37 | AUTORES/LECTURAS | 1 de noviembre de 2000

Portada de "Chigüiro, Abo y Ata"Ivar Da Coll

 

Ivar Da Coll: Ilustraciones sobre un ilustrador

Entrevista de Beatriz Helena Robledo

Extraída, con autorización de la autora, de la revista Hojas de Lectura N° 34, editada por Fundalectura (Sección Colombiana de IBBY); Bogotá, junio de 1995.

Quienes no conocen a Ivar Da Coll se imaginan quizás a un extranjero, venido al país producto de algún exilio o un deseo aventurero, quien se ha ido abriendo paso poco a poco en el mundo de las artes. Me atrevo a hacer esta afirmación por comentarios de quienes por primera vez se encuentran con alguno de sus libros. "¿Y él, con ese nombre, de dónde es?", preguntan.

Lejos de la verdad esta apreciación. Ivar Da Coll es un colombiano nacido y criado en Medellín, quien se formó en Bogotá, en el colegio Juan Ramón Jiménez, y quien de extranjero sólo tiene el nombre; de colombiano, su seria preocupación por la creación literaria para los niños y, de universal, su concepción del oficio de ilustrador y ahora de escritor.

Ivar Da Coll es más conocido por sus chigüiros y sus hamamelis que por él mismo. Y es que él tiene la escasa virtud de hacerse conocer más por su trabajo, que por un derroche de su personalidad, virtud ausente en algunos de nuestros autores de literatura infantil. Ivar le teme a la gente y por eso prefiere imaginársela y plasmar en sus personajes lo que la gente hace.

El origen está en los títeres

Sus personajes y sus historias no han nacido de la nada. Su origen se remonta a los títeres. Cuando estudiaba en el colegio entró a formar parte del grupo Cocoliche, dirigido por Julia Rodríguez. La primera obra que montaron fue Los títeres de cachiporra, de Federico García Lorca. Él hacía de don Cristobita el de la Porra. Otra obra que recuerda es El pájaro de fuego, con música de Stravinsky. Ivar diseñaba los muñecos y los vestidos, además de actuar.

"Cuando hacíamos un montaje, analizábamos cada personaje y luego la historia. Discutíamos durante muchas semanas por qué los muñecos eran así, dábamos una interpretación a la historia. Esa estructura del teatro de títeres es la misma de un texto: argumento, personajes, lo que van a decir, qué se va a destacar de cada uno de ellos..."

Ese aprendizaje del oficio de tititritero explica la manera como Ivar trabaja hoy en día: primero crea los personajes y, una vez cobran vida, teje la historia. De ahí que en los títulos de sus libros aparezcan nombres con personalidad propia: Eusebio, Hamamelis, Chigüiro, Miosotis...

En nuestra conversación, Ivar hace los reconocimientos debidos a quien él considera influyó positivamente en su formación:

"Recibí de Julia Rodríguez elementos que me enriquecieron mucho, sobre todo porque Julia tenía un universo que aportar. Luego fuimos dejando los títeres porque nos cambió la vida. Julia se dedicó a la pedagogía y a la teoría. Yo me fui a dar clases a la Universidad Pedagógica."

Y aunque Ivar esté actualmente dedicado de lleno al dibujo y a la escritura, sueña con volver a construir muñecos y darles el soplo vital que los haga actuar como personajes que hablan y se mueven en el escenario. Conserva ese gusto por hacer el libreto, construir los títeres, diseñar el vestuario y la escenografía y finalmente hacer la presentación.

"Tengo la esperanza de que eso no se haya muerto en mí... He pensado incluso en montar algunos de mis cuentos."

De pintor a ilustrador

Pero lo que Ivar quería, en el fondo, era ser pintor. En las vacaciones se dedicaba a pintar, a llenar lienzos. Una vez logró que un amigo le dejara pintar un mural en su casa. Sin embargo, no se convirtió en pintor, sino en ilustrador. ¿Por qué ese destino, que podría parecer un azar en un país en el que no es fácil ni ser pintor ni ser ilustrador?

"Julia empezó a escribir cuentos y poemas. Un día me dijo que por qué no probaba a ilustrarlos. Sin embargo, lo primero que hice fue un libro de texto escolar que, por cierto, me quedó fatal. Cada vez que sale un libro, no me gusta. Después, a algunos les cojo mucho cariño. Así fue como empezó realmente mi carrera como ilustrador. Hice durante mucho tiempo libros de texto, horrorosos todos, sobre todo por presiones de tiempo y exceso de trabajo. Pero creo que de todas maneras ese proceso sirve mucho como escuela. Como en Colombia no hay escuela de ilustradores, ese tipo de trabajo se convierte en la forma en que alguien puede adquirir la práctica del oficio."

Ivar hace otro reconocimiento:

"Silvia Castrillón me dio la gran oportunidad cuando trabajaba en Norma como editoria de libros infantiles. Me llamó porque querían hacer una historia con un personaje de la fauna nacional, pero sin texto. La opción era escoger entre el tucán y el chigüiro."

Ivar escogió el chigüiro y así fue como nació el primero de los seis títulos que conforman la serie: Chigüiro y el lápiz.

Este impulso le permitió empezar a escribir por su propio deseo, ya no por encargo. Así nace la primera de las Historias de Eusebio, Torta de cumpleaños, que escribe primero en verso y luego en prosa. Al mismo tiempo escribe Hamamelis y el secreto y se van gestando Tengo miedo y Garabato.

"Por ese entonces hice llegar Hamamelis y el secreto a Ediciones Ekaré. El primer Hamamelis lo hice allá en Venezuela. Después se me ocurrió Hamamelis, Miosotis y el Señor Sorpresa. Se veía venir la navidad. Recuerdo que cuando yo era niño me impresionaba mucho la navidad. Vivía en Medellín. Mi papá es europeo y mi mamá hija de europeo, por lo que tenía una relación muy cercana con Papá Noel. Esta tradición se enredó con la tradición antioqueña del niño dios. A partir de ese recuerdo escribí El Señor Sorpresa. Lo envié a Venezuela y también aceptaron publicarlo."

Como el esfuerzo continuo y permanente tiene su compensación, y lo que se hace por vocación y convicción da sus frutos, Ivar vivió una época dorada con su libro Tengo miedo. La compañía norteamericana Houghton Mifflin, gran productora de material pedagógico, le encarga la carátula y las páginas interiores de un libro de texto. Al conocer su trabajo, le editan la trilogía de Eusebio en inglés y publican además, por aparte, Tengo miedo en español y a todo color. Ivar recuerda con agrado esa época por lo diferentes y vivos que se ven sus personajes editados como fueron concebidos originalmente, en suaves y diversos colores pasteles.

Después vienen los nuevos libros de chigüiros, los que tienen texto. Éste fue otro encargo de la editorial: necesitaban que el chgüiro hablara. Ivar reconoce que los primeros textos eran muy pesados: era el discurso de un adulto en boca de un niño. Por fortuna no salieron a la luz pública y tuvo la oportunidad de rehacerlos.

"Tengo dos textos que aún no se han publicado: uno se llama Tres amigos (1). Es un libro de humor, muy divertido, sobre eructos, pedos y mocos, y sus personajes son animales. El otro no está terminado del todo, pero todos sus personajes son mujeres. Papá nos hacía colgar en la ventana una media que era llenada de lápices, colores y dulces. Quien llenaba esta media era La Befana, una bruja buena." (2)

Es otra historia que surge del recuerdo de su infancia y es contada en dos tiempos: el de la abuela y el de la niña.

Ilustraciones y palabras

En ese proceso creativo vemos cómo de la mano de las ilustraciones van surgiendo las palabras. El titiritero se convierte en ilustrador y luego va naciendo el escritor, completando la expresión de quien tuvo la doble formación: la de la imagen y la de la palabra, convergiendo ambas en la estructura narrativa. "Siento que he aprendido más a dibujar que a escribir", afirma con la certeza de quien tiene la capacidad de mirarse a sí mismo y autocriticarse.

Para Ivar, la experiencia de creación de cada obra es única y distinta: a veces surge primero la imagen y luego viene el texto. Otras, crea la historia y luego la ilustra. Otras veces es un proceso paralelo.

"En el libro Tres amigos, por ejemplo, hice ambas cosas al tiempo. Es un libro escrito en verso, que se apoya desde su creación en la imagen. En el de La Befana, la intención está en el texto. Tiene todos los elementos del cuento, todo está muy calculado. Está lleno de imágenes literarias. Hay unas dos o tres escenas en las que la ilustración juega un papel muy importante."

Es curioso ver cómo la evolución del proceso creativo que ha vivivdo Ivar Da Coll es semejante al que vive un niño en su apropiación del lenguaje: a medida que crece se va haciendo más complejo. Al preguntarle por qué escribe específicamente para los más pequeños responde, no sin cierta gracia:

"He ido al ritmo de los niños. he ido aprendiendo poco a poco. Claro que me gustaría escribir historias más complejas. Incluso he intentado escribir para adultos. Pero eso es un proceso. A uno le falta mucho por leer, sobre todo leer textos de calidad. Pero también hay otra razón: al escribir para los niños más pequeños hay que ser muy precisos y muy claros. No cabe la divagación. Al lector pequeño no le interesa divagar. Le interesa algo secuencial, que tenga un principio y un fin. Trato de ser claro con las circunstancias."

Su mayor preocupación frente al lector es la precisión. Afirma que tiene muy en cuenta al niño cuando está escribiendo. Revisa muchas veces cada pasaje y, si es necesario, prueba los textos con algunos niños. En eso es extremadamente cuidadoso. Para Ivar la claridad es muy importante, tanto en el texto como en la imagen. Busca además la diversión de quien lee y observa. Si él se divierte y se emociona mientras crea, así debe emocionarse el niño cuando lea.

"Escribir para niños es una cosa muy compleja. Hay que hacer un ahorro de palabras, de divagaciones en todos los lenguajes: en el literario, en el conceptual y en el de la imagen. En este oficio, como en todos, hay que ser profesional. Trato de hacer mi trabajo lo mejor posible a pesar de mí mismo."

Ivar conoce el comportamiento de los niños frente a sus libros. Le impresiona cómo reaccionan a los chigüiros sin texto. Esos personajes tiernos y sencillos suscitan emociones, risas, ternura. Los niños empiezan a verbalizar la historia. Eso es emocionante para el creador de libros para niños, en lo cuales el acierto de la comunicación es esencial. Y eso que para Ivar los chigüiros no son sus hijos predilectos. Él prefiere Tengo miedo y los hamamelis. Frente a estos últimos ha encontrado reacciones encontradas por parte de los pequeños lectores.

Para Ivar Da Coll, ilustrar lo que otros han escrito no es fácil. Tendría que ser una historia maravillosa que lo apasionara mucho para que lo hiciera con gusto, y eso hasta ahora no le ha sucedido. Es distinto con los personajes que él mismo crea, pues le pertenecen y han surgido de su emoción. Pero eso no quiere decir que se niegue a esa posiblidad: "Me encantaría dar con un escritor para niños. Un buen escritor con quien se pueda entablar una amistad y construir en común, no babosadas, sino algo bonito, algo interesante".

Es difícil vivir de la ilustración

El camino hasta ahora no ha sido fácil y a Ivar Da Coll, como a muchos otros ilustradores en Colombia, les toca combinar el trabajo personal y más profundamente creativo, con las obras por encargo o la dedicación a oficios similares que les permitan sobrevivir. Ivar se siente afortunado por trabajar en una revista para niños, la cual le permite la subsistencia y reconoce hallar en los editores cierto apoyo que otros ilustradores no encuentran.

"Es muy difícil vivir de la ilustración en Colombia. Cada vez se están haciendo menos libros para niños, los editores parecen no estar interesados, aunque en una época lo estuvieron. A eso hay que agregar que la elaboración de un libro es algo muy lento. Mientras que se conoce y se difunde, pasa mucho tiempo. Además, las regalías resultan insignificantes."

Esto no significa que en Colombia no haya ilustradores. Ivar reconoce que hay muchos y muy buenos. Hay algunos como Alekos, Ródez y Diana Castellanos, a los que califica de "ilustradores con mayúscula". También se refiere a otros que están surgiendo con creaciones muy buenas, como Ana María Londoño, Michi Peláez, Olga Cuéllar con sus brujas... En fin, existe un grupo de personas preocupadas por la ilustración pero que no encuentran el apoyo de las editoriales.

Para Ivar el problema radica principalmente en la distribución de los libros, lo cual puede matar al editor, al autor y por consiguiente a todo lo que viene detrás. Además, los editores siempre esperan grandes ventas, lo cual hace que sea muy difícil que se arriesguen a hacer un libro sin esa garantía.

Y como escritor, ¿qué piensa Ivar Da Coll de la literatura infantil colombiana?

"He leído varias cosas, algunas con mucha dificultad. porque siento que son libros que enuncian todo el tiempo conceptos que nunca desarrollan. Enuncian en abstracto. Pero incluso la misma historia y los personajes adolecen de poesía, de imaginación, de magia. Se cae muchas veces en textos precarios y cursis. Sin embargo, hay escritores como Fanny Buitrago que escriben con calidez, claridad y sencillez."

Para Ivar el escritor, el futuro de la literatura infantil colombiana no es muy claro, le aterra que este oficio caiga en manos de amas de casa que ya criaron a sus hijos y que, por amor al arte, se dediquen a escribir libros para niños. Con mucha claridad enuncia el problema: "La literatura sí tiene muchas referencias a la vida personal de uno, pero no es la vida personal de uno".

A su juicio una de las causas de ese estancamiento es la falta de una crítica literaria seria que se preocupe por la literatura infantil. Y, curiosamente, reconoce en los maestros posiciones críticas y acertadas, pero, por desgracia, esas opiniones que ellos expresan verbalmente, no se escriben, no se publican ni se difunden. Los maestros tienen un punto de vista importante con relación a la literatura infantil que generalmente no se toma en cuenta.

La conversación continúa al sabor de un delicioso jugo de sandía preparado por él. Un pan árabe con tomate y queso derretido nos devuelve el gusto por las imágenes y los colores.

¿Quiénes lo han influido?

"Cuando pintaba me gustaba Chagall, sus colores y sus figuras poéticas volando. Como ilustrador puedo ubicar influencias en Sendak y Arnold Lobel. Uno no puede negar que ha tenido papás, el que lo niegue es un irresponsable."

Pero en esto de las influencias, como en la vida misma, las proporciones no son de uno a uno. ¿De qué imágenes, de qué palabras, de qué literatura se alimenta Ivar para crear un ser tan tierno e inocente como Eusebio, por ejemplo? Si fuera tan sencillo como preparar el jugo de sandía, uno diría que su espíritu no ha perdido aún la inocencia. Pero el universo de un creador desconcierta y sorprende. A Ivar le gustan las novelas policíacas, sobre todo la novela negra: Chandler, Hammet, Simenon. Le gusta el terror mezclado con lo policíaco. Confiesa su afición por las películas de terror para muchachos. Entre sus libros preferidos están Boy, de Roald Dahl; Doce cuentos misóginos, de Patricia Highsmith y La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera. Libros de adultos, situaciones conflictivas, momentos límites, se mezclan con el espíritu del recuerdo del niño, cuando su madre por las tardes, acostada en la cama, en compañía de sus hijos, les leía. Les leía mucho, libros que tenían dibujos y ellos escuchaban y miraban las imágenes.

De esa amalgama de tiempos superpuestos, imágenes unas quizás desencantadas, otras intensas a la luz del recuerdo, surge la creación. Podríamos continuar desenredando recuerdos, indagando opiniones, explorando en su espíritu, porque Ivar Da Coll, a pesar de su timidez, es un buen conversador cuando entra en confianza, y más aún cuando trata de hablar de su trabajo. Pero toda conversación tiene su fin, sobre todo cuando se trata simplemente de entregar al lector un bosquejo, el más cercano posible, de un ilustrador que a fuerza de trabajo ha ido creando un universo imaginario propio.


Notas de Imaginaria

  1. El libro que, durante la entrevista, Ivar Da Coll nombra como Tres amigos fue editado con el título de ¡No, no fui yo! (Bogotá, Panamericana Editorial, 1998. Colección Que pase el tren).

  2. En este caso se refiere al libro Medias dulces (Bogotá, Grupo Editorial Norma, 1997. Colección Torre de Papel. Serie Torre Roja)


Beatriz Helena Robledo es profesora e investigadora literaria colombiana. Es Magister en Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, centro donde se desempeña como profesora de literatura infantil. En 1996 obtuvo una de las becas de Colcultura con el proyecto de investigación Literatura infantil colombiana: medio siglo de olvido. Es autora de Literatura juvenil, o una manera joven de leer literatura y de la Antología del relato infantil colombiano, obra incluida en la colección Biblioteca Familiar de la Presidencia de la República. En coautoría con Antonio Orlando Rodríguez publicó los libros Por una escuela que lea y escriba y Al encuentro del lector. Bibiblioteca y promoción de lectura. Es Directora General de la Asociación Taller de Talleres, de Colombia.


Artículos relacionados: