El Mago de Oz o el elogio de la diferencia

«El Maravilloso Mago de Oz comenzó siendo una historia que Baum inventó para el entretenimiento de sus hijos y que, por distintas vías, aún sigue suscitando aquella fascinación inicial. Sin lugar a dudas es un clásico infantil. Lejos de indagar en las reacciones y sentimientos de la protagonista o de elaborar forzadas hipótesis sobre sus conflictos, el autor se entretiene en inventar una galería de “grandes” para la perplejidad de los chicos. Ayudado por el género de lo maravilloso, Baum aprovecha para dejar su legado: una visión crítica de la civilización.» Artículo publicado por Claudia López en el Nº 6 de la revista La Mancha. Papeles de Literatura Infantil y Juvenil (Buenos Aires, marzo de 1998).

por Claudia López

En la sección Ficciones de este mismo número finalizamos la publicación por entregas de El Mago de Oz, de L. Frank Baum con las ilustraciones de William Wallace Denslow. Este cierre nos pareció una buena oportunidad para rescatar el artículo de Claudia López que presentamos a continuación. El mismo fue publicado en el Nº 6 de la revista La Mancha. Papeles de Literatura Infantil y Juvenil (Buenos Aires, marzo de 1998). Agradecemos a su autora y a los editores de La Mancha la gentileza de permitirnos su reproducción en Imaginaria.



Un clásico

“—No sé dónde está Kansas, pues nunca había oído mencionar ese país. Pero dime, ¿es un país civilizado?
—Sí, claro —respondió Dorothy.
Eso lo explica todo. En los países civilizados, si no me equivoco, ya no quedan brujas, ni magos, ni hechiceras, ni encantadores. Pero el país de Oz nunca ha sido civilizado, ¿sabes?, pues estamos incomunicados con el resto del mundo. Así es que seguimos teniendo brujas y magos entre nosotros.”

El Maravilloso Mago de Oz, la novela de L. Frank Baum publicada a principios del siglo pasado (el 15 de mayo de 1900 para ser exactos), se convirtió rápidamente en un éxito comercial (la primera edición de 10.000 ejemplares se agotó en una semana) y casi a la misva velocidad en un clásico. Esto es, no fue necesario el moroso juicio de la historia para que su lectura se volviera productiva. El propio Baum continúó la saga narrativa de Oz con catroce libros, adaptó la novela a una comedia musical que permaneció en cartel 9 años (de 1902 a 1911) y creó con un grupo de amigos la “Oz Film Company” dedicada a la proudcción de películas sobre la serie. En 1925, Hollywood produjo la versión muda de El Mago de Oz, con Larry Semon y Oliver Hardy, y en 1939, la versión musical con Judy Garland. El mundo de Oz resultó en más de un sentido “maravilloso” ya que, muerto su demiurgo, se prolongó en alrededor de cuarenta títulos y sedujo con las mismas armas a niños y adultos. Desafío del que no muchas de las obras destinadas para chicos suelen salir airosas.

El Maravilloso Mago de Oz comenzó siendo una historia que Baum inventó para el entretenimiento de sus hijos y que, por distintas vías, aún sigue suscitando aquella fascinación inicial. Sin lugar a dudas es un clásico infantil. Como tal, presenta algunas estrategias comunes a otros: protagonista niña que actúa como centro de los procesos de identificación de los lectores, búsqueda de un equilibrio entre mundo adulto e infantil a partir de la convivencia de ambos en el universo del texto elección de un narrador observador que se mantiene equidistante y utilización del humor para distender las sobrehumanas tareas del héroe y las crueldades que depara la aventura.

La novela se inscribe en uno de los géneros de ficción predilectos de los que escriben para chicos: lo maravilloso. Ya en el prólogo Baum enuncia una posible genealogía: “El folklore, las leyendas, los mitos y los cuentos de hadas han acompañado a la infancia a través de todos los tiempos (…) Las hadas aladas de Grimm y Andersen han proporcionado más felicidad a los corazones infantiles que cualquier otra creación del género humano.” Frente a esta literatura, Baum sitúa su novela como un relato maravilloso “moderno”. El cambio que establece con respecto a la tradición consiste en la eliminación del horror, las situaciones escalofriantes y las pesadillas “que los autores imaginaban para resaltar la pavorosa moraleja de cada cuento”. Define la propia modernidad de su literatura como entretenimiento en oposición a la educación fuertemente moralista que recibían los chicos a principios de siglo. Aunque el Bien y el Mal tienen sus lugares en la cartografía del mundo de Oz, la lucha queda encuadrada en la lógica del género. Besos en la frente, zapatitos de plata y un gorro dorado son la tecnología necesaria para la salvación. Sin embargo, como toda la literatura para chicos generada en esa época, el texto no escamotea la enseñanza. Se podría decir que la conducta preferida por Baum es el cuestionamiento de las apariencias y de los lugares comunes sobre los que descansa la ética de sus contemporáneos. Desde esta “contramoral” Baum comete algunos “deslices”: asesinatos, abusos de poder y otras pesadillescas miserias humanas.

Lejos de indagar en las reacciones y sentimientos de la protagonista o de elaborar forzadas hipótesis sobre sus conflictos, el autor se entretiene en inventar una galería de “grandes” para la perplejidad de los chicos. Ayudado por el género de lo maravilloso, que impone un verosímil totalmente alejado del mundo posible de los lectores, Baum aprovecha para dejar su legado: una visión crítica de la civilización. Civilización en la cual, al decir de la Bruja del Norte, “ya no quedan brujas, ni magos, ni hechiceras, ni encantadores.” Civilización que, en contraste con el País de Oz, se proyecta hacia la comunicación y el pragmatismo. Creo que es por este camino por donde se puede encontrar una de las claves que expliquen la actualidad de su lelctura.

Ilustración de W.W. Denslow para El Mago de Oz.

El pasaje

“…y deslizamos sobre el mundo una mirada que ni siquiera ve la alegría en aquellos pocos lugares donde todavía queda, una mirada que ya no reconoce más que lo negruzco, lo blancuzco y una infinidad de grisáceos, una triste mirada daltónica o de animal. (…)”

Elogio de la diferencia. Vladimir Volkcoff.

Mi recuerdo más lejano de la novela se asocia con los colores, concretamente con el pasaje del blanco y negro del comienzo a los colores de la aventura tras el vértigo del ciclón. Me sigue resultando inquietante como la primera vez esta forma ya clásica, sobre todo en el cine, de subrayar el ingreso en otro orden, más sugestivo y vital que el conocido y gris mundo de todos los días.

Antes de empezar su peripecia, la realidad de la protagonista se presenta así: “Cuando Dorothy miraba a su alrededor desde el umbral de su casa, sólo podía ver la enorme pradera gris por todos lados. Ni un árbol ni una casa rompían la monotonía de la llanura, que parecía tocar el cielo en todas las direcciones. El sol había recocido la tierra arada hasta convertirla en una masa gris, surcada de grietecillas. Ni siquiera la hierba era verde, ya que el sol había quemado las puntas de las briznas hasta volverlas del mismo tono gris que se veía por todas partes. En una ocasión habían pintado la casa pero el sol agrietó la pintura y las lluvias se la llevaron, y ahora la casa parecía tan triste y gris como todo lo demás.”

Dos adultos completan el apagado marco inicial de la niña: tía Em y tío Henry: “Cuando tía Em se fue a vivir allí, era una mujer joven y guapa. El sol y el viento la habían cambiado a ella también. Habían apagado el brillo de sus ojos y los habían dejado de un sombrío color gris, se habían llevado el rojo de sus mejillas y de sus labios, dejándolos grises también. Ahora estaba delgada y demacrada, y nunca sonreía (…)” “Tio Henry no se reía nunca. Trabajaba duramente de la mañana a la noche y no sabía lo que era la alegría. Él también era gris, desde su larga barba hasta sus toscas botas; tenía una mirada severa y solemne, y rara vez hablaba.” De ese mundo, sólo Totó podrá salir junto con la pequeña protagonista. Algo de su caracterización inical lo convierte en el elegido. “Totó era quien hacía reír a Dorothy, e impidió que ella también se volviese gris como todo lo que la rodeaba”.

El color gris, definido por Kandinsky como “la quietud sin consuelo”, señala el momento anterior al viaje. Un gris devastador ha borrado la juventud de la mujer y ha apagado la voz del hombre. Equilibrio entre el silencio inmenso del blanco y la tristeza sin porvenir del negro, el gris actúa en el escenario de la novela unificando paisaje con personajes hasta borrar todo rastro de alegría y de diferenciación. Todo es igual, nada es mejor para los ojos de Dorothy tan aburrida del laborioso y rutinario mnundo de sus tíos como Alicia de la lectura monótona de un libro sin imágenes. Es necesario que suceda un cataclismo y es necesario abandonarse a él, este parece ser el axioma que mueve a los héroes y los define como tales. Mientras tía Em y tío Henry logran refugiarse, Dorothy se desprende de Kansas junto con su mascota e ingresa por fin en el multicolor mundo de Oz.

Aunque le pese a Baum, la novela debe mucho de su éxito al trabajo de su ilustrador William Wallace Denslow. Famoso diseñador de tapas de revistas y libros se embarca, a pedido del escritor, en la producción de Padre Ganso que en 1899 se convierte en el libro infantil más vendido del año. Este trabajo madura una verdadera pareja de autores que, a pesar de celos y rivalidades (o quizás por ellos), hará posible la magistral conjunción de texto e imágenes que es El Maravilloso Mago de Oz. Denslow interpreta la teoría de los colores de Baum y la refuerza en cada una de las cien ilustraciones y en las veinticuatro láminas a tres colores.

Antes de llegar a destino, los personajes principales atraviesan el azul país de los Munchkins, el amarillo de los Winkies y el rojo de los Quadlings. Con estos colores primarios llegan a la verde Ciudad Esmeralda (mezcla de azul y amarillo).

El ciclón deposita a Dorothy en una región prodigiosa: árboles cargados de sabrosas frutas, pájaros de plumajes exóticos, verdes riberas, macetas con vistosas flores y seres pequeños pero adultos vestidos de azul: los munchkins. El azul invade las páginas desde el capítulo II hasta la mitad del VII. En trazos de este color hacen sus apariciones el Espantapájaros, el Leñador de Hojalata y el León Cobarde. El azul, color de la profundidad, produce un movimiento centrípeto “como un caracol que se introduce en su caparazón”, explica Kandinsky en su libro De lo espiritual en el arte. Como una continuidad de los efectos del ciclón, el azul subraya el hecho de que la aventura es sólo de Dorothy y Totó, que atrás quedaron tía Em y tío Henry, En azul se ilustran, también, las historias íntimas de los compañeros de ruta de la niña.

El sendero de ladrillos que deberán seguir los viajeros es amarillo. Color de la intranquilidad pero también de la estimulación. La intranquilidad de algo necesario que falta (un cerebro, un corazón, una familia) y la esperanza de poder encontrarlo. Tradicionalmente considerado la expresión cromática de la locura y del delirio, el amarillo es el trazo vertebral de lo maravilloso. Seguir el camino amarillo es una orden de la Bruja del Norte que Dorothy no puede cuestionar. A diferencia del azul, el amarillo produce un movimiento centrífugo e irradia energía. Mientras que las desviaciones y los accesos laterales encierran los episodios más peligrosos de la novela y los diálogos más confesionales, el sendero amarillo actúa justamente como alerta, como señal de movimiento, de puesta en camino.

El rojo tiene dos apariciones: en los campos de amapolas donde casi perece el León Cobarde y en el país de los Quadlings donde se cumple finalmente el sueño de Dorothy. Asociado justamente a la muerte y al deseo, Denslow pinta de rojo las últimas páginas del libro y Baum premia con un final feliz la inagotable y obstinada perseverancia de la protagonista.

En contraste con el gris de Kansas, formado por dos colores que no tienen ni movimiento ni fuerza activa, Ciudad Esmeralda es verde. Al decir de Kandinsky el verde “posee una vitalidad que está absolutamente ausente en el gris ya que acechan el amarillo y el azul como potencias latentes”. El gris y el verde, entonces, actúan como polos y acompañan desde las imágenes un texto que pasa del realismo a lo maravilloso y que insiste continuamente en sus diferencias. (Contrariamente a lo que sucede en la obra de Lewis Carroll, aquí la referencia a Kansas como punto de regreso y marco general de la novela nunca se abandona).

Ilustración de W.W. Denslow para El Mago de Oz.

La sociedad nómade de Dorothy

“—Y entonces yo no conseguiría mi cerebro —dijo el Espantapájaros.
—Ni yo conseguiría mi valor —dijo el León Cobarde.
—Ni yo conseguiría mi corazón —dijo el Leñador de Hojalata.
—Ni yo volvería a Kansas —dijo Dorothy.
—Está claro que debemos llegar a Ciudad Esmeralda…”

Los escritores para chicos están sujetos a determinadas operaciones que se les imponen debido a la distancia temporal que los separa de sus lectores. Esta insalvable asimetría hace que las decisiones más vitales para el texto, como lo son la relacionadas con la referencialidad y el código, tengan que ver con fuertes construcciones de lo que es un chico, un adulto y del sentido de la literatura que los relaciona. El escritor ha vivido más tiempo y más mundo que sus lectores y cuenta, del mismo modo, con una enciclopedia de lecturas más amplia. A partir de estas diferencias construye su ficción, en la que jugará un papel importante la visión de mundo que tenga como adulto y que funcionará como una especie de herencia o capital simbólico para sus futuros lectores.

La visión de mundo de Baum se centra en los contrastes. Su particular representación cromática se corresponde con una copiosa variedad de personajes, lugares, leyes y comportamientos adultos.

En el principio está Kansas. Con su realismo gris y sus tíos colonos. Hombres que trabajan duramente de la mañana a la noche pero no saben lo que es la alegría. Mujeres envejecidas por las tareas domésticas que se extrañan de las risas infantiles. Luego del cataclismo está el territorio de Oz, el ingreso en el subgénero que Todorov define como “lo maravilloso exótico”. Flores, pájaros, ciudades de barro y de esmeraldas, hombrecitos azules y damas de porcelana, brujas malas y buenas, ríos y precipicios, luz y sombras. Si Kansas era gris, el País de Oz es multicolor. Si Dorothy era la pasiva espectadora de un mundo opaco, en la tierra de Oz es la heroína salvadora. En un paisaje que se metamorfosea a cada paso y que está en las antípodas de la monótona planicie familiar, Dorothy disfruta de los bailes y las risas de los adultos, pero también conoce sus miedos y limitaciones. Como corolario y sobre el final del viaje, se revelan los trucos del “poderoso” Oz: el Grande y Terrible Mago, a quien todos temen y veneran, no es más que el Grande y Terrible Farsante.

Pero donde mejor se evidencian las paradojas del comportamiento humano es en los compañeros de ruta de la niña. En la construcción del Espantapájaros, el Leñador de Hojalata y el León Cobarde, Baum despliega una cosmovisión más sutil, paródica y reflexiva que en el resto de los personajes.

Vladimir Volkoff en su libro El elogio de la diferencia, establece dos tipos de diferencias: las verticales y las horizontales. Las primeras implican todas las relaciones asimétricas donde se establecen diferencias de grado, con sus consiguientes privilegios: nobles y plebeyos, reyes y súbditos, gobernantes y gobernados, ricos y pobres. Las segundas abarcan relaciones de diferenciación que no implican superioridad: hombres y mujeres, judíos y cristianos, blancos y negros. Analiza los devenires históricos de algunas de estas relaciones y desarrolla su hipóteis. Según Volkoff, la incapacidad de aceptar y vivir las difrencias horizontales hacen que estas se transformen en verticales. En este sentido advierte sobre la necesidad de pensar y defender las particularidades individuales y culturales deterioradas por las luchas en el terreno de la igualdad de derechos.

La lectura del libro de Volkoff permite profundizar alrededor de la curiosa sociedad nómade de la novela de Baum. Los cuatro caminantes tienen una necesidad que los iguala y que articula linealmente el desarrollo de la trama. Cada uno tiene una historia particular y busca un porvenir. Y es desde esta horizontalidad desde donde pueden compartir sus diferencias.

El Espantapájaros es una creación inútill. Una máquina abandonada a su fracaso que se dedica a la contemplación y que piensa que no puede pensar. “Yo no sé nada” le confiesa a Dorothy y uno podría completar el platónico enunciado. Paradójicamente, esta cabeza de paja será el caminante analítico y lógico y el pretexto para que Baum abra el complejo tema de la inteligencia. Algunas perlas sobre la cuestión nos llegan de boca del narrador (“En cuanto al Espantapájaros, como no tenía cerebro, avanzaba en línea recta…”), otras, se reservan para los diálogos (“…yo pediré un cerebro en vez de un corazón, ya que un tonto no sabría qué hacer con un corazón si lo tuviera”).

El Leñador de Hojalata también es una máquina, sólo que alguna vez fue hombre. Conversión lenta y paulatina que dejó en el camino un corazón enamorado pero que no pudo borrar los recuerdos. Curiosamente, estos recuerdos lo conmueven hasta las lágrimas y los profundos gemidos. Hace tiempo que grita su pena en el bosque pero nadie se acerca a consolarlo (¿quién es más insensible en este drama?). Siempre al borde de la parálisis, el Leñador de Hojalata, dice el narrador, “sabía muy bien que no tenía corazón y por lo tanto se cuidaba mucho de ser jamás cruel o poco amable con otros seres”.

El León no tiene pasado, es lo que se espera que sea: el Rey. Sólo que es un rey cobarde. Este personaje, como los anteriores, plantea el juego entre apariencia y realidad pero en este caso se acentúa el conflicto ya que “León Cobarde” es vivido como una imposibilidad. A diferencia de otros poderosos (si no queremos salir del texto pensemos en el propio Oz), esta especie de último emperador tiene la valentía de buscar resolver el oxímoron.

He tratado de responder a la obra de Baum, de inscribir un eco que lo actualice y también he tratado de festejar lo que Volkoff llama “la alegría de la diferencia”. El Maravilloso Mago de Oz es uno de mis más antiguos clásicos. Debe ser por aquello que dijo Italo Calvino: “Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él”.

Ilustración de W.W. Denslow para El Mago de Oz.


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Reseñas de libros: El Mago de Oz, de L. Frank Baum.

4 comentarios sobre “El Mago de Oz o el elogio de la diferencia”

  1. Commedia dice:

    Enhorabuena por vuestra iniciativa de publicar esta magnífica edición. Después de Pinocho y El Mago de Oz, el listón queda muy alto.


  2. Evelyn dice:

    Mi favorito desde los ocho años, no pierde su encanto y casi treinta años más tarde lo sigo releyendo.


  3. Elena dice:

    Es fantásico poder disfrutar de esta joyita, como disfruté Pinocho. Gracias por la tarea que están llevando a cabo al acercarnos estos recuerdos de nuestra infancia. Lástima que al querer seguir la saga, me encontré con traducciones «a lo Tarzán», imposibles de conservar para nuestros hijos.
    Por eso, una vez más mi agradecimiento y mis sinceras felicitaciones.


  4. Solaito dice:

    Valla, Este libro me encanto, no habia tenido la posibilidad de leerlo lo leei y me encanto ¡Gracias por publicarlo!