106 | RESEÑAS DE LIBROS | 9 de julio de 2003

El cazador oculto (1)

J. D. Salinger
Traducción de Pedro B. Rey.
Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1999. Colección Sudamericana Joven, serie Novela.

Portada del libro

"Si de verdad quieren que se los cuente, lo primero que probablemente querrán saber es dónde nací, cómo fue mi infancia de porquería, qué hacían mis padres antes de tenerme y todas esas idioteces a lo David Copperfield, pero, para serles sinceros, no tengo ganas de ponerme a contar esa clase de cosas."

Holden Caulfield, un joven de 16 años, decide contarnos tres días de su vida a partir del momento en que es expulsado por tercera vez del colegio. Desde las primeras líneas Salinger nos sitúa en la mirada del adolescente y sabemos que ese relato que escuchamos no estará dispuesto a ser complaciente con los lectores, ni a obedecer una tradición literaria. Todo el decir de Holden está atravesado por una crítica mordaz que es también nostalgia y tristeza. Mirada que desnuda una sociedad, y en particular una clase social, la burguesía norteamericana de posguerra.

Bajo esa mirada mordaz cae la escuela elitista formadora de "hombres espléndidos y brillantes" donde los profesores reservan sus mejores sonrisas a los padres con prestigio, los ex alumnos son recibidos con honores si su donación a la escuela ha sido considerable, y los débiles o feos son marginados por aquellos que han formado su "grupito cerrado".

"Los tipos que juegan al básquet andan todos juntos. Los católicos igual, los intelectuales también, los tipos que juegan al bridge. Hasta los tipos que pertenecen al podrido libro del mes se juntan."

También los estudiantes de universidades privadas vestidos con el infaltable chaleco a cuadros y las jovencitas hermosas, estúpidas y presumidas son objeto de crítica. Holden no quiere aceptar las reglas del juego, no puede sostenerse en ese lugar por más tiempo. La crítica se extiende al mundo del arte, especialmente al cine de Hollywood, donde su hermano escritor —D. B.— está "vendiéndose como una prostituta". Será el cine, el que llevará a Holden a reflexionar acerca de la guerra en la que su hermano mayor no hace mucho tiempo ha participado.

"Las películas de guerra siempre me producen el mismo efecto. Creo que no soportaría ir a la guerra. La verdad no podría. No sería tan terrible si te agarraran y te metieran un tiro. ¡Pero hay que pasar tanto tiempo en el ejército! Eso es lo peor. Mi hermano D. B. estuvo en el ejército cuatro años de porquería. También estuvo en la guerra. Hasta participó del desembarco de Normandía, pero creo que odiaba todavía más el ejército que la guerra. (...) Lo único que tenía que hacer todo el día era pasear en blindado a un general con pinta de cowboy. Una vez nos dijo a Allie y a mí que si hubiera tenido que matar a alguien no habría sabido para qué lado disparar. Decía que el ejército de Estados Unidos estaba tan lleno de cerdos como el de los nazis."

El histrionismo afectado del músico de jazz de moda, o de los actores que se saben virtuosos y admirados, los comentarios sesudos del universitario durante el entreacto reciben el desprecio del joven Caulfield. El arte no es excepción a la regla de la hipocresía en cuanto a la afectación de los famosos y de aquellos aprendices de burgueses que lo consumen.

Pero no toda manifestación del arte cae en la misma bolsa, otro cine es aquel que Holden comparte con D. B. y con su hermanita Phoebe, quien conoce Los 39 escalones, su película preferida, de memoria. También guiado por su hermano D. B., Holden se ha convertido en un apasionado lector.

"Los (libros) que más me conmueven son los que, al terminar de leerlos, a uno le dan ganas de que el autor que lo escribió fuera amigo suyo para poder llamarlo por teléfono en cualquier momento. Aunque no es algo que me pase muy seguido. No me molestaría llamar a Isak Dinesen. Ni a Ring Lardner, sólo que D. B. me contó que ya se murió. Pero después hay libros como, por ejemplo, La servidumbre humana, de Somerset Maugham. Lo leí el verano pasado. Es muy bueno, pero nunca me darían ganas de llamarlo a Somerset Maugham. No sé. Sólo me parece que no es la clase de persona a la que me gustaría llamar por teléfono, nada más. Más bien preferiría llamar al viejo Thomas Hardy. Aquel personaje, Eustacia Vye, me encanta."

¿A dónde irán en invierno los patos del Central Park cuando el lago se congela?

La única materia aprobada en la escuela por Holden es Lengua, porque como él mismo confiesa, "era casi todo Literatura". En Expresión Oral en cambio recibió un aplazo. Es que el profesor obligaba a sus alumnos a evitar las digresiones, y cómo saber desde un comienzo de qué se quiere hablar, qué es lo importante que se va a contar, qué es lo accesorio que debe ser eliminado. Por qué uno debe atenerse al tema en cuestión, quién determina lo que debe decirse y callarse, por qué unificar y simplificar si lo que uno está diciendo lo emociona. Las preguntas que se hace Holden frente a su antiguo profesor de Lengua parecen ser las mismas a las que responde la trama de El cazador oculto y podríamos ir aún más allá porque lo que se está poniendo en juego es la defensa de un modo de mirar y decir el mundo, un modo de escribir, de hacer literatura.

En su deambular por la ciudad de Nueva York, su tránsito por sórdidos hoteles, bares y calles, Holden está buscando una respuesta. Es que a él le interesan cosas "poco importantes", como conversar y bailar con Phoebe en la intimidad del cuarto, ver a Jane alinear las damas en la última fila del tablero, mantener una conversación acerca de Romeo y Julieta con una monja en un bar, preguntarse por el paradero de los patos del Central Park en invierno, y también pensar en Allie, porque "uno no deja de querer a alguien sólo porque este muerto".

Holden se detiene durante esos tres días. Se ha bajado por un instante de la maquinaria que lo empuja hacia un futuro en el que ya no habrá ningún lugar soleado y con bosques al cual huir. Él sólo está dispuesto a relatarnos ese momento, con todas las digresiones que las cosas que lo emocionan le exigen, porque son esas digresiones las que importan.

Recomendado a partir de la adolescencia.

Marcela Carranza


Nota

(1) Este libro también está editado con el título El guardián entre el centeno, con traducción de Carmen Criado (Madrid, Alianza Editorial, 1991; colección El libro de bolsillo).

 


Marcela Carranza es maestra y Licenciada en Letras Modernas de la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina). Como miembro de CEDILIJ (Centro de Difusión e Investigación de Literatura Infantil y Juvenil) participó en el programa de bibliotecas ambulantes "Bibliotecas a los Cuatro Vientos" y en el equipo Interdisciplinario de Evaluación y Selección de Libros. Actualmente se desempeña como docente de literatura infantil en la Escuela de Capacitación (CePA) del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.


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