20 | BOLETÍN DE A.L.I.J.A. (Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina) | 8 de marzo de 2000

Apuntes para la reflexión

por Gustavo Bombini

Palabras pronunciadas en el panel "Instituciones argentinas de promoción de la literatura infantil y juvenil. Su función en el contexto social", dentro del marco del 6° Congreso Internacional de Literatura Infantil y Juvenil "Literatura, medios y mediadores", organizado por el CEDILIJ en Villa Carlos Paz, Córdoba, Argentina, entre el 5 y el 7 de noviembre de 1999. (Texto extraído de Benjamín, Boletín de A.L.I.J.A., Año 7, N° 21; Buenos Aires, diciembre de 1999.)

1. Voy a presentar algunas ideas propias y surgidas en intercambios en el interior de la comisión directiva de A.L.I.J.A. y que se enmarcan en el proceso que llamamos de "profesionalización" de A.L.I.J.A. desde que asumimos con Elisa Boland la conducción de la institución.

2. Sin entrar a abrir el juego para la discusión casi ontológica, sobre qué es A.L.I.J.A., prefiero definir a A.L.I.J.A. a partir de unas prácticas que nos han parecido relevantes, a partir del intento de construir un discurso y un poder que la institución debe darse en función de su lugar en el campo de la literatura infantil.

3. Construir un discurso que sea fundamentalmente optimista en busca de un impacto, de una repercusión, de una intervención efectiva en el espacio de las decisiones que pertenecen al espacio público.

4. En esta línea aparece como un eje fundamental el de las relaciones posibles entre una asociación civil (una ONG, una institución del llamado "tercer sector") y dos instancias que la definen precisamente como eso, como tercer sector: Por una parte, el Estado —pensamos en los organismos de cultura y educación en los distintos estamentos del poder estatal— y, por otro lado, el Mercado —nueva instancia decisoria, nuevo poder en contexto de la economía neoliberal.

5. En muchos sentidos, todavía no suficientemente explorados ni explotados, nuestra institución —y el campo de la literatura infantil en su conjunto— establecen relaciones con estas dos formas del poder.

6. Con respecto al Estado, los trabajadores del campo de la cultura mantenemos una relación de desconfianza frente a un Estado distanciado de su función específica; un Estado que en su versión de Estado benefactor no parece haber cumplido satisfactoriamente esta función; un estado que provoca desconfianza porque en algún momento operó como estado censor y represor.

7. La relación con el Estado es entonces conflictiva, casi nula y ausente; también influye la representación ineludible de un Estado pobre —o por lo menos de un presupuesto crónicamente pobre para el área de cultura— o de un Estado saqueado por los sucesivos episodios de corrupción.

8. ¿Cómo repensar esta relación con lo oficial a partir de un modo de intervención que construya representatividad y que proponga mecanismos de fuerte intervención en aquellas decisiones de las políticas del libro en tanto políticas de Estado?; quiero decir: ¿cómo intervienen los agentes del campo cultural, como sujetos que pueden ejercer la ciudadanía? En fin, ¿cómo intervenir en lo público?

9. En tensión, desde la otra punta, el mercado —engranaje fundamental: condición material para la existencia del libro— propone sus propias leyes e impone unos modos de la producción y la recepción de los textos.

10. Vamos a un tema específico, y medular, en el que podemos analizar estas tensiones entre Estado y Mercado y los posibles posicionamientos intermedios de nuestras instituciones: la promoción de la lectura. "Promoción de la lectura": término ambiguo que exhibe precisamente un estado de tensión; está a caballo entre la lógica del mercado que necesita promocionar la lectura para vender más libros y la otra lógica relacionada con un proyecto cultural y educativo, diría, de desarrollo social que entendería a la "promoción de la lectura" en una efectiva política de Estado.

11. Es claro que el mercado no postulará entre sus intereses atender a las necesidades de los sectores pauperizados, de los que —precisamente— están fuera del mercado; de aquellas familias, de aquellos niños que no son compradores de libros y —más aún— que no son consumidores de libros, que no han logrado formarse una idea acabada o una representación aproximada del libro como objeto cultural y de la lectura como práctica social.

12. Entonces desde los sectores profesionales (de la manera más abarcativa: escritores, ilustradores, críticos, bibliotecarios, docentes, empresarios, editoriales, editores, libreros) y desde las instituciones como A.L.I.J.A., debemos resignificar el sentido de esta práctica teniendo en cuenta un mapa social complejo cuya principal característica es la desigualdad.

13. Se trata de ampliar la agenda de los debates en el interior del campo. Estoy pensando, por ejemplo, en el proceso de debate de la Ley de Fomento del Libro y la Lectura que cuenta con media sanción en la Cámara de Senadores, en el Plan Social que llevó adelante en los últimos años la Secretaría de Políticas Compensatorias del Ministerio de Educación de la Nación, en el Plan Nacional de Lectura o iniciativas similares, en las Direcciones de Bibliotecas de distintos niveles jurisdiccionales y otros organismos del Estado, respecto de los cuales la sociedad civil, en este caso, a través de sus asociaciones, debe recuperar o construir un fuerte lugar de participación.


Gustavo Bombini es Doctor en Letras, titular de la cátedra de Didáctica en Letras de la Universidad Nacional de La Plata; docente investigador de la misma cátedra en la Universidad Nacional de Buenos Aires y autor de los libros La trama de los textos, Otras tramas y El nuevo Escriturón. También forma parte del consejo de redacción de las revistas Versiones y La Mancha; es director de la editorial El Hacedor y vicepresidente de A.L.I.J.A.


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