El Mago de Oz. Capítulos 17 y 18

«—Con mucho gusto —dijo Dorothy, y trajo enseguida una toalla. Entonces el Leñador de Hojalata lloró durante varios minutos, y la niña vigiló cuidadosamente las lágrimas y las fue secando. Al concluir, el Leñador dio sinceras gracias a Dorothy y se aceitó concienzudamente con la aceitera enjoyada para prevenir cualquier desgracia.» Continuamos con la publicación de El Mago de Oz, de L. Frank Baum, con las ilustraciones de su primera edición, por William Wallace Denslow, y traducción de Marcial Souto.

Por L. Frank Baum
Ilustraciones de William Wallace Denslow
Título original: The Wonderful Wizard of Oz
Traducción de Marcial Souto
© Marcial Souto, 2002, 2010

Capítulo 17
El lanzamiento del globo

Durante tres días Dorothy no tuvo noticias de Oz. Fueron días tristes para la niña, aunque sus amigos estaban muy contentos y conformes. El Espantapájaros les decía que había en su cabeza maravillosos pensamientos; pero no explicaba en qué consistían, porque estaba seguro de que sólo él los entendía. Mientras el Leñador de Hojalata paseaba de un lado a otro, sentía los latidos del corazón, y le decía a Dorothy que había descubierto que era un corazón más bondadoso y tierno que el que había poseído cuando era de carne y hueso. El León declaraba que no temía a nadie en el mundo, y que se enfrentaría de buena gana a un ejército de hombres o a una docena de feroces kalidahs.

Todos los integrantes del pequeño grupo estaban, pues satisfechos, menos Dorothy, que anhelaba más que nunca volver a Kansas.

Al cuarto día, con gran alegría, Dorothy supo que Oz la había mandado llamar, y cuando entró en la Sala del Trono el hombrecito le dijo, en tono agradable:

—Siéntate, querida; pienso que he encontrado la manera de hacerte salir de este país.

—¿Y de volver a Kansas? —preguntó Dorothy, ansiosa.

—Bueno, de lo de Kansas no estoy seguro —dijo Oz—, porque no sé ni remotamente en qué dirección queda. Pero lo primero que hay que hacer es atravesar el desierto, y luego será fácil orientarse.

—¿Cómo puedo atravesar el desierto? —preguntó la niña.

—Bueno, te diré lo que pienso —dijo Oz—. Como tú sabes, cuando vine a este país lo hice en globo. Tú también viniste por el aire, arrastrada por un ciclón. Creo entonces que la mejor manera de cruzar el desierto será por el aire. Provocar un ciclón está muy por encima de mis poderes; pero he estado pensando con detenimiento en el asunto, y creo que puedo fabricar un globo.

—¿Cómo? —preguntó Dorothy.

—Un globo —explicó Oz— se hace con seda recubierta por cola para que no escape el gas. Tengo seda suficiente en el palacio, así que no será difícil hacer un globo. Pero en todo este país no hay gas para inflarlo y hacerlo flotar.

—Si no flota —señaló Dorothy— no nos sirve.

—Es cierto —respondió Oz—. Pero existe otro modo de hacerlo flotar, y que es llenarlo con aire caliente. El aire caliente no es tan bueno como el gas, porque si se enfriara el globo caería en el desierto y nos perderíamos.

—¡Nos perderíamos! —exclamó la niña—. ¿Vas a ir conmigo?

—Sí, naturalmente —respondió Oz—. Estoy cansado de ser tan farsante. Si tuviera que salir de este palacio, mi pueblo pronto descubriría que no soy un mago, y luego se sentirían enfadados conmigo por haberlos engañado. Así que tengo que permanecer encerrado en estas habitaciones todo el día, y eso con el tiempo se vuelve aburrido. Preferiría mil veces regresar contigo a Kansas y trabajar de nuevo en un circo.

—Tu compañía será para mí un placer —dijo Dorothy.

—Gracias —respondió el hombrecito—. Y ahora, si me ayudas a coser la seda, empezaremos a trabajar en el globo.

Dorothy buscó una aguja e hilo, y a medida que Oz cortaba la seda en tiras del tamaño adecuado ella las cosía con cuidado. Primero iba una tira de seda verde claro, después una tira verde oscuro y después una tira verde esmeralda, pues Oz tenía el capricho de hacer el globo en las diferentes gamas de verde que los rodeaban. Tardaron más de tres días en coser todas las tiras, pero cuando terminaron tenían una enorme bolsa de seda verde, de más de treinta metros de largo.

Luego Oz dio a la parte interior una fina mano de cola para que no escapara el aire, y al terminar anunció que el globo estaba listo.

—Pero necesitamos una barquilla para ir nosotros —dijo Dorothy. Y Oz mandó al soldado de la barba verde a buscar una enorme cesta para ropa, y la aseguró por medio de sogas al fondo del globo.

Cuando todo estuvo preparado, Oz comunicó a su pueblo que iba a hacer una visita a un gran hermano mago que vivía en las nubes. La noticia corrió rápidamente por la ciudad, y todo el mundo fue a ver el maravilloso espectáculo.

Oz ordenó que llevasen el globo delante del palacio, y la gente lo miró con mucha curiosidad. El Leñador de Hojalata había cortado una gran pila de leña, e hizo con ella una fogata, y Oz sostuvo la parte inferior del globo sobre el fuego para que el aire caliente, al subir, penetrase en la bolsa de seda. Poco a poco el globo se hinchó y subió en el aire, hasta que la barquilla apenas tocaba el suelo.

Entonces Oz subió a la barquilla y dijo a toda la gente, en voz alta:

—Ahora voy a hacer una visita. Mientras yo falte mandará el Espantapájaros. Os ordeno que lo obedezcáis como si fuera yo mismo.

En ese momento el globo ya tiraba con fuerza de la cuerda que lo sujetaba al suelo, pues estaba repleto de aire caliente que lo hacía mucho más liviano que el aire circundante.

—¡Vamos, Dorothy! —gritó el Mago—. Date prisa o el globo levantará vuelo.

—No encuentro a Totó —respondió Dorothy, que no quería dejar al perrito. Totó se había metido entre la gente, a ladrar a un gatito, y Dorothy al fin lo encontró. Lo recogió y echó a correr hacia el globo.

Ya estaba a unos pocos pasos de la barquilla. Oz le tendió los brazos para alzarla y entonces ¡crac! hicieron las cuerdas, y el globo subió por los aires sin ella.

—¡Vuelve! —gritó Dorothy—. ¡Yo también quiero ir!

—No puedo regresar, querida —gritó Oz desde la barquilla—. ¡Adiós!

—¡Adiós! —gritó toda la gente, y todos los ojos se volvieron hacia arriba, para ver al Mago que subía hacia el cielo en la barquilla.

Y nadie más volvió a tener noticias de Oz, el Maravilloso Mago, aunque tal vez haya llegado a Omaha sano y salvo y esté allí ahora. Pero la gente lo recordaba con cariño, y comentaba:

—Oz fue siempre nuestro amigo. Cuando estaba aquí nos construyó esta hermosa Ciudad Esmeralda, y ahora se ha ido dejando en su lugar al Espantapájaros Sabio.

Pero durante muchos días lloraron desconsolados la pérdida del Maravilloso Mago.

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Capítulo 18
Hacia el sur

Dorothy lloró de amargura al perder la esperanza de regresar a Kansas; pero cuando tuvo tiempo de pensarlo mejor, se alegró de no haber subido en un globo. Y también sintió pena de haber perdido a Oz, lo mismo que sus compañeros.

El Leñador de Hojalata se le acercó y dijo:

—Sería muy desagradecido si no lamentase la pérdida del hombre que me dio este hermoso corazón. Me gustaría llorar un poco porque Oz no está ya con nosotros, si tienes la bondad de secarme las lágrimas para que no me oxide.

—Con mucho gusto —dijo Dorothy, y trajo enseguida una toalla. Entonces el Leñador de Hojalata lloró durante varios minutos, y la niña vigiló cuidadosamente las lágrimas y las fue secando. Al concluir, el Leñador dio sinceras gracias a Dorothy y se aceitó concienzudamente con la aceitera enjoyada para prevenir cualquier desgracia.

El Espantapájaros gobernaba ahora la Ciudad Esmeralda, y aunque no era un mago la gente estaba orgullosa de él. “Porque —decían— no existe ninguna otra ciudad en el mundo gobernada por un hombre de paja.” Y hasta donde podían saber, tenían mucha razón.

La mañana después de que el globo subió llevándose a Oz, los cuatro viajeros se reunieron en la Sala del Trono e intercambiaron ideas acerca de su situación. El Espantapájaros se sentó en el Gran Trono y los demás se mantuvieron respetuosamente de pie frente a él.

—No somos tan desafortunados —dijo el nuevo monarca—, pues este palacio y la Ciudad Esmeralda nos pertenecen, y podemos hacer lo que queramos. Cuando me acuerdo de que hace muy poco tiempo yo estaba clavado en un palo dentro de un maizal, y que ahora gobierno esta hermosa ciudad, me siento bastante satisfecho.

—Yo también —dijo el Leñador de Hojalata— me siento muy contento con mi corazón; en realidad era lo único que deseaba en el mundo.

—Por mi parte, me alegro de saber que soy tan valiente como cualquier animal que jamás haya vivido, si no lo soy más —dijo el León, modesto.

—Si Dorothy se conformara con vivir en la Ciudad Esmeralda —dijo el Espantapájaros—, todos seríamos felices.

—Pero no quiero vivir aquí —exclamó Dorothy—. Quiero ir a Kansas y vivir con tía Em y tío Henry.

—Muy bien. Pero ¿qué podemos hacer? —preguntó el Leñador.

El Espantapájaros decidió pensar, y pensó con tanta intensidad que los alfileres y las agujas le empezaron a brotar del cerebro. Finalmente dijo:

—¿Por qué no llamas a los Monos Alados y les pides que te lleven al otro lado del desierto?

—¡No se me había ocurrido! —dijo Dorothy, muy alegre—. Ésa es la solución. Iré enseguida a buscar el Bonete de Oro.

Lo llevó a la Sala del Trono y pronunció las palabras mágicas, y pronto entró por una ventana abierta una bandada de Monos Alados que se detuvo junto a ella.

—Ésta es la segunda vez que nos llamas —dijo el Jefe de los Monos, inclinándose ante la niña—. ¿Qué deseas?

—Quiero que voléis conmigo hasta Kansas —dijo Dorothy.

Pero el Jefe de los Monos sacudió la cabeza.

—No es posible —dijo—. Pertenecemos nada más que a este país, y no lo podemos abandonar. Nunca ha habido ni un solo mono en Kansas, ni creo que lo haya nunca, porque los Monos Alados son de este lugar. Será para nosotros un placer servirte en cualquier cosa que esté a nuestro alcance, pero no podemos atravesar el desierto. Adiós.

Y tras otra reverencia el Jefe de los Monos abrió las alas y salió por la ventana, seguido por su banda.

Dorothy estaba casi a punto de llorar.

—He malgastado los poderes mágicos del Bonete de Oro —dijo—, pues los Monos Alados no me pueden ayudar.

—¡Es una verdadera pena! —dijo el Leñador de tierno corazón.

El Espantapájaros estaba pensando de nuevo, y la cabeza le abultaba tanto que Dorothy temió que le fuera a estallar.

—Llamemos al soldado de la barba verde —dijo—, y pidámosle consejo.

El soldado recibió la orden y entró con timidez en la Sala del Trono, pues mientras había vivido Oz nunca se le había permitido pasar de la puerta.

—Esta niña —le dijo el Espantapájaros al soldado— desea atravesar el desierto. ¿Cómo puede hacerlo?

—No lo sé —respondió el soldado—, pues nadie, fuera del  propio Oz, lo ha hecho jamás.

—¿No hay nadie que pueda ayudarme? —preguntó Dorothy.

—Tal vez Glinda —sugirió el soldado.

—¿Quién es Glinda? —quiso saber el Espantapájaros.

—La Bruja del Sur. Es la más poderosa de todas las Brujas, y es la Reina de los Quadlings. Además, su castillo se alza en el borde del desierto, así que debe de saber cómo se hace para cruzarlo.

—Glinda es una bruja buena, ¿verdad? —preguntó la niña.

—Los quadlings piensan que es buena —dijo el soldado—, y es bondadosa con todos. He oído que Glinda es una mujer hermosa, que sabe mantenerse joven a pesar de los muchos años que ha vivido.

—¿Cómo puedo llegar a su castillo? —preguntó Dorothy.

—Hay que ir directamente hacia el sur —respondió el soldado—, pero se dice que el camino está repleto de peligros para los viajeros. Hay bestias salvajes en los bosques, y una raza de hombres muy raros que no quieren que los extranjeros atraviesen su país. Por ese motivo nunca ha venido ningún quadling a la Ciudad Esmeralda.

Después de decir eso el soldado salió de la Sala del Trono.

—Parece que, a pesar de todos los peligros —dijo el Espantapájaros— lo mejor que puede hacer Dorothy es viajar al País del Sur y pedir ayuda a Glinda. Porque si se queda es evidente que nunca podrá volver a Kansas.

—Debes de haber estado pensando otra vez —señaló el Leñador de Hojalata.

—Así es —dijo el Espantapájaros.

—Yo iré con Dorothy —declaró el León—, pues estoy cansado de la ciudad y deseo volver a los bosques y los campos. Como sabéis, soy un animal salvaje. Además, Dorothy necesitará a alguien que la proteja.

—Es cierto —dijo el Leñador—. Mi hacha puede resultarle útil, así que también yo la acompañaré al País del Sur.

—¿Cuándo partimos? —preguntó el Espantapájaros.

—¿Tú vas? —le preguntaron todos a coro, sorprendidos.

—Claro que sí. Si no fuera por Dorothy yo nunca habría tenido cerebro. Me sacó del palo en el maizal y me trajo a la Ciudad Esmeralda. Así que le debo toda mi buena suerte, y nunca la abandonaré hasta que esté en camino hacia Kansas de una vez por todas.

—Gracias —dijo la niña—. Sois todos muy bondadosos conmigo. Pero me gustaría emprender viaje lo antes posible.

—Saldremos mañana por la mañana —le respondió el Espantapájaros—. Y ahora a prepararnos, pues será un viaje largo.


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Un comentario sobre “El Mago de Oz. Capítulos 17 y 18”

  1. camila astiz dice:

    este cuento esta genial y muy bueno