27 | AUTORES/LECTURAS | 14 de junio de 2000

Foto de Graciela Montes, por Aldana Duhalde
Foto © Aldana Duhalde
Graciela Montes
Actualización: 27 de diciembre de 2000

Reportaje a Graciela Montes

(La revista Planetario, una guía de actividades y propuestas culturales para niños editada en Buenos Aires, Argentina, publicó en su edición de abril-mayo de 2000 un reportaje a la escritora Graciela Montes. Por gentileza de Fabián Saidón, el director de Planetario, reproducimos el texto completo de la entrevista.)

Su nombre está entre los principales de la literatura infantil argentina. Graciela Montes es una de las escritoras que más producción tiene en lo que se refiere a libros para chicos y, además de sus propias obras, realizó traducciones de cuentos clásicos y escribió libros informativos, entre ellos uno que cuenta a los chicos los hechos que sucedieron al golpe de estado del '76 y el terrorismo de estado.

Su acercamiento a la literatura vino desde el mundo editorial y sus primeros trabajos publicados estuvieron dirigidos a los chicos. Desde el principio se ha convertido en estudiosa e investigadora del tema, por lo que es autora de varios ensayos sobre literatura infantil. En su paso por distintas editoriales, dirigió diversas colecciones y promovió el desarrollo de una literatura local y con lenguaje rioplatense. Fue co-fundadora de la editorial Libros del Quirquincho y miembro fundador de ALIJA (Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina).

Por su trayectoria y producción fue, en tres oportunidades consecutivas, candidata por Argentina al Premio Internacional de Literatura Infantil y Juvenil Hans Christian Andersen. Aunque sin dejar de escribir para los más chicos, hace dos años incursionó de lleno en la literatura para adultos (en 1998 publicó la novela El umbral y en 1999 Elísabet).

Planetario: Las editoriales siempre han dejado un poco abandonada a la literatura infantil, ¿no?

Graciela Montes: En estos últimos años no. Al contrario, editoriales que anteriormente hacían sólo libros de texto o libros de adultos empezaron a interesarse por la literatura infantil.

En el mundo entero la literatura para niños cobró gran auge. En particular, en nuestro país me parece que se produjo un fenómeno histórico bastante interesante cuando volvió la democracia. En las escuelas se empezó a sentir que la literatura infantil tenía que ver con ese aire nuevo, con esa nueva mirada, y los escritores respondimos a esa demanda. Fuimos a las escuelas públicas, a distintos rincones del país.

Desde el punto de vista comercial es interesante porque la literatura infantil tiene un público bastante amplio que en gran medida se debe a la penetración en la escuela, a que haya habido bibliotecarios y maestros interesados por la literatura que querían que sus chicos se convirtieran en lectores.

P.: Más allá de la intención de los docentes, ¿los chicos leen?

G. M.: Yo creo que los chicos leen si tienen ocasión de leer. En un sentido profundo de lo que es leer, los chicos leen todo el tiempo aunque muchas veces no nos demos cuenta. Porque vivir en este mundo contemporáneo, con la cantidad abrumadora de información que nos rodea, las noticias y los flashes que llegan desde la televisión, los mandatos de la publicidad, hace que tengamos que leer para sobrevivir.

Seguramente hoy no hay muchas posibilidades de estarse tranquilo con un libro horas y horas. Sin embargo, yo creo que uno tiene que tratar de resguardar esa posibilidad. Porque no es lo mismo leer para abrirse paso en la vida que hacerlo por decisión personal. Es bueno que los chicos sepan que se puede leer de otra manera, con cierto silencio alrededor, y penetrar en otros territorios, en zonas a las que no se puede entrar si uno sólo sobrevuela leyendo. Necesitan que se les enseñe alguna serenidad, que no todo sea excitación. Por eso yo, muchas veces, les pido a los maestros que no sean tan activistas con la literatura, que no les hagan hacer cosas todo el tiempo, que permitan el silencio, no decir, no contar lo que le pasó a uno. Porque esa es la otra forma de lectura. No sé si la escuela tiene espacio para eso pero, en todo caso, está la biblioteca.

P.: Pero ¿cómo llevar a un chico a la biblioteca, con tantos estímulos que recibe de la televisión o Internet?

G. M.: Es difícil. Sin embargo Internet, por ejemplo, no es una cosa que te aleje de la lectura. Creo que la computación, de alguna manera, es una vuelta al texto. El chateo de los chicos también. Es una cosa epistolar, otra vez la palabra vuelve a ser importante. Es cierto que hay otro estilo, los textos son muy breves y están enganchados con ruiditos pero, si se quiere, es otra forma literaria. Me parece incluso que cuando se navega uno busca, otra vez, ese momento; como cuando uno estaba leyendo una novela larga, ese salirse del mundo y por un rato estar en otro lado.

Por esta saturación en la que vivimos, la literatura ya no puede tener el mismo lugar que cuando no había televisión pero cuando a los chicos se le ofrece un material conmovedor (uso esta palabra un tanto antigua porque es importante recordar que la literatura nos conmueve, nos mueve con ella, nos saca de nuestras estructuras más rígidas), llegan a la literatura. La mediación del adulto es muy importante aquí. Un arte que sigue siendo apasionante para un chico, y para un grande también, es escuchar un cuento. Ese entrenamiento del oído de seguir un relato atado sólo al hilo de la voz sigue siendo una cosa muy deseable. Lo que pasa es que los adultos no lo practican, los adultos no les entregan tiempo al chico.

P.: Muchas veces el trabajo del escritor infantil está desvalorizado, como si fuera un arte menor por ser para chicos. En ese sentido, ¿cuál es el trabajo específico que realiza, a diferencia de un escritor para adultos?

G. M.: La literatura infantil es una cosa marginal. Como ha sido de los márgenes el policial o la historieta. Es un tema que hablamos mucho entre los escritores. Para mí, la literatura infantil es una forma de género. Es decir que tiene algunas marcas, tiene algunos techos y tiene muchas posibilidades específicas.

El techo es el de la complejidad. El texto tiene que ser sencillo en cuanto al lenguaje y también en cuanto a las peripecias de los personajes, los planos simultáneos, etc. Yo muchas veces en mi literatura me peleé contra esos límites, los empujé de alguna manera. Por ejemplo, la novela Otroso (últimas noticias del mundo subterráneo) es la construcción de un laberinto subterráneo, y tanto en su lenguaje como en su relato se aleja de lo que generalmente se considera propio de la literatura infantil. Es un relato que tiene versiones y el lenguaje está lleno de paréntesis, de frases que se desdicen. Es como un laberinto en sí mismo. Yo sabía que estaba ensayando algo nuevo, sin embargo me fue bien.

Pero hay un mandato de sencillez, eso sigue siendo así, hay un universo al que uno se remite, un imaginario que es muy amplio pero que necesariamente deja afuera algunas experiencias, otros imaginarios. Por ejemplo el de una sexualidad plena o el mundo político.

P.: El poder, por ejemplo...

G. M.: El poder es un tema importante en la literatura para niños. Siempre aparece, es el ogro o el gigante, pero no con las connotaciones de mundo social que tiene en la literatura para adultos. Hay como una especie de casa, un universo imaginario más propicio que otros y del que uno también se puede salir. La literatura siempre se pelea con los límites del género.

El género infantil tiene sus marcas, sus reglas, pero también tiene un universo de posibilidades muy rico. Porque los chicos, por su forma tan concreta de pensar, viven adentro de una metáfora, son una metáfora. No tenés que explicar tanto las cosas como cuando te dirigís a los adultos porque ellos no se asustan por el salto metafórico. Eso te da una enorme libertad, la misma libertad que tuvo Carrol para escribir Alicia en el país de las maravillas. Podés escribir un delirio tras otro que nadie te va a detener.

Una de las marcas que tiene la literatura infantil es la redundancia, el exceso de explicación, como si hubiera una especie de protectorado, como si se tuviera una idea de que hay que ayudar a ese receptor. Como si no hubiera una confianza plena en sus poderes lectores.

P.: ¿Y usted que piensa?

G. M.: Seguramente yo he evolucionado desde que empecé. Pero muchas de mis cosas hoy las encuentro redundantes. Aprendí con mi propia escritura a respetar mucho más los poderes lectores de los chicos, que son muy grandes, mucho más de lo que los adultos creemos. Son muy intituivos y son valientes, aceptan los saltos de la metáfora y otros saltos del texto sin pedir cuentas. Nosotros hemos desarrollado una literatura bastante interesante en cuanto a la esperanza de un lector inteligente.

P.: Cuando se habla de lectores infantiles se habla a partir de una cierta edad, cuando empiezan a leer. Por otro lado, la capacidad de comprensión se va desarrollando de a poco. Cuando se pone a escribir un texto, ¿usted piensa o determina de antemano a qué edad va a estar dirigido?

G. M.: No. Junto con la primer idea o imagen que se plantea, se aparece todo un universo. Por ejemplo, yo escribí una serie de cuentos que se llama Pequeñas Historias. Y eran historias mínimas, muy cortitas, elementales. Sin embargo, hay chicos más grandes que se enganchaban. Y, así como está esa madre que no le deja leer un libro largo a una nena chiquita, hay maestras que se enojan cuando un chico grande se engancha con los libros para los más chicos. Como si fuera una cosa vergonzosa, "si tenés doce, tenés que leer libros de doce". Pero la literatura no funciona así.

P.: En la literatura infantil, sobre todo en los libros destinados a los más chicos, hay un trabajo muy importante que es el del ilustrador. ¿Cómo es la relación entre escritor e ilustrador?

G. M.: En mi caso, es menos una relación de competencia que en otros porque, como trabajé como editora, tengo un gran respeto por el trabajo del ilustrador. Sé cuánto pesa en el resultado final. Cuando los libros están dirigidos a los más chicos, donde la ilustración tiene un peso muy fuerte, a veces se trabaja en conjunto. Se parte de un cuento del escritor (yo nunca exploré otra posibilidad aunque se podría hacer), pero dando espacio al imaginario del ilustrador. Porque uno de los errores más habituales es creer que el escritor le tiene que transmitir su imaginario visual al ilustrador para que haga realidad lo que él tenía en su cabeza. En cambio, si el texto es movilizador también para el ilustrador, y él vuelca su imaginario, el resultado es doblemente bueno. Parte del texto pero hace su propia interpretración.

P.: El chico está permanentemente rodeado de estímulos que lo distraen. ¿Qué recursos utiliza un escritor infantil para capturar su atención?

G. M.: En general, son los recursos que utiliza el narrador oral: situaciones concretas, episodios más o menos cercanos unos de otros y algunas formas de lenguaje. Un recurso muy utilizado es la apelación al lector, aunque es empobrecedor. El sostén tiene que ser el texto mismo: tiene que ser económico. Esa es "la" regla para que el lector no se escape. Hay ciertas digresiones, lujos, paseos para los que un chico no está demasiado dispuesto. Hay como un ritmo estricto del relato, esa idea del narrar como un hilo que no se corta.

Una de las cosas que es interesante hacer, en esta pelea constante con el género, es variar los puntos de vista, interponer un narrador o una mirada irónica. Que no sea tan simple como el relato del narrador oral que contaba un cuento frente a un auditorio: pasó esto y después pasó esto otro, y así sucesivamente. Sostener de esa manera es lícito pero es elemental. Yo creo que los chicos, a medida que crecen como lectores, empiezan a divertirse en buscar otras cosas, otras claves, y no solamente la historia. Aunque todavía, para los chicos, la historia manda.

P.: ¿Cómo puede orientarse un padre a la hora de elegir un libro para sus hijos?

G. M.: Tiene que ir a buenas librerías, aunque no hay muchas especializadas, y en la Feria del Libro puede acercarse a instituciones que se ocupan de la literatura infantil, como ALIJA o el CEDILIJ. Pero lo principal es que se acerquen genuinamente a la literatura infantil, interesarse ellos como lectores. Leer lo más que puedan, en bibliotecas, y tienen que acostumbrarse a ser buenos miradores de libros. Ir a una librería y pasarse una hora, revolver, mirar, estar alerta.

Nunca hay que tomar como mandato ni a un autor ni a una editorial porque los autores tenemos nuestros bajones y las editoriales también. No puede hacerse un mandato de ese tipo porque sería, otra vez, quitarse la cuestión de encima. Poner la responsabilidad en otro y, de algún modo, uno tiene que estar implicado en eso.


Portada de Planetario N° 7Reportaje extraído, con autorización de sus editores, de la revista Planetario - La Guía de los Chicos, N° 7; Buenos Aires (Argentina), abril-mayo de 2000.

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