77 | LECTURAS | 15 de mayo de 2002

Foto de Laura DevetachEntrevista con Laura Devetach
O de cómo escribir en la arena y construir una torre señera

por Elisa Boland

Entrevista extraída, con autorización de Elisa Boland y Laura Devetach, de la revista La Mancha. Papeles de literatura infantil y juvenil, Año 5, N° 14 (Buenos Aires, mayo de 2001).

Toda una trayectoria

Nació en Reconquista, provincia de Santa Fe. Para una joven con inquietudes "las circunstancias estaban cantadas: era Córdoba o Rosario, y para mí fue Córdoba. Yo me fui de mi casa para poder trabajar y estudiar".

Estudió Letras en la Facultad de Filosofía de Córdoba. "En el primer año de facultad, cuando vino ‘la libertadora’ yo me tuve que ir de Córdoba (1955). Me fui al norte de Santa Fe y trabajé de maestra. Volví a Córdoba en el '57..."

Trabajó como docente a nivel primario, secundario, terciario, y universitario. Su último trabajo en Córdoba fue en el Departamento de Teatro de la Escuela de Arte.

Descubrió el origen eslavo del apellido y que un pueblo se llama Devetach. Su padre, que era ebanista, aunque en el pueblo trabajaba de carpintero, llegó a la Argentina en los años ‘30. Como cuenta la autora en su libro La loma del hombre flaco, "cuando fue al norte se le quedó el Ford T y por eso se quedó." Su madre era argentina y "también muy hábil con las manos, hacía bordados, tejidos, puntillas, todas esas cosas muy finas, muy etéreas."

Ilustración de Gustavo Roldán (h.)
Detalle de la ilustración de Gustavo Roldán(h.) para la tapa de
La loma del hombre flaco (Buenos Aires, Sudamericana, 1996)

Su primer libro fue de cuentos para adultos, Los desnudos, que publicó La Rosa Blindada.

Escribió siempre, desde su infancia. En la adolescencia comenzó su curiosidad por algunos temas, como el diablo, las hadas, el hombre lobo, y la literatura para chicos y el tema de la mujer... "Y empecé a juntar todo lo que se me cruzaba. En aquella época había muchas revistas. Revistas de todo tipo y de todos los niveles, pero mi papá me orientó y yo ya tenía la Divina Comedia, que primero había mirado en los grabados de Doré, El Paraíso perdido de Milton y el Fausto y toda la cepa popular de cuentos del diablo. Entonces yo andaba con mucha curiosidad y ganas de eso, más todo el tema religioso porque fui educada en una familia y un colegio católicos."

Cuando se le pregunta cuándo comenzó a escribir, Laura Devetach dice: "A mí me pasó una cosa muy curiosa. En ese sentido, me imagino que a mucha gente le debe pasar, yo no hice una transición, a mí la escritura me llevó, siempre estuvo muy presente la palabra poética en mi vida, fue un ejercicio permanente."

La escritora: los inicios

¿Quiénes te acompañaron en aquel momento?

Me acompañaron muchísimo mis compañeros, mis pares. Yo era la única mujer en un gran grupo de hombres, rarísimo en una Facultad de Filosofía. Después fue cambiando la ecología de ese sistema... Fui muy amiga y compañera de gente bastante solvente que me ayudó mucho, que me prestaron libros, yo no podía comprar muchos libros en aquel momento.

En ese grupo de pares teníamos un estado de creativo permanente, Córdoba era muy especial en eso, sigue siéndolo.

Nada académico, en el sentido creativo, en el mejor de los sentidos. Alguien metía la mano en el bolsillo y sacaba, en cualquier lugar, el último cuento que había escrito y todos lo escuchábamos y eso nos disparaba otras cosas. Era muy bueno. Eso para mí fue un verdadero laboratorio de aprendizaje.

La escritora profesional

¿Cuándo comienza la etapa profesional?

Cuando me animé a llevar un cuento por consejo —fundamentalmente— de Gustavo (Roldán) y otros amigos. Lo llevé a un diario, Meridiano. Ese cuento lo dibujó un pintor muy importante de Córdoba, Giusiano. Ahí salió mi primer cuento "El señor Pérez", para grandes. Todo lo que había escrito tenía que ver con mi niñez y adolescencia.

¿Cómo definirías los temas para ese público adulto?

Me interesaban mucho los procesos interiores de la gente, la locura, la solidaridad, el lenguaje de los distintos lugares, porque era un momento muy rico, en el que todavía los grandes autores escribían de tú. Fue más adelante que se comenzó a plantear que era absurdo hablar de tú en el aula. Se había obligado a hablar de tú en el aula y se hablaba de vos en el recreo. Era la gran polémica, era el momento de rupturas.

Yo venía con todo mi bagaje del litoral que me parecía que había que defender, con todo mi tono, mi música del litoral, más todo lo que encontré en Córdoba que fue alucinante, todo se me mezcló y se me convirtió en algo muy interesante de comunicar.

¿Cómo comenzó tu relación con lo creativo?

En mi casa me lo daban como trabajo, yo me escapaba a lo creativo. Mi papá me enseñó a dibujar, a encuadernar, a tallar madera, pero, siempre con horarios y con modelos... y cosas así, para mí lo maravilloso era la siesta cuando me iba al taller y ahí había pilas de virutas y aserrín y maderitas de cualquier tamaño y entonces hacía lo que se me daba la santísima gana o si no, estaba la pila de arena donde leía Las mil una noches... escribía en la arena, siempre había una obra haciéndose...

¿Cómo era ser una escritora contemporánea de María Elena Walsh o de Javier Villafañe?

A Javier no lo conocía. En Córdoba había un gran movimiento en ese momento. Había muchos concursos. Yo había ganado un premio importante y como tenía el nombre de Borges fue él a entregarlo, fue por uno de los cuentos que integra Los desnudos.

Yo escribía más para grandes, a los chiquitos —ya había nacido Laura— se los iba contando. Tenía ganas de hacerlo, pero trabajaba mucho en aquel momento...

Alrededor de los '60 surgió todo un movimiento en Córdoba, la Campaña por la Buena Literatura Infantil. Hacían exposiciones donde ponían las cosas que eran malas y las que eran buenas... Ahí estaba mucha gente como Malicha Leguizamón, y otra gente que hizo una labor muy fuerte de sostén y de apertura del campo, a pesar de lo aparentemente cerrado que parecía el primer planteo.

Estaba Canela, a mi lado, porque yo le hacía sus libretos de radio y de televisión, y Ana María Pelegrín y todo un grupo en el canal universitario. Canela también abrió espacios importantes con la radio y la tele y después se vino acá y ahí está en Sudamericana...

Existía una escuela que se llamaba José Martí, en la que fui maestra en el año '57, cuando volví a Córdoba. En el '63, la escuela organiza un concurso y ahí me senté y escribí todos los cuentos que les contaba a los chicos, a los míos y a los de la guardería del barrio donde vivíamos.

Esa fue la época más linda y organizada de nuestras vidas.

Y ahí armé La torre de cubos. Mandé los cuentos unitariamente y ganaron todos. El premio consistía en dinero y algunas menciones, no la edición. Mandé "La planta de Bartolo", "Nochero", "Monigote de carbón", "Bumble y los marineros de papel"...

Por consejo de la gente de La Rosa Blindada, mandé el libro al Fondo Nacional de las Artes. Ya había mandado Los desnudos, con el que había sacado un subsidio, pero lo rechacé porque era un préstamo, y no me quería meter con un préstamo en ese momento. Por suerte, porque cuando mandé La torre de cubos no hubiera podido acceder al premio.

Con el dinero del premio armé el libro y lo edité en Eudecor, Editorial Universitaria de Córdoba. Lo diseñó e ilustró Víctor Viano. A propósito, quiero rendirle un homenaje a Víctor que falleció en el año 2000, en España, donde vivía. Fue un compañero entrañable.

Portada de "La torre de cubos"
Tapa de La torre de cubos (Buenos Aires, Librería Huemul, 1973), con ilustración de Víctor Viano

Salió el libro, lo mandé a algunos amigos y fue el boom. Es raro que en Buenos Aires se hicieran cargo de un libro editado en el interior. En ese momento Susana Itzcovich tenía una librería especializada y en La Prensa y en La Nación lo recibieron muy bien, hicieron unas críticas excelentes. Creo que fue una coyuntura, en la que no había mucho material más allá de la presencia de Maria Elena que estaba cantando y ya había publicado su poesía. Pero no había un material que incorporara esos temas... pienso que hoy sería interesante que alguien hiciera una relectura de La torre de cubos teniendo en cuenta el momento histórico cultural.

¿Podrías referirte a tu libro La torre de cubos y la censura de la dictadura? (1)

Ese libro me dio muchas satisfacciones y muchos problemas desde el primer día. No te creas que ese fue un problema sólo con la dictadura. No. Yo no tenía conciencia de qué cosas disparaba a través de La torre de cubos. Desde las transgresiones a nivel del lenguaje, a otras búsquedas y llevar al campo de los chicos cosas que no eran juguetitos, sino que eran palabras. Me cuesta hablar, no le estoy poniendo signo a esto, fue un desafío mío, porque si bien tiene todas las marcas de un libro hecho para chicos, habla desde la literatura.

Recuerdo muy bien uno de los primeros comentarios que mi padre me hizo:

"—Vos te hacés la santita pero lo que estás diciendo ahí..."

"—¿Qué estoy diciendo ahí?"

"—Eso de la señorita que pasa lagañosamente a la iglesia todas las mañanas, ¿cómo te crees vos que le va a caer a la gente católica o a la iglesia...?"

Eso es mi mirada sobre el pueblo, a esa señorita yo la conocí, sé quién es. Es la gente de mi pueblo que iba bostezando a la misa todas las mañanas. A lo mejor se esperaba que dijera "las hermosas señoritas que iban a la mañana por la alameda..."

Si bien me crié en una familia católica y era católica, siempre anduve a contrapelo de todo esto, siempre me pareció una cosa como pequeña o por lo menos mal manejada en ese momento. Bueno, de esas hay muchas cosas en La torre de cubos...

Y más adelante, cuando vino el proceso creo que hicieron lecturas más gruesas... Había dos tipos de argumentos: los que están en los Decretos, que eso se puede leer en Oficio de palabrera, o los decretos de pasillo que eran los reales. Por ejemplo molestaba un montón que una chica durmiera en la cocina y se quedara a cocinar mientras los padres salían a trabajar. En fin... Es muy grueso lo que digo y hoy parece absurdo, sin embargo, en aquel momento era determinante...

De estos "decretos de pasillo", ¿qué te llegaba a vos?, ¿quién hacía la lectura de tu libro y lo censuraba? Videla no creo que leyera La torre de cubos...

Colegas docentes que están en funciones en la provincia de Santa Fe y en Buenos Aires. Es más, gente que ahora me encuentra por ahí y me saluda...

Si bien esto no es lo más relevante de tu vida personal y profesional, lo pregunto porque hay gente que no vivió esa época y no lo puede comprender.

Cada cuento tiene una historia diferente. Es muy curioso eso de las distintas lecturas que se hacen. Porque por ejemplo gente que ha descubierto Monigote en la arena, ahora lo lee como si lo hubiera escrito durante el proceso, por la desaparición, y toma la palabra borrarse como desaparición. Tuve que explicarlo muchísimas veces. Donde llega Monigote por primera vez todos me preguntan eso.

En realidad el cuento que tiene más que ver con el proceso, porque fue el primero que escribí después de venirme a Buenos Aires, después de muchos trotes, fue El hombrecito verde y su pájaro, ése sí es toda una parábola y una metáfora relativa al único color... de país. Pero no fue intencional, primero fue un cuento y después se le fueron sumando capítulos y tardé diez años en completarlo.

¿Y la versión más breve de ese cuento?

El primero es un cuento popular que se contaba, por esas cosas extrañas de la cultura, en el mayo francés. Yo tenía un amigo que participó en la toma de las universidades y dentro de las histerias, se reían, y ¿de qué se reían? de ese cuento. Entonces él viene y me lo cuenta y a mí me fascinó, lo escribí, de ahí sale El hombrecito verde y su pájaro y de ahí se me empieza a crecer el hombrecito verde y aparecen los pájaros..., aparece María Inés aparece toda la novelita en la que se convirtió durante el proceso, pero la publiqué después, como todo.

Ilustración de Myriam Holgado para El hombrecito verde y su pájaro (Buenos Aires, Colihue, 1987)
Ilustración de Myriam Holgado para
El hombrecito verde y su pájaro (Buenos Aires, Colihue, 1987)

¿Qué hiciste durante todo ese período en el que no publicabas?

Trabajé mucho, mucho, mucho, internamente. Leía muchísimo, seguía escribiendo... sin ningún objetivo inmediato, como escribo yo, papelitos, y los metía en una carpeta. En ese momento estaba trabajando en Billiken, tenía mis secciones, una que se llamaba "Los juntacosas", sobre qué juntaban los chicos, y los grandes. No era una página de coleccionistas, sino de juntadores, ¡era muy lindo! Descubrí las cosas extrañas que juntaban los chicos: saquitos de té, azúcar, soldaditos tallados en tiza... Yo iba, hacía una producción fotográfica y contaba de quién era la colección. Tenía otra sección que se llamaba "La Página Pupipu", donde había curiosidades, inventos locos, dibujados por Raúl Fortín —gran pérdida también en el 2000—.

Aparte de eso tuve un trabajo muy gratificante en el Instituto Agnon, un profesorado de Jardín de Infantes, donde me invitaron a coordinar el Departamento de Letras, ahí estuve cuatro años. Un trabajo muy interesante y muy difícil, porque no había libros, no sabíamos cómo hacer para leer cosas, era terrible, en el año 1979. Fue un trabajo interesante para mí con las alumnas.

Mientras estuve trabajando allí, tuve el aviso de que estaba "en remojo", así te decían en aquella época, entonces yo avisé que venía este problema y me dijeron: "Acá lo que importa es el trabajo, vos trabajá, no te preocupes." Se portaron maravillosamente. Por supuesto sacaron el libro de la biblioteca y... lógico, porque era así, yo seguí trabajando con ellos, aunque no figuraba en la planta funcional.

Con la vuelta a la democracia aparece todo un grupo de escritores que se destaca, que empieza a conocerse más fuertemente, el '83, '84, del que vos también formás parte, pero ¿qué papel tiene Laura Devetach en ese grupo donde había también gente que recién estaba comenzando o que había tenido un recorrido distinto? Recordemos quienes forman parte de ese grupo...

Gustavo Roldán, Graciela Montes, Graciela Cabal, Silvia Schujer, Oche Califa, Horacio Clemente, Ricardo Mariño, Ema Wolf. Y mucha gente más que empezó a surgir en ese momento, y hoy ocupa un espacio en el campo.

Hay gente joven y escritores de larga trayectoria como Santiago Kovadlof o Eliahu Toker que incorporan sus textos al campo de la literatura para chicos.

Hablando de este grupo, ¿qué fue lo que los unió a ustedes aún a pesar de recorridos y edades distintas?

Yo pienso que había todo tipo de lazos, de vínculos, redes, yo creo mucho en las redes. Desgraciadamente hoy las redes en nuestra sociedad en general están muy debilitadas todas. En aquel momento había amistades, proyectos comunes, intercambios profesionales. Con alguna gente nos conocimos cuando vine a Buenos Aires. Y después porque muchos me llevaron cosas para leer porque yo estaba trabajando en Colihue (1983). En ese momento habíamos comenzado con la colección de El Pajarito Remendado que armamos con Gustavo (Roldán), Fortín, Lima y Narvaja. Después aparecieron Los Libros del Malabarista, Los Fileteados y Los morochitos. Mucho después Los libros del monigote... En ese momento Colihue abrió un muy buen espacio.

Creo que nos unía la necesidad de construir el mundo de nuevo después de haber vivido el proceso militar. Había entusiasmo.

Ilustración de Raúl Fortín para las contratapas de los libros de la colección El Pajarito Remendado, de Ediciones Colihue
Ilustración de Raúl Fortín para las contratapas de los libros de la colección El Pajarito Remendado, de Ediciones Colihue

¿Cómo es Laura Devetach en el año 2001? ¿Qué piensa para su futuro de escritora?

A mí los malos momentos me motorizan. Estoy como después de una gran temporada de no saber qué hacer, de no saber qué decir, como creo que está medio mundo en este momento con todos estos cambios y la acentuación de estas políticas salvajes. Uno sabe qué decir, está quizás buscando el como y el donde. Creo que tengo ganas de escribir..., no sé si de publicar, eso no lo sé, pero de escribir sí. Estoy bastante metida con la poesía y feliz cada vez que leo a Saramago, por ejemplo.

La lectora

¿Qué leés, que leías?

Hay un camino lector, todos lo tenemos aunque no nos demos cuenta. No sólo son válidas como lectura las obras completas. También lo son los fragmentos, los textos escuchados, dichos, escritos, cantados. Ahora estoy con Saramago. Estuvo Cortázar, estuvieron Italo Calvino, Virginia Woolf, Katherine Mansfield. Te voy a decir una mezcla bastante heterodoxa, pero las elecciones tienen que ver con las formas de la expresividad, con la poesía de la lengua, como la de Enrique Wernike —Colihue lo acaba de reeditar— que me parece hermoso. Estoy releyendo mucho, tengo ganas de volver a Las mil una noches, que fue libro de cabecera para mí... y por ahí picoteo otras cosas... De pronto algo de la realidad me prende una lucecita, un deseo, y justo aparece un texto que me llama. Tenemos con Gustavo una biblioteca muy grande, repuesta dos o tres veces, porque los libros de cabecera se nos pierden, pero siempre volvemos a los amores que andan, no muy ordenados, por los estantes... y entonces voy y leo un poco de San Juan de Cruz, de Santa Teresa, de Huidobro, un poco de Neruda, un poco de los poetas españoles, Lorca... Escucho mucha música... Tengo varias materias pendientes, como por ejemplo, pasar por otras artes. A mí me estimula mucho para la escritura ver cuadros, escuchar música, y trabajar con el cuerpo... y la naturaleza... ¡ni te digo!, creo que es la cuna de todos.

¿Trabajar con el cuerpo...? ¿Qué actividad hacés?

Me encanta bailar... no sistemáticamente, pero por ejemplo, me encanta la música del Litoral y las galopas paraguayas. Esas que se bailan con algo en la cabeza.

¿Las bailás?

En secreto... Tengo unas galopas y otras músicas maravillosas que me traje de Paraguay...

Hace muchos años que por una cuestión de salud tuve que encarar el movimiento. Entonces pasé por varias técnicas de gimnasia: eutonia, las técnicas de Feldenskrai, ahora estoy haciendo gimnasia respiratoria...

Siento que el cuerpo para mí y para mucha gente es la memoria, todo está escrito en el cuerpo, hay huellas, y cuando uno se estimula por algún motivo eso sale, no es que uno lo busque pero sale y es bueno y es sano...

¿Hay una manera de leer literatura?

Hay tantas maneras como personas, probablemente, pero lo importante es encarar la literatura como se puede encarar el arte, la música, el baile, los cuadros, es decir: un zambullirse, un "estar en", un dejarse llevar y en todo caso la reflexión vendrá después o simultáneamente. A la reflexión no hay que dejarla de lado, pero creo que es muy, muy importante dejarse llevar, abrirse a mundos que entren por donde deban. Las palabras y los sentidos están muy implicados, muy ligados y nosotros estamos metidos en esquemas solamente racionales, como si tuviéramos una sola puerta y un solo objetivo: buscar la utilidad del texto. Eso se les transmite a los chicos. Si uno va a disfrutar de la literatura tiene que aprender a leer como si nadara, darse el espacio interno y externo para poder hacerlo.

Vos en tu trabajo hablás de privacidad y autonomía...

Privacidad para sustanciar la satisfacción del deseo de leer. Yo creo que a uno lo mueve el deseo, siempre, y ese deseo se satisface a través de un acto privado de lectura, eligiendo, seleccionando, disfrutando de determinada manera. No siempre las cosas tienen que ser públicas. A las mujeres nos cuesta mucho tener privacidad para muchas cosas, no solamente para la lectura.

Ilustración de Raúl Fortín para la tapa de Historia de ratita (Buenos Aires, Libros del Malabarista, 1983)
Ilustración de Raúl Fortín para la tapa de
Historia de ratita (Buenos Aires, Libros del Malabarista, 1983)

El tema de las mujeres en la escritura y la lectura

Es un tema recurrente en vos... la mujer y la lectura y la escritura...

Sí, porque tenemos que pelearla, me parece a mí, bastante más. Creo que todas las personas estamos oprimidas y determinadas por una cantidad de cosas, pero las mujeres tenemos una problemática particular bastante fuerte y aún entre las mentalidades más progres se ve eso. Lo veo desde adentro. Trabajando en talleres, con adultos, lo más difícil de lograr es aprender a aceptarse como persona escribiendo y leyendo con autonomía, eso es lo más difícil. Que la persona encuentre ese lugar interno y por lo tanto el externo donde poder. En uno de los talleres había quedado mencionado de la siguiente manera: "¿cómo puedo hacer para dejar de escribir debajo de la ducha?", porque el que va a bañarse tiene su momento de privacidad y autonomía. Y ahí empezamos a investigar todo el tema de la lectura en el baño y otros lugares donde esconderse, robar ese tiempo para leer, y lo contaban con relatos muy dramáticos. Mientras las mujeres leemos para la profesión, todo maravilloso, pero cuando queremos leer una novela hacemos como los chicos que ponen la historieta dentro del manual... todas hemos hecho eso...

En septiembre del año 2000, en Córdoba, cuando las Jornadas organizadas por el Grupo La Ronda, presentaste una ponencia que llamaste "Palabras para Scherezadas". En el cierre de tu exposición decís: "...no hay nada mejor en un mundo de califas y oropeles que ser Scherezadas y valorar la artimaña creativa, que es nada menos que el arte de darse maña para que las buenas palabras crezcan."

¿Qué es ser Sherezada en este momento, en este mundo?

Y... probablemente, tener que construir historias todos los días con las cuales una va, a la vez, construyendo y defendiendo un mundo y ganándoselo.

¿Vos te sentís Sherezada?

Sí, creo que es uno de los buenos símbolos de resistencia para la mujer. Cuando trabajé con eso en estas jornadas vi la necesidad, después, de explicar quién era Sherezada. De Sherezada se sabe el nombre pero no en qué libro vive ni cuál es la historia. Entonces les conté quién era y que vive en Las mil y una noches...

Incluso a veces se desconocen los motivos que la llevan a hacer ese ejercicio de contar. Se conoce su nombre y se sabe que contaba cuentos para no morir, pero se desconoce la historia previa...

Es una situación muy dramática y muy extrema, pero que con todas las distintas gamas existe en nuestra realidad, es así.

La docencia

Con respecto a la docencia, en toda mi carrera me acuerdo que allá por los años '60 —mediados de los '60—, ya viajaba yo a dar charlas por pueblitos de Córdoba. Éramos bastante pioneras, con Lucía Robledo, Lilia Lardone.

Construirme como docente fue muy difícil, me gustó mucho siempre la docencia, de hecho fui maestra rural de entrada, me gustó siempre enseñar, pero el tema de incorporar la escritura me complicó las cosas porque claro, yo tenía una visión de la lengua, de la literatura, que me hacía siempre transgredir el currículum, siempre trabajé con currículum oculto, es decir ponía un tema y hacía otra cosa. En algunos lugares me iba muy bien, en otros para el diablo. Digo con las autoridades, porque con los alumnos en general siempre me ha ido bastante bien, porque les encantaba lo que hacíamos, compartir solidariamente qué nos pasa con la lectura, con la experiencia de la lectura.

Yo ya no puedo desinstalar la escritura de mi vida, soy más escritura que otra cosa, tengo demasiadas caras públicas, entonces, hoy, voy desde el rol de escritor a hacer mi docencia.

Estamos en una coyuntura muy buena en la escuela, aunque parezca loco decirlo. No me refiero a las políticas educativas. Pero en la escuela, en la gente, hay un cambio. Yo nunca tuve expectativas muy altas, creo que con que sepamos que un pequeño porcentaje de maestros trabajan bien en una escuela podemos darnos por contentos y que eso surte su efecto. Entonces ahí es donde se pueden instalar otras miradas sobre la lectura. Buscando, ver cuál es la modalidad para cada caso, no creo en recetas masivas creo que hay que explorar y llegar a los libros adecuados para el grupo adecuado y enseñar o transmitir eso a los docentes. Y también a los que no son docentes.

Me interesa que cada persona pueda tener una visión panorámica de lo que es la construcción de su camino lector. No existen lectores sin camino y no existe gente que no tenga un camino empezado. Creo mucho en los textos internos: en todo lo que uno escuchó, cantó, recibió y que por distintas cuestiones de la vida llámense falta de memoria, prejuicio, falta de espíritu lúdico, o porque simplemente la cultura no estimula que uno saque esto, nos olvidamos de nuestro piso interno.

Es el humus de la escritura, yo trabajo mucho eso...

Detalle de ilustración de Gustavo Roldán (h.) para La planta de Bartolo (Buenos Aires, Colihue, 1995)
Detalle de ilustración de Gustavo Roldán (h.) para
La planta de Bartolo (Buenos Aires, Colihue, 1995)

¿Sería el humus de la escritura para un escritor o para quien quiera escribir y el humus también para el lector?

Sí, también para el lector y para quien quiera hacer pie en su expresividad, tomar los hilitos anteriores, las rondas, lo que decía la abuela, no hace falta que sea folklore social, sino folklore familiar. Cómo le llamaban a esa torta de la tía que tenía rulos, entonces se llamaba "la torta de los rulos"... Y en lo social, esos nombres divertidos, metafóricos y cargados de sentido, que por ejemplo los anticlericales les ponían a las facturas de panadería: "suspiros de monjas", "bolas de fraile", etc.

Cuando la gente se da cuenta de que es dueña de un verdadero bagaje de palabras que se crearon en su casa, en su barrio, en su país, cambia mucho la actitud y aborda el libro de otra manera porque reconoce la posibilidad de diálogo con alguien que le está ofertando su mundo interno, en el que habitan las mismas cosas. Desde ahí trabajo, cada grupo me estimula de una manera determinada, y la respuesta en general es buena, aunque hay gente que no puede, que no quiere, hay mucho temor a la expresión de los sentimientos. Eso es una gran contradicción que se da en este momento, porque estamos hablando de la emocionalidad, de la construcción del sujeto y sin embargo no se dan los tiempos que el arte necesita, que la lectura necesita.

No se puede leer a plazo fijo y sin volver al mismo texto, al texto hay que volver todas las veces que haga falta, hay que callarse lo que hay que callar y hay que hablar lo que hay que hablar... pero pienso que una persona lectora sabe guiar a sus alumnos chicos o grandes a través de sus propias experiencias. Lo bueno que veo es que hay un sinceramiento, un decir nosotros no tenemos formación, cómo podemos hacer, y a través de la pregunta van viniendo las respuestas.

La poesía y la escuela

El tema de la poesía y la escuela comparte los problemas de la lectura en general. Pero la poesía tiene otra vuelta de tuerca, otras dificultades. Porque cuesta mucho entrar en poesía...

¿Dónde está esa dificultad?

En la misma dificultad que tenemos de entrar en estado lúdico, en estado de fantasía, de ver la realidad con otros ojos. Tiene exactamente que ver con mirar los textos internos, es el poder mirar la poesía de lo cotidiano... No podés estar en un aula con chicos que de pronto se distraen porque pasó un panadero volando y retarlos por eso... en vez de aprovechar esa situación...

Como Los picaflores de cola roja...

Exactamente. Creo que ese es el tema, no tener vergüenza de ver y de decir lo que vemos, porque todos vemos. Yo creo en eso. Y la poesía está atrás de la puerta, está en el gato jugando con la escoba, no hace falta que le pongamos rima, es un modo de decir, la prosa tiene poesía, son ritmos poéticos.

¿Dónde más está la poesía?

En todas partes, en la calle... en el habla. Justamente en uno de mis trabajos, me refiero a mucha gente que vive y habla poéticamente, por ejemplo, una lavandera que tallaba en jabón figuritas para que su hijo jugara y mientras tallaba, cantaba. Eso es estar en poesía. O los cordobeses que le dicen a un rubio flaco "chorrito 'e Fanta". Creo que si nosotros vemos las cosas con esa dimensión, vamos a entender el mundo de otra manera, vamos a ser mucho más amplios, más felices, y nuestro espíritu probablemente disfrute mucho más, pueda reparar en el que está al lado, darle un valor diferente y pueda comunicar otras cosas.

Ilustración de Juan Manuel Lima para el cuento "Esas cosas contagiosas", en el libro El ratón que quería comerse la Luna (Buenos Aires, El Ateneo, 1985)
Ilustración de Juan Manuel Lima para el cuento "Esas cosas contagiosas", en el libro
El ratón que quería comerse la Luna (Buenos Aires, El Ateneo, 1985)


Nota

(1) Reproducción del Boletín Nº 142, de julio de 1979, por el cual el Ministerio de Cultura y Educación de la Provincia de Santa Fe prohibió el uso del libro La torre de cubos en las escuelas:

NIVEL PRIMARIO

Prohibición de una obra

La Provincia de Santa Fe ha dado a conocer la Resolución Nº 480 con fecha 23-5-979.

Buenos Aires, 23 de mayo de 1979.

VISTO:

Que se halla en circulación la obra "La Torre de Cubos" de la autora Laura Devetach destinada a los niños, cuya lectura resulta objetable y

CONSIDERANDO:

Que toda obra literaria para niños debe reunir las condiciones básicas del estilo;

Que en ello está comprometida no sólo la sintaxis sino fundamentalmente la respuesta a los verdaderos requerimientos de la infancia;

Que estos requerimientos reclaman respeto por un mundo de imágenes, sensaciones, fantasías, recreación, vivencias;

Que inserto en el texto debe estar comprendido el mensaje que satisfaga dicho mundo;

Que del análisis de la obra "La Torre de Cubos", se desprenden graves falencias tales como simbología confusa, cuestionamientos ideológico-sociales, objetivos no adecuados al hecho estético, ilimitada fantasía, carencia de estímulos espirituales y trascendentes;

Que algunos de los cuentos-narraciones incluidos en el mencionado libro, atentan directamente al hecho formativo que debe presidir todo intento de comunicación, centrando su temática en los aspectos sociales como crítica a la organización del trabajo, la propiedad privada y al principio de autoridad enfrentando grupos sociales, raciales o económicos con base completamente materialista, como también cuestionando la vida familiar, distorsas y giros de mal gusto, la cual en vez de ayudar a construir, lleva a la destrucción de los valores tradicionales de nuestra cultura;

Que es deber del Ministerio de Educación y Cultura, en sus actos y decisiones, velar por la protección y formación de una clara conciencia del niño;

Que ello implica prevenir sobre el uso, como medio de formación, de cualquier

instrumento que atente contra el fin y objetivos de la Educación Argentina, como

asimismo velar por los bienes de transmisión de la Cultura Nacional;

Por todo ello

EL MINISTRO DE EDUCACIÓN Y CULTURA

RESUELVE:

1º) Prohibir el uso de la obra "La Torre de Cubos" de Laura Devetach en todos los

establecimientos educacionales dependientes de este Ministerio.

2º) De forma.

Detalle de Ia ilustración de Gustavo Roldán (h.) para La planta de Bartolo (Buenos Aires, Colihue, 1995)
Detalle de Ia ilustración de Gustavo Roldán (h.) para La planta de Bartolo (Buenos Aires, Colihue, 1995)

Nota de Imaginaria: Las negritas en "ilimitada fantasía" son nuestras. Agradecemos a Laura Devetach el habernos proporcionado el texto de este patético documento.


Elisa Boland (eboland@elsitio.net) es maestra, profesora en Letras y Bibliotecaria. Es especialista en Literatura y Bibliotecas infantiles y en 1996 obtuvo el Premio Pregonero como Bibliotecaria por su labor en la difusión del libro y la literatura para niños. De 1995 a 2000 se desempeñó como Ayudante en la Cátedra de Didáctica de la Enseñanza en Letras de la UNLP. Entre 1990 y 2000 tuvo a su cargo la organización y coordinación de la Biblioteca Infantil que funciona en las Ferias del Libro de Buenos Aires. Fue Presidenta de ALIJA (Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina), entre 1997 y 2001. Desarrolla su actividad docente en el Instituto Superior de Formación Docente Nº 8, de la ciudad de La Plata, a cargo de la Cátedra de Literatura Infantil y Juvenil para la carrera de Bibliotecología. Es miembro del Comité de Dirección de la Revista La Mancha desde 1998. Colabora en diarios y revistas con notas y reseñas bibliográficas: La Nación, Novedades Educativas, Revista Versiones, Revista Latinoamericana de Literatura Infantil y Juvenil y en The Southern Cross, periódico de la comunidad argentino-irlandesa. Es autora del libro Listas bibliográficas sobre literatura infantil y juvenil (Buenos Aires, Ediciones Novedades Educativas, 1998). Durante 2001 fue Coordinadora de Capacitación del Programa Nacional "Creando Lazos de Lectura" de la Conabip (Comisión Nacional Protectora de Bibliotecas Populares).


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Autores: Laura Devetach

Publicaciones: La Mancha N° 14