51 | RESEÑAS DE LIBROS | 16 de mayo de 2001

Los vecinos mueren en las novelas

Sergio Aguirre
Bogotá, Grupo Editorial Norma, 2000.
Colección Zona Libre.

Portada de "Los vecinos mueren en las novelas"

Duelo de ficciones

¿Las novelas de misterio son "un género agotado que ya no interesa a nadie" como dice el personaje John Bland de Los vecinos mueren en las novelas? El escritor cordobés Sergio Aguirre logra demostrar que el género está lejos de agotarse y que las virtudes de estas novelas son ideales para poner en juego un tema tan literario como la verosimilitud: la "verdad" literaria, el pacto ficcional, la esencia misma de la ficción.

La historia transcurre en la campiña inglesa, un lugar amigable para las ficciones de Aguirre, a juzgar por la aparición de esta geografía en algunos relatos incluidos en su novela anterior, La venganza de la vaca (Bogotá, Grupo Editorial Norma, 1998). Sin duda es también un lugar literario propicio para homenajear toda una tradición de historias de misterio.

John Bland, un escritor mediocre de novelas policiales recién mudado junto a su mujer a la campiña, decide hacer una visita de cortesía a su única vecina, una anciana, aprovechando el viaje sorpresivo de su esposa a Londres.

La anciana, al enterarse de su oficio, le ofrece un relato de una experiencia que dice haber vivido en su juventud. Se trata de una misteriosa historia que le tocó escuchar en un viaje en tren: una joven dice haber sido testigo de un posible crimen, cree que el supuesto asesino la ha descubierto y está aterrorizada porque se siente perseguida. La historia está llena de vericuetos e intrigas que atrapan a John Bland, quien sin embargo, no admite que está admirado por la buena trama, quizás para no asumir su falta de ideas literarias. Entonces, decide entrar en un juego peligroso. Aunque había confesado no tener ninguna idea para una novela, comienza a relatar una historia que tiene a él y a su interlocutora como protagonistas: se trata del plan para asesinar a su anciana vecina. Lo que ni él ni el lector imaginan es, que a partir de allí, lejos de amedrentarse, la mujer responderá con armas similares a las utilizadas por el escritor: con historias donde la "verdad" y la ficción comienzan a cruzarse hasta llegar a extremos francamente peligrosos.

La verdad, la duda, los cruces de miradas y los límites entre ficción y realidad son tematizados en esta obra, convirtiéndose en el corazón de la trama. Los efectos de los relatos de ambos protagonistas son tan fuertes para el destino de la historia que se cuenta, que el lector no sabe si desear, junto al protagonista, que todo sea sólo una novela. La "suspensión de la incredulidad" a la que aludía Coleridge explicando así el pacto que entabla un lector literario con la obra que lee, se vuelve torturante en este texto, ya que todo el tiempo se está invitando al lector a poner en duda la "veracidad" de las historias que se cuentan. Dice Umberto Eco en Seis paseos por los bosques narrativos (Madrid, Lumen): "El lector tiene que saber que lo que se le cuenta es una historia imaginaria, sin por ello pensar que el autor está diciendo una mentira. Sencillamente, como ha dicho Searle, el autor finge que hace una afirmación verdadera. Nosotros aceptamos el pacto ficcional y fingimos que lo que nos cuenta ha acaecido de verdad."

Estas cuestiones que parecen subyacer en el planteo de este libro, lejos de tranquilizar al lector (al fin de cuentas sólo se trata de una historia), hacen temblar gozosamente todas las seguridades. La duda surge victoriosa, como sucede con la literatura que abre caminos, que inaugura un territorio lleno de preguntas.

Cecilia Bajour


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