Flotante

De David Wiesner, con ilustraciones del autor. Reseña por Marcela Carranza. En Flotante aquel ojo de la tapa, que bien puede ser el ojo de un pez como una lente fotográfica, nos anuncia el tema que atravesará todo el libro: la mirada, la que nos ofrecen los instrumentos como la lupa, el microscopio y particularmente la máquina fotográfica. Mirada que amplía, captura, reproduce, elige, recorta, muestra desde distintos ángulos, prefiere diversos encuadres; la que puede incluso transgredir las leyes de la razón mediante artilugios que hacen posible el infinito o el viaje en el tiempo.

Flotante
David Wiesner
Ilustraciones del autor.
México, Editorial Océano Travesía, 2007.

 
“La visión pura y simple nos descubre un mundo plano, sin misterios. La visión indirecta es la única vía hacia lo maravilloso. Pero esta superación de la visión, esta transgresión de la mirada, ¿no son acaso su símbolo mismo y algo así como su mayor elogio?”

Tzvetan Todorov

 
En Flotante aquel ojo de la tapa, que bien puede ser el ojo de un pez como una lente fotográfica, nos anuncia el tema que atravesará todo el libro: la mirada. Tema nada inocente en un libro construido exclusivamente a través de imágenes que en su estilo hiperrealista se asemejan tanto a la fotografía. En nuestra cultura “mirar” es sinónimo de “conocer”, y en las primeras ilustraciones hallamos un niño coleccionista, un niño que observa a través de una lupa los animalitos que encuentra en la playa. Coleccionar, mirar, descubrir, conocer.

Pero no se trata de dejarnos engañar por las apariencias. No se trata de intentar capturar la realidad de modo directo, de ocultar el artificio; sino todo lo contrario. En este libro la protagonista es la mirada indirecta, la que nos ofrecen los instrumentos como la lupa, el microscopio y particularmente la máquina fotográfica. Mirada que amplía, captura, reproduce, elige, recorta, muestra desde distintos ángulos, prefiere diversos encuadres; la que puede incluso transgredir las leyes de la razón mediante artilugios que hacen posible el infinito o el viaje en el tiempo.

Flotante “habla acerca de” la fotografía; pero, y esto es aún más interesante, también “habla como” la fotografía remitiendo a su universo de técnicas y posibilidades expresivas.

En la ilustración de tapa observamos un ojo de pez/lente que refleja en su pupila al lente/ojo de la cámara fotográfica. Si se pudiese ampliar la imagen de la cámara y su lente reflejados en el ojo del pez, seguramente podríamos ver al pez y a su ojo que a su vez refleja la cámara fotográfica, y así hasta el infinito. Esto es imposible de representar en términos materiales, pero sí es posible como significado en la mente del lector/observador.

Como ya lo anuncian la ilustración de tapa y el título, en este libro dos grandes universos semánticos se entrecruzan: el mar y la mirada. Un mundo natural, pleno de misterios: el del fondo del mar; y la máquina fotográfica, producto de la técnica y el conocimiento humano.

De manera deliberada los puntos de vista adoptados por la ilustración a menudo sitúan al lector en el lugar del personaje, haciéndolo partícipe del acto de mirar. Así sucede en la primera ilustración luego de la portada. Una imagen anterior en un plano general amplio ya nos había permitido ver la playa y al niño que colecciona animales y objetos abandonados por la marea. La imagen siguiente a la portada es la de un cangrejo ermitaño que ocupa toda la página. Detrás del animalito se percibe un enorme ojo, menos definido, “fuera de foco”.

La ilustración siguiente a doble página ofrece el mismo momento narrativo desde otro punto de vista. En la primera ilustración el lector vive la situación del personaje, la de observar al animalito agigantado por la lupa; en la segunda, el lector ve al personaje y la situación narrada desde cierta distancia. Las dimensiones de los objetos se relativizan según quién o desde qué lugar se este mirando. Ahora el cangrejo es pequeño y es sostenido por el niño en la palma de su mano. La presencia de la lupa explica el agigantamiento de la imagen anterior. El plano general de esta segunda ilustración nos permite conocer el entorno, otros instrumentos destinados a ampliar la mirada, un microcopio y unos binoculares yacen junto al niño.

La estrategia de repetir el mismo instante narrativo en imágenes diferentes por el encuadre y el punto de vista, volverá a ser adoptada en reiteradas ocasiones por el libro.

Pero en Flotante, las ilustraciones no sólo juegan con cambios de este tipo. También el modo en el que se disponen las imágenes en la página, su tamaño, dan cuenta de una propuesta gráfica destinada a producir complejos efectos de lectura. Las ilustraciones pueden ocupar tanto la doble página como una sola —o situarse en cuadros, a la manera de viñetas, en ocasiones sucesivas y en otras superpuestas—, para permitir una secuencia narrativa o bien para ofrecer el detalle de una imagen más amplia. El uso de viñetas nos remite a otros lenguajes narrativos como la historieta o el cine.

Decíamos que los recuadros al estilo de viñetas permitían en ocasiones (no siempre) seguir una secuencia narrativa. Este es el caso del niño que decide abandonar el cangrejo y aproximarse al mar para descubrir otro más grande; dejándose, en su ensimismamiento, sorprender por una ola.

En el momento en el que el niño recoge y observa la cámara subacuática abandonada por el mar en la playa, la página se divide en dos cuadros. Se trata de un cuadro pequeño dentro de otro mayor. A la inversa de lo convencional, la imagen mayor nos ofrece un detalle de la pequeña, incluida en la primera. En el cuadro pequeño vemos al niño en un plano de cuerpo entero sostener la cámara en sus manos. En el recuadro incluyente, se ofrece un primer plano de la cámara. El punto de vista brinda al lector la sensación de ser él mismo quien tiene en sus manos el artefacto. Esto es subrayado por los dedos del protagonista ocupando el lugar de la página que bien podrían ocupar los dedos del niño lector. Si bien ambas imágenes parecen ofrecernos, como en el ejemplo del cangrejo bajo la lupa, el mismo instante narrativo; entre la pequeña imagen del plano general y la imagen detalle de mayor tamaño, ha sucedido un cambio. El niño ha girado la cámara para observar, y dejar observar al lector, la cara con el lente y el sugerente nombre “Melville” acompañados del dibujo de un pulpo. La cámara está cubierta de algas y moluscos. Es un aparato, fruto de la técnica, pero abandonado por la marea. Participa del mundo natural y del humano. Es también un tesoro, una invitación a la aventura, un llamado a adentrarse en el mundo de lo maravilloso.

Viñetas más convencionales permiten acelerar la marcha narrativa en una secuencia donde el protagonista muestra el artefacto a sus padres, consulta al guardavidas, descubre en su interior un rollo de fotografías y se dirige a una tienda para revelarlo. Esta es la única oportunidad en la que otros personajes, fuera del niño, participan del hallazgo.

Luego de reveladas las fotografías el ritmo narrativo se detiene. El niño observa las fotos en cuadros pequeños dentro de un cuadro mayor incluyente. En este último vemos un primer plano del ojo del protagonista, detalle de una de las imágenes incluidas. La sorpresa de la mirada del niño potencia aún más los interrogantes para el lector ¿Qué está mirando el niño? ¿Qué fotografías había en aquel rollo de la misteriosa cámara subacuática?

La imagen siguiente a doble página apenas sufre un desplazamiento respecto a lo esperable desde el verosímil que gobierna al mundo real. Un cardumen de peces rojos similares a la tapa. Pero en ese cardumen un pez muestra sus engranajes; no se trata de un pez normal, se trata de una máquina. Nuevamente el mundo natural y el técnico se entrecruzan. Las siguientes imágenes ocupan sólo una página y lucen un marco blanco haciendo evidente que se trata de las “fotografías” sostenidas por el niño en la ilustración anterior.

Las “fotografías” presentan al lector sorprendentes mundos surrealistas. Al cardumen con el extraño pez mecánico le sigue una familia de pulpos en lo que parece un aburguesado living de sillones tapizados y mesas ratonas. Un pez globo oficiando de globo aerostático para otros peces; tortugas marinas que trasladan en sus caparazones ciudades hechas de caracolas; diminutos alienígenas en lo que asemeja un paseo turístico por el fondo del mar; y gigantescas estrellas de mar erguidas sobre la superficie del agua con islas tropicales en sus lomos.

Esta descripción del mundo submarino a cargo de las metaimágenes (1) ofrece una paradoja respecto al concepto mismo de fotografía.

La fotografía, por un lado, cumple en nuestra cultura una función de documentación, de “prueba de verdad”. Aquello que vemos en una fotografía, se supone, estuvo, fue.

A diferencia del dibujo, de la ilustración, la fotografía “no miente”, ofrece realidad, es racional y científica. O al menos, eso se suele suponer desde el sentido común. Por otra parte la fotografía conserva cierto halo de magia unido a su posibilidad o pretensión de capturar lo real. Es sabido que para algunos pueblos antiguos existía cierto horror ante la imagen fotográfica de una persona, ya que se suponía que la imagen le había robado el alma.

En el libro todas estas “fotografías”, simuladas por el dibujo, dan testimonio de un mundo surreal en aquel espacio inalcanzable y misterioso del fondo del mar. Lo imposible, de este modo, se vuelve probable, real.

Sin embargo la última metaimagen vira en otro sentido y sorprende aún más al protagonista, y quizás también al lector.

Ya habíamos hablado del efecto infinito de la imagen en la tapa del libro. Este efecto, se hace posible mediante la inclusión de una imagen dentro de otra, que a su vez representa la imagen total que la contiene (2). En este caso las imágenes incluidas no son iguales a las incluyentes, pero poseen elementos en común que permiten pensar en una cadena. Hay una especie de mensaje, de comunicación en esta cadena aparentemente infinita donde cada niño sostiene la fotografía de un niño que se ha fotografiado sosteniendo la fotografía de otro niño. Todos ellos junto al mar.

El punto de vista de la imagen y la simulación del efecto del uso de la lupa y luego del microscopio colocan al lector/observador en el lugar del protagonista. Junto con él irá descubriendo los eslabones de la cadena de estas “fotografías” incluidas una dentro de otra.

Las imágenes a color viran hacia el blanco y negro, y luego al sepia. Por fin aparece una última imagen, la de un niño de principios del siglo XX que “nos saluda”. Ya no hay más imágenes incluidas para seguir observando. La cadena de imágenes tiene un comienzo, un primer niño fotografiado junto a la playa.

Si el viaje tiene un comienzo, posiblemente no tenga un fin en su camino inverso. La cadena volverá a ser infinita hacia afuera, cuando el niño tome la decisión de fotografiarse él también junto a la playa sosteniendo la última fotografía. ¿Acaso no se trataba de eso, de una invitación a participar de ese juego misterioso, de ese conocimiento acerca del maravilloso mundo submarino, de ese increíble viaje en el tiempo y en el espacio?

La fotografía pretende capturar lo real, nos permite ver, conocer, aquello sobre lo que no tenemos acceso directo por estar alejado en el espacio o en el tiempo. Es testimonio de una porción de lo real, dándonos prueba de su existencia en el pasado. La fotografía nos muestra lo que fue, pero ya no es. Hace presente el pasado y de este modo actúa como una máquina del tiempo. En su supuesta prueba racional y de verdad supone cierta irracionalidad, cierto conflicto con lo real. Ese pequeño que saluda en una antigua fotografía sepia establece contacto con su observador, está presente en la imagen, es real; al tiempo que ya no lo es, porque o bien ha muerto, o ya se ha convertido en un anciano.

Roland Barthes en su libro La cámara lúcida señala:

“Dándome el pasado absoluto de la pose (aoristo), la fotografía me expresa la muerte en futuro. (…) Tanto si el sujeto ha muerto como si no, toda fotografía es siempre esta catástrofe.” (3)

Como la estrella que vemos en el firmamento debido a la luz que aún viaja hasta nosotros, pero que ha dejado de existir; la fotografía permite una superposición temporal, la coexistencia de opuestos, la simultaneidad de lo que es y de lo que ha dejado de ser.

No debe sorprendernos entonces que el libro de Wiesner proponga a la fotografía como una vía de acceso a lo maravilloso, a lo imposible, a lo que está fuera de razón (4). En Flotante, la fotografía (su simulación por el dibujo) testifica acerca de aquello que está más allá de lo real, de lo racional, de lo posible y de lo conocido.

La escena en la que el niño se fotografía en la playa sosteniendo la fotografía es mostrada a través de un grupo de viñetas donde nuevamente diferentes puntos de vista dan cuenta de la misma escena.

En la página siguiente el lector tiene ante sí la imagen tal como quizás otro niño podrá encontrarla una vez que el nuevo rollo sea revelado y la cadena vuelva a abrirse hacia el infinito en una nueva invitación. Pacto o cadena entre niños que transgrede fronteras espacio-temporales.

El niño regresa la cámara al mar, y varias páginas con viñetas muestran su itinerario al ser arrastrada por animales marinos hacia el fondo oceánico. Durante este itinerario, el libro vuelve a ofrecer imágenes surrealistas, pero ahora no se trata de “fotografías”, sino del paisaje submarino por donde vemos flotar la cámara. (5)

El final en su estructura cíclica permite también pensar en la idea de no conclusividad. Habrá más niños fotografiándose, descubriendo mundos maravillosos, haciendo posible el infinito.


Notas

 
(1). “Definimos metaimagen como la imagen de una imagen. Así como las imágenes representan diferentes objetos (personas, animales, cosas), y al ser una imagen un objeto material (dibujo, cuadro, foto, etc.), existen imágenes que representan imágenes.” En: Alessandría, Jorge. Imagen y metaimagen. Buenos Aires, Instituto de Lingüística, Facultad de Filosofía y Letras, Cátedra de Semiología y Oficina de Publicaciones Ciclo Básico Común, Universidad de Buenos Aires, 1996. Colección Enciclopedia Semiológica. Pág. 13.

(2) Alessandría, Jorge. “El infinito”. En: Op. cit.; pág. 112-115.

(3) Barthes, Roland. La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía. Buenos Aires, Editorial Paidós, 2003. Colección Paidós Comunicación. Pág. 147.

(4) El uso de instrumentos que hacen posible la mirada indirecta como lentes y espejo son señalados por Todorov —haciendo referencia a los cuentos de Hoffmann—, como vías de acceso al mundo maravilloso. En: Todorov, Tzvetan. Introducción a la literatura fantástica. México, Editorial Coyoacán, 1994. Ver cita que introduce esta reseña.

(5) Entre las imágenes del fabuloso viaje, Wiesner se permite una referencia a “La ola” (La gran ola de Kanagawa; entre 1830 y 1833) del pintor japonés Hokusai.

Flotante fue galardonado con el premio Randolph Caldecott Medal 2007, que desde 1938 otorga anualmente en Estados Unidos la Association for Library Service to Children, una división de la American Library Association.


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7 comentarios sobre “Flotante”

  1. Félix Gael Losano Rojas dice:

    A ver que les parece la novedad…


  2. Anonimo dice:

    Hoy lo vi en la escuela a ese libro, me parecio mas que exelente. Se lo recomiendo a todos!


  3. michelle dice:

    Quisiera saber si en Argentina se puede conseguir este libro?
    Gracias


  4. carla dice:

    hola michelle, este libro lo podes conseguir en argentina, lo distribuye editorial oceano


  5. mirian dice:

    A mi hijo de 4 años le compré FLOTANTE, acá en Buenos Aires. Más que un libro es una obra de arte. Fascinante! También tenemos otros 2 de David Wiesner, MARTES y Art y Max. Los recomiendo porque tiene ilustraciones preciosas y originales. Ese género libro álbun me fascina!
    Saludos,
    Mirian Annoni


  6. jazmin dice:

    me encanto el libro lo vi millones de beses y me encanto


  7. Lucía dice:

    Es el libro preferido de mi hijo de 6 años…una maravilla