El Mago de Oz. Capítulos 19 y 20

«El Espantapájaros, que encabezaba el grupo, descubrió por fin un árbol de ramas tan extendidas que todos podrían entrar por debajo. Caminó entonces hacia el árbol, pero al llegar debajo las primeras ramas se inclinaron y lo envolvieron, y en un instante fue alzado y arrojado de cabeza entre sus compañeros.» Continuamos con la publicación de El Mago de Oz, de L. Frank Baum, con las ilustraciones de su primera edición, por William Wallace Denslow, y traducción de Marcial Souto.

Por L. Frank Baum
Ilustraciones de William Wallace Denslow
Título original: The Wonderful Wizard of Oz
Traducción de Marcial Souto
© Marcial Souto, 2002, 2010

Capítulo 19
Atacados por los árboles

A la mañana siguiente Dorothy se despidió con un beso de la hermosa niña verde y todos estrecharon la mano del soldado de barba verde, que los había acompañado hasta la puerta. Cuando el Guardián de las Puertas los vio de nuevo, no logró entender por qué dejaban la hermosa ciudad para meterse en nuevos problemas. Pero les sacó enseguida las gafas, que volvió a guardar en la caja verde, y les deseó mucha suerte en el viaje.

—Tú eres ahora nuestro rey —le dijo al Espantapájaros—, así que debes regresar lo antes posible.

—Eso haré si puedo —respondió el Espantapájaros—. Pero antes debo ayudar a Dorothy a volver a su casa.

Cuando la niña se despidió por fin del bonachón Guardián, le dijo:

—Me han tratado con mucha cordialidad en este adorable sitio, y todos han sido buenos conmigo. No puedo decirte cuán agradecida estoy.

—No es necesario, querida —dijo el Guardián—. Nos habría gustado tenerte con nosotros, pero si tu deseo es volver a Kansas, ojalá encuentres el camino.

Luego abrió la puerta del muro exterior, y los cuatro amigos salieron iniciando el viaje.

El sol les dio con fuerza en la cara cuando miraron hacia el País del Sur. Estaban todos muy animados, y reían y conversaban. Dorothy se sentía otra vez muy esperanzada de regresar a casa, y el Espantapájaros y el Leñador de Hojalata estaban muy contentos de poder ayudarla. El León olfateó encantado el aire fresco y movió la cola de un lado a otro, tan alegre se sentía de estar otra vez en el campo, mientras Totó corría alrededor persiguiendo mariposas, ladrando de felicidad.

—La vida de ciudad no es para mí —observó el León, caminando deprisa—. He perdido mucho peso mientras vivía allí, y ahora estoy impaciente por que aparezca la oportunidad de demostrar a los demás animales todo el coraje que he adquirido.

Se volvieron y echaron una última mirada a la Ciudad Esmeralda. Todo lo que vieron fue una masa de torres y agujas detrás de los muros verdes, y allá arriba, asomando por encima de todo eso, los chapiteles y la cúpula del Palacio de Oz.

—Después de todo Oz no era tan mal mago —dijo el Leñador de Hojalata al sentir los latidos en el pecho.

—Supo darme un cerebro, y un muy buen cerebro —dijo el Espantapájaros.

—Si Oz hubiera tomado una dosis del mismo coraje que me dio a mí —agregó el León—, habría sido un hombre valiente.

Dorothy no dijo nada. Oz no había cumplido lo que le había prometido, pero había hecho todo lo que estaba a su alcance, y la niña le perdonó. Como el mismo Oz había dicho, él era un buen hombre, aunque fuera un mal mago.

El viaje del primer día transcurrió entre los campos verdes y las flores brillantes que circundaban la Ciudad Esmeralda. Durmieron esa noche en el césped, tapados sólo por el manto de estrellas; fue un sueño verdaderamente reparador.

Por la mañana caminaron hasta llegar a un bosque espeso.

Era imposible rodearlo, pues parecía extenderse a ambos lados hasta el límite de la visión, y además no se atrevían a cambiar de dirección por miedo a perderse. Buscaron entonces el sitio más fácil para entrar en el bosque.

El Espantapájaros, que encabezaba el grupo, descubrió por fin un árbol de ramas tan extendidas que todos podrían entrar por debajo. Caminó entonces hacia el árbol, pero al llegar debajo las primeras ramas se inclinaron y lo envolvieron, y en un instante fue alzado y arrojado de cabeza entre sus compañeros.

El Espantapájaros no se hizo daño, pero se sorprendió, y parecía un poco mareado cuando Dorothy lo levantó.

—Aquí hay otro espacio entre los árboles —gritó el León.

—Dejadme probar a mí primero —dijo el Espantapájaros—, porque yo no me lastimo aunque me tiren.

Mientras hablaba caminó hasta otro árbol, pero las ramas lo envolvieron y lo lanzaron hacia atrás.

—Es extraño —exclamó Dorothy—. ¿Qué podemos hacer?

—Parece que los árboles han decidido atacarnos e impedir nuestro viaje —observó el León.

—Me parece que voy a probar yo —dijo el Leñador, y echándose el hacha al hombro marchó hacia el primer árbol que tan rudamente había tratado al Espantapájaros. Cuando la rama se inclinó para atraparlo, el Leñador le dio un hachazo tan fuerte que la cortó en dos. Instantáneamente, el árbol comenzó a sacudir todas las ramas, como si sufriera fuertes dolores, y el Leñador de Hojalata pasó cómodamente por debajo.

—¡Vamos! —gritó a los demás—. ¡Rápido!

Todos corrieron pasando por debajo del árbol, sin sufrir el menor daño; todos menos Totó, que fue atrapado por una pequeña rama y sacudido hasta que aulló. Pero el Leñador cortó enseguida la rama y liberó al perrito.

Los otros árboles del bosque no hicieron nada para detenerlos, así que los viajeros llegaron a la conclusión de que sólo los árboles de la primera hilera podían inclinar las ramas, que tal vez eran los policías del bosque, depositarios de ese maravilloso poder para impedir el ingreso de extraños.

Los cuatro amigos caminaron con comodidad hasta que llegaron al otro extremo del bosque. Allí, sorprendidos, se encontraron con que un alto muro les cortaba el paso; un muro que parecía de porcelana blanca. Era liso como la superficie de un plato, y más alto que sus cabezas.

—Y ahora ¿qué hacemos? —preguntó Dorothy.

—Yo fabricaré una escalera —dijo el Leñador de Hojalata, pues sin duda tenemos que pasar al otro lado del muro.

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Capítulo 20
El delicado País de Porcelana

Mientras el Leñador hacía una escalera con madera que encontraba en el bosque, Dorothy se echó a dormir, pues estaba muy cansada de la larga caminata. El León también se acurrucó, y Totó se acostó a su lado.

El Espantapájaros miró cómo trabajaba el Leñador, y dijo:

—No entiendo por qué está aquí este muro, ni de qué está hecho.

—Descansa el cerebro y no te preocupes por el muro —respondió el Leñador—; cuando podamos subir sabremos qué hay del otro lado.

Después de un tiempo la escalera quedó lista. No parecía muy bien terminada pero el Leñador de Hojalata estaba seguro de que era resistente y de que serviría para sus necesidades. El Espantapájaros despertó a Dorothy, al León y a Totó, y les dijo que la escalera estaba lista. El primero en subir fue el Espantapájaros, pero era tan torpe que Dorothy lo tuvo que seguir de cerca para que no se cayera. Cuando asomó la cabeza por encima del muro, el Espantapájaros dijo: —¡Dios mío!

—Sigue —exclamó Dorothy.

El Espantapájaros siguió otro poco y se sentó en la cima del muro, y Dorothy levantó la cabeza y gritó:

—¡Dios mío! —Lo mismo que el Espantapájaros.

Luego subió Totó, que se puso a ladrar inmediatamente, pero Dorothy lo hizo callar.

El siguiente en subir por la escalera fue el León. El último en hacerlo fue el Leñador de Hojalata. Los dos gritaron “¡Dios mío!” al asomar la cabeza por encima del borde. Cuando estuvieron todos sentados en hilera en la cima del muro, miraron hacia abajo y vieron una extraña escena:

Ante ellos se extendía una inmensa comarca, cuyo suelo era tan liso, brillante y blanco como el fondo de un enorme plato. Desparramadas por todas partes se veían muchas casas totalmente hechas de porcelana y pintadas con los colores más vistosos. Eran casas muy pequeñas, pues la mayoría apenas llegaría a la cintura de Dorothy. Había también pequeños y bonitos graneros, rodeados por cercas de porcelana, y se veían grupos de vacas, ovejas, caballos, cerdos y gallinas, todos hechos de porcelana.

Pero lo más extraño de todo era la gente que vivía en ese curioso país. Había lecheras y pastoras con jubones de colores vivos y puntos dorados en el resto de la ropa; y princesas con suntuosos vestidos plateados y dorados y rojos; y pastores vestidos con pantalones hasta la rodilla, rayados en rosa, amarillo y azul, y con hebillas en los zapatos; y príncipes con coronas enjoyadas, vestidos con mantos de armiño y jubones de raso; y divertidos payasos con túnica y collar, redondas manchas rojas en las mejillas y gorro terminado en punta. Y, lo más extraño de todo, esas personas estaban hechas de porcelana, incluso las ropas, y eran tan pequeñas que la más alta apenas le llegaría a Dorothy a la rodilla.

Al principio nadie se dignó siquiera mirar a los viajeros, fuera de un rojo perrito de porcelana, de cabeza muy grande, que fue hasta el muro y ladró a Totó con una vocecita y luego se alejó corriendo.

—¿Cómo haremos para bajar? —preguntó Dorothy.

Descubrieron que la escalera era tan pesada que no la podían subir, y entonces el Espantapájaros saltó del muro y los demás le fueron saltando encima para no lastimarse. Naturalmente, se preocuparon de no caerle en la cabeza y clavarse los alfileres en los pies. Cuando estuvieron todos abajo sanos y salvos, levantaron al Espantapájaros, cuyo cuerpo estaba bastante aplastado, y dieron forma de nuevo a la paja.

—Debemos cruzar este extraño lugar para llegar al otro lado —dijo Dorothy—, pues no sería muy acertado ir en una dirección que no sea el sur.

Echaron a andar por el país de gente de porcelana, y lo primero que encontraron fue una lechera de porcelana ordeñando una vaca de porcelana. Al acercarse ellos la vaca lanzó de pronto una coz y derribó el banco, el balde y hasta a la misma lechera, que cayeron en el suelo de porcelana con gran estrépito.

Dorothy se horrorizó al ver que la vaca se había quebrado la pata casi al ras del cuerpo, y que el balde estaba desparramado en pequeños pedazos, mientras que a la pobre lechera la faltaba un trocito de porcelana en el codo izquierdo.

—¡Mirad! —gritó la lechera, furiosa—. ¡Mirad lo que habéis hecho! Mi vaca se ha roto una pata y tendré que llevarla a que se la peguen. ¿Por qué venís y asustáis a mi vaca?

—Lo siento mucho —le respondió Dorothy—. Por favor, perdónanos.

Pero la bonita lechera estaba demasiado enfadada para responder. De mal humor recogió la pata y se fue con la pobre vaca, que cojeaba a tres patas. Mientras se alejaba, apretando el codo mellado contra el costado del cuerpo, la lechera lanzó por encima del hombro varias miradas de reproche a los torpes extranjeros.

Dorothy estaba muy apenada por ese accidente.

—Tenemos que ser muy cuidadosos en este sitio —dijo el Leñador, que tenía muy buen corazón— para no dañar irremediablemente a estas personas.

Un poco más adelante, Dorothy se encontró con una joven princesa hermosamente vestida que se detuvo a mirar a los viajeros y de pronto echó a correr.

Dorothy quería ver mejor a la princesa, y comenzó a seguirla; pero la niña de porcelana gritó:

—¡No me persigas! ¡No me persigas!

Era una voz tan aterrorizada que Dorothy se detuvo y dijo:

—¿Por qué?

—Porque —respondió la princesa, deteniéndose a una distancia segura— si corro me puedo caer y romperme.

—Pero ¿no te pueden pegar de nuevo? —preguntó Dorothy.

—Ah, sí, pero, como podrás imaginar, una no es tan bonita después de que la peguen —respondió la princesa.

—Supongo que tienes razón —dijo Dorothy.

—Está el caso del señor Burlón, uno de nuestros payasos —continuó diciendo la dama de porcelana—, que siempre trata de apoyarse en la cabeza. Se ha roto tantas veces que lo tuvieron que pegar en cien sitios, y no parece nada bonito. Ahí viene; vedlo con vuestros ojos.

Y allí apareció, caminando hacia ellos, un alegre payaso, y Dorothy vio que, a pesar de los hermosos ropajes rojos y amarillos y verdes, estaba totalmente cubierto de fracturas que corrían en todas las direcciones y que mostraban que había sido pegado en muchos sitios.

El payaso se metió las manos en los bolsillos, y después de hinchar los carrillos y hacer una insolente reverencia a los viajeros, dijo:

—Mi dama bonita,
¿qué es lo que te incita
a mirar al pobre y viejo señor Burlón?
¡Tan tiesa estás
y tan almidonada vas
que parece que te hubieras tragado un bastón!

—¡Calla, señor! —dijo la princesa—. ¿No ves que son forasteros y merecen ser tratados con respeto?

—Bueno, creo que con respeto me meto —declaró el payaso, que inmediatamente se puso patas arriba.

—No le hagas caso al señor Burlón —le dijo la princesa a Dorothy—; no tiene muy sana la cabeza, y por eso hace tonterías.

—Ah, no le hago ningún caso —dijo Dorothy—. Pero eres tan hermosa —continuó— que estoy segura de que podría quererte profundamente. ¿No me dejas que te lleve a Kansas y te ponga en la repisa de tía Em? Cabrías en mi cesta.

—Eso me haría muy desdichada —respondió la princesa de porcelana—. Como ves, aquí en nuestro propio país vivimos satisfechos y podemos hablar y andar por donde queremos. Pero si a cualquiera de nosotros se lo llevan de aquí las articulaciones se le endurecen instantáneamente; en ese caso sólo podemos estar inmóviles y parecer objetos bonitos. Por supuesto, cuando estamos en repisas y en vitrinas no se espera otra cosa de nosotros, pero nuestras vidas son mucho más agradables aquí, en nuestro país.

—¡Yo no te haría desdichada ni por todo el oro del mundo! —exclamó Dorothy—; por lo tanto te diré simplemente adiós.

—Adiós —respondió la princesa.

Caminaron con cuidado a través del País de Porcelana. Los pequeños animales y personas huían abriendo paso a los viajeros, que tras una hora de caminata llegaron al otro lado del país y se encontraron con otro muro de porcelana.

Sin embargo éste no era tan alto como el primero, y con trepar al lomo del León consiguieron llegar arriba. Luego el León encogió las patas y saltó a la cima; pero al saltar tocó un templo de porcelana con la cola y lo hizo añicos.

—¡Qué mala suerte! —dijo Dorothy—, aunque creo que después de todo no hicimos tanto daño a esa pequeña gente. Sólo rompimos una pata de una vaca y un templo. ¡Y son tan frágiles!

—Sí, es cierto —dijo el Espantapájaros—. Siento gratitud por haber sido hecho con paja; así es muy improbable que sufra daño. Hay cosas peores en el mundo que ser un Espantapájaros.


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3 comentarios sobre “El Mago de Oz. Capítulos 19 y 20”

  1. Rosana dice:

    Podrían informarme adonde conseguir un ejemplar para adultos Ilustrado, o en su defecto, sin Ilustrar, pero para adultos, me gustaría recibir la respuesta por ,mail.

    Saludos


  2. MARCELA dice:

    HOla Rosana:
    Que yo sepa no existe una versión para adultos de El Mago de Oz. Baum escribió el libro para niños. Pero sí puedo decirte que se está volviendo a ver en librerías la siguiente edición:

    El Mago de Oz. Ilustraciones de Armando Gaviglia. Traducción de Marcial Souto. Madrid, Maeva Ediciones-México, Editorial Océano de México. Colección Libros de Oz.


  3. Nacho dice:

    yo vi en un puesto de revistas y periódicos y me costó 30$ :p