Conversación
abierta con Luis María Pescetti
Invitado especial del foro
de Imaginaria y EducaRed
- Presentación
- Particularidades lingüísticas regionales
- Curiosidad femenina
- Sobre La vida y otros síntomas
- Nunca me sentí tan poderoso (o cómo nacen las historias)
- Un cuento cuyo final se demoró en llegar
Un cuento cuyo final se demoró en llegar
Luis María Pescetti: Lo que sigue es un cuento que llevaba casi dos meses escrito, sin que pudiera hallarle un final satisfactorio. Hoy lo encontré y lo "publico" en el foro. Este envío tiene la primera parte, aquella a la que había llegado en el primer impulso, y termina ahí mismo donde yo me había quedado. El miércoles "publicaré" aquí mismo el final. [Nota del editor: el final aparece más abajo en esta página.] Pueden acercar sugerencias sobre posibles derivaciones de la historia, o simplemente esperar a pasado mañana.
No, gracias
Había una vez un niño que se despertó con el deseo de
cambiar, de ser bueno. Toda su vida se había portado terriblemente y esa
mañana decidió darle un cambio a su vida y pasar a ser un niño
del que todos estuvieran orgullosos: sus padres, sus hermanos, sus vecinos, su
ciudad. Incluso su país, orgulloso de contar con un niño tan bueno
entre los suyos.
Bajó de la cama de un salto, oyó que su hermano se estaba bañando
y ofreció acercarle la toalla:
-No, gracias (le respondió desde debajo de la ducha).
Se vistió y corrió hacia la cocina, encontró a la mamá
que colocaba las tazas en la mesa.
-¡Te ayudo!
-No, mi amor, gracias.
Ofreció sacar a pasear al perro, pero ya regresaba de la calle su padre
que había hecho eso y le dijo:
-No, gracias.
Desayunaron, intentó alcanzar el azúcar, pero su abuela le dijo:
-No, gracias.
Corrió a la calle. De pronto, casi enfrente de él, una tierna
anciana se cayó de bruces. ¡Perfecto! exclamó y fue en su
auxilio. Pero al llegar la mujer se levantaba sola y le dijo:
-No, gracias.
Luego encontró a un señor ciego, parado en una esquina y se ofreció
para cruzarlo:
-No, gracias (le respondió).
En la escuela levantó la mano para pasar al frente a dar la lección;
pero la maestra le dijo:
-No, gracias.
Vio que la directora salía de su oficina, cargada de carpetas. Señora,
déjeme que la ayude. Pero ella respondió: No, gracias. Tuvieron
un examen de matemáticas, lo terminó enseguida, se dio vuelta y
le ofreció a su amigo: ¿Te falta algún resultado? No, gracias.
Miró hacia la derecha, una compañera escribía a toda prisa.
¿Querés que te ayude? No, gracias.
Terminó esa tarde en la escuela y fue hacia su casa con un andar cansino,
sintiéndose un pobre derrotado. Pasó frente a un templo, entró,
se arrodilló y comenzó a decir una oración. Una voz honda
y poderosa, que parecía venir de todas partes, dejó oír su
mensaje:
-No, gracias.
(Primera parte de dos, continuará.)
Carlos Marianidis (Argentina): ¡Con lo que me gustan estos juegos!
Imagino que el niño se desalienta y vuelve a su conducta anterior. Entonces,
desde el hermano hasta la compañera de colegio le recriminan su falta de
ayuda y el niño vuelve al templo. Tal vez se tendría que ir
de allí con una nueva respuesta, pero no adivino cuál...
Malí Guzmán (Uruguay): Al leerlo se me ocurrieron dos finales. El primero que pensé es su reacción ante el último "no, gracias" recibido (se me complica un poco lo del templo, porque lo asocio a iglesia católica y no tendría por qué serlo). Ante ese último personaje el niño reacciona en forma totalmente agresiva (con empujón o golpe de puño) y a los gritos le advierte que lo va a ayudar aunque no quiera y le recuerda que él ha decidido ser bueno y ningún zapallo se lo va a impedir (eso sí, no sé si se lo dice a un cura o a la imagen de Cristo).
Lo que escribió Marianidis me hizo pensar en un segundo final (que me
simpatiza más). El niño, angustiado, sale corriendo del templo y
un sacerdote lo detiene. Sorprendido por su llanto le pregunta "¿Puedo
ayudarte, hijo mío?" Ahogado por el llanto el niño balbucea un "no,
gracias" y huye desesperado. El sacerdote lo ve alejarse y con total desprecio
dice para sí: "¡Habráse visto: 'no, gracias'. Pero ¿qué
se habrá creído? ¡Los niños siempre tan malagradecidos!"
L.M.P.: Las ideas de Marianidis y de Malí me gustan mucho, las dos. Es curioso porque el final que publicaré les sonará completamente inesperado, aunque no es surrealista, y lo curioso es que la misma sensación de inesperado me producen a mí sus propuestas. Muy buenas. Es grato esto.
Un comentario: puse templo para no asociarlo a una sola religión, que
quede más abierto o neutro, y así no excluya a nadie.
Rosalba Chávez Bocanegra (México): -No gracias...
El niño revisó de dónde provenía aquella voz que
salía de todos lados, y llegaba de unas bocinas que un par de días
antes se habían puesto en tal templo... Detrás de aquellas bocinas
se encontraba su vecino, otro niño más travieso que él, y
que le jugó una broma. El vecino, al salir de donde estaba escondido se
resbaló y cayó al piso de un tropezón. Él le tendió
la mano y el chiquillo le dijo "Gracias"... Ambos se fueron dispuestos
a ayudar a aquella voz de apoyo y solidaridad que pedía a gritos nacer
en sus corazones... pues la solidaridad no siempre encuentra respuesta.
Andrés Sobico (Argentina): Respecto a "no gracias", ¿seguro que se había levantado? Se puede sospechar que seguía soñando porque si el pibe era tan terrible me parece muy raro que fueran taaan educados en la familia, como para contestar a todo ofrecimiento con un gentil "no gracias".
Me hizo mucha gracia el comienzo, el intento de que todo el planeta estuviera
orgulloso de él.
Roberto Sotelo (Argentina): Hoy, en el colegio en el que trabajo y durante la hora de Biblioteca, les leí tu cuento a dos alumnas de 4° grado.
Cuando terminé les propuse que pensaran en un final.
"No, gracias", me contestaron.
Yolanda Noriega (México): Roberto, me encantó lo que sucedió con tus alumnas. Y creo que se logró el objetivo, no importa si escribieron o no el final, con esa respuesta creo que se engancharon en la historia y la hicieron suya.
Isabel: El niño, después de escuchar esa voz que resuena en el templo, se levanta y va hasta la sacristía (o como se llamen las bambalinas del templo). Quiere encontrar al religioso encargado para que le explique lo de la voz y, de paso, ofrecerse para alguna buena acción. Cuando entra a la sacristía, lo ve al religioso sentado en su escritorio, y detrás de él, una fila larga de gente. El niño se queda observando. Cada persona se acerca al religioso y le ofrece hacer una buena acción. A cada uno, el religioso contesta "no gracias", "no gracias". El religioso tiene un micrófono colgándole del cuello, es que acaba de terminar de dar una ceremonia en el altar mayor, y se ve que se ha olvidado de apagarlo.
El niño sale de la sacristía sin acercarse al religioso. Vuelve
contento a su casa. Ha descubierto por fin su vocación. Cuando sea grande,
será religioso, se sentará detrás de su escritorio, y cada
vez que se acerque alguna persona a ofrecer sus buenos servicios, él contestará:
"no gracias", "no gracias". Y como al descuido, siempre olvidará de apagar
el micrófono.
Diana (Puerto Rico): Me gusta esto.
Yo pienso que el niño estaba pensando en desistir de la idea de ser
bueno y esa voz que parecía venir de todas partes era su voz
interior que le decía "no, gracias". Para que el niño
no desistiera de su idea. Entonces el niño se levantará
y saldrá del templo con una nueva idea de cómo hará las cosas, y
en lugar de ofrecerse para hacer la diferencia, él comenzará a hacer cosas
diferentes y buenas por sí mismo, sin tener que preguntar "¿puedo
ayudar?", "¿puedo hacerlo?", etc.
L.M.P.: (Nota: este es el final anunciado.)
Terminó esa tarde en la escuela y fue hacia su
casa con un andar cansino, sintiéndose un pobre derrotado. Pasó
frente a un templo, entró, se arrodilló y comenzó a decir
una oración. Una voz honda y poderosa, que parecía venir de todas
partes, dejó oír su mensaje:
-No, gracias.
Salió corriendo del templo, desesperado, empujado por un impulso frenético;
pero en la misma puerta se le interpuso un señor que cortó su carrera
para ofrecerle un billete de lotería, o un estuche con tres peines de diferente
tamaño, o cinco lapiceras, o un práctico portamonedas para la cartera
de la dama o el bolsillo del caballero, o un encendedor para la cocina con vida
útil garantizada por diez años, o tres chocolates por un peso, o
dos revistas de decoración por cinco pesos, o una suscripción para
la enciclopedia más moderna del mercado y que por esta única oportunidad
como promoción de lanzamiento se ofrece a la mitad de su precio normal,
es decir a un precio anormal, o un exprimidor con tres naranjas que ya fueron
exprimidas en tres ocasiones, o un juego de cocina compuesto por cinco ollas con
base de bronce de tres capas que conservan mejor el calor, o cinco libros para
colorear que vienen con una simpática caja de seis lápices de colores,
o una canción, pídeme la canción que quieras, ¿no
quieres que te cante una canción?
-No, gracias (respondió el niño, muy a su pesar, pues detestaba
tener que usar la misma frase que lo había perseguido todo el día).
-No puedes decirme eso.
-Sí, porque usted me ofrece cosas que no le pedí, y que no necesito.
-Pero tal vez acierto con algo que ibas a desear o precisar.
El niño miró al vendedor, observó que su traje no era
nuevo y estaba arrugado por la cantidad de objetos que cargaba; su camisa era
blanca, pero necesitaba ser lavada, su corbata estaba arrugada, y olía
un poco a transpiración. Entonces le preguntó:
-¿Y usted qué necesita?
El vendedor se quedó pensativo, serio.
-Un día de descanso, estoy agotado de ofrecer mis mercaderías.
-Tómeselo (respondió el niño), tómeselo de todos
modos, y mañana o pasado mañana sigue.
El vendedor apoyó su gastado portafolio en el suelo, con una vieja sonrisa
comentó:
-No es mala idea, verdad (tomó aire y suspiró). ¿Hay algún
bar en este pueblo?
-Sí, hay varios, como aquél (y señaló).
El vendedor juntó sus cosas, se despidió agradecido, y el niño
se fue a caminar, o a jugar con sus amigos.
Starosta: Ese final es como una redención...
Lo que me gusta es que cambia el curso de los acontecimientos.
(Aunque debo confesar que mi lado irredento y rebelde se había enamorado del final de Malí.)
¡Habráse visto!
L.M.P.: Gracias, amigos, por comentarme sus impresiones por el final. A mí también me ocurrió que me gustaron y sorprendieron los finales propuestos por otras personas, y por eso lo comentaba antes, porque sabía que este final era inesperado, así como lo habían sido otros para mí. Escojo éste por íntimas razones.
Erika Ruiz (México): Una vez que leí los finales propuestos y el de Luis me quedó claro: el final, final, deja una sonrisa en el rostro y una idea revoloteando en la cabeza: costumbre del autor.
"Luis saluda."
Foto tomada de la página de Luis María Pescetti, www.pescetti.com
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- Nunca me sentí tan poderoso (o cómo nacen las historias)
- Un cuento cuyo final se demoró en llegar
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