100 | RESEÑAS DE LIBROS | 16 de abril de 2003

La senda del perdedor

Charles Bukowski
Traducción de Jorge G. Berlanga y Ernesto Giménez-Caballero Alba
Barcelona, Editorial Anagrama, 2000. Colección Compactos Anagrama.

Portada del libro

una mirada desde la alcantarilla
puede ser una visión del mundo
la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos
Alejandra Pizarnik

La senda del perdedor no es un libro que se encuentre en los anaqueles de la llamada "literatura juvenil". Podríamos sin embargo argumentar que comparte con esos libros el habitual protagonista en clave autobiográfica. Hasta podríamos definirla como una novela de aprendizaje, género habitual en la literatura destinada a los jóvenes. Pero más allá de clasificaciones, la novela de Bukowski nos dice acerca de la intensidad de una mirada. Próxima a la cámara cinematográfica, la narración se detiene a menudo en los detalles; un primer plano del padre engullendo la comida mientras escupe sus reprimendas, o el niño bajo la mesa que sólo alcanza a ver las piernas de la gente y la luz del sol reflejándose en la alfombra. A esa detención en la mirada, se le sumarán los diálogos, la palabra directa de los personajes diciéndonos acerca de ellos mismos, más allá de las intervenciones del narrador.

La vida de Henry Chinaski tiene por escenario Los Ángeles de la Depresión y el inicio de la Segunda Guerra Mundial. En ese contexto la palabra "desocupado" encarnada en su padre y luego en sí mismo, atravesará la historia.

"Mi madre iba cada mañana a su mal pagado trabajo y mi padre, que no tenía trabajo, también salía cada mañana. Aunque la mayoría de los vecinos estaban sin empleo, él no quería que advirtieran que estaba parado."

Familia, escuela, trabajo, universidad, todo lugar de la repetición del orden y del disciplinamiento del sujeto cae bajo la mirada implacable del protagonista. Visión desde abajo de un mundo en crisis, mirada que desenmascara detrás de instituciones y discursos una realidad opresora, violenta, vacía de sentido.

Desacralización del optimismo norteamericano, a Henry no le interesa formar parte de ese mundo. Desde un no lugar, desde el deseo de ser invisible a la mirada de los otros, su vida se construye como una feroz resistencia frente a los códigos y mandatos sociales.

"¿Quién era el coronel Sussex? Sólo un tipo que tenía que cagar como el resto de nosotros. Todo el mundo tenía que doblegarse y encontrar un molde donde encajar. Doctor, abogado, soldado... no importaba lo que fuera. Una vez dentro del molde tenías que seguir adelante. Sussex era un tipo tan desvalido como cualquiera. O bien te las arreglabas para hacer algo o te morías de hambre en la calle."

"La estructura familiar. O cómo vencer a la adversidad a través de la familia. Él (el padre) creía en eso. Coge la familia, mézclala con Dios y la Nación, añade diez horas de trabajo diario, y tienes todo lo que necesitas."

Un mundo atroz personificado en la brutalidad del padre y la sumisión de la madre primero, en el sadismo de los otros niños, la estupidez y crueldad de los maestros después, Henry es el duro que no parece necesitar de nadie y se sumerge en la condición de marginado haciendo de ella su identidad. Los hombres y mujeres (adultos y niños) le han demostrado que no vale la pena confiar en ningún otro ser humano. Soledad absoluta, inmovilidad y silencio. Entonces es el cuerpo el que habla, el que grita el dolor, y los asuntos se arreglan a puñetazos.

Peleas, voyeurismo, masturbación, alcohol y esporádicamente el deporte parecen ser las pocas ocasiones de placer, de abrir un pequeño resquicio en la vida de Henry.

"..tal vez no haya nada peor que estar privado de las palabras para darle un sentido a lo que uno vive." Nos dice Michéle Petit en su libro sobre los jóvenes y la lectura. (1)

En La senda del perdedor hay dos tipos de palabras. Las órdenes y sarcasmos del padre, los libros leídos por obligación, los discursos escolares rebosantes de patrioterismo exitista, el pensamiento repetido de la intelectualidad universitaria. El lugar común de lo establecido, palabras que mienten, ficción para ocultar y subyugar.

"Me gustaba Franky (Roosevelt) a causa de sus programas para los pobres durante la Depresión. El también tenía estilo. Realmente no creo que le importaran un bledo los pobres, pero era un gran actor, con una magnífica voz al servicio de una excelente oratoria. Pero quería meternos en la guerra. Así él entraría en los libros de Historia."

Pero hay otras palabras, la de esos otros libros que el joven Chinaski descubre en la biblioteca pública. Aquellos libros que devora furtivamente bajo las frazadas y que le permiten descubrirse a sí mismo, encontrar interlocutores, otros con quienes construir y compartir su mundo.

"—¡APAGA LAS LUCES! —chillaba mi padre.

Ahora estaba leyendo a los rusos, a Turgueniev y Gorky. Las normas de mi padre incluían que todas la luces habían de apagarse a las 8 de la tarde. El quería dormir para estar fresco y despejado en su trabajo al día siguiente. Su conversación en casa rondaba siempre el tema «del trabajo». Hablaba a mi madre acerca de su «trabajo» desde el momento que cruzaba la puerta por la tarde hasta que se iba a la cama. Estaba decidido a subir en el escalafón.

—¡Muy bien! ¡Ya está bien de malditos libros! ¡Apaga las luces!

Para mí, esos hombres que se habían introducido en mi vida provenientes de la nada, eran mi única oportunidad. Las únicas voces que me hablaban."

(...) "Cuando la verdad de alguien es la misma que la tuya y parece que la está contando sólo para ti... eso es fantástico.

Leía libros por la noche, de ese modo, bajo las mantas y con la sobrecalentada lamparilla. Leer todos esos buenos párrafos mientras te sofocabas... era hechizante."

Hechizo de la lectura, lectura furtiva, lectura en los márgenes, lectura robada al tiempo de la productividad.

"Leer para conocer las soluciones que otros han dado al problema de estar de paso por la tierra. Para habitar el mundo poéticamente y no únicamente estar adaptado a un universo productivista." (2)

Leer y también escribir en un gesto que no busca el reconocimiento de los otros, de quienes nada se espera. Para Henry un libro lleva al siguiente, D. H. Lawrence, Huxley, Dos Passos, Sherwood Anderson, Hemingway...

"Era puro gozo. Las palabras no eran abstrusas sino cosas que hacían vibrar tu mente. Si las leías y permitías que su hechizo te embargara, podías vivir sin dolor, con esperanza, sin importarte lo que pudiera sucederte."

Si La senda del perdedor es (también) un libro para los jóvenes, no lo es por pertenecer a un catálogo, colección o género. Aventura de la palabra rebelde y marginal, resistente al orden impuesto, lugar de apertura a mundos posibles y diferentes. Un joven lector podrá encontrar en el libro de Bukowski quizás ese mismo hechizo, ese gozo embriagador vivido por Henry durante sus lecturas furtivas bajo las sábanas.

Marcela Carranza


Notas

(1) Petit, Michèle. Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura. México, Fondo de Cultura Económica, 1999; pág. 41.

(2) Petit, Michèle. Lecturas: del espacio íntimo al espacio público. México, Fondo de Cultura Económica, 2000; pág. 146.


Marcela Carranza es maestra y Licenciada en Letras Modernas de la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina). Como miembro de CEDILIJ (Centro de Difusión e Investigación de Literatura Infantil y Juvenil) participó en el programa de bibliotecas ambulantes "Bibliotecas a los Cuatro Vientos" y en el equipo Interdisciplinario de Evaluación y Selección de Libros. Actualmente se desempeña como docente de literatura infantil en la Escuela de Capacitación (CePA) del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.


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