99 | MISCELÁNEA | 2 de abril de 2003

2 de Abril: Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil


Reproducción del póster realizado por Rafael Fabrice Yockteng Benalcázar

Todos los años, el 2 de abril, el IBBY celebra el "Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil" para conmemorar el nacimiento del escritor danés Hans Christian Andersen.

Cada año es un país miembro de dicha organización el encargado de realizar el cartel anunciador y el mensaje dirigido a todos los niños.

Este año le ha correspondido a la sección brasileña. Para cumplir este propósito, la Fundação Nacional do Livro Infantil e Juvenil (FNLIJ), sección nacional de IBBY, convocó el año pasado al Concurso IBBY-DILI Latinoamericano de Ilustración, para seleccionar una ilustración que acompañara el texto de Ana Maria Machado, escritora brasileña, ganadora del Premio Hans Christian Andersen 2000, preparado especialmente para el Día Internacional del Libro Infantil (DILI) 2003.

En la ocasión, fueron invitados a participar todos los ilustradores latinoamericanos y caribeños, quienes debían enviar sus obras a través de las respectivas secciones nacionales de IBBY, que fueron responsables por la preselección en cada país del material que se remitió a la FNLIJ.

El ilustrador Rafael Fabrice Yockteng Benalcázar, nacido en Lima (Perú) en 1976 y radicado en Bogotá (Colombia) desde 1980, fue el ganador del concurso.

Reproducimos el texto de Ana María Machado, Livros: uma rede de casas encantadas (Libros: una red de casas encantadas) —en dos versiones (portugués y castellano)—, y, más arriba, una imagen del poster realizado por Rafael Fabrice Yockteng Benalcázar. (Nota: ya habíamos reproducido el texto con motivo de publicar las bases del concurso.)


Livros: uma rede de casas encantadas

por Ana Maria Machado

Eu era pequena, não sei bem que idade tinha...

Só sei que tinha altura suficiente para que ficar de pé em frente `a escrivaninha de meu pai, apoiar nela os braços e, sobre eles, o queixo. Bem grande, diante de meus olhos, ficava uma estatueta de bronze: um cavaleiro magro de lança na mão, montado num cavalo esquelético, seguido por um burrico onde ia encarapitado um sujeito gorducho que segurava um chapéu na ponta do braço estendido, como quem dá vivas.

Respondendo a minha pergunta, meu pai me apresentou os dois:

—Dom Quixote e Sancho Pança.

Quis saber quem eram, onde moravam. Aprendi que eram espanhóis e moravam há séculos numa casa encantada: um livro. Em seguida, meu pai interrompeu o que estava fazendo, foi até a prateleira, pegou um livrão e começou a me mostrar as figuras e contar a história daqueles dois. Numa das ilustrações, Dom Quixote estava cercado de livros.

—¿E dentro desses aí, quem mora? —quis saber.

Pela resposta, comecei a perceber que havia livro de todo tipo e dentro deles morava o infinito. A partir daí, pelas mãos de meus pais, fui conhecendo alguns deles, como Robinson Crusoe em sua ilha, Gulliver em Lilliput, Robin Hood em sua floresta. E descobri que as fadas, princesas, gigantes e gênios,reis e bruxas, os três porquinhos e os sete cabritinhos, os patinhos feios e os lobos maus, todos os meus velhos conhecidos das histórias que eu ouvia , também moravam em livros.

Quando aprendi a ler, quem passou a morar nos livros fui eu. Conheci personagens de contos populares do mundo inteiro, em coleções que me fizeram percorrer da China `a Irlanda, da Russia`a Grécia. Me embrenhei de tal maneira nos livros de Monteiro Lobato, que posso dizer que me mudei para o sítio do Picapau Amarelo, era lá que eu vivia. Era um território livre e sem fronteiras.

Com a mesma facilidade pude morar no Mississipi com Tom e Huck, cavalguei pela França com D'Artagnan, me perdi no mercado de Bagdá com Aladim, voei para a Terra do Nunca com Peter Pan, sobrevoei a Suécia montado num ganso com Nils, me meti pela toca de um coelho com Alice, fui engolida por uma baleia com Pinóquio, persegui Moby Dick com o capitão Ahab, naveguei pelos mares com o Capitão Blood, procurei tesouros com Long John Silver, dei a volta ao mundo com Phileas Fogg, fiquei muito tempo na China com Marco Polo, vivi na Africa com Tarzan, no alto das montanhas com Heidi e numa casinha na campina com a familia Ingall, fui menina de rua em Londres com Oliver Twist e em Paris com Cosette e os miseráveis, escapei de um incêndio com Jane Eyre, fui `a escola de Cuore con Enrico e Garrone, segui um santo homem na India com Kim, sonhei em ser escritora com minha querida Jo Marsh, fiz parte dos Capitães da Areia com Pedro Bala pelas ladeiras da Bahia e a partir daí fui cada vez mais lendo livros de gente grande.

Assim mesmo. Sem fronteiras geograficas nem faixa etaria. Tudo comunicando de um lado para outro, numa rede de casas encantadas.

Até que de tantos mundos, fui fazendo os meus. E comecei a dividir com os outros, nos livros que faço, tudo o que mora dentro de mim...


Libros: una red de casas encantadas

por Ana Maria Machado

Yo era chica, pero no recuerdo exactamente qué edad tenía...

Sólo sé que era lo suficientemente alta como para estar de pie frente al escritorio de mi padre, apoyar los brazos encima y colocar el mentón sobre las manos. Frente a mis ojos, bien grande, había una estatuilla de bronce: un caballero muy delgado con una lanza en la mano y montado en un caballo esquelético, seguido por un burrito que cargaba a un hombrecito gordinflon con el brazo extendido y dando vivas con el sombrero.

En respuesta a mi pregunta, mi padre me los presentó:

—Don Quijote y Sancho Panza.

Quise saber quiénes eran y dónde vivían. Me enteré que eran españoles y que durante siglos habían vivido en una casa encantada: un libro. Luego mi padre interrumpió su trabajo, tomó un libro enorme de la biblioteca y comenzó a mostrarme las ilustraciones mientras me contaba las aventuras de esas dos personas. En una de las ilustraciones aparecía Don Quijote rodeado de libros.

—¿Y quién vive dentro de esos libros? —pregunté.

De la respuesta de mi padre, comprendí que existían toda clase de libros y dentro de ellos, existían infinitas vidas. A partir de ese momento, de la mano de mis padres, empecé a conocer algunas, como las de Robinson Crusoe en su isla, Gulliver en Liliput y Robin Hood en su bosque. Luego descubrí que las princesas y las hadas, los gigantes y los genios, los reyes y las brujas, los tres chanchitos y los siete cabritos, el patito feo y el lobo feroz, todos mis viejos conocidos de los cuentos de hadas que solía escuchar, también habitaban en libros.

Cuando aprendí a leer, fui yo quien pasó a vivir en los libros. Conocí a personajes de cuentos populares de todo el mundo en colecciones que me llevaron de viaje desde China a Irlanda, desde Rusia a Grecia. Me sumergí tanto en los libros de Monteiro Lobato que podría decir que me había mudado a la Quinta del Benteveo Amarillo y que me había quedado allí. Era un territorio libre, sin fronteras.

Con la misma facilidad pude vivir en el Mississipi con Tom y Huck, cabalgué por Francia junto a D'Artagnan, me perdí en el mercado de Bagdad con Aladino, volé a la Tierra de Nunca Jamás con Peter Pan, sobrevolé Suecia montada en un ganso con Nils, me metí por una conejera con Alicia, fui devorada por una ballena como Pinocho, perseguí a Moby Dick con el capitán Ahab, navegué por los mares con el Capitán Blood, busqué tesoros con Long John Silver, di la vuelta al mundo con Phileas Fogg, me quedé muchos años en China con Marco Polo, viví en Africa con Tarzan, en la cima de una montaña con Heidi y en una casita de la pradera con la familia Ingalls, fui una chica de la calle con Oliver Twist en Londres y con Cosette y los miserables en Paris, escapé de un incendio con Jane Eyre, fui a la escuela de Corazón con Enrico y Garrone, seguí a un santo varón en la India con Kim, soñé con ser escritora igual que mi querida Jo March, formé parte de los Capitanes de la Arena con Pedro Bala en las laderas de Bahia y a partir de entonces cada vez fui leyendo más libros para personas grandes.

Así de simple. Sin fronteras geográficas ni franja etaria. Sólo yendo de un lado a otro, todo vinculado en una red de casas encantadas.

Hasta que, con tantos mundos, fui construyendo los míos. Y comencé a compartir con otras personas, en los libros que escribo, todo aquello que vive dentro de mí...

Traducción de Laura Canteros


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