112 | LECTURAS | 1 de octubre de 2003

La camara oculta en la boca del león
Entrevista con Silvia Schujer

por Natalia Calisti

Entrevista publicada en el suplemento Cableniños (Télam-UNICEF), Buenos Aires, 27 de agosto de 2003; y reproducida en Imaginaria con autorización de los editores.

Foto de Silvia Schujer
Silvia Schujer

Tamara es una niña de 12 años y la protagonista de la última novela juvenil de Silvia Schujer, La cámara oculta (1), una historia que indaga sobre el trabajo de los niños en televisión, la presión que ejercen sus padres y el trasfondo de una cultura exitista y de consumo continuo.

La cámara oculta empieza con una cita de Jorge Boccanera, en la que el autor se pregunta qué busca el domador que mete la boca dentro del león y por qué aplaude el público que lo mira. ¿Qué respuestas le daría a Boccanera después de haber investigado y escrito este libro?

—Boccanera es un poeta excepcional, pero no da la respuesta y yo tampoco. En todo caso, el libro redimensiona la pregunta con otro interrogante, ¿cuál es nuestra esponsabilidad en todo esto? Y problematiza un asunto, en este caso, el de los chicos que trabajan en televisión, el de los padres y el de los espectadores que estamos mirando.

—La mamá de Tamara, María Inés Villa, es la villana de la historia, ¿por qué dejó en un modesto segundo plano a los representantes, productores y empresarios que alimentan la industria publicitaria y televisiva con el trabajo de los niños?

—No quedan afuera pero para mí, la principal responsabilidad es de los padres y lo que más fuerte se juega es el vínculo familiar. ¿Qué es lo que pasa con esa madre que necesita de la fama de su hija para llenar de sentido su vida?

Para los productores y las agencias es un hecho comercial ya sean pibes, latitas o el producto que tengan que imponer al mercado. Mi novela tiene que ver con los vínculos y el vínculo fundamental es el vínculo con la mamá.

—El padre está muy ausente.

—Hay una línea entre mis cuentos y novelas en donde los padres están muy presentes por ausencia, como una posibilidad salvadora, al menos en el deseo de los personajes.

En este libro está justificado desde la historia. En general, son las madres las que acompañan a sus hijos a los castings porque los padres están trabajando. Yo vivo en Palermo, en una zona que está llena de productoras de televisión, donde hay castings todo el tiempo y colas enormes de chicos acompañados por las mamás.

—La "escena" del bebé que se atora con un chizito que le da una productora para que le de sed y beba el agua de la publicidad es una de las más trágicas de la historia y muestra, simbólicamente, la falta de límites. ¿Es una escena real o de ficción?

—Es ficción, lo que no quiere decir que la realidad la haya superado, probablemente, en muchos casos.

En una de las entrevistas con uno de los productores que hacen publicidades con chicos, pregunté si había algo de lo que se arrepintiera, después de tantos años de trabajo. Primero dijo que no, pero se quedó pensando y como excepción, mencionó una vez que trabajó con un bebé y una madre que estaba muy nerviosa y se largó a llorar. Lo que pasó en esa escena no lo sé, pero me quedó esa imagen que recreé en el libro.

Y si lo pensás, no es un delirio. Desde el punto de vista de un productor, que tiene que cumplir una meta, darle un chizito a un bebé que tiene que tomar el agua de la publicidad no es tan descabellado; está dentro de la lógica de las barbaridades.

—Para escribir La cámara oculta hizo un trabajo de investigación en el que entrevistó productores, maquilladores, representantes y asistentes de televisión, ¿conversó con los niños?

—No quise. Si te metés mucho en las historias quedás pegado a los personajes y no sé si hubiese podido seguir mirando con cierta distancia, a través del ojo de la cámara oculta.

Hablar con un chico hubiese sido durísimo y, probablemente, me hubiese inclinado a hacer un ensayo de denuncia y no una novela. Fue una desición intuitiva.

Sin embargo, conozco el medio. Mi papá era representante de artistas y yo jugué toda mi infancia con nenes marcados por apellidos famosos y ciertos vicios del ambiente.

A Reina Reech, por ejemplo, la conocí desde muy chica. Todavía hoy, después de muchos años, me acuerdo que Reina, con toda su inocencia, se miraba al espejo y decía "tengo el cutis hecho una papa". Yo no entendía de lo que estaba hablando, ¿qué era tener el cutis hecho una papa a los ocho años?

—El humor y los juegos de palabras son recursos que usted ha utilizado en muchas de sus historias, como El monumento encantado (2), pero que son evitados en esta novela, ¿pensó esta historia como un documento de denuncia?

—(La periodista) María Moreno dice que La cámara oculta es una novela social. Puede ser. (La escritora) Graciela Montes habla de naturalismo. No lo sé. Para mí lo fuerte son los vínculos entre las personas, que son los conflictos sobre los que indagan mis novelas.

—Es una historia sin concesiones.

—Hay cierta idea en la literatura infantil de que uno tiene que hacer concesiones para dejar un mensaje positivo, pero yo no participo de esa idea.

Lejos de plantear verdades absolutas o que se tengan que leer de una única manera, prefiero los finales abiertos o circulares, para que cada uno los interprete como quiera, aunque los chicos te discutan a muerte esas cosas y estén "mal" acostumbrados a los finales tranquilizadores.

—El descenlace de la historia transmite cierta idea de que no hay escapatoria, ¿la hay?

—No sé si hay escapatoria, pero creo que siempre hay un momento de decisión. En general, está muy claro por qué un chico quiere ser parte del medio —porque gana plata, porque se hace famoso, porque es reconocido entre sus pares—, lo que resulta

difícil es pensar por qué puede querer salirse.

Elegí un personaje que dice basta, aunque no se sepa muy bien si es en la realidad o en la ficción, y ese es el conflicto de la historia. Un círculo, cuanto menos, difícil de romper.


PortadaNotas de Imaginaria

(1) La cámara oculta está editado por Alfaguara (Buenos Aires, 2003; Colección Próxima Parada Alfaguara, Serie Azul), con ilustraciones de Pablo Bernasconi.

Portada(2) El monumento encantado está editado por Sudamericana (Buenos Aires, 2001; Colección Pan Flauta), con ilustraciones de Marcelo Elizalde.


Natalia Calisti (nataliacalisti@yahoo.com.ar) es periodista e integra la redacción del suplemento Cableniños.


Artículos relacionados:

Autores: Silvia Schujer