99 | BOLETÍN DE ALIJA / FICCIONES | 2 de abril de 2003

¡Por la Paz y la Vida, AlijA dice NO a la guerra!

Porque creemos que otro mundo es posible, manifestamos nuestra voluntad de ser partícipes en la creación y fortalecimiento de una cultura de paz.

Nuestro aporte consiste en construir puentes de comprensión y amistad entre los pueblos del mundo por medio de los libros para niños y jóvenes, misión que compartimos las sesenta y cinco Secciones Nacionales de IBBY.

Porque creemos que el respeto por la vida y los principios de libertad, justicia, solidaridad, cooperación, diálogo y comprensión en todos los niveles de la sociedad son la mejor garantía para el derecho a soñar, imaginar y crecer.

Porque creemos en una ficción que permita al niño y al joven interpretar la realidad.

Por todo eso, queremos compartir con los lectores un cuento de Graciela Montes, a quien agradecemos por su apoyo, y abrir una puerta para la reflexión.

Comisión Directiva de AlijA


La guerra de los cien años

por Graciela Montes

El País de los Gorras Azules y el País de los Gorras Rojas no se llevaban nada bien. Es más: se llevaban mal, muy mal, tan mal se llevaban que entraron en guerra.

-¡Mueran los Gorras Rojas! -gritó el presidente de los Gorras Azules parado en un banquito.

-¡Mueran los Gorras Azules! -gritó el primer ministro de los Gorras Rojas desde lo alto de una escalera.

-¡Guerra! ¡Guerra! -aullaron los dos y sus voces resonaron por todo el mundo.

El presidente de los Gorras Azules y el primer ministro de los Gorras Rojas juntaron sus armas: tanques inmensos, misiles veloces, portaviones como ciudades, bombas, metralletas, granadas, morteros, balas redondas, balas afinadas. Los armamentos se fueron acumulando a las puertas de las dos ciudades y todos se prepararon para una guerra.

-Sólo faltan los soldados -dijo el presidente de los Gorras Azules.

-Los soldados son lo único que falta -dijo el primer ministro de los Gorras Rojas.

Entonces el presidente de los Gorras Azules y el primer ministro de los Gorras Rojas pronunciaron muchísimos discursos.

-¡Muchachos! ¡Mis valientes! -decían. -¡Vamos a la guerra!

Pero los muchachos del País de los Gorras Azules estaban cosechando el trigo, o cambiándole el aceite a los autos, o tocando la guitarra, o juntando flores para regalárselas a la chica mas linda.

Y los muchachos del País de los Gorras Rojas estaban cosechando maíz, o desarmando una radio, o bailando rock, o mirando el cielo para ver caer una estrella.

-¡Muchachos! ¡Mis valientes! ¡Vamos a la guerra! -insistían el presidente de los Gorras Azules y el primer ministro de los Gorras Rojas. -¡Démosle su merecido al enemigo! ¡Destruyámoslo! ¡Aplastémoslo! ¡Hundámoslo! ¡Reventémoslo!

Y todos los televisores de los dos países retumbaban con esas palabras. Y en todas las esquinas de las dos ciudades había carteles con un dedo acusador que decían "Muchachos. Mis valientes. ¡Vamos a la guerra!". Pero los muchachos seguían cosechando y bailando y cantando y juntando flores y mirando el aire.

Entonces el presidente de los Gorras Azules y el primer ministro de los Gorras Rojas sonrieron en los televisores y les prometieron medallas brillantes a los que quisiesen ir a la guerra. Y después rugieron y amenazaron con mandar a la cárcel a los que no quisiesen ir. Y ni aún así hubo soldados suficientes.

Pero las guerras no esperan. Así que el pequeño ejército de los Gorras Azules -tan pequeño que los dedos de una mano y un pie alcanzarían para contar sus soldados- se puso en marcha hacia el País de los Gorras Rojas. Los dos ejércitos marcharon, uno contra el otro. Atravesaron pantanos, llanuras inmensas, bosques tupidos y cadenas de montañas tan altas que trepaban más que las nubes. A veces creían divisar al enemigo a lo lejos y el general daba la orden: "¡Apunten! ¡Fuego!", pero no era el enemigo; era un tren de carga, o un ñandú que corría a lo loco, o una bandada de pájaros que levantaba vuelo. El enemigo estaba, mientras tanto, a muchísimos kilómetros de allí, gritando: "¡Apunten! ¡Fuego!" y gastando sus balas en lo que le había parecido un ejército y que en realidad no era más que una nube baja o una parva de pasto.

Hace años que caminan y se buscan. Y siguen caminando y buscándose todavía. Son dos países muy grandes y dos ejércitos demasiado pequeños. Lo más probable es que no se encuentren sino por casualidad y al cabo de cien años. Eso al menos es lo que calculan los científicos. Y, para cuando se encuentren, los hombres estarán demasiado viejos, y los tanques, los misiles, las metralletas, las bombas, los morteros y las balas, muy pero muy oxidados.

Portada de "Te cuento tus derechos"Extraído, con autorización de la autora, del libro Te cuento tus derechos, antología de Amnesty International Argentina y editado dentro de “Educando para la libertad”, Programa de Educación en Derechos Humanos de Amnesty Internacional Argentina (Buenos Aires, Amnesty International Argentina, 1997). Edición realizada por convenio con AI Noruega y ODERASJON DAGSVERK.

Nota de Imaginaria: Los lectores encontrarán una reseña crítica de Te cuento tus derechos en la sección "Libros" de Imaginaria, en esta dirección:  www.imaginaria.com.ar\01\3\derechos.htm


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Autores: Graciela Montes