El Mago de Oz. Capítulos 11 y 12

«Pero lo que más le interesó a Dorothy fue el enorme trono de mármol verde que había en medio del cuarto. Tenía forma de sillón y destellaba, cubierto de gemas como todo lo demás. En el centro de la silla había una enorme cabeza, sin cuerpo que la sostuviera ni brazos ni piernas. Esa cabeza carecía de pelo, pero tenía ojos, nariz y boca, y era más grande que la cabeza del mayor gigante.» Continuamos con la publicación de El Mago de Oz, de L. Frank Baum, con las ilustraciones de su primera edición, por William Wallace Denslow, y traducción de Marcial Souto.

Por L. Frank Baum
Ilustraciones de William Wallace Denslow
Título original: The Wonderful Wizard of Oz
Traducción de Marcial Souto
© Marcial Souto, 2002, 2010

Capítulo 11
La maravillosa Ciudad Esmeralda de Oz

A pesar de la protección de las gafas verdes, el brillo de la maravillosa ciudad deslumbró en los primeros momentos a Dorothy y a sus amigos. Las calles estaban bordeadas por casas hermosas, todas de mármol verde y tachonadas por todas partes de rutilantes esmeraldas. Caminaron por un pavimento del mismo mármol verde, y en las uniones entre las piedras había apretadas hileras de esmeraldas que centelleaban al sol. Los vidrios de las ventanas eran verdes: hasta el cielo sobre la ciudad tenía un tinte verdoso, y los rayos del sol eran verdes.

Había mucha gente caminando por allí, hombres, mujeres y niños, todos de piel verdosa y vestidos de verde. Miraban a Dorothy y a su extraño grupo con curiosidad, y los niños corrían a esconderse detrás de las madres cuando veían al León; pero nadie les hablaba. Había muchas tiendas en la calle, y Dorothy vio que todo lo que se exhibía era verde. Vendían caramelos verdes y palomitas de maíz verdes y zapatos verdes y sombreros verdes y ropas verdes de todo tipo. En un sitio un hombre vendía limonada verde, y cuando los niños compraban, Dorothy veía que pagaban con monedas verdes.

No parecía que hubiera caballos ni animales de ningún tipo. Los hombres llevaban cosas en pequeños carros que ellos mismos empujaban. Todo el mundo parecía feliz, satisfecho y próspero.

El Guardián de las Puertas los llevó por las calles hasta que llegaron a un edificio grande, exactamente en el centro de la ciudad, que era el Palacio de Oz, el Gran Mago. Había un soldado delante de la puerta, vestido de uniforme verde y con una larga barba verde.

—Hay aquí unos forasteros —le dijo el Guardián de las Puertas— que quieren ver al Gran Oz.

—Entrad —respondió el soldado—, y yo le llevaré el mensaje.

Entraron entonces por las puertas del palacio y fueron llevados a una gran sala con alfombras verdes y maravillosos muebles verdes con incrustaciones de esmeraldas. El soldado les hizo limpiarse los pies en un felpudo verde antes de entrar en aquella sala.

—Por favor poneos cómodos —les dijo, con mucha amabilidad, cuando estuvieron sentados—, mientras voy a la puerta de la Sala del Trono a decirle a Oz que estáis aquí.

Tuvieron que esperar mucho hasta que regresó el soldado.

—¿Has visto a Oz? —le preguntó Dorothy, cuando el soldado estuvo otra vez con ellos.

—Oh, no —respondió el soldado—, nunca lo he visto. Pero le he hablado y él me ha escuchado desde su trono, detrás del biombo, y le di el mensaje. Dice que os concederá una audiencia, si así lo deseáis, pero cada uno tendrá que comparecer ante su presencia solo, y no admitirá más que uno por día. Por lo tanto, como deberéis permanecer en el palacio varios días, os instalaré en habitaciones donde podréis descansar con comodidad después del viaje.

—Gracias —dijo la niña—; Oz es muy bondadoso.

El soldado hizo sonar un silbato verde e inmediatamente entró en la sala una niña con un bonito vestido de seda verde. Tenía el pelo y los ojos de un maravilloso color verde. Se inclinó hacia Dorothy y dijo:

—Ven conmigo. Te mostraré tu habitación.

Dorothy se despidió de todos sus amigos, menos de Totó, y alzando al perro en brazos siguió a la niña verde por siete corredores y por tres tramos de escaleras hasta que llegaron a una habitación enfrente del palacio. Era el cuarto más dulce del mundo, con una cama suave y cómoda que tenía sábanas de seda verde y una cortina de terciopelo verde. Había una pequeña fuente en el centro de la habitación, que lanzaba al aire una espuma verde y perfumada que caía sobre un pilón de mármol verde, maravillosamente tallado. Había hermosas flores verdes en las ventanas, y había un estante con una hilera de pequeños libros verdes. Cuando Dorothy tuvo tiempo de abrir esos libros los encontró repletos de extraños dibujos verdes, tan divertidos que la hicieron reír.

En un guardarropa había muchos vestidos verdes de seda y raso y terciopelo, todos hechos exactamente a la medida de Dorothy.

—Ponte cómoda —le dijo la niña verde—, y si quieres algo toca el timbre. Oz te mandará a buscar mañana por la mañana.

Dejó sola a Dorothy y volvió junto a los otros. Los llevó a diferentes habitaciones, y todos se sintieron muy cómodos, alojados en sitios muy agradables del palacio. Naturalmente, ese grado de amabilidad no tenía ningún sentido en el caso del Espantapájaros, que al verse solo en su cuarto fue a un rincón, detrás de la puerta, y allí se quedó a esperar estúpidamente el amanecer. Acostarse no era para él un descanso, y no podía cerrar los ojos, así que pasó toda la noche mirando una arañita que tejía una telaraña en un rincón, como si no estuviera en una de las habitaciones más maravillosas del mundo. El Leñador de Hojalata se acostó en la cama, por la fuerza de la costumbre, pues recordaba eso de cuando había sido un hombre de carne; pero como no podía dormir, pasó la noche moviendo los goznes hacia arriba y hacia abajo para asegurarse de que estaban en buen estado. El León habría preferido una cama de hojas secas en el bosque, y no le gustaba estar encerrado en un cuarto, pero era demasiado sensato para permitir que eso le preocupase, así que saltó a la cama, se enroscó como un gato y se quedó dormido en un instante.

A la mañana siguiente, después del desayuno, la niña verde fue a buscar a Dorothy, y le puso un vestido de raso bordado, uno de los más bonitos. Dorothy le puso a Totó un delantal de seda verde y le ató una cinta verde alrededor del pescuezo, y así fueron a la Sala del Trono del Gran Oz.

Primero llegaron a un gran vestíbulo, donde había muchas damas y caballeros de la corte, todos vestidos con lujosas ropas. Esas personas no tenían otra cosa que hacer que hablar unas con otras, pero iban a esperar junto a la Sala del Trono todas las mañanas, aunque nunca se les permitía ver a Oz.

—¿De veras vas a ver a Oz el Terrible? —suspiró uno de ellos, cuando entraba Dorothy.

—Naturalmente —respondió la niña—, si es que él me quiere ver a mí.

—Ah, te verá —dijo el soldado que había llevado el mensaje al Mago—, aunque no le gusta que la gente pida verlo. La verdad es que al principio se puso furioso y dijo que os llevase de vuelta al sitio de donde habíais venido. Luego me preguntó qué aspecto teníais, y cuando le mencioné tus zapatos de plata se interesó mucho. Al fin le hablé de la marca que llevas en la frente, y decidió recibirte.

En ese momento sonó una campana, y la niña verde le dijo a Dorothy:

—Ésa es la señal. Debes entrar sola en la Sala del Trono.

La niña verde abrió una pequeña puerta, y Dorothy entró por ella muy resuelta y se encontró en un sitio maravilloso. Era un cuarto grande y redondo, con un techo alto y abovedado, y las paredes y el suelo estaban cubiertos por inmensas y apretadas esmeraldas. En el centro del cielo raso había una gran luz, brillante como el sol, que hacía centellear las esmeraldas.

Pero lo que más le interesó a Dorothy fue el enorme trono de mármol verde que había en medio del cuarto. Tenía forma de sillón y destellaba, cubierto de gemas como todo lo demás. En el centro de la silla había una enorme cabeza, sin cuerpo que la sostuviera ni brazos ni piernas. Esa cabeza carecía de pelo, pero tenía ojos, nariz y boca, y era más grande que la cabeza del mayor gigante.

Mientras Dorothy miraba maravillada y temerosa, los ojos se volvieron despacio y se fijaron en ella, muy intensamente. Entonces la boca se movió, y Dorothy oyó una voz que decía:

—Soy Oz, el Grande y Terrible. ¿Quién eres tú, y por qué me buscas?

No era una voz tan terrible. Ella había esperado algo peor de esa gran cabeza. Armándose de valor, respondió:

—Soy Dorothy, la Pequeña y Dócil. He venido a buscar tu ayuda.

Los ojos la miraron pensativos durante un minuto entero.

Luego la voz dijo:

—¿Dónde conseguiste los zapatos de plata?

—Los conseguí de la Bruja Mala del Este, cuando mi casa le cayó encima y la mató —respondió la niña.

—¿De dónde sacaste esa marca que llevas en la frente? —continuó la voz.

—Es el sitio donde me besó la Bruja Buena del Norte cuando se despidió de mí y me mandó a verte —dijo la niña.

Los ojos la volvieron a mirar con mucha atención; vieron que la niña decía la verdad.

Oz preguntó:

—¿Qué quieres que haga?

—Que me mandes de vuelta a Kansas, donde están tía Em y tío Henry —dijo Dorothy, con fervor—. A pesar de ser tan hermoso, tu país no me gusta. Y estoy segura de que tía Em estará muy preocupada por mi tardanza.

Los ojos parpadearon tres veces y luego se volvieron hacia el techo y hacia el suelo, y giraron de un modo tan raro que parecían ver cada rincón del cuarto. Y al fin miraron de nuevo a Dorothy.

—¿Por qué he de hacer esto por ti? —preguntó Oz.

—Porque tú eres fuerte y yo soy débil; porque tú eres un gran mago y yo soy sólo una niña desvalida —respondió Dorothy.

—Pero tuviste fuerzas suficientes para matar a la Bruja Mala del Este —dijo Oz.

—Fue un accidente —respondió la niña—. No lo pude evitar.

—Bueno —dijo la Cabeza—, te daré mi respuesta. No tienes derecho a pretender que te mande de vuelta a Kansas a menos que tú hagas algo por mí a cambio. En este país todos deben pagar por los favores que reciben. Si quieres que yo use mis poderes mágicos para enviarte de vuelta a tu casa, deberás primero hacer algo por mí. Ayúdame y te ayudaré.

—¿Qué debo hacer?

—Mata a la Bruja Mala del Oeste —respondió Oz.

—¡Pero no puedo! —exclamó Dorothy, muy sorprendida.

—Mataste a la Bruja del Este y llevas los zapatos de plata que poseen un poderoso encanto. Ahora sólo queda una Bruja Mala en este país, y cuando puedas decirme que está muerta te enviaré de vuelta a Kansas… pero no antes.

La niña comenzó a llorar de frustración. Los ojos parpadearon de nuevo y la miraron inquietos, como si el Gran Oz supiera que la niña lo podría ayudar si quisiera.

—Nunca maté ni una mosca intencionadamente —sollozó—; y aunque quisiera ¿cómo podría matar a la Bruja Mala? Si tú, que eres Grande y Terrible, no la puedes matar, ¿cómo esperas que lo haga yo?

—No lo sé —dijo la Cabeza—; pero ésa es mi respuesta, y hasta que muera la Bruja Mala no verás a tu tía ni a tu tío. Recuerda que la Bruja es mala, muy mala, y debe morir. Ahora vete, y no trates de volver a verme hasta que hayas cumplido con tu tarea.

Apenada, Dorothy dejó la Sala del Trono y volvió adonde esperaban el León, el Espantapájaros y el Leñador de Hojalata para saber qué le había dicho Oz.

—No hay esperanzas para mí —dijo, triste—, pues Oz no me enviará a casa mientras yo no mate a la Bruja Mala del Oeste, y eso no lo podré hacer nunca.

Sus amigos estaban apenados, pero nada podían hacer por ella, así que Dorothy volvió a su habitación, se acostó en la cama y lloró hasta quedarse dormida.

Al día siguiente el soldado de la barba verde se presentó al Espantapájaros y dijo:

—Acompáñame. Oz te ha mandado llamar.

El Espantapájaros siguió al soldado y fue conducido a la Sala del Trono, donde vio, sentada en el trono esmeralda, una dama muy hermosa. Vestía un traje de gasa verde de seda, y sobre los bucles verdes tenía puesta una corona de piedras preciosas. De los hombros le salían unas alas de vistosos colores, tan frágiles y livianas que se estremecían ante el menor soplo de aire.

Después de que el Espantapájaros se hubo inclinado ante esa hermosa criatura hasta donde se lo permitió el relleno de paja, la dama lo miró con dulzura y dijo:

—Soy Oz, el Grande y Terrible. ¿Quién eres tú y por qué me buscas?

El Espantapájaros, que esperaba ver la Cabeza de la que Dorothy le había hablado, se asombró mucho, pero le respondió con valentía:

—Soy el Espantapájaros, un hombre relleno de paja. Por lo tanto no tengo cerebro, y vengo a ti a rogarte que me pongas un cerebro en la cabeza, en vez de paja, para luego ser tan hombre como los demás.

—¿Por qué habría de hacer eso por ti? —preguntó la Dama.

—Porque tú eres sabio y poderoso, y nadie más me puede ayudar —le respondió el Espantapájaros.

—Nunca concedo favores sin algo a cambio —dijo Oz—; pero te prometo que si matas a la Bruja Mala del Oeste te concederé un gran cerebro, tan grande que serás el hombre más sabio del País de Oz.

—Pensé que le habías pedido a Dorothy que matase a la Bruja —dijo el Espantapájaros, sorprendido.

—Eso hice. No me importa quién la mate. Pero mientras no esté muerta no te concederé el deseo. Ahora vete, y no vuelvas a buscarme mientras no te hayas ganado el cerebro que tanto deseas.

El Espantapájaros volvió apesadumbrado junto a sus amigos y les contó lo que Oz había dicho; y Dorothy se sorprendió al enterarse de que el Gran Mago no era una cabeza, como ella había visto, sino una hermosa dama.

—En cualquier caso —dijo el Espantapájaros—, esa dama necesita tanto un corazón como el Leñador de Hojalata.

A la mañana siguiente el soldado de barba verde se presentó al Leñador de Hojalata y dijo:

—Oz te ha mandado llamar. Sígueme.

Y el Leñador de Hojalata lo siguió y llegó a la gran Sala del Trono. No sabía si iba a ver a Oz como una dama hermosa o como una cabeza, pero esperó que fuera la Dama hermosa. “Porque —se dijo—, si es la Cabeza estoy seguro de que no me dará un corazón, puesto que una cabeza no tiene corazón propio y por lo tanto carecerá de sentimientos hacia mí. Pero si es una dama hermosa le rogaré con todas mis fuerzas que me dé un corazón, pues se dice que todas las damas son de corazón bondadoso.”

Pero cuando el Leñador entró en la gran Sala del Trono no vio ni la Cabeza ni la Dama, pues Oz había adoptado la forma de un animal verdaderamente terrible. Era casi tan grande como un elefante, y el trono parecía que iba a desmoronarse bajo su peso. El Animal tenía cabeza de rinoceronte, con la diferencia de que en su cara había cinco ojos. Del cuerpo le brotaban cinco largos brazos, y también tenía cinco piernas largas y delgadas. Lo cubría por todas partes un pelo lanudo, y era imposible imaginar un monstruo más horrible. Era una suerte que el Leñador de Hojalata no tuviera corazón en ese momento; el terror se lo habría hecho latir con fuerza. Pero como era sólo de lata, el Leñador no se asustó, aunque sintió una gran desilusión.

—Soy Oz, el Grande y Terrible —dijo el Animal, con una voz que era más bien un rugido—. ¿Tú quién eres y por qué me buscas?

—Soy un leñador, hecho de hojalata. Por lo tanto no tengo corazón y no puedo amar. Te ruego que me des un corazón para poder ser como los demás hombres.

—¿Por qué tendría que hacerlo? —exigió el Animal.

—Porque yo lo pido, y porque sólo tú me lo puedes conceder —respondió el Leñador.

Al oír eso Oz lanzó un gruñido, pero dijo con aspereza:

—Si de veras deseas un corazón, deberás ganártelo.

—¿Cómo? —preguntó el Leñador.

—Ayudando a Dorothy a matar a la Bruja Mala del Oeste —respondió el Animal—. Cuando la Bruja esté muerta, ven a mí y te daré el corazón más grande, más bondadoso y más amante de todo el País de Oz.

Y el Leñador de Hojalata fue dolorosamente obligado a volver junto a sus amigos, a hablarles del Animal terrible que había visto. Todos estaban intrigados por las muchas formas que podía adoptar el Gran Mago, y el León dijo:

—Si es un animal cuando yo vaya a verlo, lanzaré mi más fuerte rugido, y tanto se asustará que me concederá lo que le pido. Y si es la hermosa Dama, simularé abalanzarme sobre ella, y así conseguiré lo que busco. Y si es la gran Cabeza, estará a mi merced, pues la haré rodar por la Sala hasta que prometa darnos lo que deseamos. Alegraos, amigos, pues todo saldrá bien.

A la mañana siguiente, el soldado de la barba verde llevó al León a la Sala del Trono y lo invitó a presentarse ante Oz. El León entró enseguida, y al mirar alrededor descubrió, sorprendido, que delante del Trono había una Bola de Fuego, tan feroz y resplandeciente que apenas la podía mirar. Lo primero que pensó fue que Oz estaba en llamas, que accidentalmente se había incendiado; pero cuando trató de acercarse más el calor fue tan intenso que le chamuscó los bigotes, y retrocedió tembloroso hasta cerca de la puerta.

Luego, de la Bola de Fuego, salió una voz, y esto fue lo que dijo:

—Soy Oz, el Grande y Terrible. ¿Quién eres tú y por qué me buscas?

Y el León contestó:

—Soy un león cobarde, que se asusta de todo. Vengo a ti a suplicarte que me des coraje, para que de veras pueda convertirme en el Rey de los Animales, como me llaman los hombres.

—¿Por qué habría de darte coraje?

—Porque de todos los magos tú eres el más grande, y tus poderes bastan para conceder mi deseo —respondió el León.

La Bola de Fuego ardió con ferocidad durante un rato, y la voz dijo:

—Tráeme pruebas de que la Bruja Mala está muerta, y en ese momento te daré coraje. Pero mientras la Bruja viva tendrás que seguir siendo cobarde.

El León estaba furioso por esas palabras, pero no pudo responder nada, y mientras la miraba en silencio, la Bola de Fuego ardió con tal furia que se vio obligado a dar media vuelta y salir corriendo de la Sala. Se alegró de encontrar a sus amigos esperándolo, y les contó la terrible entrevista con el Mago.

—Y ahora ¿qué haremos? —preguntó Dorothy, triste.

—Sólo podemos hacer una cosa —le contestó el León—. Ir al país de los winkies, buscar a la Bruja Mala y matarla.

—Pero ¿y si no podemos? —dijo la niña.

—Entonces yo nunca tendré coraje —declaró el León.

—Y yo nunca tendré cerebro —agregó el Espantapájaros.

—Y yo nunca tendré corazón —dijo el Leñador de Hojalata.

—Y yo nunca veré a tía Em y tío Henry —dijo Dorothy, rompiendo a llorar.

—¡Cuidado! —gritó la niña verde—; las lágrimas te caerán en el vestido de seda verde y lo mancharán.

Dorothy entonces se secó las lágrimas y dijo:

—Creo que debemos intentarlo; pero estoy segura de que yo no quiero matar a nadie, aunque sea para volver a ver a tía Em.

—Yo iré contigo, pero soy demasiado cobarde para matar a la Bruja —dijo el León.

—Yo también iré —declaró el Espantapájaros—, pero no seré una gran ayuda; soy muy tonto.

—Yo no tengo corazón, ni siquiera para dañar a una Bruja —señaló el Leñador de Hojalata—; pero si vosotros vais yo, por supuesto, os acompañaré.

Decidieron entonces iniciar el viaje a la mañana siguiente, y el Leñador afiló el hacha en una piedra de afilar verde y se hizo aceitar bien todas las articulaciones. El Espantapájaros se rellenó con paja fresca y Dorothy le puso pintura nueva en los ojos para que viera mejor. La niña verde, que era con ellos muy bondadosa, llenó la cesta de Dorothy de cosas muy buenas para comer y ató una campanilla al pescuezo de Totó con una cinta verde.

Se acostaron muy temprano y durmieron profundamente hasta el amanecer, cuando fueron despertados por el canto de un gallo verde que vivía en el patio trasero del palacio y por el cacareo de una gallina que había puesto un huevo verde.

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Capítulo 12
En busca de la Bruja Mala

El soldado de la barba verde los llevó por las calles de la Ciudad Esmeralda hasta que llegaron al sitio donde vivía el Guardián de las Puertas. Ese funcionario les abrió los candados de las gafas y las guardó en la gran caja verde, y luego, con amabilidad, abrió la puerta a nuestros amigos.

—¿Qué camino lleva a la Bruja Mala del Oeste? —preguntó Dorothy.

—No hay tal camino —respondió el Guardián de las Puertas—; nadie desea ir en esa dirección.

—Entonces, ¿cómo la encontraremos? —quiso saber la niña.

—Eso será fácil —respondió el hombre—, pues en cuanto sepa que estáis en el País de los Winkies os buscará y os hará sus esclavos.

—Tal vez no —dijo el Espantapájaros—, pues pensamos matarla.

—Ah, así es diferente —dijo el Guardián de las Puertas—. Nadie ha podido acabar con ella nunca, por eso pensé que os haría esclavos como a todos los demás. Pero tened mucho cuidado, porque es feroz y malvada, y quizá no se deje matar. Caminad siempre hacia el oeste, donde se pone el sol, y sin duda la encontraréis.

Dieron las gracias al Guardián y se despidieron y echaron a andar hacia el oeste, por campos de hierba suave, salpicada aquí y allá por margaritas y botones de oro. Dorothy todavía llevaba el bonito vestido de seda que se había puesto en el palacio, pero ahora, sorprendida, descubrió que ya no era verde sino de un blanco puro. La cinta que Totó llevaba al pescuezo también había perdido el color verde, y era blanca como el vestido de Dorothy.

La Ciudad Esmeralda pronto quedó muy atrás. A medida que avanzaban el terreno se iba volviendo más salvaje y montañoso, pues en esa comarca del Oeste no había granjas ni casas, y la tierra no estaba trabajada.

Por la tarde el sol les alumbró con fuerza en la cara, pues no había árboles que ofrecieran sombra; antes de que anocheciera Dorothy, Totó y el León se sintieron cansados, se acostaron en la hierba y se quedaron dormidos, mientras el Leñador y el Espantapájaros montaban guardia.

La Bruja Mala del Oeste no tenía más que un ojo, pero ese ojo era tan poderoso como un telescopio, y podía ver todos los sitios. Sentada en la puerta del castillo, miró alrededor y vio a Dorothy dormida, rodeada por sus amigos. Estaban muy lejos, pero la Bruja Mala, furiosa al encontrarlos en su territorio, hizo sonar un silbato de plata que llevaba colgado del cuello.

Inmediatamente, de todas direcciones, llegó corriendo una manada de enormes lobos. Tenían patas largas, ojos feroces y dientes afilados.

—Atacad a esas personas —dijo la Bruja—, ¡y despedazadlas!

—¿No las vas a hacer tus esclavas? —preguntó el Jefe de los Lobos.

—No —respondió la Bruja—; una es de lata, y una es de paja; una es una niña y otra un león. Ninguna sirve para trabajar, así que deberéis descuartizarlas en pedazos bien pequeños.

—Muy bien —dijo el lobo, y salió a toda prisa, seguido por los demás.

Por fortuna el Espantapájaros y el Leñador estaban bien despiertos, y oyeron a los lobos.

—Esta batalla es para mí —dijo el Leñador—; tú ponte detrás y yo me enfrentaré a ellos.

Empuñó el hacha, que había hecho afilar bien, y cuando el Jefe de los Lobos atacó el Leñador de Hojalata balanceó el brazo y decapitó al lobo, que murió al instante. Cuando apenas había alzado el hacha, llegó otro lobo, que también cayó destrozado por la afilada arma del Leñador. Había cuarenta lobos y cuarenta lobos murieron, y al final de la lucha quedaron allí tendidos, en una pila, delante del Leñador.

El Leñador soltó el hacha y se sentó junto al Espantapájaros, que dijo:

—Fue un buen combate, amigo.

Esperaron hasta que Dorothy despertó, a la mañana siguiente. La niña se asustó mucho cuando vio la enorme pila de lobos hirsutos, pero el Leñador de Hojalata le explicó todo. Dorothy le dio las gracias por haberlos salvado, y después de desayunar, reiniciaron el viaje. Esa mañana la Bruja Mala salió a la puerta del castillo y miró hacia afuera con su único ojo, que tan lejos podía ver. Vio a todos los lobos muertos, y a los viajeros todavía avanzando por su territorio. Eso la enfureció más todavía, e hizo sonar el silbato dos veces.

Enseguida apareció una bandada de feroces cuervos volando hacia ella; eran tantos que oscurecían el cielo. Y la Bruja Mala dijo al Rey de los Cuervos:

—¡Volad inmediatamente hasta donde están esos forasteros; sacadles los ojos y despedazadlos!

Los feroces cuervos volaron en una gran bandada hacia Dorothy y sus compañeros. Cuando vio que se acercaban, la niña se asustó. Pero el Espantapájaros dijo:

—Esta batalla es para mí; acostaos a mi lado y no sufriréis ningún daño.

Todos se acostaron en el suelo, menos el Espantapájaros, que extendió los brazos. Y cuando los cuervos lo vieron se asustaron, como ocurre cada vez que ven un espantapájaros, (*) y no se atrevieron a acercarse más. Pero el Rey de los Cuervos dijo:

—Es sólo un hombre de paja. Yo le sacaré los ojos.

El Rey de los Cuervos voló hasta el Espantapájaros, que lo agarró de la cabeza y le retorció el pescuezo hasta matarlo. Y luego llegó otro cuervo y el Espantapájaros le hizo lo mismo. Había cuarenta cuervos, y el Espantapájaros retorció cuarenta pescuezos, hasta que todos los pájaros quedaron allí muertos. Entonces pidió a los compañeros que se levantasen y continuaron viaje.

Cuando la Bruja Mala volvió a mirar y vio a todos sus cuervos en una pila, se enfureció de un modo terrible, e hizo sonar tres veces el silbato de plata.

De repente se oyó un gran zumbido en el aire, y hacia ella descendió un enjambre de abejas negras.

—¡Atacad a esos desconocidos y clavadles aguijones hasta que mueran! —ordenó la Bruja, y las abejas dieron media vuelta y volaron rápidamente hacia donde andaban Dorothy y sus amigos. Pero el Leñador las había visto, y el Espantapájaros ya había decidido qué hacer.

—Sácame la paja y échala sobre la niña, el perro y el León —le dijo al Leñador—, y las abejas no los podrán picar.

El Leñador obedeció, y mientras Dorothy sostenía a Totó en brazos, apoyada contra el León, la paja los cubrió por completo.

Las abejas llegaron y no encontraron a nadie más que el Leñador para picar, y volaron hacia él y se rompieron todos los aguijones contra la lata, sin dañar al Leñador. Y como las abejas no pueden vivir con los aguijones rotos, ése fue el fin de las abejas negras, que quedaron esparcidas por el suelo, alrededor del Leñador, en una gruesa capa, formando pequeñas pilas que parecían de carbón.

Luego Dorothy y el León se levantaron, y la niña ayudó al Leñador de Hojalata a poner de nuevo la paja dentro del Espantapájaros, hasta que lo dejaron en las mismas condiciones que antes. Y una vez más se pusieron en marcha.

La Bruja Mala se enfureció tanto cuando vio a sus abejas negras esparcidas como carbón que golpeó el suelo con el pie y se tiró del pelo e hizo rechinar los dientes. Y luego llamó a una docena de sus esclavos, los winkies, les dio lanzas afiladas y les dijo que fueran a matar a los desconocidos.

Los winkies no eran gente valiente, pero tenían que hacer lo que les mandaban, así que avanzaron hasta que estuvieron cerca de Dorothy. En ese momento el León lanzó un potente rugido y saltó hacia ellos, y los pobres winkies se asustaron tanto que dieron media vuelta y echaron a correr lo más rápido posible.

Cuando llegaron al castillo la Bruja Mala les pegó fuerte con una correa y los envió de nuevo a trabajar, y luego se sentó a pensar qué debería hacer ahora. No entendía cómo habían fracasado todos sus planes para destruir a esos desconocidos, pero era una bruja poderosa, y además malvada, y pronto decidió cuál sería su próxima acción.

Había en su armario un Bonete de Oro rodeado por un círculo de diamantes y rubíes. Ese Bonete de Oro tenía un poder mágico. Quien lo poseía podía llamar tres veces a los Monos Alados, que obedecerían cualquier orden que se les diese. Pero ninguna persona podía dar órdenes a esas extrañas criaturas más de tres veces. Dos veces había usado ya el hechizo del Bonete la Bruja Mala. Una cuando esclavizó a los winkies y se apoderó del país. La segunda cuando luchó contra el propio Gran Oz y lo echó del territorio del Oeste. Los Monos Alados también la habían ayudado en esa ocasión. Sólo podría usar una vez más el Bonete de Oro, y por esa razón prefería esperar hasta que se le agotasen todos los otros poderes. Pero ahora que ya no estaban los feroces lobos ni los cuervos salvajes ni las abejas negras, y los esclavos se habían aterrorizado ante el León Cobarde, vio que sólo quedaba un modo de acabar con Dorothy y sus amigos.

La Bruja Mala sacó entonces el Bonete de Oro del armario y se lo puso sobre la cabeza. Luego se apoyó solamente en el pie izquierdo y dijo, despacio:

—¡Ep-pe, pep-pe, kak-ke!

A continuación se apoyó en el pie derecho y dijo:

—¡Hil-lo, hol-lo, hol-la!

Después se apoyó en ambos pies y gritó con fuerza: —¡Ziz-zy, zuz-zy, zik!

Y el poder mágico comenzó a obrar. El cielo se oscureció, y se oyó en el aire el estruendo apagado de un trueno. Hubo un ensordecedor aleteo, voces que parloteaban y reían; y el sol asomó en el cielo y mostró a la Bruja Mala rodeada por una multitud de monos, cada uno con un par de poderosas alas en la espalda.

Uno, mucho más grande que los demás, parecía ser el jefe. Volando se acercó a la Bruja y dijo:

—Nos has convocado por tercera y última vez. ¿Cuáles son tus órdenes?

—Atacad a los desconocidos que andan por mis tierras y matadlos a todos menos al León —dijo la Bruja Mala—. Y traedme a ese animal; quiero enjaezarlo como a un caballo y ponerlo a trabajar.

—Tus órdenes serán obedecidas —dijo el jefe, y con mucho ruido y parloteo los Monos Alados alzaron vuelo hacia donde estaban Dorothy y sus amigos.

Algunos de los monos agarraron al Leñador de Hojalata y lo llevaron por el aire hasta que estuvieron encima de un lugar cubierto de rocas afiladas. Allí lo soltaron, y el pobre Leñador, que cayó desde muy alto, se abolló y golpeó tanto que no pudo moverse ni gemir.

Otros monos buscaron al Espantapájaros y con los largos dedos le sacaron toda la paja de las ropas y de la cabeza. Con el sombrero, los zapatos y las ropas hicieron un pequeño fardo y lo tiraron sobre las ramas más altas de un árbol grande.

Los monos restantes echaron cuerdas muy fuertes alrededor del León, dieron muchas vueltas aprisionándole el cuerpo, la cabeza y las piernas, hasta que no pudo morder ni arañar ni moverse. Luego lo alzaron y se alejaron volando con él hacia el castillo de la Bruja; allí lo pusieron en un pequeño patio rodeado por una alta valla de hierro para que no pudiera escapar.

Pero a Dorothy no le hicieron ningún daño. Con Totó en brazos, la niña observó el triste destino de sus compañeros, pensando que pronto le tocaría a ella. El jefe de los Monos Alados voló hacia Dorothy extendiendo los largos y velludos brazos, con una terrible sonrisa; pero le vio en la frente la marca del beso de la Bruja Buena y se detuvo instantáneamente, e hizo señas a los demás, ordenándoles que no la tocasen.

—No nos atreveremos a dañar a esta niña —les dijo—, porque está protegida por la Fuerza del Bien, que es superior a la Fuerza del Mal. Todo lo que podemos hacer es llevarla al castillo de la Bruja Mala y dejarla allí.

Con suavidad y cuidado, alzaron a Dorothy en brazos y la llevaron velozmente por el aire hasta el castillo. Allí la depositaron en el escalón de la puerta delantera. Luego el Jefe de los Monos le dijo a la Bruja:

—Te hemos obedecido hasta donde hemos podido. El Leñador de Hojalata y el Espantapájaros fueron destruidos, y el León está encerrado en tu patio. A la niña, y al perro que lleva en brazos, no nos atrevemos a hacerles daño. Tu poder sobre nuestra banda ha cesado, y no volverás a vernos.

Y los Monos Alados, con mucho parloteo y risas, echaron a volar y pronto se perdieron de vista.

La Bruja Mala se sorprendió y comenzó a preocuparse cuando vio la marca en la frente de Dorothy, pues sabía muy bien que ni los Monos Alados ni ella se atreverían a hacerle el menor daño. Miró los pies de Dorothy y, al ver los zapatos de plata, comenzó a temblar de terror, pues sabía que eran portadores de un poderoso hechizo. Al principio la Bruja se sintió tentada de echar a correr y escapar de Dorothy; pero por casualidad miró los ojos de la niña, y vio cuán simple era el alma que había allí detrás, y tuvo la seguridad de que la niña desconocía el maravilloso poder que le daban los zapatos de plata. La Bruja, entonces, rió para sus adentros y pensó: “Todavía la puedo hacer mi esclava, porque no sabe usar su poder”. Con voz dura y severa dijo:

—Acompáñame, y trata de obedecer todo lo que te ordene; de lo contrario acabaré contigo, como ya hice con el Leñador de Hojalata y el Espantapájaros.
Dorothy la siguió por muchas de las hermosas habitaciones del castillo hasta que llegaron a la cocina, donde la Bruja le mandó que limpiase las ollas y las jarras, barriera el piso y echase leña en el fuego.

Dorothy se puso a trabajar con docilidad, decidida a hacer los mayores sacrificios, pues estaba agradecida de que la Bruja Mala hubiera decidido no matarla.

Con Dorothy trabajando mansamente, la Bruja pensó en ir al patio y enjaezar al León Cobarde como si fuera un caballo. Estaba segura de que sería muy divertido hacerlo tirar del carruaje cuando ella desease dar un paseo. Pero en cuanto abrió la puerta el León lanzó un rugido y saltó hacia ella con tanta ferocidad que la Bruja se asustó, salió corriendo y volvió a cerrar la puerta.

—Si no te puedo enjaezar —dijo la Bruja al León, hablando entre los barrotes de la puerta—, por lo menos te puedo matar de hambre. No te daré nada más de comer hasta que hagas lo que yo quiero.

Desde entonces no llevó más comida al León prisionero; pero todos los días iba hasta la puerta, al mediodía, y preguntaba:

—¿Estás preparado para que te ponga jaeces como a un caballo?

Y el León contestaba:

—No. Y si entras en este patio te morderé.

La razón por la cual el León no tenía que obedecer los deseos de la Bruja era que Dorothy, todas las noches, mientras la mujer dormía, le llevaba comida de la despensa. Cuando el León terminaba de comer, se acostaba en su cama de paja. Dorothy apoyaba la cabeza en la suave y abundante melena, hablaban de sus problemas y trataban de inventar algún modo de huir. Pero no encontraban la manera de salir del castillo, que estaba constantemente custodiado por los amarillos winkies, que eran esclavos de la Bruja Mala y temían demasiado la idea de desobedecer sus órdenes.

La niña tenía que trabajar mucho durante el día, y a menudo la Bruja la amenazaba con el viejo paraguas que siempre llevaba en la mano. Pero la verdad era que no se atrevía a golpear a Dorothy a causa de la marca que tenía en la frente. La niña no sabía eso, y tenía mucho miedo de lo que podía pasarles a ella y a Totó. Una vez la Bruja golpeó a Totó con el paraguas, y el valiente perrito, en respuesta, le saltó a una pierna y se la mordió. La Bruja no sangró por la herida, pues era tan malvada que la sangre se le había secado hacía muchos años.

La vida de Dorothy se volvió muy triste cuando llegó a la conclusión de que le sería más difícil que nunca volver a Kansas, junto a tía Em. A veces lloraba de amargura durante horas, con Totó sentado a los pies, mirándola a la cara y gimiendo para demostrar cuánta pena sentía por su pequeña ama. A Totó en realidad le daba lo mismo vivir en Kansas que en el País de Oz, siempre que Dorothy estuviera con él; pero sabía que la niña no era feliz, y por ese motivo tampoco lo era él.

Ahora bien, la Bruja tenía grandes deseos de poseer los zapatos de plata que la niña siempre usaba. Sus abejas, sus cuervos y sus lobos estaban apilados, secándose al sol, y había usado todos los poderes del Bonete de Oro; pero si lograba apoderarse de los zapatos de plata tendría más poder que el que había perdido con todas las demás cosas. Observó a Dorothy cuidadosamente, tratando de ver si se los sacaba, con la intención de robárselos. Pero la niña estaba tan orgullosa de ellos que nunca se los quitaba, excepto por la noche y cuando se bañaba. La Bruja tenía demasiado miedo a la oscuridad para atreverse a entrar en la habitación de Dorothy por la noche y robarle los zapatos, y su aversión al agua era todavía mayor que su miedo a la oscuridad, así que nunca se acercaba cuando Dorothy se estaba bañando. La verdad era que la vieja Bruja nunca tocaba el agua, ni dejaba que el agua la tocase de ninguna manera.

Pero la malvada criatura era muy astuta, y finalmente encontró la manera de conseguir lo que quería. Puso una barra de hierro en medio del suelo de la cocina y luego, con sus artes mágicas, la hizo invisible para los ojos humanos. Y Dorothy, al pasar por ese sitio y no ver la barra, tropezó en ella y cayó boca abajo. No se lastimó mucho, pero en la caída perdió uno de los zapatos de plata, y antes de que pudiera recogerlo la Bruja se lo arrebató y se lo puso en su propio pie.

La malvada mujer se sintió muy complacida por el éxito de la trampa, pues mientras tuviera uno de los zapatos poseería la mitad del poder que les confería el hechizo, y Dorothy no usaría su parte contra ella, aunque supiera cómo hacerlo.

La niña, al ver que había perdido uno de sus bonitos zapatos, se puso furiosa, y dijo a la Bruja:

—¡Devuélveme mi zapato!

—No —le respondió la Bruja—, pues ahora es mío, no tuyo.

—¡Eres una criatura malvada! —gritó Dorothy—. No tienes derecho a quitarme el zapato.

—De todas maneras me quedaré con él —dijo la Bruja, riéndose—, y algún día también te quitaré el otro.

Eso enfureció tanto a Dorothy que levantó el balde de agua que tenía cerca y lo volcó sobre la Bruja, mojándola de pies a cabeza.

Instantáneamente, la malvada mujer lanzó un fuerte grito de terror, y mientras Dorothy miraba maravillada, la Bruja comenzó a encogerse y a marchitarse.

—¡Mira lo que has hecho! —gritó la Bruja—. En un minuto me derretiré.

—De veras lo siento mucho —dijo Dorothy, que estaba muy asustada de ver a la Bruja derritiéndose como un terrón de azúcar.

—¿No sabías que el agua sería mi fin? —preguntó la Bruja, con voz quejumbrosa, desesperada.

—Claro que no —respondió Dorothy—. ¿Cómo lo iba a saber?

—Bueno, en unos pocos minutos me habré derretido, y el castillo será tuyo. He sido malvada durante mi vida, pero nunca pensé que una niña como tú llegaría a derretirme y acabar con mis maldades. ¡Cuidado… ahí voy!

Con esas palabras la Bruja cayó formando una masa parda, derretida, informe, que comenzó a desparramarse sobre las maderas limpias del suelo de la cocina. Al ver que de veras se había derretido, Dorothy sacó otro balde de agua y lo tiró sobre el revoltijo. Luego barrió todo y lo echó por la puerta. Después de recoger el zapato de plata, que era lo único que quedaba de la vieja, lo limpió y lo secó con un trapo, y se lo volvió a poner en el pie. Entonces, libre al fin, corrió al patio a decirle al León que la Bruja Mala del Oeste había dejado de existir y que ellos ya no eran prisioneros en un país extraño.


Nota

(*) Espantapájaros es en inglés scarecrow, literalmente “espantacuervo”. (N. del Traductor.)


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Reseñas de libros: El Mago de Oz, de L. Frank Baum.

26 comentarios sobre “El Mago de Oz. Capítulos 11 y 12”

  1. cele dice:

    hola


  2. rocio muñoz dice:

    esta re bueno este cuento es mortal nunca leei un cuento tan bueno como este esta muy buenono tengo mas palabras q decirlesme quedo sin palabras!!!QQQ


  3. ximena dice:

    hola seeeeeeeeeee es copado


  4. Carolina Ochoa dice:

    Muuyy bueno en l colee lo estamos leyendo un poco sta buenasoo!!


  5. Rocio Faelis dice:

    esta re bueno


  6. ludmila dice:

    esta re bueno este cuento <3


  7. Rocio Faelis dice:

    el aptri y la brisaa jajaj


  8. ludmila dice:

    me quede sin palabrascon este cuento


  9. Esperanza Zalazar dice:

    mencanta el cuento


  10. Aguus Lujan dice:

    este cuento esta para atras


  11. ale dice:

    este cuento esta para atras gil


  12. Aguus Lujan dice:

    fierasoooooooooooo


  13. ale dice:

    fieras tra


  14. fiero dice:

    loco


  15. ludmi dice:

    esta re bueno este cuento , mortallllll


  16. ale dice:

    maquina yo


  17. marcos dice:

    esta
    mazo


  18. marcos dice:

    esta mortal


  19. gretii dice:

    hola..me encanta este cuento …esta muy bueno..saludos :)


  20. rocio centurion dice:

    te amoo mi amoor


  21. claudia dice:

    hola este libro el mago de oz es muy bonito ,, yo lo estoy leendo es muy bonito


  22. milagros dice:

    esta re bueno


  23. milagros dice:

    yo ya lo leei todo
    jajjaaj


  24. valentina dice:

    esta re bueno en el cole lo estaos leyendo


  25. andrea dice:

    ESTA MUY INTERESANTE EL CUENTO :)
    ESTA GENIAL


  26. ivan dice:

    yo lo estoy leyendo en leones, en clase y a veces me aburro