128 | Portada del libroRESEÑAS DE LIBROS | 12 de mayo de 2004

El año de la Vaca

Márgara Averbach
Ilustraciones de Enrique Ranzoni.
Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2003. Colección La pluma del gato/Juvenil.

"No imaginábamos nada, en algún lugar tenían que estar y había que buscarlos".
Estela Carlotto

La novela abre ante el lector las ventanas de la memoria histórica que constituye hoy uno de los grandes temas de los organismos de Derechos Humanos. Durante la dictadura militar instalada en Argentina en el período 1976-1983, muchos niños nacidos en los centros clandestinos de cautiverio fueron robados y posteriormente entregados a otras familias que luego se adjudicaron una paternidad falsa. La historia narrada por Márgara Averbach coloca en las voces de un grupo de adolescentes la reconstrucción de la verdadera identidad de una adolescente que ha crecido en un hogar ilegítimo y los pasos que recorre hasta descubrir su verdadero origen.

Un breve texto introductorio a modo de dedicatoria, permite al lector saber de antemano que la ficción parte de un hecho verdadero y esto otorga a la historia la fuerza de lo real, transformado en acontecimiento estético, en un producto artístico de profundo humanismo. Éste es el enunciado:

"A las Abuelas de Plaza de Mayo, que conocen la historia.
A Mónica, María Cristina, Diana, Perla, Miriam, Lea, que se sentaron conmigo a conversar en bares, en patios, en bancos de plaza hasta que me devolvieron, de a poco, con paciencia infinita, la conciencia del poder que hay en la charla."

De esta forma la autora descubre el proceso de gestación del texto surgido de encuentros con los que le entregaron una historia, que luego ella transformó en novela para que estas conversaciones tuvieran otros receptores, otros jóvenes que buscan en su sociedad respuestas o simplemente reflexiones sobre un hecho de extrema crueldad.

La estructura de la obra está montada justamente en conversaciones entre alumnos de un curso de una escuela secundaria de Buenos Aires. Y esas conversaciones van armando la historia de Nadia, cuyo verdadero nombre es Celeste. Seis narradores aportan cada cual su mirada propia sobre el acontecimiento que los convoca y en su decir se descubren como personalidades diferentes que arman y desarman los hechos como en un rompecabezas. Simultáneamente, al tiempo que se autopresentan, van dibujando a los otros personajes con las emociones que transcurren entre ellos, aproximaciones, rechazos, malos entendidos, propios de un grupo de pares en esta etapa etaria.

El procedimiento narrativo permite la reflexión crítica al lector, tomar su propia determinación ante el hecho narrado, porque en verdad los sucesos que actúan los personajes, adquieren diferentes matices según la óptica del que narra. Hábilmente la autora muestra en estos discursos de los adolescentes la polémica vigente en la sociedad argentina respecto a la devolución a su familia de origen de los hijos de los desaparecidos durante la dictadura militar.

El tratamiento del lenguaje otorga verosimilitud a cada escena, aún aquellas que se despegan de la realidad para ingresar a lo fantástico, a lo inexplicable. La jerga de los alumnos de una escuela secundaria contemporánea se reproduce con fidelidad, lo que implica observar un impecable trabajo sobre la escritura propio de la buena literatura. Nunca nos encontramos con la mirada del adulto, siempre estamos escuchando a estos jóvenes que cuestionan y se interrogan sobre sus sentimientos, su situación de alumnos en una institución educativa que los niega como personas verdaderas, y que no les brinda acompañamiento para resolver conflictos como individualidades y como integrantes de una sociedad.

El habla de los personajes permite la complicidad del lector joven que puede encontrar en uno o en varios de los actores, sus propias escenas de estudiante, porque el lenguaje es sin duda una marca de identidad que forja vínculos desde el interior, desde lo visceral de cada ser humano.

Sebastián, narrador que aparece en primer lugar, expresa los cambios ocurridos en él a partir del conocimiento de la verdadera identidad de Nadia, hija de desaparecidos durante la dictadura, y lo dice con sencillez, pero también con el desorden esperable en alguien de su edad:

"Fue un año raro, un año con vueltas, como el laberinto ése de Córdoba que fuimos a ver el verano pasado. A mí me pasó algo en estos meses. Y yo diría que fue por la Vaca.¿O por Nadia? No estoy seguro. Lo de Nadia hizo que de pronto me interesaran los noticieros. Y los avisos que salen en los diarios, esos que vienen con una foto y un nombre y cuentan una historia en tres palabras. Juan Ramirez, desaparecido el 4 de abril de 1976 en... Hace un año, ni los hubiera mirado. Ahora me siento con ella y estudiamos esas fotos en la plaza. Imaginamos las vidas de los que los conocían. No, no soy el mismo."

Para Rafael las cosas son diferentes, rechaza el descubrimiento de la verdad, se encierra en sus propias convicciones, se aisla del grupo.

"Yo estoy como siempre. Los últimos días de clase me la pasaba escuchándolos todo el día. Que el año los cambió, que esto, que lo otro, que ahora saben, que ahora entienden. Allá ellos, a mí no me cambian así como así. Qué año ni qué año. Si ellos quieren ser otros, bueno. Son unos boludos. Unos inseguros."

Leonardo o Leo, muestra toda la intensidad de las representaciones de un adolescente, su interés por el conocimiento, y la molestia que esto genera en el grupo, lo consideran un "chupamedias". Es el intelectual, el pensante, y desde su voz el lector obtiene una imagen de los compañeros, de la escuela, diferente, profunda y compleja a la vez. Leonardo-Leo, es capaz de saltear sus emociones y construir hipótesis sobre lo que está ocurriendo, aunque es posible percibir su hondo dolor de huérfano temprano:

"Mamá me llamaba así y me abrazaba fuerte y hablábamos sobre el futuro y ella decía que yo iba a ser un genio como Leonardo da Vinci. Pero desde que ella murió, yo tenía ocho o menos, nadie me dijo Leonardo de nuevo. Mejor, en parte; es como que Leonardo sigue siendo sólo de ella, de mamá, y mío."

Juana, apodada la Vaca, es un personaje rodeado de misterio, sostiene situaciones que permiten atribuirle poderes especiales, casi una maga. Es la que desata el interés por conocer la verdadera identidad de Nadia. Soporta humillaciones por su obesidad, y sale airosa de todas las situaciones valiéndose de su razonamiento, de su serenidad para encarar las cosas, y también de ciertas normas éticas que en algunos casos provocan reacciones agresivas en sus compañeros. No la conoceremos nunca desde su propia voz, siempre está mediatizada por la palabra de sus pares.

El discurso más conmovedor es sin duda el de Nadia. Sus reflexiones sobre la identidad ocultada dentro de una familia falsa, el asombro, el horror, pero también el bienestar interior que logra en su nueva situación, otorgan sentido a todas las otras voces que desgranan la novela, se imponen sobre el desconcierto y develan el dolor de todos los hijos de desaparecidos:

"La foto era como yo tres veces. Cuatro. Yo en el hombre alto, un hombre con mi piel, con mi pelo rojo. Yo en la mujer, en esa cara repetida, la mía, mi cara calcada y agrandada. Yo, en el bebé. Porque no dudé ni un momento: yo había sido alguna vez esa cosita abrigada y envuelta. Y la cuarta, yo afuera de la foto, mirándome tres veces. Me pareció que me moría. Me faltaba el aire. En cierto modo, sigo así. Se me está pasando pero muy despacio. Lo que menos se me pasa es la rabia por lo que me robaron. La sentí ese día y ahí está, todas las mañanas. Ni siquiera sé si quiero que se vaya."

La palabra Historia, así con mayúscula, se repite varias veces en el texto, y es justamente en este discurso de Nadia, que ahora sabe que es Celeste, cuando crece en una dimensión simbólica, cargada de matices, como sintetizadora de otros discursos que aún permanecen silenciados, por miedo, por ignorancia, por cobardía. Márgara Averbach recrea en cierta forma esta palabra, Historia, que al comenzar la novela es apenas una disciplina, un libro, una profesora. Cuando finalmente el lector concluye, tendrá en su haber casi un neologismo, la Historia Argentina construida por todos, la identidad como representación colectiva, como una victoria sobre la impunidad y la mentira. Una Historia ennoblecida por el compromiso de los que apostaron sin tregua a la búsqueda de la verdad, como Abuelas de Plaza de Mayo.

Recomendado a partir de los 12 años.

Lidia Blanco


Nota de Imaginaria: El año de la Vaca fue distinguido con el Premio "Destacados de ALIJA 2004", en la categoría "Novela juvenil".


Lidia Blanco (gelmanear@yahoo.com.ar) es Profesora de Lengua y Literatura (Universidad Nacional de Buenos Aires) en enseñanza media, normal y especial, y Especialista en Literatura Infantil y Juvenil. Fue Profesora del Seminario de Literatura Infantil en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires, desde 1988 hasta 1996.

Es coautora y compiladora de los libros Los nuevos caminos de la expresión (Ediciones Colihue, 1990), Literatura infantil. Ensayos críticos (Ediciones Colihue, 1992), Cuentos Primer nivel (Ediciones Colihue, 1978) y El puente sobre el río (Ediciones Colihue, 1980. Colección El Pajarito Remendado).

Participó en distintos congresos de Literatura Infantil y Juvenil nacionales e internacionales.

En 1998 recibió el Premio Pregonero, otorgado por la Fundación El Libro, por su trayectoria como Especialista en Literatura Infantil y Juvenil.

Actualmente es Profesora de Teoría de la Comunicación en la Escuela de Arte "Leopoldo Marechal" en La Matanza (provincia de Buenos Aires) y colabora en diversas publicaciones especializadas: Espacios de Lectura, del Fondo de Cultura Económica de México; revistas La Mancha e Imaginaria.


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