente y luego la escribe, cómo nacen los personajes.

—Los diversos libros empiezan en diversos lugares. En el caso de La Gran Gilly Hopkins, yo tenía el nombre del personaje antes de cualquier otra cosa. No entendía porque un niño tenía que tener ese nombre, porque el nombre verdadero de ella era Galadriel, como en el libro de Tolkien y me preguntaba quien de verdad le pondría ese nombre a un niño; y por ahí es dónde se puede empezar. En El puente a Terabithia empecé con la tragedia de mi hijo, al que un rayo mató a su mejor amigo. En El signo del crisantemo hablo de mi hija mayor, que nació en Hong Kong y cuando era muy chiquitita la encontró en la calle un policía y la llevó a un orfanato y llegó a nosotros cuando tenía dos años. Y ella comenzó a preguntarnos, cuando ya tenía seis años, muy preocupada por su madre biológica, qué hacia, si estaba viva, si estaba enferma y, por supuesto, yo no tenía respuestas para darle. Entonces pensé cómo era o cómo sería no conocer a los padres biológicos de uno, no tener respuesta al misterio biológico de su infancia. Ésta fue la semilla del libro. En el caso de Lyddie, en Vermont, donde viví poco tiempo; fui a una reunión de historia, donde alguien leía en voz alta cartas de jóvenes de Vermont que habían ido a trabajar a fábricas. Escuché la lectura de esas cartas; cartas de mujeres que no eran muy instruidas escribiendo sobre la vida en las fábricas, que era muy dura. Y me subían escalofríos por la columna vertebral. Y yo quise contar la historia de ellas.

En el caso de La búsqueda de Park, desde el primer momento me doy cuenta de que con una idea no se hace una novela, con una sola idea es imposible; había que poner muchas ideas complejas. En este libro, aunque al principio no parecían estar relacionadas unas ideas con otras; una de ellas pertenecía a unos amigos nuestros que perdieron a uno de sus hijos en Vietnam, estaban muy dedicados a levantar el memorial para los que murieron en Vietnam; yo no sé si usted sabe que lo único que hay en un memorial son nombres; que no es en honor de la guerra sino en honor de aquellos que murieron en la guerra; la mayoría de los memoriales son para gloria de los que murieron en la guerra, pero este no lo era. Cuando me hablaron de ello yo dije: "éste es un símbolo muy poderoso"; en ese momento leí por primera vez Parsifal, que es el tonto que se convierte en un caballero; a Parsifal le dicen que no puede hacer preguntas porque eso le puede hacer parecer más tonto; lo llevan al castillo del rey que está muriendo de una herida que no sana, y solamente va a curarse de esta herida si el caballero hace la pregunta apropiada. Pero Parsifal no hace la pregunta‚ porque no quiere parecer tonto y, por lo tanto, el rey no se cura. Eventualmente regresa al castillo y entonces sí hace la pregunta; la pregunta es, simplemente "¿Qué le pasa, qué le duele?", una pregunta sencilla de compasión. Yo empecé a pensar en mí y en la guerra del Vietnam y dije "Ésta es una herida que no está sanando; y no está sanando porque nosotros nos negamos a hacer la pregunta: "¿cuál es el problema?".

Flip-Flop Girl tiene que ver con mi padre, que creció en una granja en Virginia, donde yo pasé grandes temporadas cuando era niña. Y un día dije: "Yo debo recordar esta granja en uno de mis libros", porque probablemente esta granja la perdamos cuando mueran mis tías que ya son viejecitas y quería salvar esta granja para mí y para mis hijos.

Así que cada libro tiene un cuento detrás del cuento.

Javier Flor Rebanal: —Hace siete años escribiste un mensaje a los niños del mundo, ahora en el siglo XXI, en el 2002, ¿qué les dirías?, ¿qué les escribirías?

—Las mejores preguntas son las más difíciles de contestar. Yo creo, ante todo, que reconocería que este es un mundo, en el que vivimos, que mete miedo. Pero para no ser derrotados ante el temor debemos mirar las cosas que dan vida, como los cuentos, la música, el arte, la danza... Todas las cosas que las gentes nos cuentan que son las emociones de la vida, las emociones más profundas del ser humano. Si me das otro día lo hago mejor. Yo creo que el arte cura y sana y quiero que los niños sepan eso.

Yo quería sacar a colación algo de Cesare Pavese, un escritor italiano, que dijo que la Literatura era la mejor defensa contra las ofensas de la vida. Sí, sí. Mi deseo más sincero es que algún día podamos ir libremente de uno a otro lado y compartir nuestros trabajos.

—Muchas gracias.

—Gracias a ustedes. Y aunque el cerebro se va envejeciendo también espero algún día hablar español.

Imaginaria agradece a Sandra Comino la autorización para publicar esta entrevista y las fotografías que la ilustran.


Libros de Katherine Paterson citados en la entrevista

  • El maestro de las marionetas. Bogotá, Grupo Editorial Norma, 1998.

  • El signo del crisantemo. Madrid, Ediciones SM, 1999.

  • Flip-Flop Girl (1994). Sin traducción en castellano.

  • La búsqueda de Park. Madrid, Editorial Espasa-Calpe, 1995.

  • La Gran Gilly Hopkins. Madrid, Editorial Alfaguara, 1982.

  • Lyddie. Madrid, Editorial Espasa-Calpe, 1996.

  • Of Nightingales that Weep (1974). Sin traducción en castellano.

  • ¡Sal a cantar, Jimmy Jo! Madrid, Editorial Alfaguara, 1987.

  • Un puente a Terabithia. Madrid, Editorial Alfaguara, 1984.


Katherine Paterson nació el 31 de octubre de 1932 en Qing Jiang, China. Debido a la guerra entre China y Japón sus padres decidieron trasladar la familia a los Estados Unidos, donde se radicaron en 1940.

Es autora de una vasta producción literaria, traducida a más de 22 idiomas y reconocida con importantes premios: Newbery Medal National Book Award, Scott O´Dell Award, Edgar Allan Poe Award, entre otros.

En 1998 el IBBY le otorgó el Premio Hans Christian Andersen, máximo reconocimiento a su trayectoria como escritora de libros para niños y jóvenes.

La dirección de la página web oficial de Katherine Paterson (en inglés) es: www.terabithia.com


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