32 | BOLETÍN DE A.L.I.J.A. (Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina) | 23 de agosto de 2000

Crónicas del Taller del Discutidor en la Feria del Libro Infantil y Juvenil de Buenos Aires (Segunda Parte)

Continuamos con las Crónicas de Ismael, también llamado "El Discutidor" y capitán del Utopía. Un barco muy bien definido por su capitán: "Una nave de guerra, una nave de paz, una nave que, como una botella en medio de la tempestad, lleva un mensaje de esperanza en tiempos de peste y miseria, de corrupción y castillos donde se consume el tiempo, de feudos y ciudadelas amuralladas." La nave y su tripulación siguen viaje por los mares literarios, encontrando en su camino a gentes extrañas, heroicas y fabuladoras. He aquí la segunda y última parte del relato de la travesía que iniciáramos en la entrega anterior de Imaginaria.

Día octavo

En la Antigüedad se mataba al mensajero que traía malas noticias. En nuestro caso, las buenas nuevas escritas tan sonoramente por Joel Franz, estimulan a la tripulación.

Navegamos el Caribe hacia tierras desconocidas; el Trópico de Cáncer guía la popa y el Ecuador nos sostiene sobre el mapa. Son aguas tormentosas. Bucaneros, corsarios y piratas son dueños de la sal y la espuma, del sol y el viento. En las profundidades del mar que pisamos, hay tesoros sumergidos. Barcos colmados de oro y esmeraldas, que antaño venían del Dorado, yacen en cementerios silenciosos.

Un pabellón negro, seda negra y la cabeza de un muerto, flamea en el castillo de mando de una nave que nos persigue. Es Kair-ed-Din Barbarroja. Lo custodia un león de melena escarlata, tan roja como los rizos de su amo, como el fuego que el pirata enciende en dos bucles de su barba humedecidos en esperma de ballena.

Los cañones lanzan una advertencia estruendosa. El viento obedece al pirata y no podemos avanzar.

Nos aborda el enemigo.

La pericia de Mercedes Mainero aplaca la ferocidad del verdugo. Ella le habla en francés, una lengua que calma la sed del león, y lo subyuga con una historia; la historia de Gustavo Roldán, a quien llaman el hijo. La historia de un tipito que arrojaba piedras al aire convirtiéndolas en estrellas.

El hechizo se cumple y el pirata nos deja partir.

Llegamos a una isla desconocida. Una isla que no figura en las cartas. La isla de los Morochos y Los Tipitos. Son extraños. Me sorprende el modo en que se comunican. Envían cartas que son en realidad pequeños libros, casi mínimos. Libros de poemas con ilustraciones en negro y blanco.

Los niños nos rodean, sienten curiosidad. Mercedes les canta su poesía, la del árbol cuyas hojas volaban. Y Gustavo, a quien llaman el hijo, crea sombras en el papel. Y los chicos sonríen hipnotizados por los colores del negro y el blanco, por los colores de la poesía.

Día noveno

Un huracán caribeño nos empuja hacia el sur y perdemos contacto con parte de la tripulación. Gustavo Roldán, a quien llaman el hijo, y el contramaestre Charly Rodrigues Gesualdi, se adueñan del timón y enfrentan los fantasmas. En el ojo del huracán sobreviven monigotes. Son monigotes que, a pesar de la adversidad, siguen peleando, orientando a los viajeros perdidos, señalando la ruta correcta.

Día décimo: Último día de navegación a los 4237 años del eclipse en Bagdad.

Regresamos a Santa María del Buen Aire. Graciela Cabal cocina en la cocina de la escritura. Es la cocina de la evocación, de los recuerdos de familia, historias que de tan reales son más que fantásticas. La historia del abuelo que se pegó un tiro y que, con el suicidio a cuestas, se ganó la Grande dos veces y se la gastó en París. La historia de los carnavales y el disfraz de vendedora de patos. Los chicos se ríen y disfrutas con estos relatos que, según dicen las buenas normas, no son para niños. Y se me ocurre pensar que tal vez sea peligroso portarse demasiado bien, como la nena del cuento de Saki. Y tal vez ese cuento del contador de cuentos, pueda dar una pista a quienes intentamos contar historias para chicos. Después, Graciela nos habla de las brujas, de los gatos y las historias de sus hijos. Y los chicos agradecen tanta honestidad y tanta gracia y no dan ganas de que esto se termine.

Epílogo

Pueden ustedes llamarme Ismael, aunque mi nombre no sea tal. Soy capitán del Utopía, una nave de guerra, una nave de paz, una nave que, como una botella en medio de la tempestad, lleva un mensaje de esperanza en tiempos de peste y miseria, de corrupción y castillos donde se consume el tiempo, de feudos y ciudadelas amuralladas. El viaje ha terminado. Nuestra es la gloria. Gracias doy a mi tripulación, una tripulación de intrépidos navegantes, hombres y mujeres, locos soñadores que creen que vale la pena luchar por una idea, por un sueño. El Utopía, a pesar de las malditas paradojas y el desaliento, llegó a buen puerto. Nos queda un largo camino por recorrer.

Eduardo González

Eduardo GonzálezEduardo González es Licenciado en Psicología y escritor. Es autor de Cementerio clandestino (Ediciones Colihue, 1998) y también ha realizado colaboraciones para la revista infantil AZ diez.


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