15 | LECTURAS | 29 de diciembre de 1999

La crítica es bella
Cómo analizar los libros para niños

por Ana Garralón

Artículo extraído, con autorización de los editores, de la revista Educación y Biblioteca. Año 11, N° 105, Madrid, octubre de 1999.

Donde viven los monstruos

Desde sus inicios la literatura infantil ha ido desarrollándose bajo la mirada del adulto. Éste ha decidido qué libros podían ser leídos y cuáles prohibidos: ha dirigido las lecturas literarias de los niños y, por lo tanto, ha modelado su gusto lector. Si a esto añadimos que los libros escritos expresamente para niños han sido generalmente un vehículo para la pedagogía al uso, no es de extrañar que aquellos que se atrevan a recomendar libros, a dar su opinión sobre lo que es bueno o no, sientan la duda en algún momento. ¿Es lícito que yo imponga mi opinión? ¿Bajo qué conceptos estoy proponiendo lecturas? Esto no es más que el arbusto que nos lleva a un bosque de árboles centenarios, sombras amenazadoras y poca luz donde podemos perdernos.

Pero vayamos por partes. Actualmente los libros para niños gozan de un estatus privilegiado. Es una poderosa industria que, dentro del panorama cultural, reporta buenos beneficios, aunque esto no le haya permitido superar la barrera de la literatura sin adjetivos y permanezca en un perpetuo olvido mediático y cultural. En estos momentos la literatura infantil, a pesar de las grandes tiradas y de su difusión y, aunque muchos de sus autores viven exclusivamente de lo que les reporta, apenas tiene un pequeño espacio en la crítica de los medios de comunicación más difundidos (televisión, radio, periódicos) ¿No es esto una contradicción?

A lo largo del tiempo los libros para niños han corrido la misma suerte que la propia infancia: reprimida, manipulada, castigada, forzada a no existir. En el siglo XX, gracias a los avances en los estudios de psicología infantil debidos, sobre todo, a Piaget, se reafirma la idea de la infancia como un estadio importante del desarrollo, como un momento crucial en la evolución de la persona. También en este siglo hemos vivido un cuestionamiento de sus lecturas y muchos escritores han reivindicado una literatura específica, capaz de dar claves para entender la sociedad en que se vive.

Paralelamente, junto a este planteamiento revolucionario, la otra tendencia, la pedagógica, ha continuado presente e, incluso, se ha institucionalizado la dependencia del libro con la escuela, la prescripción, la obligatoriedad de leer —y además con placer— como un objetivo educacional más. Esto ha propiciado que el libro volviera a tener los objetivos que ya tuvo en siglos pasados: la instrucción y el aprendizaje, sobrevalorando determinados aspectos que se adecuaban a los planes escolares o, simplemente, a las intenciones pedagógicas del momento.

La producción de libros para niños ha ido creciendo hasta dar al año miles de títulos sobre los que resulta imprescindible ejercer la selección. Ésta es una práctica frecuente en todos los intermediarios entre el libro y los niños. En ocasiones se selecciona desde criterios económicos (lo que mande el presupuesto o los comerciales que visiten el centro escolar, la biblioteca o la librería), en otras desde criterios de desinformación (esto es lo que veo o conozco, luego es lo que recomiendo), en otras desde criterios pedagógicos (el tema de este libro me va bien para trabajar alguna "transversal"), o desde criterios morales (el libro es aparentemente correcto, no voy a tener ningún conflicto recomendándolo), etcétera. Los libros infantiles suponen en la actualidad cerca del 15% de la producción total de libros en España. Para esta sobreabundancia resulta imprescindible ejercer una crítica fundamentada. La producción crece cada mes, nadie puede leer todo lo que se publica y por eso resulta indispensable que haya personas dedicadas a desbrozar un poco el camino, a opinar y, por lo tanto, a recomendar.

Ahora bien, ¿qué problemas nos plantea esto? Por un lado los que ya hemos indicado. Los libros infantiles son libros escritos por adultos, recomendados por adultos y cuyos destinatarios son los niños. El adulto que vaya a analizar libros para niños deberá tener en cuenta muchos aspectos que hacen de este ejercicio una labor casi única. Así que la primera pregunta puede ser: ¿quién debe ser el crítico de libros para niños? Dado que los libros para niños no están incluidos —desde el ámbito universitario— dentro de ninguna categoría de literatura, no resulta extraña la total ausencia de críticos formados desde la filología. Esta desatención ha hecho que la crítica fuera asumida por personas provenientes de otros sectores como la docencia, la pedagogía y la psicología, generalmente más relacionados con la infancia.

Pero para ejercer la crítica resulta indispensable ser un lector. Un lector o lectora de amplia formación, que no sólo lea libros para niños, sino también literatura sin adjetivos. Que tenga conocimientos de historia de la literatura, también de sociología e historia y pueda entroncar sus observaciones con acontecimientos culturales y hechos sociológicos que le permitirán entender el contexto en el que se integra la obra. Sin ser un experto filólogo o filóloga deberá saber las normas por las que se rige una novela, será capaz de desentrañar su estructura y adivinar el porqué de su impacto o el porqué de su escaso valor literario.

Empecemos a establecer premisas: una crítica es una opinión bien fundamentada que atiende, no sólo al lector o lectora, receptores del libro en cuestión, sino también a la propia obra literaria. Aquí se plantea una de las tantas reflexiones que la actividad implica: ¿dónde debo situar mi gusto personal? ¿Debo pensar únicamente en los aspectos de análisis formal o pensar en el gusto de los niños? ¿Qué hacer con mi propia opinión, inevitablemente de adulto, sobre el libro que he leído?

Hay quienes dicen que sólo pueden ejercer la crítica desde su propia subjetividad, es decir, "como un proceso que articula y hace pública mi respuesta personal a un trabajo artístico. No es tanto sobre la obra como sobre mí. Si reconozco esto, lo que escribo (o digo) será probablemente más auténtico emocionalmente y, por lo tanto, lo más cercano a una respuesta infantil" (1). En este caso se trata de una crítica que busca en el lector adulto las impresiones que el texto le ha producido y trata de expresarlas. Sin embargo, para este crítico la diferencia entre reconocer sus sentimientos y proyectarlos está clara: en la crítica proyectiva se atribuyen los propios sentimientos a las obras analizadas, práctica muy extendida (sobre todo en libros atrevidos, subversivos y polémicos) y muy perjudicial.

Otros críticos prefieren, por el contrario, una crítica más metódica y analítica, como veremos más adelante. Entonces, ¿para quién hacemos la crítica? La respuesta es: para el adulto, sin duda, porque será él quien seleccione los libros, quien se deje orientar y quien será influido por nuestra opinión. Nuestras reseñas podrán tener en cuenta los destinatarios; si bien todas deberán poder ser leídas por un público amplio, éstas deberán contener suficiente información para que un padre pueda decidirse a la hora de elegir un libro para su hijo o hija, para que un bibliotecario decida incorporar la obra a su fondo, para que una maestra recomiende en clase su lectura, para que el público especializado sepa situar esa novedad en un contexto, etcétera.

De manera que la crítica cumple varias funciones. ¿Para qué hacer crítica? La primera función, la más importante, es para descubrir libros importantes que no deberían pasar desapercibidos, pero también escribir sobre aquellos libros que están injustamente de moda, para advertir de los libros que no vale la pena leer, para esclarecer hacia dónde va la producción, para dar pautas en la elección personal de cada uno y, sobre todo, para incitar a leer, para mostrar que la literatura para niños está viva, para elegir.

Esto entraña un riesgo en esta sociedad en la que tan frecuente es dejar las opiniones en boca de los demás. Dar una opinión significa poder sostener nuestro punto de vista, arriesgarse a no coincidir con otras voces, defender una posición e influir en los demás. En nuestro caso, además, si bien pensamos en un lector determinado a la hora de analizar los libros, es inevitable pensar igualmente en el adulto prescriptor, que no siempre leerá la obra recomendada y para el que nuestra valoración servirá de impulso para optar por la misma.

Vamos a buscar un tesoro

Y abordamos por fin el cómo. Por un lado parece necesario aclarar las diferencias entre seleccionar, evaluar y criticar. Seleccionar no implica necesariamente una evaluación. A veces se selecciona para un programa concreto, un listado específico sobre un tema o incluso por necesidades económicas. En estos casos no siempre está implícita una opinión, los criterios varían y en muchas ocasiones ni siquiera se especifican. Basta ojear las listas que son propuestas por grupos de trabajo en las que no se incluye una sola línea de los criterios por los que se ha elegido incluir determinados libros y otros no. En otras ocasiones estas selecciones se realizan en función de un tema, pongamos por caso la tercera edad, y aquí se restringe el criterio de calidad al de cantidad.

Evaluar significa tener una opinión sobre el libro, tratar de analizar los componentes que hacen de él una obra de interés o no, desentrañar la estructura sobre la que está montada, buscar las claves, reconocer los recursos narrativos que le dan fuerza y consistencia.

Por último, criticar sería expresar esta evaluación para un público determinado. Esta opinión puede expresarse en diversos momentos: la recomendación a viva voz que hacemos a un colega, una pequeña nota escrita destinada a una publicación, una reseña para leer en el programa local de la radio, etcétera.

No resulta fácil entender el concepto de crítica: la indefinición que rodea a la palabra y al acto es una constante cuando se revisan materiales en torno al tema. Veamos brevemente algunas de estas tendencias:

"Cualquier persona honesta sabe que la crítica es, muchas veces, la simple expresión de un gusto personal, donde la disposición (buena o mala) juega un papel que no puede ser despreciado, aunque deben tomarse medidas para neutralizar su influencia." (2)

"Es preciso distinguir entre dos tipos de crítica: la científica y la periodística. Pero se distinguen por sus objetivos y por los medios de difusión que emplean, no necesariamente por sus contenidos. Con ello quiero decir que, en mi opinión, la mejor crítica periodística es la que permanece atenta a las aportaciones de la crítica científica y sabe adaptarlas a las características de su medio." (3)

"Particularmente pienso que la profundidad con que se mire o analice una obra literaria no está dada necesariamente por un aparato teórico o un esquema metodológico; aunque en muchos casos éste puede ser un insltrumento adecuado, la profundidad o acertada mirada del crítico suele derivarse más bien de su sensibilidad hacia la literatura y de la preparación adquirida a través de la mucha lectura de buenas obras." (4)

El crítico de libros para niños lee y da cuenta de todo lo que se publica: cuentos, álbumes, novelas, poesía, libros documentales, para los que no puede especializarse y para los que necesita diferentes métodos a la hora de abordarlos. Al igual que el crítico sin adjetivos, la producción resulta abrumadora y, en ocasiones, incapaz de leer todo aquello que pasa por sus manos, se conforma con seleccionar aquellos títulos que le son más sugerentes.

La falta de espacio para efectuar su trabajo es uno de los motivos decisivos. De todos es conocida la expresión: "para el poco espacio que hay, mejor hablar de un buen libro que no dar publicidad a uno malo".

También se suele dar mayor preferencia a los autores reconocidos que a los noveles. Si a esto se añade la poca exigencia que el público tiene hacia este tipo de crítica, porque generalmente se conforma con cortas reseñas, breves referencias y, en definitiva, simple información, podemos deducir las dificultades que entraña esta actividad, que resumiríamos en los siguientes puntos:

  • Ausencia de espacio generalizado que permita las más variadas opiniones y tendencias, que informe con amplitud de las novedades, que dé cabida a informaciones escuetas, pero también a análisis más profundos.

  • Ausencia de formación en la tarea de la crítica desde la filología. Lo que ha producido un excesivo apego de la pedagogía a la hora de valorar y donde se han primado valores pedagógicos más que literarios (5).

  • Un exceso de producción y una falta de información en la labor del que realiza la crítica. El crítico o evaluador apenas puede acudir a fuentes para documentar la obra de determinado escritor o buscar información sobre tal escritora que acaba de ver la luz en nuestro país.

  • Falta de exigencia y valoración de los destinatarios. Por un lado, los niños, que apenas se acercan a estas recomendaciones de adultos y, por otro, los adultos mismos que, en muchas ocasiones, no leen las obras.

Esto ha producido una situación de invisibilidad muy bien expuesta por Agustín Fernández Paz en un artículo donde reclama un poco más de seriedad en la labor de evaluación. De su artículo se desprende la necesidad de una mayor responsabilidad y también detenimiento cuando se lee la obra: "Creo que precisamos de una crítica que trascienda los lugares comunes, las aproximaciones superficiales al texto y que penetre más adentro (...) Una crítica que señale cuándo los caminos recorridos están ya muy andados y cuándo significan algo nuevo (...) Una crítica que, en un panorama como el actual, nos ayude, también a los que escribimos, a distinguir entre los libros llenos de vida, ésos que nos emocionan al leerlos, que nos ayudan a ver la realidad de un modo diferente, y los libros que, aunque bien escritos, pulcros y correctos, sentimos que están vacíos" (6).

Estas sensatas recomendaciones, que sin duda necesitan de un marco teórico bien fundamentado, no pueden aislarse del espacio donde se va a realizar la crítica. ¿Escribiremos para una revista especializada? ¿Para un medio de comunicación masivo —véase la radio, la prensa o la televisión— ¿Tal vez para una revista dirigida a los padres? ¿O para una selección dirigida a la sección de adquisiciones de un biblioteca? En cada uno de estos casos tendremos condicionantes diferentes, según el espacio disponible, el receptor y la intencionalidad de nuestra reseña.

No es nuestra intención, en este breve espacio, desglosar los elementos que nos permitirán enjuiciar con amplitud una obra. Pero sí podemos apuntar algunas observaciones.

  • No es lo mismo evaluar un libro de fición que uno documental. El libro de ficción (narrativa) se ajusta a estructuras y elementos diferentes. Por ejemplo, algo que es negativo a la hora de valorar en los libros de ficción, la adaptación (que, entonces significa una simplificación) es positivo en los libros documentales (que, entonces significa una ampliación y mejora de los contenidos).

  • Además de valorar la estructura narrativa y los elementos literarios que enriquecen la obra de ficción, se deberá atender con especial cuidado algunos recursos literarios más abundantes en la literatura infantil y juvenil. Por ejemplo, el trabajo que el escritor o escritora haya realizado con los personajes. Dado que el protagonista suele tener la misma edad que el lector o lectora, es muy usual que se caiga en lo que Foster denominó "personaje plano", es decir, personajes que se constituyen en torno a una sola idea o cualidad. Otro elemento que hay que tener en cuenta, porque se emplea mucho, es el diálogo como recurso narrativo. Si el diálogo permite al escritor o escritora establecer complejas relaciones entre los personajes, así como describir de manera más vívida a dichos personajes, en la literatura infantil y juvenil se suele reproducir el lenguaje tal y como lo expresan los niños corrientes, convirtiendo un recurso rico, con muchas posibilidades, en un burdo eco de la realidad. También el lenguaje merecerá una atención especial. No hace falta mencionar la facilidad con que ciertos escritores de literatura infantil tienden a simplificar (entendiendo aquí esta palabra como empobrecer) para que la comprensión sea mayor.

  • El álbum necesitaría un método especial para su evaluación, dado que intervienen más componentes pictóricos que literarios. El color, la perspectiva, la textura, la composición, pero también la relación imagen-narración (7).

  • Tomando como referencia el análisis que efectúa Miguel Vázquez Freire (8) la escasa crítica analítica existente se ha fundado en distintos axiomas que han predominado a lo largo del tiempo. Estos se reducirían a:

    • Análisis ético-axiológico: es decir, el crítico como moralista o ideólogo que analiza los contenidos morales, los valores religiosos y los educativos. Es la modalidad más extendida y la que más se distingue de la crítica literaria.
    • Análisis psicológico: incide de manera especial en la psicología de los personajes y su influencia sobre el lector infantil.
    • Análisis sociológico: donde se prioriza el estudio de la representación de la estructura y los conflictos sociales.
    • Análisis historicista: el estudioso busca los antecedentes temáticos y/o estilísticos.
    • Análisis formalista: el más olvidado, debería analizar la obra desde la teoría literaria contemporánea.

Para concluir: la literatura para niños necesita espacios de opinión y crítica. En la medida en que éstos existan, se dará una mayor variedad en cuanto a las tendencias y en cuanto a la diversidad de juicios que la crítica sea capaz de generar. Es importante, por tanto, reclamar estos espacios, crearlos cuando sea posible y darles la mayor difusión posible para que sean instrumentos útiles para quienes queremos potenciar una literatura infantil de calidad.


Notas

  1. Crago, Hugh. "Categorías culturales y crítica de literatura infantil". En: Parapara, n° 4; Caracas, 1981.

  2. Scherf, Walter. "Puntos de vista críticos sobre la literatura infantil". En: Parapara, n° 4; Caracas, 1981.

  3. Vázquez, Miguel. "Literatura infantil y crítica literaria". En: Primeras Noticias, n° 121; Barcelona 1993.

  4. Maggi, María Elena. "A propósito de los libros para niños y la crítica". En: Banco del Libro; Caracas, julio de 1986.

  5. Ballaz, Jesús. "La crítica estancada". En: Amigos del Libro, n° 31; Madrid, 1996.

  6. Fernández Paz, Agustín. "Contra la invisibilidad". En: CLIJ, n° 103; Barcelona, 1998.

  7. Taller de Animación a la Lectura del FCE. "Cómo acercarse a un libro de imágenes". En: Espacios para la lectura, n° 1; México, 1995.

  8. Vázquez, Miguel. "Literatura infantil y crítica literaria". En: Primeras Noticias, n° 121; Barcelona, 1993.

Conferencia pronunciada en las 7ª Jornadas de Bibliotecas Infantiles, Juveniles y Escolares. "Literatura para cambiar el siglo". Salamanca 24, 25 y 26 de junio de 1999, Fundación Germán Sánchez Ruipérez. (Las actas completas pueden solicitarse a la Fundación; email: fgsr.salamanca@fundaciongsr.es)


Ana Garralón es ensayista y crítica de literatura infantil y juvenil. Tradujo al español el libro La poesía en la escuela. Hacia una escuela de la poesía, de Georges Jean (Madrid, Ediciones de la Torre, 1996) y, junto con Verónica Uribe, realizó la selección de poemas Oda a la bella desnuda y otros escritos de amor, de Pablo Neruda (Caracas, Ediciones Ekaré, 1998).


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