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LECTURAS

| 3 de septiembre de 2003

Una maleta de clásicos
(Los inolvidables de la Literatura Infantil y Juvenil)

Textos de las ponencias presentadas en la mesa redonda "Una maleta de clásicos (Los inolvidables de la Literatura Infantil y Juvenil)", realizada durante la 14ª Feria del Libro Infantil y Juvenil (Buenos Aires, julio de 2003) con la coordinación de Sandra Comino. Ilustraciones de Ignacio Noé (Copyright 2003 Ignacio Noé, www.ignacionoe.com.ar), realizadas originalmente para Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, y Sandokan, de Emilio Salgari.

Foto de Graciela Pérez Aguilar
Graciela Pérez Aguilar

De viajes y miradas

por Graciela Pérez Aguilar

Lo cierto es que no hay viaje más fascinante que el de la vida misma. Aunque a veces pensemos que los libros cuentan historias mucho más interesantes que la que nos toca vivir, nuestra vida sigue siendo infinitamente más variada y compleja que la que los escritores puedan contar.

Pero como el tema de esta mesa es la literatura clásica de viajes, me pareció que lo más conveniente antes de abordarlo era buscar algunas brújulas que evitaran el peligro de no poder llegar a ningún puerto, como el holandés errante, o de ir a parar a un lugar creyendo que era otro, como le pasó a Colón. ¿A qué me refiero cuando hablo de brújulas? Con esta palabra quiero indicar criterios que sirvan de guía para diferenciar un relato de otro y elegir los que más se ajustan al rumbo que queremos seguir.

Encontré la primera brújula en el famoso cuento árabe llamado "Los dos que soñaron", donde un hombre sueña que hay un tesoro enterrado en otra ciudad y parte a buscarlo. A causa de algunos incidentes, el protagonista de este cuento es llevado ante un juez de esa ciudad, quien le manifiesta que también ha soñado con un tesoro enterrado en un patio cuya descripción coincide exactamente con la del fondo de la casa del viajero. Demás está decir que el viajero regresa a su casa y, efectivamente, encuentra el tesoro en el sitio indicado. Me pareció que esta brújula apuntaba a reconocer esos viajes que, en definitiva, son una búsqueda de nuestra propia identidad, de lo que ya somos o de lo que ya tenemos.

Encontré la segunda brújula al final de un poema del griego Konstantin Cavafis, llamado Itaca. Luego de recomendar el disfrute de los diferentes pasos del viaje hacia la isla anhelada, el poeta afirma:

Itaca te ha dado un deslumbrante viaje:
sin ella, no hubieras emprendido el camino.
Pero no puede darte ninguna otra cosa.

Me pareció que esta segunda brújula apuntaba a los viajes en los que el camino es más importante que la meta.

Robinson Crusoe. Ilustración de Ignacio NoéLa tercera brújula me llegó por casualidad, mientras tomaba café en un barcito de Palermo, llevada por una chica que vendía tarjetas ilustradas a mano. Siempre me tienta leer lo que dicen esas tarjetas y ésta justamente traía una frase de Proust que decía algo así como "Viajar no es cambiar de paisaje sino cambiar de mirada".

Allí me di cuenta de que esta brújula apuntaba a diferenciar los viajes meramente turísticos de aquellos que cambian la vida de quien viaja.

Provista con estas brújulas, empecé a recordar todas las historias de viajes que había leído, desde la vuelta al mundo en 80 días hasta el paseo que hace la naranja de la sala al comedor. Y es cierto que hay muchísimas historias de esta clase porque, como ya dijimos, la literatura es un viaje del mismo modo en que la vida es un viaje. Pero también hay muchas clases de viajes literarios y no todos son interesantes. Hay viajes aburridos, cansadores, rutinarios y previsibles, así como hay viajes entretenidos, enriquecedores, fascinantes y resplandecientes.

A partir de todo esto, traté de imaginar una clasificación tan arbitraria como cualquier otra de los viajes literarios y, dentro de ella, de usar mis brújulas para elegir los que más me interesaban. Este fue el resultado de mis afanes viajeros.

A - Viajes en busca del propio destino.

Un ejemplo sudamericano de esta clase de relatos viajeros aparece en el mito tehuelche de Elal, con las huídas y regresos del héroe para sobrevivir a la furia de su padre y para proteger el destino de los hombres. También podríamos incluir aquí todas las historias que cuentan viajes de formación y crecimiento, como sucede en las narraciones tradicionales (Hansel y Gretel), en clásicos de la novela picaresca (El Lazarillo de Tormes, El Buscón), en las novelas de Dickens (David Copperfield, Oliverio Twist), etc.

Si no tuviera que ceñirme a los clásicos más lejanos en el tiempo, incluiría seguramente en esta categoría a La historia interminable, de Michael Ende, cuyo protagonista además realiza su viaje de crecimiento justamente a través de un libro. Pero volviendo a los clásicos, necesito mencionar aquí al pobre don Quijote, que intenta realizar en sus dos viajes las hazañas que imaginó gracias a las novelas de caballerías y muere a partir del momento en que le quitan su biblioteca. Para don Quijote, los viajes de la literatura son infinitamente más bellos y dignos que los de su vida en ese árido lugar de La Mancha. Y aunque fracase la mayoría de las veces, sigue siendo un ejemplo que no deberíamos olvidar en estos tiempos del cólera pero también de la esperanza.

En fin, la característica de todos estos relatos de viajes en busca del propio destino implica el cambio de mirada de los personajes que, mientras viajan, crecen, se transforman y llegan a ser lo que potencialmente son.

Robinson Crusoe. Ilustración de Ignacio Noé

B - Viajes que no son tales.

Hay algunos libros que relatan aparentes viajes que, sin embargo, no son tales. Por ejemplo, en Los viajes de Gulliver, Jonathan Swift usa el relato para plantear una sátira que critica ferozmente las costumbres inglesas de su época y que lo lleva a amargas conclusiones sobre la naturaleza humana en general. Otra manera de usar la metáfora del viaje sin que signifique un cambio de mirada se encuentra en el Robinson Crusoe, de Daniel Defoe. Prisionero en su isla, Robinson reproduce trabajosamente y a fuerza de ingenio las condiciones de vida de su sociedad y hasta se da el lujo de tener a Viernes como criado.

C - Viajes de conquista y colonización.

En este apartado, colocaría los libros de viajes surgidos en distintas épocas de expansión colonial. No por casualidad, cada vez que un imperio inició la etapa de conquista y sometimiento de otros pueblos, apareció una literatura que acompañaba esa aventura. En el siglo XVI, los viajes de exploración y conquista de América producen una literatura representada, por ejemplo, por los diarios de Colón, y las obras de Antonio de Guevara o, en el mejor de los casos, por fray Bartolomé de las Casas. En estos relatos se hacen evidentes las limitaciones de la mirada del colonizador que no puede ni siquiera encontrar las palabras para describir ese nuevo mundo que a veces presenta como ingenuo y maravilloso, y otras veces como salvaje, ignorante y brutal. En el caso de la conquista española, menciono como una excepción a fray Bartolomé de las Casas porque es de los pocos que dan testimonio de la verdadera crueldad de los conquistadores. Hay también algunos escritores posteriores que aparecen a caballo de dos mundos, como el Inca Garcilaso de la Vega, e intentan traducirlos recíprocamente cuando la conquista ya era una realidad irremediable.

En la segunda mitad del siglo XIX, otra época de conquista, colonización y crecimiento comercial protagonizada por Inglaterra, Francia y demás naciones con vocación expansionista, también apareció una literatura que acompañaba desde lo imaginario este vasto movimiento de apropiación de territorios hasta entonces desconocidos. Si ustedes repasan los libros de Julio Verne, verán que, en su gran mayoría, están dedicados a viajes cuyos protagonistas europeos dan la vuelta al mundo en 80 días, van de la Tierra a la Luna, recorren 20.000 leguas de viaje submarino o viajan al centro de la Tierra. Es decir, no dejan ni un centímetro por recorrer a lo largo, ancho, alto y profundo del planeta. Pero si observamos con más atención, vemos que estos periplos no modifican demasiado el punto de vista de los personajes ni los hacen más comprensivos con las culturas que conocen. Viajar se trata más bien de una actividad turístico-deportiva cuya finalidad es ganar una apuesta (La vuelta al mundo en 80 días), investigar un extraño fenómeno aparecido en el mar (20.000 leguas de viaje submarino) o encontrar a un científico desaparecido (Viaje al centro de la Tierra).

Los personajes que viajan en esta especie de avanzada literaria de la conquista y colonización son tan impermeables a las diferencias y cambian tan poco como muchos de los que viajan realmente para someter a otros pueblos. Una anécdota de dos expedicionarios ingleses, Robert Burke y William Wills, es elocuente acerca de esta ceguera de los colonizadores. En 1862, Burke y Wills partieron para realizar un ambicioso viaje por tierras de Australia. Al no poder llegar a la costa norte, decidieron regresar y a mitad del camino murieron en un sitio llamado Cooper Creek. Lo extraordinario es que murieron de sed y de hambre mientras una tribu indígena del lugar los contemplaba y les ofrecía agua y alimentos que ellos no aceptaron porque eran demasiado extraños para su cultura europea.

Esta relación entre libros de viajes y comercio o expansión, por ejemplo a China, tiene una trayectoria tan larga que va desde El descubrimiento del mundo, del supuesto comerciante veneciano Marco Polo, conocido en el siglo XIII por relatar sus viajes al Lejano Oriente, hasta la serie de libros que en los últimos diez o quince años cuentan peregrinaciones de europeos y americanos a China. Claro que esto sucede a partir de cierta apertura de los chinos al comercio exterior y a las leyes del mercado capitalista.

D - Viajes del exilio y del regreso al hogar.

No siempre el tema de los libros de viajes es el crecimiento personal o la conquista. A veces, la salida del suelo patrio es forzada por las circunstancias políticas o personales y el regreso al hogar se convierte en una verdadera odisea. Y precisamente la palabra "odisea" nos remite al poema de Homero que cuenta el largo regreso de Odiseo o Ulises a su hogar en la isla de Itaca, obstaculizado permanentemente por la venganza de Poseidón, dios del mar. Ulises, que partió de su patria siendo rey, regresa convertido en un mendigo y debe luchar contra los pretendientes de su mujer, Penélope, para recuperar su reino. Pero en este largo viaje, el que antes fue un soberbio rey, orgulloso de su capacidad para hacer trampas, se transforma en un hombre más humilde y comprensivo.

Sandokan. Ilustración de Ignacio NoéEl buque fantasma es otra historia de un peregrino, el holandés condenado a vagar eternamente por los mares por haber blasfemado contra Dios.

Y, a su manera, Sandokan, el tigre de la Malasia que narró memorablemente Salgari, también es un noble malayo expulsado de su reino por los invasores ingleses. Toda su saga relata la lucha por recuperar su reino o, al menos, evitar la destrucción final de su amada isla de Mompracem.

 

Volviendo al tema inicial de las brújulas, quiero recordar que había encontrado tres: la primera apuntaba a los viajes que conducen al sitio de nuestra propia identidad, la segunda apuntaba a los viajes en que el camino es más importante que la meta y la tercera se refería a los viajes que cambian la mirada del viajero. Lo que diferencia a una guía de turismo de un libro de viajes es la experiencia y la aventura humana que relata este último. Y ya que aquí estamos entre docentes que tenemos que elegir no sólo lo que queremos leer por nuestra cuenta y placer sino lo que vamos a proponerles a nuestros alumnos, estas brújulas tienen que funcionarnos mucho más confiablemente. Los chicos disponen ahora de muchas otras historias de viajes en los libros, el cine y en la televisión. Existen Harry Potter y Matrix y los X-men y en el futuro seguramente aparecerán nuevos relatos de la aventura humana. Creo que no deberíamos tener prejuicios al respecto, pero cualquiera sea el medio y la índole de la historia, es imprescindible que exista en ella la búsqueda de otra realidad que permita ensanchar los límites de la propia vida. Sin ese ingrediente esencial, no hay verdadero viaje, no hay verdadero cambio, no hay verdadero crecimiento ni hay verdadera libertad.


Graciela Pérez Aguilar nació en la ciudad de Buenos Aires. Es Profesora en Letras. Trabajó como docente en escuelas secundarias para adultos y luego se dedicó a la edición de libros de texto y de literatura para niños y jóvenes. Escribió libros para la enseñanza de la Lengua en la escuela media y numerosos artículos sobre creatividad, juegos y literatura infantil.

Entre sus libros para niños y jóvenes se encuentran Había una vez un delfín (Libros del Quirquincho), Los dragones y otros cuentos (Sudamericana), El constructor de sueños (Alfaguara) y El peludorrinco (Sudamericana). Tuvo a su cargo la coordinación del libro Cuentos Argentinos. Antología para gente joven (Alfaguara).

Fue integrante del grupo de escritores que fundaron la revista La Mancha. En una de ellas, la número dos, en una nota titulada "El oficio de escribir", Graciela Pérez Aguilar dice:

"...Leer un libro que nos gusta es recorrer una casa entrañable y habitarla. Es encontrarnos con alguien que queremos y dialogar con ‘él’ o ‘ella’ como si fuera, casi más íntimo que nuestros íntimos. Leer es conversar secretamente con quienes dijeron lo que nosotros hubiéramos querido decir. Leer es levantar la vista mientras estamos leyendo y discutir o acordar, o reconocernos allí.

...Un lector es un viajero que recorre las zonas de la imaginación que ya han sido visitadas y dibujadas por otro."

Sandra Comino
(texto de presentación de la autora en la Mesa Redonda)


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