147 | RESEÑAS DE LIBROS | 2 de febrero de 2005

Portada del libroPollos de campo

Ema Wolf
Ilustraciones de Jorge Sanzol.
Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 1997. Colección Alfaguara Infantil-Juvenil; Serie Azul.

Un grupo de artistas de circo, personajes en el más literal de los sentidos: la Gran Rita, "inmensa. No gorda, grande. Armoniosa en la forma, sólo que ante ella el espacio retrocedía, se replegaba para dejarla ser"; Mimí la Elástica, contorsionista; el Mago Jesús y el Oso ciclista, este último portador de la doble condición de hombre y bestia, han perdido el circo en el cual trabajan. ¿El motivo?, haber salido del cine (luego de ver Blade Runner tres veces seguidas) cinco horas más tarde de lo previsto el día en el que el Circo Augustus abandonaba esa localidad rumbo a... ese era el problema, ellos no lo recordaban.

La novela se inicia con la magnífica escena de Rita espumando, como si de rituales proféticos se tratara, una olla de puchero en la cocina de una casa rodante Broch-Pinchon. Afuera, recordándoles la película que acaban de ver, se desata una tormenta eléctrica. En este clima de zozobra y desconcierto alguien toca a la puerta de la Pinchon. Rita aventura una hipótesis: puede ser un huérfano... y efectivamente lo es. Un huérfano de unos trece años, dentro de una canasta de la que sobresalen la cabeza enrulada y un par de piernas largas. Pedro, el menor de los tres hermanos Pirámide, también artistas de circo, está tras el rastro de sus hermanos perdidos. A partir de este encuentro los cinco personajes saldrán en busca de los hermanos Pirámide faltantes a través de caminos desconocidos, guiados por mapas indescifrables, parando de pueblo en pueblo, atravesando la pampa para ellos incognoscible.

El espacio por el que transitan estos personajes en su Pinchon, al mejor estilo de una road movie o novela de caminos, es un campo que los personajes no conocen, ni están preocupados por conocer. Ellos tienen su propia imagen del campo y les resulta más que suficiente:

"Tan urbanos como para confundir una plantación de oleaginosas con una de cereales, la alfalfa con el pasto inglés. El de ellos era un campo retórico, de almanaque, festival de Cosquín, malambo y empanadas fritas."

La voz que narra desde la perspectiva de este grupo de artistas estrafalarios, lejos del verosímil realista, recurre a menudo a la hipérbole, explica lo sucedido desde el absurdo; como en el caso del vuelo de los tres hermanos por un viento huracanado durante su representación al aire libre de la pirámide humana. Acontecimiento tomado con total naturalidad por los habitantes de la Pinchon, para quienes la lógica se mueve por carriles que poco tienen que ver con los del sentido común o las leyes de la física.

Espacios, personajes, acontecimientos no disimulan su condición de ficción, o al menos así son interpretados por estos artistas decididos a comprender la realidad desde su propia lógica y necesidades.

En esta voz narrativa las descripciones cobran especial importancia, personificaciones, metáforas originales a menudo matizadas con términos científicos que fuera de contexto producen el efecto humorístico. Son frecuentes relaciones con la literatura, el cine, la Biblia, los mitos, la música... Desde El Flautista de Hamelín, al Arca de Noé y "Sube a mi voituré" de Pappo. O como la "legendaria" figura del gaucho Nicandro, mezcla de cuadro naturalista, literatura gauchesca y estereotipo for export:

"Fornido, oscuro, barba crinuda, pómulos altos, la piel pergaminosa por los siglos y los vendavales. Lleva pañuelo a la aragonesa y sombrero con barbijo sujeto bajo la nariz, camisa blanca, calzoncillo cribado, chiripá de poncho inglés, bota de potro despuntada, nazarenas de hierro, facón con gavilán de bronce. El gaucho irradia. Su figura está nimbada por un halo de luz blanca, de estampita. Ceba mate despacio. Los ojos van del brasero al mate y del mate al brasero sin posarse en la pava ni en otra cosa; ni en los visitantes. Una araña repta por su tela en un ángulo del alero y él vuelve la cabeza para mirarla, porque la escuchó.

La escena impacta como un óleo naturalista suspendido de un clavo en medio de la pampa. Las líneas y colores del cuadro se recortan con intensidad. El cielo de fondo es más azul que el resto y los árboles son más verdes y las nubes más nubes. El gaucho sobresale en el conjunto con la fuerza de un documento histórico. Es fantásticamente real."

La naturaleza misma no escapa a estas caracterizaciones originales que rondan el mundo de la representación, la escenografía, el espectáculo. En el capítulo 10 se describe un amanecer en el campo; el sol es caracterizado como un viejo divo parsimonioso a punto de salir a escena:

"El sol está oculto debajo del horizonte.

Como todos los grandes protagonistas, se demora en salir a escena. Mientras abotona su túnica fulgurante y retoca su maquillaje de actor viejo, toma unos mates amargos. Repasa mentalmente el papel, aunque lo viene repitiendo sin variantes desde hace muchos años. Es un papel de benefactor, un poco pedante, pero no conoce otro. Todavía no asoma ninguna porción de su persona, aunque permite que un leve resplandor ilumine el teatro. (...)

La brisa sopla sobre los pelos verdes del rocío. El cielo tiene un color morado de machucón. El escenario pasa del gris al marfil, al dorado y al naranja. Sobre la derecha una manada de vacas soñolientas se agita; mugen las madres para poner orden entre los terneros que reclaman el desayuno. Sobre la izquierda relincha una tropilla impaciente. Una garza blanca se mira en el espejo de la charca y se ve rosa —no es la primera vez que le sucede—. Una liebre histérica interrumpe la carrera para observar una nube que adoptó su misma forma: forma de liebre. La nube se tiñe de rojo sangre. Es la señal.

Entonces el sol pega la última chupada al mate y sale."

Naturaleza y artificio, realidad y representación se confunden. También los personajes se ven envueltos en la ambigüedad, especialmente el personaje del oso, "un ser ambiguo, sospechoso de dualidad" (...) "fantástico embajador entre dos mundos". Esta ambigüedad no preocupa a sus compañeros, ninguno de ellos necesita resolver la "verdadera" identidad del Oso; como tampoco necesitan conocer los lugares que transitan, ni comprender las causas y consecuencias de los hechos que suceden durante el viaje. Habrá explicaciones, pero estas serán deliberadamente inverosímiles, absurdas. El mago inventará noticias a sus compañeros de viajes para entretenerlos, y estos las encontrarán "más serias que las que transmitía la radio". ¿Qué es la realidad? A estos personajes no parece preocuparles, ellos construyen su propia realidad, a su medida, y algunos —como el oso o los hermanos Pirámide— hasta carecen de las palabras necesarias para describirla.

Pollos de campo tiene por destinatario, desde la propuesta editorial, al público juvenil, lo que de algún modo destaca aún más su originalidad. Road movie del absurdo, personajes y una historia delirante fuera de las convenciones que suelen prevalecer dentro del conjunto de textos habitualmente definidos para este público.

Recomendado a partir de los 10 años.

Marcela Carranza


Nota de Imaginaria:

La novela Pollos de campo ganó varias distinciones: Premio Fantasía (Buenos Aires, 1997); Premio Destacados de ALIJA, en la categoría "Texto" (Buenos Aires, 1998); Premio Municipalidad de la Ciudad de Tucumán (San Miguel de Tucumán, 1998) e integró, con Mención Especial, la selección The White Ravens, que prepara la Internationale Jugendbibliothek (Munich, 1999).


Foto de Marcela CarranzaMarcela Carranza es maestra y Licenciada en Letras Modernas de la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina). Como miembro de CEDILIJ (Centro de Difusión e Investigación de Literatura Infantil y Juvenil) participó en el programa de bibliotecas ambulantes "Bibliotecas a los Cuatro Vientos" y en el equipo Interdisciplinario de Evaluación y Selección de Libros. Actualmente se desempeña como docente de literatura infantil en la Escuela de Capacitación (CePA) del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.


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Autores: Ema Wolf