Dos artículos del libro La aldea literaria de los niños de María Adelia Díaz Rönner

Ofrecemos dos artículos pertenecientes al libro La aldea literaria de los niños. Problemas, ambigüedades, paradojas, de María Adelia Díaz Rönner, recientemente publicado por Editorial Comunicarte. (Córdoba, Argentina, 2011): “El vínculo activo del libro y la escuela” y “El canon literario en la esfera pública”. (Fotografía gentileza del diario La Capital, de Mar del Plata.)
Ofrecemos a nuestros lectores dos artículos pertenecientes al libro La aldea literaria de los niños. Problemas, ambigüedades, paradojas, de María Adelia Díaz Rönner, recientemente publicado por Editorial Comunicarte. (Córdoba, Argentina, 2011):

Imaginaria agradece a Karina Fraccarolli, Directora de Comunicarte, la autorización y facilidades proporcionadas para la reproducción de estos textos.

Además, en la sección “Reseñas de libros” de este mismo número de Imaginaria publicamos el texto preparado por Cecilia Bajour para la presentación del libro, convocada por la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata y Editorial Comunicarte (Mar del Plata, Provincia de Buenos Aires, 24 de mayo de 2012).

Fotografía gentileza del diario La Capital, de Mar del Plata.


El vínculo activo del libro y la escuela

Por María Adelia Díaz Rönner

“Para democratizar la lectura no hay recetas mágicas. Sólo una atención personal a los niños, a los adolescentes, a las mujeres, a los hombres.” Michèle Petit (Nuevos acercamientos a los jóvenes y a la lectura, México, Fondo de Cultura Económica, 1999).

Inequívocamente, desde la escuela es posible hacer el viaje hacia el libro. Para ello, el docente debe reinstalar su compromiso como lector y como estratega pedagógico para el tránsito a la lectura de textos literarios.

Hablar de textos literarios implica navegar el territorio de lo simbólico, de los imaginarios privados y colectivos. También implica sortear los caminos que trazan las palabras y provocar la invención de nuevas rutas. No es azarosa ni pretenciosa la elección de las palabras que traman la literatura y que construyen un discurso específico, bien cargado de figuras y estratagemas para seducir y escandalizar al lector. Dichas palabras poseen aromas, sentimientos, desamores, extravíos, y permiten a docente y alumno intercambiar lo propio y lo nuevo que derrama el texto elegido, es decir, dialogar.

¿De qué modo encaminar la relación de esos tres actores dentro de la escuela? El epígrafe escogido para este breve texto evita caer en la tentación de creer que existen fórmulas mágicas o hechizos perdurables para sostener el vínculo del libro con el docente y el niño.

Desafortunadamente es así. Se podrán ofrecer listas de títulos y de autores, del siglo pasado, del anterior o de este; pero no serán más que una sucesión de líneas sobre el papel si no descubrimos por nosotros mismos qué nos mueven o nos trastornan, qué nos emociona o nos enmudece al tenerlos ante nuestros ojos, tocarlos y olerlos. En tanto y en cuanto ese encuentro no se produzca, no se sabrá o entenderá acerca de qué intentamos hablar aquí, es decir, de libros y de lectores, de los docentes en calidad de mediadores o puentes entre los libros y los niños.

“Ejercer” de lector

Ese mediador docente —maestros, profesores y bibliotecarios de las instituciones educativas— debe tener claro que su postura no es mecánica (no la compilación constante de sus sucesivas listas que sugieren qué leer) ni menos de mera transferencia funcional o administrativa. El docente, desde el principio, debe autodefinirse lector y entender que esa caracterización cuenta como situación de lector en actividad. Por esta razón, podrá constituirse en el estratega, el inductor, el encantador de relatos para niños y conversará en torno de lo leído o de lo sugerido con y por ellos.

Nunca es suficiente reiterar que toda lectura no es inocente, que siempre está atravesada por ideologías —todo texto porta un cúmulo de ideas, de concepciones, de claves a descifrar en acción permanente—. En fin, somos lo que hemos leído: lo transmitido, lo desechado, lo incorporado. Quien media entre el libro y el niño ha tenido que sentir esa curiosa y chispeante sensación de riesgo que lo ha ayudado a convertirse en un miembro inescindible de la historia y de la sociedad, pues los libros nos ubican en el tiempo y en el espacio donde se ha forjado nuestra identidad personal.

Porque el lenguaje operó inicialmente sobre cada uno de nosotros para construirnos en los sujetos hablantes que somos y, también, para auxiliarnos en nuestra relación con el mundo. Y porque, en rigor, del mismo modo es necesario que, de la mano de los escritores, transportemos a los niños a cuestionamientos extremos y a tareas de desplazamiento sobre la lengua —oral y escrita— para permitirnos, en conjunto, abrirnos hacia otros movimientos. Aquí, en este intercambio de prácticas lectoras y de formación de lectores, cruzaríamos las fronteras de lo público y lo privado, de lo íntimo hacia lo universal.

Volver a poblar con “palabras poéticas”

La movilidad de la literatura lleva a tipos diferenciados de lecturas y de lectores. Sin embargo, permanece firme la gestión activada por la lectura en el sujeto receptor, sea niño o adulto, y que podría plantearse del siguiente modo: “Los lectores cazan furtivamente, hacen lo que les place; pero eso no es todo: además se fugan. En efecto, al leer, en nuestra época, uno se aísla, se mantiene a distancia de sus semejantes, en una interioridad autosuficiente […] Se separa uno de lo más cercano, de las evidencias de lo cotidiano. Se lee en las riberas de la vida”. (1)

Luego, debemos buscar la repoblación poética de los otros y de uno mismo desde la práctica lectora que reactiva los imaginarios para que no se congelen, para que no adelgacen, para que no sufran la invasión de la mediocridad mediática ni la atomización del individuo provocada por la feroz tecnología tan de moda.

Esto es posible si los docentes hurgamos dentro de nosotros mismos, cazando aquellos universos simbólicos que, alguna vez, nos sedujeron y nos inquietaron. No los mismos textos de entonces, sino la aventura de “cazar”, de flotar sobre los mundos alternativos propuestos por los escritores, de recrear desde las alternativas ofrecidas por los libros, no desde la reproducción serial e infertilizante.

Tampoco el docente debe sostener la obediencia debida al canon literario escolar que asfixia la posibilidad movimientista que posee el lector ante los textos y que, a menudo, aviva una absoluta resistencia a la lectura. La institución escolar es el espacio de defensa y reactivación de la lectura y de la invención de imaginarios poéticos: la escritura poética de otros, los escritores, y la propia, puesta en juego, se enfrentarán para dialogar y renovar los elementos portados por ambos. Es un campo de batalla (atrevida y fascinante, única y polifónica) donde todos tienen la palabra y la posibilidad de canjearla por otra. Y donde se prefigura un modo de comprender la literatura y su recepción. Con una actitud de franqueza y de honestidad, modestamente, se trata de rehilar lo que hemos mencionado: las prácticas de lo privado y de lo público, y restablecer lo institucional como líder de un acto comunitario, socializador y democrático. El principal factor de una selección atraviesa la revisión por parte del docente de su propia estantería hipotética, plena de autores y de escritores que armaron su individualidad: quizás un Javier Villafañe de Los sueños del sapo, una Laura Devetach de La torre de cubos y Los picaflores de cola roja, una Ema Wolf de La aldovranda en el mercado y Los imposibles, entre otros títulos bien calificados. Traer antologías que permiten, desde un tema establecido, observar las múltiples variables de la invención autoral, y también buscar aquellos bellísimos libros que acercan nuevos escritores e ilustradores de todas partes del mundo.

Esta tarea de búsqueda de libros y de autores proporcionará inefables hallazgos, acaso también reencuentros con algunas incertidumbres que quedaron pendientes. Trabajar con los otros saberes que se obtienen en la escuela; de todo es posible encauzar una práctica productiva y gozosamente significativa. Rever las propuestas existentes para la escritura en el aula nos dará el coraje para intentar estas aventuras con la palabra escrita y con el material escolar de circulación interna. Y hay más, mucho más aún para tomar en cuenta: sólo es válida la decisión política del docente para elegir esta navegación compartida más allá de los vientos que tuercen, a ratos, el mar de nuestras posibilidades. Recordemos que leer y escribir son prácticas sociales y culturales que escenifican nuestro lugar en el mundo y en el tiempo en que vivimos. Caminemos con nuestras palabras surgidas de la tierra y escuchemos el hondo placer de creer con ellas.

Artículo (originalmente) publicado en la revista El Monitor, Año 1, N° 1. Buenos Aires, Ministerio de Educación de la Nación, 2000.

La aldea literaria de los niños. Problemas, ambigüedades, paradojas © María Adelia Díaz Rönner, Editorial Comunicarte, Córdoba, Argentina, 2011. Colección La Ventana Indiscreta / Ensayos sobre LIJ.


El canon literario en la esfera pública

Por María Adelia Díaz Rönner

“Los cocodrilos se entronizaban en las armaduras de sus propios tejidos.” J. G. Ballard

Va y viene, se escurre y se disuelve tonteando como en estado de confianza hasta que regresa ese gesto bien público y contundente que lo re-instala y clava en el mapa cultural junto a otros objetos. Tranquiliza cuando se lo sujeta ahí, por cuanto se oyen voces, más otras huellas y otras voces de la posesión esa y, entonces, se respira conformidad: se ha hecho lo debido, esto es, instaurar un orden. O sea, asegurar lectores frente a escritores, encarar a escritores y lectores hasta que se agoten los lectores y hasta que se desagoten los escritores. Provocar, así, el estallido de las fronteras creadoras hasta la producción de múltiples fracturas en el propio cuerpo de los signos verbales; o dicho de otro modo, hasta conquistar los bordes del silencio, la fortalecida mudez del cuerpo. Otra vez, vencer doblegando el cuerpo verbal en el borde inminente de sus bordes.

Esos movimientos que recalan en el mapa de objetos y los instala con eficacia y acuerdos no son actos propios y desautonomizados realizados a propósito de un juego de centros y de periferias de los cuerpos poblados de palabras, sino el movimiento «civilizador» de las operaciones que producen los dispositivos de construcción de canon literario.

Estimo que con cierta temeridad propuse el título para esta presentación. Cuestión, al fin, que no por vieja deja de constituir un problema menos controversial. Pensar el canon literario en la esfera pública (instituciones educativas, bibliotecas, revistas culturales y suplementos dominicales) es, acentúo, aún el más arduo y mayor generador de polémicas. Más provocativo aún abrir los dispositivos que lo han construido, punzarlos e indagarlos dentro de un campo específico de trabajo, la Literatura Infantil. Confieso que tal temeridad enunciativa me ha permitido recorrer, una vez más, los caminos de cornisa provenientes de las prácticas sociales en estos tiempos tan argentinos y, a partir de ciertos vislumbres, revisar o recomponer con entera modestia y con inquebrantada paciencia las emergencias que esta posición obliga. Mejor, a que este enunciado en torno al canon me ha desafiado.

La fábrica de canonizaciones

Todo canon literario impone una zona de seguridad —sabe abrir y sabe cerrar su perímetro—, y constituye —de este modo debe entendérselo— un accidente histórico, transitorio y mudable. Siempre, es necesario enfatizar, un territorio de riesgos debido a las esterilidades culturales que patrocina.

Recordemos, en primera instancia, que la palabra canon deriva de lo musical y del discurso litúrgico-jurídico hasta recalar en la literatura y que, en ese traspaso ideológicamente significativo, ha activado modelos de escritura y ha consagrado un único modo de pensar el mundo. Es obvio que, al seleccionar o privilegiar un modo único, se excluyen, tronchan y desvían otras figuraciones simbólicas posibles en contra de la diversidad, de la pluralidad de miradas sobre los mismos objetos.

Por más que se diga que implica una operación restrictiva, de ajuste, de selectividad acaso arbitraria, el canon en la literatura en general y en la de los chicos, existe aunque de modos diferentes. Ahora, pues ¿en qué radica la diferencia en el gesto de la canonización?

En principio, establezcamos que no existen instancias de homologación en la construcción canónica de los productos literarios para los adultos y para los chicos. Para estos últimos, el canon inicia una modesta puesta de carácter transgenerativa: de mayor a menor. O sea que el canon produciría, en primer lugar, nada más que una respuesta a la permanencia de libros y de autores de antes (Javier Villafañe, Federico García Lorca, María Granata, Nicolás Guillén, Emilio Salgari, Julio Verne, Horacio Quiroga, María Elena Walsh, Louise May Alcott, en rápida agenda) y a libros y a autores de ahora (J.K. Rowling, Graciela Montes, Graciela Cabal, Gustavo Roldán, Laura Devetach, Elsa Bornemann, también en fluida lista) y, también, la disposición atenta al mercado editorial. No es ocioso remarcar que este último no desdeña estratagema alguna para embaucar a los docentes y para seducirlos hacia la necesidad de comprar/imponer tal o cual libro basado en la urgencia de leer tal o cual texto. (Los suplementos literarios de los diarios de mayor circulación matan y/o resucitan autores y libros, lo “in” y lo “out” a disposición del lector contemporáneo, los bestsellers rankeados. Aunque, advertimos y enfatizamos la diferencia entre la circulación para adultos y para niños, emergen los mediadores (promotores de editoriales que ingresan a las instituciones escolares, por ejemplo, y revistas específicas del campo de la Literatura infantil, a modo de gestores en escala menos pública).

En fin, EL CANON LITERARIO PARA NIÑOS ES UNA RESPUESTA ENTERA E INTRANSFORMADA DE LECTURAS QUE RECUERDAN LOS MAYORES, QUIENES LAS DONAN A SUS HEREDEROS.

Nos detendremos con paciencia moderada sobre qué implica este gesto de donación o transferencia congelada en el tiempo desde la primera lectura por parte del donante mayor a los chicos.

Al parafrasear a Calvino cuando establece que un clásico es aquel libro que no acaba de decirse, iniciaríamos acaso un rumbo posible para esta cuestión tan poco inocente a la vez que tan valiosa en cuanto a las suspicacias interpretativas que sugiere respecto a su recepción.

E introduzco el término de clásico para distinguirlo, es decir, distanciarlo del otro término desconfiable, canónico. Me remito, entonces, al concepto de canon en su costado de operación restrictiva, de clausura, de infertilidad, de forma muda, callada. Mientras que el libro clásico abre surcos, ramales, universos, paisajes, raros, reconocibles, descomunales, y no deja de decirse cada vez que un lector u oyente se acerca o es acercado hasta él, o no deja de vivir con todo su cuerpo o alguna de sus partes, para cada lector de buen apetito. No está cerrado, todo abordaje es tentador porque se ofrece a los ojos interiores de sus lectores y, además, permite que se hable de él con otros. Con un libro clásico aprendemos a tejer nuestros bordes internos y, esencialmente, a comunicarnos.

Entonces, es válido sospechar, recelar de la donación que hemos señalado, pues aquello dado no ha sido el libro tal o cual, sino un modo de transmitir una ausencia, la de la infancia pretérita y, a su turno, de producir / restaurar un deseo, la comunión de los tiempos pasado y presente sobre el sujeto infantil.

En conclusión, asistimos al espectáculo de la cristalización de una INFANCIA única en la inmodesta y extravagante gestión transgenerativa que se construye de “mayor” a “menor”. La reversión de esta situación planteada constituye uno de los objetos centrales de discusión dentro del campo genérico, abierto a nuevas perspectivas disciplinares y sobre lo que se empezó a problematizar, o a ponerla en cuestión, desde los años setenta hasta la fecha.

Este panorama presentado hasta aquí recrudece, se torna más ardiente, menos complaciente cuando se instala en la institución educativa. Reaparecen los sugeridos modos de leer de los sujetos mediadores, aquellos que vinculan el libro a los chicos, bajo disfraces, estratagemas, ardides, dispositivos de índole lúdico en general que les ayuda a reconvertir los objetos de la lectura en elementos de uso. Este pasaje al utilitarismo escolar ha sido señalado ampliamente por distintas voces que apelan a la reflexión acerca de esta faena que distrae de lo legítimamente literario. Lo ha marcado Graciela Montes, por ejemplo, en su artículo «La frontera indómita», incluido en el libro homónimo (2). En torno a la misma cuestión apuntaron los trabajos teóricos de fines de los sesenta de Laura Devetach, y del mismo modo se han pronunciado otros escritores y ensayistas en diversos países de Latinoamérica y Europa.

Porque lo central es la gratuidad o una actividad literaria no impuesta, no coercitiva, que debemos defender, y sobre la que debemos resistir, desde una práctica activada permanente del lector, del selector, del mediador. No me interesa reiterar aquello que ya ha sido pronunciado en encuentros públicos —similares a éste que aquí nos reúne— y también en exposiciones por escrito. Solamente queremos, los que pertenecemos a este campo de estudio tan peculiar, que la Literatura no deje de fluir con sus cuerpos, u objetos, que éstos sigan diciéndose, que no sucumban a torpes maniobras del utilitarismo.

Insisto sobre el combate permanente que los lectores, a partir de sus competencias lingüísticas, deben armar y disponer ante un libro, atender a esa sustanciosa espera del texto literario, y, acaso, rendirse ante sus hendiduras encontradas para recorrer sus intersticios. O sea que mi convite acentúa la tarea de pertrecharse y armarse como esos cazadores furtivos que nombra Michel de Certeau.y reconsiderar a la lectura como construcción de la experiencia en el sentido dado por el español Jorge Larrosa. Algo así como lo formulado por Michèle Petit, “Dejarnos llevar por un texto en lugar de intentar dominarlo siempre”.

Resta, si cabe, reforzar ese gesto de autonomía de la literatura y de los clásicos, que jamás nos satisfacen y que nunca adormecen sus capas textualizadoras, por lo que habilitan una y otra vez nuestros embates lectores. Claro, siempre que no le exijamos que se plieguen a un definitivo modo de leer. Si, por una parte, el canon en las instituciones pudiera regular una circulación de lecturas, no lo tensemos dramáticamente hasta desagotarlo, hasta vaciarlo de sus significancias productivas.

Recordemos que el canon literario en la esfera pública lubrica una versión “oficial” de la Infancia, excediendo su status regulador de los horizontes de expectativas lectoras, y se torna en un aparato coercitivo, despojando, vaciando el cuerpo sabroso de lo legítimamente literario.

Dramáticamente es posible ahora constreñir el título de esta charla modesta, tan minúscula, y adjuntarle un pliegue posible, el de bajo sospecha.

A manera de remate, quisiera leer para ustedes una poesía de un libro de autor clásico: El gallo pinto (1965) [1944],  de Javier Villafañe. Leo, entonces:

“Deja el hacha,
leñador,
que la noche
ya llegó.

Los mirasoles cansados
de tanto mirar el sol,
están buscando la noche
leñador.

Deja el hacha,
leñador,
que la noche
ya llegó.

Por la orilla de la tarde
pasea el grillo su canción,
canta llamando la noche
leñador.

Deja el hacha,
leñador,
que la noche
ya llegó.

Está la primera estrella
sobre los ceibos en flor
bajó trayendo la noche,
leñador.

Deja el hacha,
leñador,
que la noche
ya llegó.”

Gracias.

Ponencia presentada en las Jornadas sobre la literatura infantil y la escuela. Mar del Plata, 22 de junio de 2001.

La aldea literaria de los niños. Problemas, ambigüedades, paradojas © María Adelia Díaz Rönner, Editorial Comunicarte, Córdoba, Argentina, 2011. Colección La Ventana Indiscreta / Ensayos sobre LIJ.


Notas de Imaginaria

(1) Petit, MichèleNuevos acercamientos a los jóvenes y a la lectura. Traducción de Rafael Segovia y Diana Luz Sánchez. México, Fondo de Cultura Económica, 1999. Colección Espacios para la Lectura. Pág. 28.

En el N° 23 de Imaginaria (Buenos Aires, 19 de abril de 2000) publicamos un comentario sobre este libro.

(2) Montes, GracielaLa frontera indómita. En torno a la construcción y defensa del espacio poético. México, Fondo de Cultura Económica, 1999. Colección Espacios para la Lectura.


Artículos relacionados:

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6 comentarios sobre “Dos artículos del libro La aldea literaria de los niños de María Adelia Díaz Rönner”

  1. teresa caballero dice:

    Muy completos los conceptos vertidos.
    Los considero muy valiosos en la lectura a los niños.
    Felicitaciones.
    Teresa


  2. claudio barrientos dice:

    Hola, muy interesantes los artículos de María Adelia Díaz Rönner.
    Hay un pequeño error de tipeo -justamente las letras S y D
    están una al lado de la otra- en la poesía El gallo pinto,
    con la que cierra una de sus charlas la autora.
    Donde dice: los mirasoles candados debe debería decir
    los mirasoles cansados.

    Un gusto encontrarse con cada número de Imaginaria.¡Gracias!

    Claudio


  3. admin dice:

    Corregido el error. ¡Gracias!


  4. Alba Fallas Fallas dice:

    Excelentes artículos para docentes, bibliotecólogos, estudiantes de educación y bibliotecología, padres de familia, para los rectores de los ministerios de educación y de la cultura…para todas aquellas personas que fomentamos la lectura como una de las actividades más edificantes en el ser humano; los libros tienen la magia de ampliar, enriquecer, informarnos, hacernos pasar momentos felisísimos, transrormarnos, de llevarnos al conocimiento y de creer que un mundo mejor es posible.


  5. Jaqueline González dice:

    Hola!! como siempre nos tiene acostumbrados «Imaginaria» publicando un artículo excelente!! la verdad que leer lo que que dijo M.A.Röner es para disfrutar, divulgar, compartir, etc., sobre todo entre quienes somos docentes, amantes del libro y la lectura…para que sigamos fomentamos la importancia que tiene en los niños y jóvenes!!
    Gracias, por seguir difundiendo estos excelentes conceptos de quienes nos maravillan con sus escritos.


  6. Zulma dice:

    Gracias a todos los que hacen Imaginaria por difundir textos de gran calidad y seriedad teórica y crítica, como todo lo que escribió y enseñó María Adelia Díaz Rönner. Muchas personas no pueden acceder a la compra del libro y caen en la ilegal pero típica fotocopia, por ejemplo, los alumnos de los Profesorados tienen ahora una manera simple y económica de alcanzar las lecturas de Díaz Rönner que representarán importantes aportes para la formación profesional de los futuros docentes. Aplaudo la iniciativa.
    Muchas gracias.