82 | BOLETÍN DE ALIJA (Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina) | 31 de julio de 2002

"Todo es según el color del cristal a través del cual se mira"

por Lidia Blanco

Texto de la ponencia presentada por la autora en la mesa redonda "Los temas recurrentes y las nuevas tendencias en los libros para jóvenes: cómo entra la realidad en los textos. La aparición de problemas sociales, históricos, la muerte, la enfermedad, la sexualidad, la pobreza en la ficción para un receptor juvenil", realizada dentro del marco de las Jornadas para Docentes y Bibliotecarios "Libros infantiles y juveniles. Libros diversos, múltiples lecturas" de la 13ª Feria del Libro Infantil y Juvenil (Buenos Aires, julio de 2002).

En tiempos de mi infancia mi padre solía decirme esta frase: "Todo es según el color del cristal a través del cual se mire". Y con estas simples palabras intentaba explicarme el sentido de la vida, la significación profunda de los gestos humanos, de la crueldad extrema o del altruismo sin renuncias. Muchos años me llevó comprender este texto hasta descubrir que allí se definía simplemente la ideología que preside los actos humanos en cualquier tiempo o lugar.

¿De qué color será hoy el color de mi cristal? Vaya uno a saber, lo cierto es que veo un mundo en el que la injusticia tiene Corona de Reina, domina y fija las pautas del devenir de los acontecimientos, dirige la mano que coloca una bomba o firma un cheque sin fondos, o extiende el papel que ordena dejar sin trabajo a miles de hombres que dejan de ser humanos y se convierten en hojas que arrastra el viento incierto del hambre y la desocupación. Y esos hombres llegarán a sus hogares y le dirán a sus hijos "No hay pan". Y esos niños se convertirán en parias, en frágiles criaturas del desamparo y la muerte fácil. Se convertirán en jóvenes sin patria, ni sueños, ni libros.

El Siglo XXI profundizó el debate sobre la crisis económica, política, ética que afectaba a todas las sociedades humanas. Y ese debate involucró a los obreros, los intelectuales, los artistas, los escritores, los abogados, los docentes, los dirigentes sindicales, la clase política. Involucró a los salvados y a los marginados. Se trata de pensar otra cultura que restablezca el derecho a la vida de todos los seres humanos. Un necesario comienzo es la situación de la infancia y la juventud, el cambio de mirada sobre el lugar que ellos ocupan dentro de las instituciones educativas, en los proyectos de los gobiernos, y en el sistema político y jurídico de las naciones. Lo que hoy es Utopía, puede ser mañana una Verdad. Y esto, en buena medida, depende del valor para hacerse cargo del pasado y fundar otro pensamiento, otra manera de andar con el ropaje de la dignidad puesto sobre las acciones a llevar a cabo para modificar las situaciones de injusticia social y de destrucción del ser humano.

Durante muchas décadas los niños y los jóvenes estuvieron ubicados en un espacio virtual, montado en ocultamientos y silencios. Y esta particular actitud del mundo adulto ha permitido el aislamiento, el desencuentro entre niños y jóvenes de diferentes clases sociales. Las razones de estos ocultamientos merecen ser puestos a la luz de las reflexiones sociológicas, políticas, filosóficas y culturales. ¿Por qué se oculta a la infancia y los adolescentes los temas que discuten los adultos? Hanna Arendt nos aproxima a una posible respuesta cuando define el comportamiento adulto frente a los niños y los jóvenes, como el binomio sometedor-sometido. El terror a la verdad nace del miedo a que con el nacimiento de cada ser humano, un nuevo comienzo se eleve y haga oír su voz en el mundo. Frente a este temor, el adulto protege al niño y al joven encerrándolo en el ámbito familiar.

Dice Hanna Arendt: "Como el niño ha de ser protegido frente al mundo, su lugar tradicional está en la familia, cuyos miembros adultos cada día vuelven del mundo exterior o llevan consigo la seguridad de su vida privada al espacio de sus cuatro paredes. La familia vive su vida privada dentro de esas cuatro paredes y en ellas se escuda, pues ellas cierran ese lugar seguro sin el cual ninguna cosa viviente puede salir adelante, y esto es así no sólo para la etapa de la infancia sino para toda la vida humana en general, pues siempre que se vea expuesta al mundo sin la protección de un espacio privado y sin seguridad, su calidad vital se destruye". (1)

Este comportamiento establecido en las capas medias, deja necesariamente fuera de esas cuatro paredes todo lo que represente novedad, conflicto, quiebre de lo sustentado hasta un determinado punto de la historia cultural. Por lo tanto la miseria, el dolor de los que no tienen esas cuatro paredes, los desahuciados del reparto de bienes en el mundo, quedan fuera del ámbito familiar pequeño-burgués. El desnudamiento de la sexualidad humana sin prejuicios, el reconocimiento jurídico de la pareja homosexual, colocan a la familia tradicional al borde de su quiebre como alternativa única. Y ante este nuevo modo de ver las identidades sexuales, la actitud de la familia pequeño burguesa es el silenciamiento, el tratamiento distante de todo lo que se refiera al cuerpo sexuado.

El rol de las mujeres en la sociedad tradicional, contribuyó eficazmente al encierro del grupo familiar. El rol tradicional de la mujer identifica el binomio mujer-madre con conductas privadas, en el seno del hogar, pero nunca en la polémica del Poder. El Poder, la cosa pública, habitualmente es controlado por hombres, salvo algunas ocasionales excepciones. Ana María Fernández en su obra La mujer de la ilusión (2) señala a partir de sus investigaciones, que la condición femenina, acordada socialmente entre hombres y mujeres, somete a ésta a una sumisión en lo político y lo cultural, en lo ideológico y en el ejercicio de una sexualidad libre y sin prejuicios.

Dice esta autora: "La nueva clase burguesa de los comienzos del capitalismo fue el blanco privilegiado de las estrategias biopolíticas del Estado moderno; allí se dirigieron los discursos, las leyes y los especialistas, y allí se construyó una particular forma de ser mujer (esposa y madre) cuya vida transcurría en el "privado sentimentalizado". Esta construcción de lo femenino predomina en las obras de literatura para niños y jóvenes, se excluyen en los textos literarios protagonistas mujeres que desempeñen un rol activo dentro de la sociedad a pesar de que en las últimas décadas aparecen en el ámbito público otros desempeños fuera del hogar, en un sindicato, en un partido político, en organismos de defensa de los Derechos Humanos.

El terror de las capas medias a perder el Poder sobre niños y adolescentes, puede expresarse metafóricamente en el episodio de infanticidio por parte de Herodes de los niños de Belén. Herodes deseaba controlar el futuro y temía a que el nacimiento de algo nuevo pusiera en peligro su jerarquía. Quiso afirmar su hipótesis a toda costa y subordinar a las generaciones que se fueran desarrollando, a sus miedos, sus incertidumbres. Esta forma de Poder Omnipotente ha sido examinado por el pedagogo Jorge Larrosa quien considera el nazismo y el stalinismo, como el rostro bifronte más evidente con el que se nos ha mostrado el terror totalitario. En ambos regímenes, el de Hitler y el de Stalin, predominó una obsesión controladora sobre toda la sociedad, pero especialmente sobre niños y jóvenes, que podían representar una amenaza de continuidad del régimen. Es sencillo suponer que, en una sociedad como la nuestra atravesada por totalitarismos, dictaduras, crímenes horrendos como los ocurridos en el período 1976-1983, ese procedimiento de hiper-control se haya agravado.

Dice Larrosa: "El sistema contemporáneo, varios decenios después de la derrota del nazismo y el fin del stalinismo, también corteja a la infancia y a la juventud aunque no invoca la transformación total del mundo y necesita hacer tabla rasa del pasado. El nuevo rostro de Herodes tiene una amabilidad democrática y ya no muestra una organización política autoritaria, un uso sistemático del terror o unos aparatos metódicos de propaganda. Pero los niños también son sacrificados a ese ídolo ávido de sangre infantil cuyos nombres son Progreso, Desarrollo, Futuro, Competitividad." (3)

El control sobre la infancia y la juventud es pues un imperativo en el campo cultural, está presente en las instituciones educativas, en el seno de las familias tradicionales, y en cualquier lugar en el que esté presente el concepto de niño o joven. El adulto selecciona la información, traza los contenidos que deben ser transmitidos, y desdeña o prohibe todo aquello que pueda alterar el delicado equilibrio del vínculo entre dominadores y dominados. Es por ello que existen serias dificultades para dialogar con niños y jóvenes de temas denominados convencionalmente "tabús", tales como la identidad sexual, social y política de los seres humanos. Hablar de sexo con un joven, es hablar de la propia sexualidad, de las decisiones que se han tomado en la vida privada, de los secretos de familia; hablar de política es hablar del lugar que el adulto ha elegido en el mundo, la ventana desde la cual observa lo que sucede.

Pero a los niños y los jóvenes les interesa saber, se interrogan, se asoman, desordenan, buscan sus propias verdades. Se rebelan y hay que sujetarlos, hay que engañarlos, hay que evitar que hablen de "esos temas" a cualquier precio. Y como parte del campo cultural en su conjunto, la literatura para niños y jóvenes ha respondido en gran medida a ese ideal pequeño burgués: familia tradicional, cuatro paredes bien seguras. Fuera de ese ámbito están los pobres, considerados como criminales, mientras los militares aparecen como defensores de las fronteras, la policía se presenta como necesaria para conservar el orden, y a los que molestan este maravilloso paraíso de la clase media, hay que matarlos y con mucho sufrimiento, para que nadie se atreva a imitarlos. La rebelión contra el orden injusto es juzgado como violento.

En Europa, ocurrieron otras cosas a partir de la Segunda Guerra Mundial. La célebre década del ’70 convocó a numerosos especialistas en torno al eje infancia-adolescencia-educación. Se cuestionó esta tendencia a la mentira, el ocultamiento, y la deformación de los hechos humanos, tanto públicos como privados frente a la infancia. Se considero indispensable un sinceramiento sobre los cambios conceptuales en el ámbito privado y público de la sociedad adulta. Como parte de este proceso cultural, comenzaron a circular textos y autores que no evadían los contextos conflictivos en el tejido de la ficción narrativa.

Ciertas obras fijaron pautas renovadoras como Campos verdes, campos grises, Ursula Wölfel, 1970, una antología de cuentos que hablan de la marginación, de la guerra, de la opresión, de hambrientos, de alcohólicos, de marginales. Charcos en el camino de Alan Parker, 1980, transcurre durante la Segunda Guerra Mundial y el ámbito familiar se desordena a partir de lo que ocurre en un escenario puntual, explícito. Los pequeños nazis del 43 de Juan Farías, editada en Madrid en 1987, retoma escenas de la educación de los jóvenes en los años del franquismo, da vida a intensos debates sobre la religión, el sistema político de la Unión Soviética, y pone en blanco las amenazas que padecían los alumnos que intentaban rebelarse. Obras así tuvieron en Europa amplia divulgación y permitieron a la juventud asomarse a la historia, a su identidad ideológica y política, a desarrollar una visión crítica sobre las distintas formas que el fachismo había implantado en sus países. Son libros que sensibilizaron vitalmente la defensa de los Derechos Humanos y el repudio de la guerra. (4)

Pero estos temas, así tratados, no llegaron a nuestro país, y probablemente a ningún país de América Latina, porque las dictaduras que entonces se implantaron necesitaban fortalecer más que nunca la vida privada de los hombres y su abstinencia de la cosa pública. Los cambios producidos en la sociedad argentina desde el advenimiento de la democracia repercutieron sin embargo, en las formas tradicionales de concebir la infancia y la relación del mundo adulto con ella. Hoy resulta más sencillo reconocer que no existe la infancia, existen los niños, no existe la adolescencia, existen los adolescentes, todos diferentes, con historias familiares diversas, niños con y sin techo, con atención médica y sin ella. Tampoco existe la familia, existen las familias, no existe la mujer, existen las mujeres. Y esta diversidad cultural va asomando pero con cierta dificultad en los libros de literatura para jóvenes.

Pero una cosa es la diversidad cultural, y otra muy distinta la injusticia. La pobreza, como concepto académico se integra a la polémica. No es aceptable ninguna forma de abstracción que oculte la división entre los que tienen y los que no tienen y a medida que se fabrican nuevas construcciones que reflejan el mundo real, la pobreza se fue convirtiendo en un centro de interés casi pasional. Esto no deja de ser curioso, si tenemos en cuenta las estadísticas que fueron anunciando el devenir de la crisis en Argentina, en todos los países latinoamericanos, en todos los países llamados —en cierto contexto ideológico y político— los países del Tercer Mundo. Latinoamérica, por donde la recorramos, muestra la desolación, las hambrunas, y también las diferentes formas de la Resistencia de los pueblos ante el enemigo común, el capitalismo neoliberal. Dotado de poderosas armas ha resultado vencedor casi siempre, pero no se ha podido eliminar el sueño de la Utopía, de la libertad, de la autonomía, de la Justicia. La Resistencia fue y sigue siendo una bandera enarbolada en las conciencias.

Estos temas, estas miradas desestructuradoras de lo tradicional, ocuparon un lugar en la literatura latinoamericana del Siglo XX. Las guerras entre países, o dentro de un mismo país, nutrieron los textos y cargaron de energía la escritura de hombres de la talla de Eduardo Galeano en Memorias del fuego; de García Márquez, en Cien años de soledad; de Carlos Fuentes en La muerte de Artemio Cruz; de Alejo Carpentier, en El siglo de las luces. La violencia en manos del pueblo, de los más humillados y golpeados, no fue considerada violencia sino justicia. Ese era el color del cristal con el que estos autores miraron el mundo y lo exploraron con su escritura.

Pero a los niños y a los jóvenes se los inició en otra literatura, más edulcorada, más elemental, sin guerras, sin pobrezas desalentadoras, una literatura que pudiera tener un lugar en las instituciones educativas y no produjera debates ideológicos de esos que el profesor no sabe cómo llevar adelante. El Poder instalado requería una educación basada en la defensa de instituciones que garantizaran su permanencia, de modo que la nueva novela juvenil que posibilitaba justamente el debate sobre lo que ocurría en la sociedad mundial y particularmente en Latinoamérica, fue suavizada. La historia, única capaz de esclarecer las crisis en la familia, en la escuela, en el trabajo, se dejó de lado. Los acontecimientos narrados ocurrían dentro de las famosas cuatro paredes que menciona Hanna Arendt.

Los tiempos han cambiado en Argentina. Las cacerolas trajeron en su interior un bullir que no se apagó con asesinatos en las marchas de protesta. La sensación de que todo debe ser revisado, que la Resistencia tiene que empuñar algo más que una cacerola, cobra espacio en la mente de los argentinos. La raza humana tiene su costado rebelde, en especial los escritores, en especial los artistas, ellos nunca se amansan, por más que los acorralen. Algunos intelectuales se muestran insatisfechos con la producción literaria existente y van arrimando leña al fuego. A la hora de escribir para niños, para los jóvenes, los escritores se preocupan, se interrogan. ¿Y para quién escribo? ¿Estarán en mi historia todos o sólo un parte? Estas páginas que se publican, ¿tienen integrada la historia de mi país? ¿De América Latina? En el campo de la literatura para niños y jóvenes se desplaza el dragón de la responsabilidad ética que parece marcar nuevos cánones, nuevos estilos, nuevos lenguajes.

La pasión de decir algo sobre la pobreza, sobre la guerra, sobre los crímenes del Poder, puede ser vista como un despertar de la conciencia, pero las pasiones, todos lo sabemos, cuando nacen quiere entronizarse con mandatos terribles. Conviene entonces recordar que la literatura es en principio una modesta forma de ficción. No podrán nunca todas las ficciones unidas cambiar el mundo. Cambiar el mundo es una tarea política, tiene otras herramientas. Apenas podemos aspirar a fundar otro pensamiento, a cambiar el color del cristal con el que se puede mirar la realidad.

De modo que debemos hablar de libros de literatura sin traiciones al espacio que ella debe abrir como cuchillo que atraviese el muro y muestre señales, alguna señal del valor humano, de la invitación sutil o violenta al desorden, al principio elemental de la convivencia posible. Una literatura que libere y no someta al lector, no lo sujete al poste de las jerarquías sociales pero que tampoco le mienta entrelíneas y le venda como mercancía revoluciones esotéricas o místicas.

No se trata de tomar un lápiz y hacer un listado de las cosas espantosas y después ver si con todas ellas se puede armar un libro más o menos comercializable. El autor si no tiene con su historia un compromiso previo, no podrá nunca desempolvar los muertos y darles vida en el relato, primero deben estar vivos en su memoria, en su pasión. Si además de compromiso con los demás hombres tiene calidad como escritor, saldrá un texto que valga la pena. Es un tiempo para tener los ojos bien abiertos. Y para que cada cual revise el color de sus cristales.

Notas

(1) Arendt, Hanna. Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política. Barcelona, Península, 1996; pag.198.

(2) Fernández, Ana María. La mujer de la ilusión. Buenos Aires, Paidós, 1993.

(3) Larrosa, Jorge. Pedagogía profana. Estudios sobre lenguaje, subjetividad, formación. Buenos Aires, Ediciones Novedades Educativas, 2000; pag.173.

(4) Nota de Imaginaria: Los datos bibliográficos de los libros juveniles citados por Lidia Blanco son:

  • Campos verdes, campos grises. Ursula Wölfel. Ilustraciones de Luis de Horna. Traducción de Jacqueline Ruzafa. Salamanca, Lóguez Ediciones, 1986. La Joven Colección.

  • Charcos en el camino. Alan Parker. Ilustraciones de Antonio Tello. Traducción de Pedro B. Gómez. Madrid, Ediciones SM, 1980. Colección El Barco de Vapor, Serie Roja.

  • Los pequeños nazis del 43. Juan Farias. Ilustraciones de Horacio Elena. Salamanca, Lóguez Ediciones, 1987. La Joven Colección.


Lidia Blanco (gelmanear@yahoo.com.ar) es Profesora de Lengua y Literatura (Universidad Nacional de Buenos Aires) en enseñanza media, normal y especial, y Especialista en Literatura Infantil y Juvenil. Fue Profesora del Seminario de Literatura Infantil en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires, desde 1988 hasta 1996. Es coautora y compiladora de los libros Los nuevos caminos de la expresión (Ediciones Colihue, 1990), Literatura infantil. Ensayos críticos (Ediciones Colihue, 1992), Cuentos Primer nivel (Ediciones Colihue, 1978) y El puente sobre el río (Ediciones Colihue, 1980. Colección El Pajarito Remendado). Participó como expositora en el Congreso Internacional de Literatura Infantil y Juvenil (Sevilla, España, 1994); Congreso de Didáctica de la Lengua y la Literatura (La Plata, Argentina, 1995); 5° Congreso Nacional de Literatura Infantil y Juvenil (Córdoba, Argentina, 1997) y 6° Congreso de Literatura Infantil (Villa Carlos Paz, Argentina, 1999). En 1998 recibió el Premio Pregonero, otorgado por la Fundación El Libro, por su trayectoria como Especialista en Literatura Infantil y Juvenil.


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